El regreso del animador a la televisión y su impacto sobre el debate político argentino. Apuntes sobre la videopolítica.
Por Conrado Yasenza*
En la segunda semana de mayo Marcelo Tinelli volvió al ruedo catódico con su ya consagrado ShowMatch. Mega apertura con más de 800 artistas en escena. Adonis y Afroditas en un suntuoso set de erotismo y política. Adoraciones de circo romano y muy popular. ¿Una colaboración de contrarios? En verdad, una vinculación advertida desde los griegos hasta la videopolítica. Vínculos de atención, posesión y placer. Digamos: Poder. Las dos caras de una misma moneda acuñada entre el eros y la política. Una moneda corriente, un juego de resistencias y deseos que no excluye mayorías. Un eros político que resiste, se resiste y se somete. ¿A qué? Al deseo y la coyuntura. Y de nuevo, una cinchada en la que la dinámica de las complejas relaciones sociales revelan luchas políticas o relaciones de poder. Ese poder no es unidimensional, no es Tinelli sometiendo a los candidatos presidenciales en el set de canal 13. No se reduce a la coyuntura de una batalla cultural que viene corriendo desde atrás. Allí esta expresada esa voluntad de poder caracterizada por negociaciones, transacciones e interacciones dinámicas que son principalmente sociales. Tinelli y sus deseos. Tinelli y su poder. Los deseos políticos de los candidatos y sus formas de comunicar un poder que necesita tanto del set de televisión (y de Tinelli) como del vínculo con los espectadores-votantes. Entenderlo como una manifestación caníbal de la televisión es un error ya que la televisión es un elemento más de las relaciones vinculares entre esas personas físicas que votan y desean. ¿Se agota en la TV? Tampoco. La televisión cobra la figura de una planta carnívora que todo lo devora pero los políticos han aprendido desde 1983 hasta nuestros días a decodificar las formas de su apetito, el lenguaje con el que seduce, la lengua con la cual expresarse en su seno. Lenguajes y lenguas que hablan y gesticulan. Allí no se trata, únicamente, de una cantidad de fuerza en acción sino de relaciones estratégicas y hasta inestables. Pero existe además un elemento fundamental que no puede ser soslayado: Hay personas, miles, que forman parte de esas relaciones de fuerza, de ese ejercicio de deseo y poder. Para ellas también se acuña esa moneda. Para poder hacer real esas series de transacciones simbólicas que se expresan luego en preferencias políticas.
Entonces, el poder ya no se posee sino que se ejerce. No es posesión exclusiva ni de Tienlli ni de los políticos que asisten a su programa para ser imitados. Ese ejercicio del poder es el que falla a veces. Esa interpretación errada de los deseos políticos del candidato escindidos de un mundo atravesado por múltiples lenguajes que deben complementarse. Se ha dicho que la política es algo demasiado serio para dejarlo en manos de la televisión, o de Tinelli, que es como un enorme sinónimo de lo televisivo. Y es cierto. ¿Pero quién falla cuando se plantea que el debate político debe ocurrir sólo en los sets de televisión? ¿Tinelli? No. Tinelli hace su juego y muy bien. Conecta con lo popular, lo degrada a veces, lo populariza otras, siempre lo pone en funcionamiento a través del entendimiento de las complejas relaciones que se dan en un mundo atravesado por la polisemia de los vínculos con el otro, con los otros. No podemos entender esos vínculos como un cuadrilátero donde solo dos contrincantes compiten en un juego complejo.
Para atacar el regreso de Tinelli y la supuesta sujeción (posesión) que éste realiza sobre los candidatos, mucho se habla del eterno retorno a los noventa. La dificultad quizá resida en que, sin dejar de lado la puesta en valor de la función social de la política y el Estado, que incluye innegables transformaciones y contiendas por derechos, y por las formas comunicacionales con las que se disputa el sentido social de la vida, los noventa nunca se fueron. Se difuminaron sus formas más feroces pero siempre estuvieron a la vuelta de la esquina. Las transformaciones sociales y la adquisición de derechos nunca dejaron de convivir con las viejas formas de hacer política. No se esfumó el arquetipo citadino-arquitectónico de “urbanismo exclusivo” que representa Puerto Madero. Todo lo contrario, se extendió y muchos representantes de la nueva política mudaron sus domicilios allí – o sus dormidomicilios. Pero esto es anecdótico, si se quiere, ya que fue el lugar y el argumento que en el 2013 utilizó el irrompible Leandro Santoro para montar su performance antiK “El paseo de las estrellas”. Pero no deja de ser simbólico.
Junto a los procesos de incipiente industrialización la lógica económica de la concentración no menguó. Hubo asociaciones ocasionales con los magnates de la soja, con los reyes del negocio bancario. Se puso en manos de irresponsables e inescrupulosos empresarios privados, servicios esenciales como el ferrocarril. La expansión de la frontera de la soja no dejó de crecer y con ella la imposición de los monocultivos y la exportación de materias primas. Y un elemento fatal que ingresó al país con el Gobierno de Carlos Menen y la gobernación de Felipe Solá, el glifosato de Monsanto con el cual se fumiga y se enferma y mata a los invisibilizados de la pujante industria agroexportadora que quedó cubierta bajo los restos de la batalla cultural. Allí están no sólo Grobocopatel sino Clarín-La Nación y Monsanto.
La fiebre del consumo se explicó por la creación de puestos de trabajo – que es cierto – pero siguió siendo consumo y fiebre. No sólo del que pudo acceder a bienes durables y necesarios a los que antes no tenía acceso sino también de quienes invirtieron en ladrillos o compraron automóviles de alta gama cada dos años y pudieron revitalizar sus quebradas empresas para seguir pagando salarios discutibles, comprar divisas extranjeras o girar sus dineros al exterior para evadir impuestos.
Tampoco dejaron de crecer los countries hacia los cuatro puntos cardinales junto al negocio inmobiliario que deja afuera todavía a un número significativo de argentinos. Podríamos escribir cientos de líneas: No se abordó con seriedad una política extractivista ni minera, ni se reformó la ley de entidades financieras. Tampoco se reformuló el sistema político feudal en nuestras provincias.
Es decir, Tinelli no es la representación de todos los males que los noventa arrojaron sobre nuestros pueblos y humanidades. Tinelli es el mentor de un espectáculo televisivo con aspiraciones políticas. Hace un show y los políticos concurren como lo hacen a Intratables o como lo hacían años atrás al programa de Calabró, El Contra, o “A la cama con Moria”. Alfonsín, después de todo, fue quién mejor interpretó el advenimiento de estos lenguajes y fue el que mejor explotó los recursos publicitarios para su campaña presidencial. Y como hecho a resaltar hizo uso de la combinación Plaza Pública-Oratoria-Publicidad.
El problema será descifrar entonces cómo los políticos entablan un debate serio sobre problemas sociales y económicos sin quedar fijados en sus parodias televisadas. La política se ejerce y el territorio se camina, se comprende y se internaliza.
Cuál es el objetivo político y social frente al nuevo período que se avecina luego de doce años de kirchnerismo, es la pregunta política a descifrar.
*Periodista. Director de la Revista La Tecl@ Eñe
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