domingo, 4 de agosto de 2013
Un obispo condenado a muerte Por Daniel Cecchini dcecchini@miradasalsur.com
El asesinato de monseñor Enrique Angelelli. El 4 de agosto de 1976, “el obispo de los pobres” fue asesinado cerca de Chamical, en La Rioja. La dictadura intentó disfrazar el atentado como un accidente. La derecha peronista también lo quería muerto.
En Punta de los Llanos, un paraje ubicado a la vera de la ruta que une la ciudad de La Rioja con Chamical, entre 1976 y 1983 se levantaron sucesivamente tres cruces. La primera, de madera, fue rápidamente destruida; la segunda, de cemento, fue volada en pedazos por un explosivo en 1977; la tercera, de hierro forjado, se mantuvo incólume hasta la vuelta de la democracia. A su alrededor solía haber flores frescas que dejaban manos anónimas, pero lo que más llamaba la atención de quienes se detenían a observarla –como este cronista hizo una vez, en agosto de 1983– era un neumático casi nuevo, semienterrado, que alguien había colocado a pocos metros de ella. La presencia de ese neumático era en sí misma un mensaje que contradecía la versión oficial de la dictadura que sostenía que el obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli, había muerto en ese lugar como consecuencia de un accidente de tránsito. Era un grito silencioso que denunciaba lo que en La Rioja nadie se atrevía a decir en voz alta: que al “obispo de los pobres” lo habían asesinado.
El 4 de agosto de 1976, poco después de mediodía, monseñor Enrique Angelelli salió rumbo a La Rioja desde Chamical al volante de su vieja camioneta Fiat 1500. A su lado viajaba el padre Arturo Pinto, que lo había acompañado para celebrar una misa en memoria de los padres Gabriel Longeville y Carlos Murias, secuestrados, torturados y acribillados el 18 de julio en esa ciudad. Angelelli sabía que el asesinato de los dos curas formaba parte de una ofensiva que lo tenía como objetivo final y que había incluido por esos días la detención de los sacerdotes Eduardo Ruiz, en Olta, y Gervasio Mecca, en Aimogasta, y la muerte del laico Wenceslao Pedernera, ametrallado en la puerta de su casa por un grupo de tareas que había ido a secuestrar a otro cura. A pesar de todo, el obispo seguía en La Rioja. “Ahora es mi turno”, le dijo a su sobrina María Elena.
Angelelli sabía de qué hablaba. Días antes se había entrevistado con el jefe del III Cuerpo del Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, para denunciar las violaciones de los derechos humanos que se estaban cometiendo en su diócesis y la persecución de que era objeto el obispado riojano. “General, usted y yo somos católicos, tenemos que rezar un Padrenuestro por los perseguidos”, le dijo al militar luego del infructuoso encuentro. Menéndez le contestó sin contemplaciones: “Yo no rezo el Padrenuestro por los subversivos porque no los considero hijos de Dios”. Y antes de despedirlo le advirtió: “El que se tiene que cuidar es usted”.
Ese 4 de agosto, en el asiento trasero de la camioneta, Angelelli llevaba una carpeta con la documentación y los testimonios que había reunido en los últimos días sobre los asesinatos de Murias y Longeville, y que señalaban a por lo menos uno de los responsables de sus muertes: el jefe de la Base Aérea de Chamical, comodoro Luis Estrella. El obispo pensaba entregar copias a la cúpula de la Iglesia Católica Argentina y al nuncio apostólico, Pío Laghi.
Al llegar a Punta de los Llanos, en la ruta desierta, un Peugeot 404 encerró a la camioneta del obispo, la hizo volcar y dar varios tumbos. Angelelli salió despedido y quedó inconsciente sobre el asfalto. El cura Pinto quedó, herido, dentro del vehículo. De acuerdo con pericias posteriores, al obispo lo remataron con varios golpes en la nuca; a Pinto, creyendo que no había visto nada, lo dejaron con vida. El cadáver de monseñor Angelelli quedó más de seis horas tirado sobre la ruta, rodeado de policías que impedían que nadie se acercara. A Pinto lo trasladaron a un hospital. Cuando se recuperó, se alejó prudentemente de La Rioja y encontró refugio en el obispado de Neuquén, a cargo de monseñor Jaime de Nevares, uno de los pocos obispos que no silenciaron las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura.
El destino de la documentación que Angelelli llevaba en la camioneta se conoció años después, por el testimonio del represor Peregrino Fernández ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU: “Uno o dos días después de ocurrido el suceso, los papeles que portaba el obispo Angelelli en el momento de su fallecimiento llegaron a la Casa de Gobierno dirigidos al ministro (del Interior, Albano) Harguindeguy, en una carpeta remitida desde la guarnición militar de Salta, con expresa indicación de que se trataba de documentación confidencial. Este hecho llamó la atención del declarante, ya que los citados papeles no fueron entregados a la causa judicial, como tampoco entregados a los allegados de monseñor Angelelli (…)
La documentación fue entregada al general Harguindeguy (…) Quiere aclarar el dicente que prestó especial atención al hecho por la forma estrictamente ‘secreta’ que se dio a la existencia de esta carpeta. Añade que no tiene conocimiento del destino posterior de la misma, puesto que el general manejaba en forma personal todos los hechos referentes a la Iglesia”, declaró.
El 5 de agosto de 1976 los diarios argentinos titularon que monseñor Angelelli había muerto en un accidente automovilístico. Sin embargo, en La Rioja, eran muchos los que sabían que no había sido así, aunque no se atrevían a decirlo.
