Por Horacio Verbitsky
La desaforada irrupción de Francisco De Narváez en la redacción de la agencia de noticias Nova tiñó de sangre la campaña electoral. La línea prepotente que De Narváez ha seguido a lo largo de los años es conocida por quienes trataron con él en la vida privada, los negocios y la política. Pero la sobredosis de agresividad aplicada por el violento aspirante a la gobernación bonaerense contra el director de ese medio, Mario Casalongue, a quien tumbó de un golpe y siguió pegándole en el suelo una vez desmayado, no sólo caracteriza su personalidad sino la crisis del Frente Renovador, una nave espacial fuera de órbita cuyos fragmentos caerán a la tierra entre hoy y el 20 de junio, cuando venza el plazo para la presentación de precandidatos, o el 25 de octubre, fecha de las elecciones generales.
Los mismos medios que consideran cada mención presidencial a un periodista como un ataque a la libertad de expresión y anotan en la cuenta del gobierno cada tweet anónimo con insultos o amenazas contra algún opositor fueron muy discretos con este episodio, el más grave protagonizado por un dirigente político de primera línea contra un periodista en los 32 años de la democracia argentina. O lo ignoraron por completo o centraron su cobertura en la declaración posterior de arrepentimiento que formuló De Narváez y destacaron el carácter falso, repugnante o agraviante de la información publicada por Nova sobre la sexualidad del candidato y de su esposa, como una solapada excusa de su conducta. En cambio, no reprodujeron las imágenes impresionantes del periodista con la boca partida y su camisa y las alfombras de la redacción cubiertas de sangre, ni las amenazas contra tres redactoras a quienes el diputado y empresario ordenó retirar del portal la información que le molestaba. La jurisprudencia internacional sobre libertad de expresión se produjo en casos donde los denunciados distaban de ser ejemplares, como el caso del diario anticatólico, antisemita, antisindical y antinegro The Saturday Press y el del editor de pornografía Larry Flynt, por lo que no importa discutir el contenido de la nota. Distintos jueces deberán tratar las denuncias cruzadas de los protagonistas. Los efectos políticos podrían sentirse antes.
Los tránsfugas
Pocas horas antes de irrumpir en la redacción junto con un guardaespaldas, De Narváez había negado que estuviera por desistir de su candidatura y el séptimo intendente en lo que va del año desertaba del Frente Renovador, mientras otros cuatro se quitaban el buzo y comenzaban el precalentamiento competitivo. Los evadidos del FR lo oficializaron fotografiándose con Wado de Pedro, Julio De Vido, Aníbal Fernández, Daniel Scioli y/o Florencio Randazzo. Sólo dos de los tránsfugas encaminaron sus pasos hacia la Propuesta Republicana de Maurizio Macrì. Si el FR desapareciera antes de las elecciones o si hubiera una segunda vuelta, esta proporción es un indicio sobre la dirección que seguirían sus adherentes. El proceso de evaporación que padecen De Narváez y Sergio Massa no responde a una sola causa, aunque algunas son más ostensibles que otras. Ambos vencieron en las elecciones legislativas de 2009 y 2013 y no comprendieron la diferencia sustancial con comicios en los que se disputan cargos ejecutivos. En 2009, De Narváez (entonces aliado con Maurizio Macrì y Felipe Solá) venció en Buenos Aires con el 34,7 por ciento de los votos pero dos años después buscó la gobernación y no llegó al 16 por ciento. En 2013, Massa rompió con el gobierno nacional y fue electo diputado con doce puntos de ventaja sobre el inverosímil candidato del FpV. A la boleta de Massa apostaron todos los electores temerosos de una nueva victoria del Frente para la Victoria que permitiera la reforma constitucional, de modo que Cristina quedara habilitada para competir por un tercer mandato en 2015. Pero ya sin esa posibilidad, la actual presidente conserva un nivel de aprobación equivalente al de quienes la votaron hace cuatro años, el más alto en la democracia argentina. Sólo superó ese porcentaje Kirchner, quien no buscó la reelección por voluntad propia aunque la Constitución no se lo impedía.
Cada cosa a su tiempo
Por lo menos desde agosto de 2010, cuando Héctor Magnetto recibió en su departamento de Alvear y Cerrito a Macrì y a la plana mayor del Peornismo Opositor de entonces (De Narváez, Solá, el ex senador Eduardo Duhalde y el senador Carlos Reutemann) y les planteó la conformación de una alianza electoral antikirchnerista, ésa ha sido la estrategia central de los poderes fácticos, así como la imposibilidad de cerrar tal acuerdo se constituyó en su explicación principal a la cómoda victoria de Cristina, con la mayor diferencia sobre el segundo desde 1983.
Hacia fines del año pasado se hizo perceptible que la mejor combinación opositora sería un acuerdo entre Macrì como candidato a presidente y Massa para la gobernación de Buenos Aires. De repetirse los últimos resultados de cada uno (el FR, 44 por ciento en Buenos Aires, el PRO, 64 por ciento en la CABA, equivalentes al 17 por ciento del padrón nacional para Massa y el 3,7 para Macrì) la suma aritmética de ambos resultados podía asegurarles un piso no desdeñable del 20,7 por ciento para las presidenciales de 2015. Pero todos ansiaban el premio mayor, de modo que ese acuerdo no fue posible ni antes ni ahora.
