domingo, 18 de agosto de 2013
La guerra de los faraones Por Roberto Montoya. Desde Madrid internacional@miradasalsur.com
Balance trágico. La represión se ha cobrado la vida de más de medio millar de personas.
Temor a un enfrentamiento generalizado tras la matanza de cientos de partidarios del presidente derrocado.
La matanza de musulmanes que ha tenido lugar estos días en El Cairo, ha sido la tercera y la más grave habida desde que el Ejército derrocó a sangre y fuego el pasado 3 de julio a Mohamed Morsi, el primer presidente democrático en la historia de Egipto, tras sólo un año de mandato.
Según cifras gubernamentales, en el desalojo de las acampadas montadas por los partidarios de Mursi en céntricas plazas para protestar contra el golpe y exigir su liberación murieron 638 personas –entre ellas 43 soldados y policías y cuatro periodistas extranjeros– y cerca de 1.500 resultaron heridas. Hay miles de detenidos.
Los Hermanos Musulmanes, el movimiento del presidente depuesto –y detenido desde entonces en un lugar secreto– aseguran que el número de muertos es muy superior.
No habían transcurrido cuarenta y ocho horas desde el fin del Ramadán –el mes santo para los musulmanes– cuando el ejército desplegaba cientos de tanquetas y miles de efectivos y comenzaba el violento desalojo de los gigantescos campamentos montados desde el golpe de Estado. Muchos murieron acribillados a balazos mientras descansaban. La mayoría recibió disparos en la cabeza, el cuello y la espalda. El caos se adueñó de la ciudad, no había escapatoria.
El silencio cómplice de Estados Unidos, la Unión Europea y de la propia ONU ante el golpe dio alas a los militares para seguir machacando a los militantes y electores de los Hermanos Musulmanes con total impunidad.
Ante la gravedad de la situación, el principal líder de la oposición liberal, el Premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei, que había aceptado el cargo de vicepresidente de un gobierno de coalición montado por el ejército para dar una fachada democrática, decidió dimitir.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) sigue teniendo el poder que detentó durante las tres décadas de régimen de Hosni Mubarak y ha reinstaurado el estado de emergencia, cuya abolición hace un año se consideró todo un símbolo de la llegada de la democracia.
A regañadientes, y cuidándose en todo momento de no irritar al generalato egipcio al que tanto necesita para su política en Medio Oriente, Barack Obama criticó la represión contra los civiles y anuló temporalmente las maniobras militares conjuntas egipcio-estadounidenses previstas.
Los líderes europeos se limitaron por su parte a llamar a consultas a sus embajadores y sólo Dinamarca decidió cancelar toda su ayuda a Egipto. La vergonzosa actitud de la Comisión Europea, cuya portavoz aceptó verse con Mursi en su lugar clandestino de detención, da muestras de la postura pusilánime de Europa en esta crisis.
Hoy en día, EE.UU. y la UE parecen más preocupados en definitiva por las consecuencias que la crisis egipcia pueda tener en el precio del petróleo Brent –referencia para Europa y EE.UU.– que se ha disparado el viernes a su precio más alto en cinco meses. En 2012 pasaron por el estratégico canal egipcio de Suez, que une al Mar Rojo con el Mediterráneo –entre África y Asia–, 145 millones de toneladas de petróleo y derivados, además de gas, provenientes de Arabia Saudí, Irán, Libia, Catar, para abastecer en primer lugar a Europa y Estados Unidos y en menor medida a países asiáticos.
Los negocios son los negocios. Un país como España, que mantenía como casi todos los de la UE buena relación con el régimen de Mubarak, al igual que con el resto de déspotas de la región, le ha seguido vendiendo armas a Egipto como antes. Nada menos que 120 millones de euros desde 2011, en aeronaves militares, fusiles y armas cortas, utilizadas ahora por el ejército en las matanzas.
Mientras el embajador egipcio ante Naciones Unidas, Moataz Jalil, advertía a ese organismo que se abstuviera de cualquier tipo de injerencia, la presidenta de turno del Consejo de Seguridad de la ONU, la argentina María Cristina Perceval, se limitó a anunciar lo consensuado por sus 15 países miembros: “La opinión de los miembros del Consejo es que es importante acabar con la violencia en Egipto y que las distintas partes actúen con gran mesura”.
Las tibias declaraciones de la comunidad internacional han indignado aún más a los Hermanos Musulmanes, fortaleciendo a las corrientes más radicales existentes en su seno.
Aunque la resistencia al golpe ha sido hasta ahora pacífica mayoritariamente, algunos sectores respondieron a la matanza del pasado miércoles y a la represión al “Día de la ira” del viernes al que convocaron los Hermanos Musulmanes –donde murieron al menos otras 50 personas– con ataques a la policía y el ejército y con asaltos e incendios a comisarías, edificios públicos e iglesias cristianas coptas. Un movimiento con décadas de existencia, que ha sufrido duras persecuciones y que a su vez ha sido protagonista de magnicidios y ha dado nacimiento a grupos luego adheridos a Al Qaeda, no se resignará a perder el poder conquistado en las urnas.
La violencia islamista radicaliza a su vez a sectores del movimiento juvenil laico Tamarrod, que estuvieron en el origen de las protestas contra Mubarak pero que rechazaron también la islamización creciente que intentó imponer Mursi durante su cortísimo mandato y que por ello apoyaron el golpe militar en su contra.
Es el escenario temido, la generalización de la violencia, la radicalización tanto de grupos internos de los Hermanos Musulmanes como de sus acérrimos adversarios laicos e incluso de sectores de la comunidad cristiana copta –10% de los 84 millones de egipcios–, la generalización de las acciones armadas, la guerra civil, la lucha religiosa. Un camino ya demasiado conocido en esta convulsa zona del mundo.
18/08/13 Miradas al Sur
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