domingo, 18 de agosto de 2013
El Gobierno interino de Egipto propone disolver los Hermanos Musulmanes Por David Alandete | El Cairo
Hace un año tenía todo el poder en Egipto. Ayer, se hallaba peor incluso que durante los largos años de silenciamiento y represión que acabaron con la caída del régimen de Hosni Mubarak. La sociedad de los Hermanos Musulmanes se asoman a la clandestinidad más absoluta, perseguida por el gobierno, acosada en sus mezquitas, con sus líderes encerrados o desaparecidos, tildada formalmente por el gobierno de Egipto de enemigo a derrotar. Como culminación a un largo proceso de acoso y derribo, tras el golpe de Estado que el 3 de julio acabó con un año de gobierno islamista, el primer ministro de Egipto reveló este sábado que ha propuesto la disolución legal de la hermandad. La clandestinidad es, sin embargo, el medio natural de esa sociedad islámica. En ella vivió durante más de medio siglo, y por ella se reforzó hasta llegar al poder.
Fue Hazem Beblaui, primer ministro interino de Egipto, quien recomendó recientemente a su ejecutivo la disolución legal de la hermandad, según reveló este sábado su portavoz. “El gobierno está estudiando la idea”, dijo Sharif Shauki. “La reconciliación es solo para aquellos cuyas manos no estén manchadas de sangre”, añadió. Es una idea que posteriormente evocó el asesor estratégico de la presidencia Mustafá Hegazy, quien dijo en conferencia de prensa que Egipto ha quedado ahora “unido frente a un enemigo común”, en referencia a unos islamistas que, según añadió, “han creado un eje de terror, instigando violencia”. “Nos enfrentamos a una guerra iniciada por extremistas que a diario cometen actos de terrorismo”, añadió.
Preguntado por la posibilidad de prohibir la hermandad, como ya hiciera el presidente Gamal Abdel Nasser en 1954, Hegazy respondió: “No se trata de disolverlos, sino de legalizarlos de acuerdo con las leyes egipcias”. Es cierto que durante décadas, la hermandad operó en la sombra, acallada por Nasser y luego por Anuar el Sadat y Hosni Mubarak. Con las revueltas de 2011, sin embargo, creó su propio partido, Libertad y Justicia, y el 21 de marzo se registró formalmente como organización caritativa, después de que un juzgado hubiera recomendado su disolución ateniéndose a la prohibición de los años de Nasser. Hegazy obviaba ese registro, e insinuaba con sus declaraciones que, para el gobierno, las cofradía es todavía ilegal.
El acoso a la hermandad es hoy por hoy mucho mayor, más público y más organizado que en las décadas de regímenes autoritarios de la historia reciente de Egipto. Después de que unos miembros de la cofradía intentaran matarle a tiros, Nasser mandó ahorcar a seis de ellos, y encarceló a miles. Hoy, desde el golpe de Estado consumado el 3 de julio, han muerto ya más de 1.000 personas, en su mayoría en cargas militares contra islamistas. Entre los fallecidos se halla Ammar, el hijo del líder supremo de la hermandad, Mohamed Badie, que fue disparado el viernes en una concentración en la plaza Ramsés de El Cairo. En el desmantelamiento de los campamentos, el miércoles, falleció, junto a otras 600 personas, Asma, la hija del vicepresidente del partido Libertad y Justicia, Mohamed Beltagy.
Líderes como Jariat el Shater, el influyente número dos de la hermandad, han sido detenidos. En paradero desconocido, bajo custodia militar, se encuentra el presidente depuesto, Mohamed Morsi, y su círculo más cercano de colaboradores. La fiscalía le acusa de haber conspirado con organizaciones islamistas extranjeras, como el grupo palestino Hamas, para urdir su escape de prisión en 2011, en los últimos días de régimen de Mubarak. Además, el nuevo gobierno interino de Egipto ha congelado los fondos de numerosos líderes de la hermandad, y a buena parte de ellos les ha prohibido abandonar el país.