Buscando la verdad . En agosto de 1983, siete años después de la muerte de Angelelli, cuando Jaime de Nevares denunció públicamente que había sido asesinado, este cronista viajó a la provincia de La Rioja enviado por un semanario de Buenos Aires. Allí recorrió los lugares donde habían muerto Angelelli y los curas Murias y Longeville, y entrevistó a antiguos colaboradores del obispo, a una de las monjas laicas que asistió al cura Pinto mientras permanecía internado con custodia policial, a periodistas y vecinos de la capital provincial y de Chamical. A pesar de que la dictadura ya estaba en franca retirada, el temor a hablar era notorio.
De todos los testimonios que pudo recoger, el más llamativo fue el de monseñor Bernardo Witte, reemplazante de Angelelli en el Obispado de La Rioja. Después de más de media hora de contestar con frases hechas las preguntas del cronista y de que el reportero gráfico Jorge Salto tratara sin suerte de sacarle una foto donde apareciera natural, el obispo dio por terminada la entrevista. Se ofreció a acompañar al cronista hasta la calle. Una vez allí le dio la mano y por primera vez habló con soltura, pasando del distante tratamiento de “usted” al tuteo: “Vos fuiste hasta Chamical, ¿no? Viste lo que es esa ruta… es un billar. Pensá cómo pudo haber ocurrido ‘el accidente’”, le dijo mirándolo a los ojos. Muchos años después, en 2006, Witte se desdiría en parte de estas palabras, que fueron oportunamente publicadas. “Las fuerzas del mal asesinaron a Carlos y Gabriel y al laico Pedernera, también querían matar a monseñor Angelelli, pero su muerte fue a causa de un accidente de tránsito”, dijo.
En la mira. La escalada de la dictadura cívico militar contra el obispo Enrique Angelelli, que terminó con su asesinato en Punta de los Llanos, fue en realidad el capítulo final de una ofensiva que comenzó mucho antes, a poco de que se hiciera cargo del Obispado riojano, en 1968. La desigualdad social que reinaba en su diócesis y los abusos que cometían los terratenientes con los campesinos lo llevaron no sólo a predicar la opción por los pobres sino a trabajar activamente junto a ellos, ayudándolos a organizarse para resistir. Las dictaduras de la autodenominada Revolución Argentina lo toleraron a duras penas, pero a partir de 1973 el gobierno provincial del peronista Carlos Menem lo hizo objeto de ataques despiadados, tanto desde la prensa adicta como por la vía de los hechos.
Para muestra basta un botón. El 18 de noviembre de 1973, el diario El Sol, de la capital provincial, publicó en portada una obscena operación de prensa contra Angelelli y, de paso, contra Alipio Paoletti, director del diario El Independiente, cuyas páginas se hacían eco de las denuncias del obispo. “DESBARATAN PLAN MARXISTA”, titulaba El Sol en su portaba, y en la bajada, agregaba: “Angelelli muy comprometido”. Para redondear, en una suerte de copete o segunda bajada, El Sol abundaba: “Mediante infame maniobra se pretendía desprestigiar a sus más tenaces opositores. Alipio E. Paoletti, director del diario El Independiente, sería uno de los contactos”.
La nota, sin firma, afirmaba que un tal Carlos Adolfo del Prado Medina (a) El Caminante, detenido por la policía provincial, había decidido “declarar expontáneamente” (sic) su conocimiento de un plan que ejecutaría “una pareja de hippies” para implicar a “importantes funcionarios del gobierno de la provincia” en el tráfico de drogas. Estos funcionarios, según El Caminante, “caracterizados todos ellos por pertenecer a la línea ortodoxa del peronismo local y ser tenaces opositores al marxismo, identificados con la línea nacional”.
Según el artículo, El Caminante había confesado ser parte del plan y que “había sido enviado por sacerdotes tercermundistas que actúan en la provincia de Santa Fe, juntamente con un grupo de personas marxistas”. Su misión era “ponerse en contacto con personas allegadas a los círculos adictos al obispo Angelelli (quien) estaba en conocimiento del plan y sería el principal organizador”. De acuerdo con El Sol, el plan también estaba “orquestado y dirigido por el tercermundismo nacional y local, aproyados por el director del diario El Independiente y algunos de sus más íntimos colaboradores, públicamente identificados con la línea pastoral del obispo Angelelli”. El artículo, plagado de contradicciones y verbos en condicional, no aportaba ninguna prueba ni testimonio on the record.
Las operaciones de prensa contra el obispo dieron paso muy pronto a los hechos. Sus misas solían ser interrumpidas por grupos de manifestantes, en algunos casos encabezados por Amado Menem, uno de los hermanos del gobernador, que llegaron incluso a atacar a Angelelli a piedrazos dentro de la catedral. Por entonces, el obispo ya recibía constantes amenazas de muerte. Después del golpe del 24 de marzo a Angelelli sólo le quedaron dos alternativas: alejarse de La Rioja o morir. El obispo eligió quedarse. “No puedo esconderme debajo de la cama”, le dijo a María Elena, su sobrina, pocos días antes de ser asesinado.
El juicio por el asesinato de monseñor Angelelli comenzará en La Rioja en octubre, 37 años después de su muerte. En el banquillo se sentarán los tres imputados que todavía están vivos: Luciano Benjamín Menéndez, el comodoro Luis Estrella y el represor Juan Carlos Romero (a) La Bruja. Los genocidas Jorge Videla y Albano Harguindeguy gozarán de la impunidad que les brindó la muerte
04/08/13 Miradas al Sur
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