No es desidia. No es ineficiencia. No es falta de controles.
Es el modelo de gobierno de una ciudad que redujo al Estado a su mínima expresión y dejó a su merced a los más vulnerables.
Los bomberos muertos en Iron Mountain, los bebés que aumentan la tasa de mortalidad infantil, los niños muertos en el taller clandestino, el hombre muerto de frío en la Plaza Houssay, los ancianos quemados ayer en un geriátrico son víctimas de un modelo que cree que tienen derecho a vivir en la ciudad sólo aquellos que pueden pagar todo lo que necesitan para resolver su vida cotidiana.
Ahora, que nos habíamos desacostumbrado a hablar de derechas e izquierdas y nos habían convencido que eran categorías perimidas, el macrismo vuelve a exponer con brutalidad de qué hablamos cuando hablamos de la derecha. La gran diferencia entre izquierda y derecha, escribía Norberto Bobbio, es su visión sobre la igualdad. Para la izquierda, la búsqueda de la igualdad ha sido su estrella polar. Para la derecha, las desigualdades existen casi por una elección y son hasta deseables. Cada uno es lo que quiere ser.
Cuando Macri dice que el problema con los talleres clandestinos es que cuando llegan los inspectores son los explotados quienes les piden que se retiren se inscribe claramente en esa tradición. Los pobres son pobres porque quieren. En esa sola frase renuncia al poder del Estado para modificar las condiciones de explotación y garantizar un piso mínimo de igualdad y derechos para todos.
Durante muchos años, la derecha gobernó en la Argentina infiltrándose en los grandes movimientos populares, poniendo ministros de Economía o a través de golpes militares. Hoy tenemos en la ciudad un representante genuino, sin maquillaje, que propone ese modelo para todo el país.
Lo vemos cada día en la ciudad. El achicamiento del Estado a su mínima expresión. El desamparo para las clases vulnerables. La ausencia de control de las empresas privadas. El colapso del Estado Benefactor y de los sistemas de salud y educación pública. Las desigualdades en la ciudad de Buenos Aires son hoy de tal magnitud, que ya no nos alcanza con hablar de redistribución de la riqueza. Después de ocho años de macrismo, debemos hablar de redistribución de derechos, de futuro, de vida. Debemos redistribuir sueños en Buenos Aires. Dice Pierre Bourdieu, la mano izquierda del Estado es la que abraza, la que cuida, la que acaricia, la que contiene. Cuando se retira la mano izquierda del Estado, avanza la derecha: la que excluye, la que reprime, la que castiga. La que se muestra insensible ante la sucesión de muertes evitables en la ciudad más rica del país. Hay otro modelo de Ciudad. Una Ciudad donde el Estado garantice un piso de justicia de acuerdo a las necesidades y los derechos y alienta que cada uno busque la felicidad según sus deseos. Una ciudad donde la estrella polar siga siendo la búsqueda de la igualdad.
* Legisladora porteña (NE).
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