martes, 20 de agosto de 2013
Críticas de médicos y psicólogos a Nelson Castro
Diversas voces del mundo de la medicina y la psicología cuestionaron ayer con firmeza a Nelson Castro, quien, días pasados, desde la pantalla de TN lanzó que la presidenta Cristina Fernández "padece el Síndrome de Hubris", una "patología" que el periodista y doctor atribuyó a quienes ejercen "el poder". Uno de los que se pronunció fue el psicólogo y coautor de la Ley de Salud Mental Nº 26.657, Leonardo Gorbacz. Afirmó que Castro "infringe" esta norma al realizar diagnósticos mediáticos. "Lo que hizo Castro es de una gravedad ética enorme y múltiple. Si está matriculado, el Colegio Médico al que pertenece debería analizar su conducta", señaló Gorbacz, y explicó que, según la Ley de Salud Mental, no se puede hacer un diagnóstico psiquiátrico en base a la ideología política de una persona o a su orientación sexual.
Por su parte, la Asociación de Psicólogos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires manifestó “su más enérgico repudio y desagrado frente al uso, por parte de periodistas o comunicadores, de diagnósticos psicopatológicos y terminología técnica perteneciente al área de salud mental para aseverar, suponer o conjeturar sobre posibles trastornos que padecerían ciertas personas”. La entidad también lamentó que para estas maniobras se haga uso “sin ningún fundamento científico para hacerlo”, de “los medios masivos de comunicación, y menos cuando esos trastornos no son reconocidos por la comunidad profesional experta en la materia”.
Según Donato Spaccavento, médico sanitarista y ex ministro de Salud porteño, el Síndrome de Hubris "no figura en los manuales de Psiquiatría. Este tipo de opinión diagnóstica no tiene entidad neuropsiquiátrica. Se trata sólo de una definición política, utilizando ciertos rasgos que no son probos y que no sólo buscan desprestigiar a la presidenta los argentinos".
"Todos los ejemplos que dio Castro sobre personajes políticos que padecieron este supuesto síndrome siempre coinciden en algo: se trataron de personalidades que se enfrentaron al imperialismo. Esta burda operación política se cuadra en este contexto, en el que se se trae a colación una enfermedad que no existe y que está descripta por un conjunto de síntomas que puede tener cualquier persona", enfatizó Spaccavento.
"Es falso pensar que las personas, por el simple hecho de estar relacionadas con situaciones de poder, tengan que sufrir un síndrome como este", opinó Federico Aberastury, médico psicoanalista y ex vicepresidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Y añadió: "Yo no analizaría ni diagnosticaría a un paciente que no trato. A Castro, quien me merece una opinión positiva, habría que preguntarle de dónde sacó la información y por qué realizó esa opinión diagnóstica, a menos que esté comprometido políticamente y opine desde esa intencionalidad."
Para Harry Campos Cervera, médico psicoanalista, "cualquier persona que tiene poder puede padecer este síndrome, ya sea el director de un diario, el CEO (gerente general) de una empresa o un ídolo de rock, no necesariamente debe tratarse de mandatarios". Tras distinguir entre diagnóstico y opinión diagnóstica, consideró "legítimo" que Castro pueda opinar, como hizo. Pero advirtió que la "confirmación efectiva" requiere de "acciones adicionales que se consiguen más en ámbitos privados que públicos". «
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Un diagnóstico en busca de paciente
De la editorial que el médico-periodista Nelson Castro realizó en su programa El juego limpio, por TN, y que días más tarde llevó al papel en la tapa del dominical Perfil, surge una duda inicial: ¿Es sólo una mala nota periodística o es un diagnóstico médico que orilla la mala praxis profesional?
Por Gustavo Cirelli
Sobre cuál es la finalidad, al menos en ese punto, no hay margen para dudas: radica en fustigar la figura de la primera mujer que fue electa en dos oportunidades presidenta de los argentinos. Y eso es parte de un dispositivo corporativo comunicacional que busca desplazar al kirchnerismo del centro de la discusión política, desconocerle su función de sujeto político transformador para exponerlo a un linchamiento por fuera de todo debate racional. Se antepone a las decisiones de Estado, por ejemplo, el tufillo de la antipolítica, esa estrategia remanida de la que son parte activa, paradójicamente, una serie de dirigentes políticos que se sentaron hace años, por caso, en las faldas del Grupo Clarín.
Y si bien hay rasgos en la maquinaria discursiva del bloque dominante que connotan un profundo y despectivo machismo, en verdad, en el fondo, se oculta un insalvable desprecio por la política que impulsa la presidenta, y no sólo en su condición de mujer.
