martes, 20 de agosto de 2013
La teoría del goteo (II)
En materia de comunicación social existe algo que se denomina "el lugar del hablante". Ese lugar desde donde se emite un discurso (no en el término político sino como acto de habla) brinda credibilidad a lo que se transmite. Si un científico de renombre internacional habla sobre el hallazgo de una vacuna, sus características como profesional anteceden su discurso y lo revisten de credibilidad. Si un jugador de fútbol se pone a opinar sobre un tema científico el oyente se prepara (o debería hacerlo) para desconfiar. Sucede que se puede observar desde hace tiempo un lento pero incesante proceso de banalización de los saberes y del saber mismo. Ha surgido el rol del "opinólogo" y han prosperado los "panelistas" que se han ganado un lugar en diferentes medios más por caradurismo que por capacidad. Muchos de estos sujetos que se insolan bajo las lámparas de un set de televisión desvarían sobre los temas más variados y es así que podemos ver a una modelo surgida de un reality que de pronto se constituye en una autoridad en criminalística y medicina forense.
Muchas de la opiniones vertidas en estos programas plurifuncionales no superan en absoluto la capacidad de análisis del espectador menos perspicaz, tornando la discusión en una charla de cola de banco entre dos vecinos más o menos desinformados. De forma subrepticia se han ido instalando varias sensaciones en el imaginario colectivo: la primera sería que si bien antes el no saber sobre algo y decir cualquier estupidez causaba, por lo menos, vergüenza, hoy la ignorancia es motivo de gracia y festejo entre aplausos y risotadas. El ignorante lejos de ser desplazado ocupa un lugar central y se convierte en referente de la desprevenida vecina que “le cree” todo lo que dice porque sale en la tele. No es el lugar del hablante en cuanto a conocimiento previo sino que el medio ocupa ese “lugar” que certifica la credibilidad del discurso (se ve que McLuhan tenía razón con aquello de que “el medio es el mensaje”)
Otro factor a tener en cuenta es que se ha desarrollado una verdadera pasión por el escándalo y de esa forma todo tema escabroso desplaza el interés por la verdad a fuerza de ser morbosamente interesante. Tengo a modo personal la teoría de que todos necesitamos que alguien sea peor que nosotros y de esa forma se constituyen diversos chivos expiatorios que distraen cotidianamente la atención sobre nuestras propias miserias. Se debe, entonces, consensuar una figura a ser atacada, poblar durante horas todos los medios de difusión con mensajes escandalosos y brindar –para eso está la televisión – un “sano entretenimiento” a costa de lo que sea. Tenemos entonces que la verdad y el saber han perdido lugar en manos del show y la mentira organizada. Una combinación que aplicada en forma de goteo opera como una lobotomía que termina por convertir al consumidor de esos medios en un vegetal parlante.
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