Es un cerco en toda regla. Pero a los Hermanos Musulmanes esta situación les resulta de todo menos desconocida. “Desde luego no es algo que nos venga de nuevas. Los Hermanos Musulmanes sabemos cómo movernos en la clandestinidad, bajo la represión de gobiernos autoritarios. Es nuestra zona de confort. Hemos vivido así durante muchos, muchos años”, explica el portavoz de la cofradía, Gehad el Haddad. “Pero esto ya no es sólo un problema que afecte a la hermandad. Es mucho mayor. Es un problema de legitimidad de un gobierno golpista, que busca erradicar cualquier oposición. Nosotros no callaremos hasta que se restaure la libertad, la democracia y la justicia”, añade.
La capacidad de resistencia de los Hermanos Musulmanes se ha forjado en sus muchos años en la sombra, durante los que crearon una sólida red de asistencia social, educativa y médica, organizándose en mezquitas y universidades, creando una estructura compuesta de células independientes, donde las bases tienen poca información de lo que sucede en los escalafones más elevados. Ese secretismo, impuesto durante décadas, perjudicó a estos islamistas cuando llegaron al poder, poco acostumbrados a la transparencia y a rendir cuentas ante el grueso de la población, a la que gobernaron durante poco más de un año, tras ganar las primeras rondas electorales a las que se presentaron tras la caída de Mubarak.
“Esa cultura de sufrimiento, de sobrevivir a la represión, de permanecer fuertes en estos tiempos de adversidad, le es familiar a la hermandad. Parece que regresan a su narrativa de permanecer fuertes, de ser fieles a su ideario y a sus principios, de no perder terreno y no llegar a compromisos con los nuevos gobernantes porque eso, para ellos, según su versión, supone aceptar la legitimidad de un golpe de estado que ven como algo ilegítimo”, explica Carrie Wickham, profesora en la universidad norteamericana de Emory, que ha estudiado la hermandad durante 23 años. “Si hay algo positivo de esta situación es ver cómo la hermandad se aferra a ideas como la legitimidad o la democracia, no actúan como ayatolás o talibanes, tratando de imponer la sharia (ley islámica)”.
Hasta hace sólo una semana, en el campamento alrededor de la mezquita de Raba al Adauiya, en El Cairo, resistía la cúpula de los Hermanos Musulmanes, apartada del poder, pero reforzada por el apoyo brindado por miles de islamistas, cuya presencia les servía de refugio. A diferencia de en los años de Mubarak, los islamistas aparecían desafiantes. Se resistían a volver a ser acallados, a regresar a la sombra. Pero las cargas recientes del Ejército, con al menos 700 muertos desde el miércoles, les han vuelto a hundir en un silencio que para ellos puede ser doloroso, pero no desconocido.
Los intereses de EE UU explican su vaga reacción
Por Eva Saiz | Washington
La decisión de Estados Unidos de suspender las maniobras militares conjuntas con Egipto y no revisar la ayuda anual de 1.500 millones de dólares evidencia la difícil posición en la que ha puesto a la Administración Obama la brutal represión ejercida por su Gobierno interino contra los manifestantes islamistas. Con su cauta reacción, la Casa Blanca quiere mostrar su apoyo al proceso democrático en ese país, salvaguardando, a la vez, la cooperación económica y bélica con El Cairo, esencial para proteger los intereses geopolíticos de Washington en la región: la observación del tratado de paz con Israel, el acceso privilegiado al canal de Suez y la seguridad de las fronteras egipcias.
“La respuesta del presidente fue muy dura en términos dialécticos, pero blanda en cuanto a acciones”, señala Robin Wright, analista de Seguridad y Defensa del Woodrow Wilson Center. La suspensión de las prácticas militares no es esencial a efectos de seguridad para ambos países y el Pentágono dudaba incluso en realizarlas dado que, tras el golpe, las prioridades del Ejército egipcio iban a ser otras. La decisión de mantener la ayuda militar, por el contrario, se considera en muchos sectores como una señal confusa que resta credibilidad a la Administración y mina su ya débil influencia en ese país. “El hecho de no haber suspendido esos fondos es un error estratégico”, denunció en un comunicado el Working Group on Egypt, un grupo independiente de expertos en Oriente Próximo.