En ese contexto debe leerse el artículo de Castro. ¿Por qué? Porque a la distancia, el médico periodista apela a Google y diagnostica que Cristina Fernández de Kirchner padecería de Síndrome de Hubris, un cuadro psi que, tras los resultados electorales del pasado 11 de agosto, –aventura– se habría exacerbado a límites severos lo que desató el "alerta médica por la salud emocional" de la mandataria. Se entusiasma Castro en su artículo –pieza ineludible del "periodismo independiente" de estos días– y se refiere varias veces a "la labilidad emocional" de Cristina. Discurre Castro entre obviedades y conjeturas –sin fuentes a la vista– que "los médicos de la Unidad Presidencial estuvieron en alerta durante todos estos días". Y sí… de eso trabajan: de estar alerta al cuidado de la presidenta. Agrega Castro: "Anida en ellos (los médicos) un sentimiento de preocupación." Y sí… se insiste: de eso trabajan.
La nota de Castro no sólo adolece de fuentes jerarquizadas para sostener una información-denuncia que reviste, de por sí y como mínimo, un máximo nivel de gravedad institucional, ya que se refiere a la salud de un jefe de Estado, sino que, además, peca de maniquea. Técnicamente podría definirse al artículo como la construcción un diagnóstico en búsqueda de un paciente.
Toma Castro de una revista científica un informe que se publicó en 2009, firmado por el neurólogo y psiquiatra inglés David Owen y el psiquiatra estadounidense Jonathan Davidson, que se tituló: "Síndrome de Hubris: ¿Un trastorno de la personalidad adquirido? Estudio de los presidentes de los Estados Unidos y de los primeros ministros británicos en los últimos cien años." Un hallazgo, no tanto para la ciencia sino más bien para cierto periodismo argentino que anda diagnosticando, desde entonces, al kirchnerismo de "hubritis crónica". Que es, algo así, como un diagnóstico-formulario al que se puede adjuntar el nombre de cualquier dirigente o líder de talla.
Entre los síntomas del síndrome se detalla, por ejemplo, una "tendencia narcisística del líder a ver el mundo primariamente como una arena en la cual ejercer el poder y buscar la gloria." En este punto, y apelando a una antojadiza interpretación castrista –no por Fidel, precisamente– puede decirse que el Papa Francisco tendría algún rasgo de este síndrome, ¿o ahora que llegó Bergoglio al pontificado en el Estado vaticano no se discute ni se ejerce más el poder? ¿O por tradición y fe, el heredero del trono de Pedro no busca la gloria? Todo es posible en el universo del periodismo independiente-conjetural.
Lo mismo le diagnosticó el periódico Perfil a Néstor Kirchner en 2009: hubritis. Qué le hubiese cabido a Raúl Alfonsín allá a mediados de los ’80 cuando tomó el micrófono en el palco de la Rural y repartió parejo contra el Grupo Clarín y la oligarquía ganadera. ¿Fue un rapto de "labilidad emocional" del caudillo radical? No. Fue toda una definición política. E histórica.
Pero existe distinta vara. Alfonsín es considerado un líder temperamental, como mucho un "cabrón” de la política. Francisco, un intocable. Los Kirchner, en tanto, para Castro y el grupo que lo contiene, unos enfermos de poder: patagónicos ensimismados. Autoritarios. Cerrados, que construyen, avaros, un poder dictatorial. Lo increíble es que ante ese escenario asfixiante, de intolerantes bipolares, desbordantes de ira, Castro obtiene información detallada del círculo más íntimo de la presidenta. ¿En qué quedamos? Si los K odian a la prensa por qué después cuentan que lloran desconsoladamente en la soledad de su poder por el resultado de unas elecciones primarias. Relato raro, ¿no? Escribió Castro en la página 2 de Perfil del domingo 18: "Llevó algún tiempo recobrar la calma. Una maquilladora debió trabajar sobre el rostro de la presidenta para tapar los efectos de las lágrimas y del enojo." Ya lo había dicho un editorialista de Clarín, casi, casi igualito. Pero, a esta altura, ya habría que hablar de síndrome del lector desprevenido, porque en la misma edición del semanario Perfil, en la página 3, una reconocida maquilladora de moda desacredita la versión lacrimógena. En fin. Alta política.
Por ahí andaba el guión post electoral del conglomerado de Magnetto, a pleno con la "labilidad emocional" de la presidenta, hasta que el domingo por la noche, Jorge Lanata se llevó de paseo por el mundo a su audiencia dominguera detrás de "la ruta del dinero K", con estadía incluida en un paradisíaco paraíso fiscal. A Castro le duró poco el hit "Hubris". Lanata, una vez más, le arrebató el centro de la escena y encima se fue de viaje a una linda playa. Coincidieron en pegarle duro y parejo a la figura presidencial. Uno, con efectismo seudo emocional y Google. El otro, con un informe televisivo que ya se metió en los anales del periodismo por haber sido desmentido en vivo y en directo. Un pequeño detalle.
Posdata: en el punto 13 de la enumeración de los síntomas del Síndrome de Hubris se indica: “una tendencia a dar curso a una visión autocomplaciente de la rectitud moral de un determinado curso de acción, para obviar la necesidad de considerar otros aspectos del mismo, como su practicidad, sus costos y la posibilidad de un resultado diferente al deseado”. Queda claro que un diagnóstico que busca paciente le cabe a cualquiera. Tan obvio como el vermut con papas fritas. Puro show.
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