sábado, 24 de agosto de 2013
Crónica publicada por el diario Noticias, 22 de agosto de 1974
La cárcel de Rawson, una de las más seguras del país, comenzó a relacionarse con la represión política poco después del Viborazo de marzo de 1971, cuando el gobierno militar trasladó ese penal a los detenidos durante la rebelión popular cordobesa. En abril de 1972, alrededor de 200 prisioneros políticos compartían seis pabellones colmando prácticamente la capacidad del penal. En las inmediaciones, una base aeronaval con 600 soldados, dos aviones de reconocimiento, una compañía de Gendarmería con refuerzo de Ejército estacionada a cinco cuadras de la prisión, 500 efectivos de la policía provincial y una delegación de la Policía Federal, además de los 60 hombres del Distrito Militar de Trelew y la Base Naval de Puerto Madryn, con helicópteros a 60 kilómetros de Rawson, y la octava brigada del V Cuerpo de Ejército en Comodoro Rivadavia.
(…) En el aeropuerto de Trelew el 15 de agosto, Rubén Pedro Bonet también había señalado a los periodistas: "Nuestro objetivo, haber tomado la cárcel, haber venido hasta aquí e intentado la fuga, ha sido reincorporarnos a la lucha activa", y agregaba "ya que estamos en la Patagonia concebimos esta Nación y esta lucha como la continuación de la que libraron todos los obreros rurales y los obreros industriales en el año 1921 y que fueron asesinados por el Ejército, por la represión".
(…) Cerca de las 18 horas, a medida que se cumplían las últimas tareas previas de cada pabellón, los combatientes convergían sobre las rejas entonando una canción salteña, "la de Luis Burela" que recuerda la historia de los primeros montoneros de Güemes. A las 18.24 horas, llegó desde afuera el aviso de que estaba en camino el avión previsto, era el límite máximo de espera y ya se estaba por levantar la operación, los guerrilleros coparon todo el interior del penal (cuatro puestos centrales que controla respectivamente dos pabellones cada uno), la sala de biblioteca, aulas, cocina, enfermería y sobre todo dirección y la sala de armas. Luego un grupo de vanguardia llega hasta la caseta que controla la entrada al penal donde se produjo el único enfrentamiento armado en el que resultó muerto un guardiacárcel, y finamente los otros dos puestos de muralla que controlaban el frente del establecimiento penitenciario. El grupo 1, Quieto, Osatinsky, Santucho, Mena, Gorriarán, Vaca Narvaja, ocupan el auto que trae el apoyo externo.
La camioneta y los dos camiones previstos no llegaron.
Se intentó llegar al aeropuerto en remises de Rawson que fueron abordados por los otros 19 de la "vanguardia". Antes de irse Bonet volvió a la caseta de entrada al penal para informar que no había camiones y que sólo fugaría la vanguardia y recordó la forma en que se había previsto la entrega del penal en caso de derrota.
Los 19 tuvieron un camino accidentado y llegaron cuando el avión ya decolaba. Los que quedaron en el penal, con solo un par de FAL lo mantuvieron en sus manos hasta que se garantizó el respeto a sus vidas. Luego, al entregar el establecimiento a las fuerzas de Ejército y Gendarmería fueron encerrados en cada celda del pabellón 7. Una ráfaga de FAL que erró por milímetros a dos combatientes rendidos fue el inicio de la etapa de más abierta represión.
LANUSSE - "En 1993 entrevisté al general Alejandro Lanusse, que comandaba el Ejército y el gobierno de facto cuando se produjo la masacre. Era un Lanusse terminal, castigado por tragedias personales, al que los horrores perpetrados por los generales que lo sucedieron y las sagas de algunos periodistas cercanos habían convertido en una suerte de paradigma del militar democrático. Puse el tema de Trelew sobre la mesa y el anciano intentó derivar la responsabilidad de la masacre hacia algunos de sus subordinados de entonces, como el general Eduardo Betti, jefe de la Zona de Emergencia, que no habría cumplido la orden de restituir a los 19 guerrilleros fugados del penal de Rawson a la cárcel de donde se habían evadido. Cuando le recordé la famosa “responsabilidad de comando”, el viejo general intentó regresar a la mentira de 1972, el intento de fuga de los prisioneros. Cuando le dije que yo, personalmente, había visto en el maxilar inferior de María Antonia Berger la cicatriz del tiro de gracia que le pegaron aquella madrugada en la base aeronaval Almirante Zar, guardó un silencio expresivo y cambió de tema." Miguel Bonasso
(…) Desde la llegada a la base Almirante Zar, rigurosamente incomunicados, sancionados cada vez que eran encontrados hablando, los prisioneros mantuvieron diálogos usando le lenguaje de las manos y a veces el sistema morse con los golpes. Creyeron que la presencia de numerosos periodistas, médicos y jueces en el aeropuerto eran una garantía suficiente para sus vidas, aunque no para evitar la tortura.
(…) En el último minuto, cuando los están haciendo formar a los 19 en los pasillos, a las 3.30 de la madrugada del 22 de agosto, el capitán Sosa le pone a Haidar la pistola en la cabeza para que apoye la barbilla contra el pecho y mire al piso. Haidar piensa que el marino está loco, y alcanza a comentarlo con Kohon. Después las ráfagas de Sosa, Bravo y Marchard, se abatieron sobre los guerrilleros. Sosa, Bravo y el teniente Fernández recorrieron las celdas rematando a los caídos y matando a quienes ni siquiera habían sido alcanzados, como Delfino o Kohon.
Seis horas más tarde recibieron atención de enfermeros, y recién al mediodía la de médicos. En ese tiempo murieron Astudillo, Kohon, Polti y Bonet.
El 30 de abril de 1973, el presidente general Lanusse premió al capitán de corbeta Luis Emilio Sosa con una beca para instruirse en la infantería de marina norteamericana, en Estados Unidos, con sobresueldos y otras recompensas. Los paraderos de Sosa, Bravo y Marchand son de los secretos más celosamente guardados por la Marina hasta hoy.
Al tiempo de la masacre, los prisioneros que seguían en Rawson recibieron cartas de los hijos de Pedro Bonet de 4 y 5 años, contaban a sus "queridos tíos" que la gente les decía que su padre "era como San Martín pero que todavía por unos años" no iban a encontrar estatuas con su figura. Las tres hijas de Ana María Villarreal de Santucho no creían que su madre había muerto, "lo que pasa es que mamita es pícara y está escondida para que no la encuentren". El montonero Miguel Bustos escribía: "No olvido las sombras de los rendidos en el aeropuerto (las armas en el suelo/sonrientes como acabados de nacer/ con el coraje intacto/entregados a un enemigo infame)".
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