La Casa Blanca maneja otro criterio. “Eliminar esa ayuda no entra dentro de los intereses de EE UU”, señaló el portavoz de la presidencia, Jay Carney, a principios de este mes. Aunque la cooperación con Egipto se remonta a 1946, los intereses a los que aludía Carney se forjaron en 1979, con la firma del tratado de paz entre Egipto e Israel. “La observancia de ese acuerdo se ha convertido en una pieza clave para todas las Administraciones estadounidenses”, señala Nathan Brown, profesor de Relaciones Internacionales de la universidad George Washington.
En el marco de ese tratado se sitúa el envío de ayuda anual de EE UU a Egipto que este último año ascendió a 1.500 millones de dólares, de los que el 86% se destina a fines militares (1.300 millones) y el resto, 250 millones, a asistencia económica, de acuerdo con el informe de 2013 del Servicio de Investigación del Congreso (CRS). Los fondos bélicos de EE UU se distribuyen entre la financiación militar extranjera y los programas de educación y entrenamiento -las escuelas militares estadounidenses dan instrucción cada año a entre 500 y 1.000 oficiales egipcios-.
De la partida total de los presupuestos de 2012 de EE UU destinada a financiación militar extranjera casi un tercio fue a parar a Egipto (el 60% a Israel). El CRS estima que con esa cantidad se sufraga el 80% de las armas que compra el ministerio de Defensa egipcio. De acuerdo con el CRS, el próximo año Egipto planea adquirir 1.200 tanques M1A1 Abrams Battle que se fabrican en su mayor parte en EE UU bajo la subcontrata de General Dynamics. Lockheed Martin también se beneficia de estos programas de cooperación militar. En 2010, Egipto autorizó la compra de 20 F-16 por 2.500 millones de dólares.
La colaboración geopolítica también es vital en la relación de EE UU con Egipto. El Gobierno egipcio permite el paso a través del canal de Suez de portaaviones de la Armada estadounidense hacia el golfo Pérsico, ahorrando a los buques del Ejército tener que rodear, de lo contrario, el cabo de Buena Esperanza. Además de barcos de guerra, el canal de Suez también está expedito para los petroleros. En 2012, lo atravesaron más de 3.600 transportando tres millones de barriles de crudo. “La mayor remesa cargada a través del canal”, según la Administración de Información sobre Energía.
Egipto, con 71.600 millones de dólares recibidos entre 1948 y 2011, se ha convertido en el mayor receptor de fondos bilaterales de EE UU tras Israel
El apoyo económico es esencial igualmente para sufragar las operaciones antiterroristas en las frontera egipcias y, sobre todo, en la península del Sinaí. Una de las razones por las que EE UU está calibrando su respuesta ante los acontecimientos en Egipto es su temor a que un recorte de esa ayuda ponga en peligro la lucha contra la insurgencia, capital dada la inestabilidad en otros países vecinos como Libia o Siria.
Egipto, con 71.600 millones de dólares recibidos entre 1948 y 2011, se ha convertido en el mayor receptor de fondos bilaterales de EE UU tras Israel, según el CRS. Muchos en Washington se preguntan si esa ayuda ha servido de algo vista la nula influencia de la Casa Blanca en esta crisis. En la región, muchos prefieren esa autoridad insuficiente a un vacío que pueda ser ocupado por Rusia, China o países vecinos como Arabia Saudí o Catar. “La ayuda de los Estados árabes no es de fiar, la de EE UU está menguando, pero la clave está en garantizar la inversión y el intercambio comercial”, señala Brown.
El País (España)
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