Massa y Macrì padecían el mismo déficit: sólo eran fuertes en sus respectivos distritos y carecían de estructura nacional. Buscaron suplirlo con avances sobre los baluartes municipales y provinciales del justicialismo suponiendo que sin la opción reeleccionaria su conducción se debilitaría y podrían desmembrarlo a tarascones. Como no tuvieron demasiada fortuna, enfilaron hacia el radicalismo, con suerte diversa. Macrì acordó con su presidente Ernesto Sanz, quien pudo imponer esa alianza en la Convención de Gualeguaychú sin provocar tremendas reacciones internas, dado que el repliegue radical hacia las posiciones tradicionales del balbinismo se ha hecho cada vez más pronunciado. Massa apenas logró que se respetaran en algunas provincias sus acuerdos con ciertos capitanejos radicales con posibilidad de gobernarlas. De Narváez tuvo en el FR el mismo efecto disruptivo que Elisa Carrió se reserva para más adelante en la entente con radicales y macristas. Los siete intendentes que ya le dieron la espalda a Massa gobiernan municipios cuyo número de electores iguala el de los dieciocho que aún no lo han hecho y lo superarían con holgura si se confirmaran los próximos pases en agenda. Massa está tan lastimado por la pérdida de votos como por la de auspiciantes, por llamarles de algún modo. Uno de los dirigentes que declinaron su candidatura bonaerense afirma que la ley vigente (que permite la publicidad en cualquier momento siempre que no diga en forma taxativa que el exaltado es candidato a algún cargo) relega a quienes no manejen una fortuna bien o malhabida. “Una de esas gigantografías que asustan a los conductores en la Panamericana cuesta 80.000 dólares, y yo no tengo esa plata”, dice. Es más difícil comprobar la exactitud de esa cifra espeluznante (incluyendo diseño, producción, instalación, mantenimiento y alquiler del espacio) que la desigualdad de recursos entre los diversos postulantes, por lo que sólo quedaron en carrera el potentado De Narváez y la esposa del dirigente petrolero Alberto Roberti. Cinco agencias de publicidad consultadas se negaron a informar sobre el costo de esos carteles.
Hace varios meses el jefe de campaña de Massa, Juan José Alvarez, fue el primero en advertir que no trabajaría para Macrì, pero nadie se preocupó porque sólo lo planteó en privado y no controla ningún territorio. Influido por De Narváez, Massa propuso la interna ampliada de la oposición que Gerardo Morales había postulado sin éxito en la Convención Radical y esto generalizó aquellos resquemores expuestos por Alvarez. Cuando el concepto encarnó en grandes municipios de las secciones electorales primera y tercera y se hizo público en forma estrepitosa ya era demasiado tarde para lágrimas. Para colmo, Macrì rechazó cualquier acercamiento. Ahora que Cristian Ritondo es un estadista escuchado en el Wilson Center de Washington (aunque aclare que no lo recibe en sus propias oficinas sino en las del lobbysta por contrato Thomas McLarthy) y que Diego Santilli aprendió a salir con modelos y jugar con globos de colores, el alcalde porteño se rehúsa a cualquier acuerdo contaminante de su pureza amarilla, por lo cual desatiende el desesperado ofrecimiento de Massa, quien se quedó solo por ir tras los radicales y ahora es rechazado por peronista. Para ayudarlo, su suegro propone restituir a la galería de honor del Colegio Militar los retratos de los ex dictadores que Kirchner bajó en 2004. Lástima por Malena, que merecería mejor destino.
Memorias del 2001
En vida de Raúl Alfonsín, la UCR demostró que el antiperonismo moderno (afeitado de sus extremos gorilas que se quedaron en el ‘55) podía ganar elecciones libres, pero no que estuviera en condiciones de gobernar sin conducir al país a situaciones de extremo sufrimiento para la masa popular. En estos días terminan los testimonios en la causa por los asesinato del 19 y 20 de diciembre de 2001 en la Plaza de Mayo y sus inmediaciones, donde cinco jóvenes fueron asesinados a escopetazos y hubo cien heridos, amén de otras dos docenas de víctimas mortales en el resto del país. Fernando de la Rúa fue sobreseído y la Corte Suprema de Justicia se lavó otras 280 veces las manos, dejando firme esa decisión justo a tiempo para que el ex presidente pueda declarar como testigo en la causa en la que fue el principal imputado. El juicio penal, conducido por un tribunal que preside el juez José Martínez Sobrino sólo discernirá la responsabilidad del entonces secretario de seguridad Enrique Mathov y de un grupo de policías que condujeron o ejecutaron la represión, encabezados por su jefe Rubén Santos. Cualquiera sea la decisión del tribunal respecto de los aún procesados, no podrá dar cuenta del encadenamiento de hechos políticos, económicos y sociales que condujeron a ese desenlace. Vale la pena recordar que esa Alianza comenzó en diciembre de 1999 con los asesinatos en el puente de Corrientes, copado por un destacamento de Gendarmería a cargo del represor de la dictadura Ricardo Alberto Chiappe. El flamante gobierno fue bautizado con la sangre de esos dos muertos, que pudieron ser más si hubiera cumplido su amague de decretar ya entonces el estado de sitio y enviar al Ejército al lugar.
Durante todo el año 2001, el gobierno nacional intentó negar la grave crisis, redujo 13 por ciento sueldos y jubilaciones, minimizó la paliza electoral porque De la Rúa no había sido candidato y recurrió al megacanje y el blindaje, que dieron tiempo a los bancos y las grandes empresas para fugar del país más de 20.000 millones de dólares. En la primera semana de diciembre, cuando ya habían puesto a salvo ese botín, De la Rúa y Domingo Cavallo firmaron el bloqueo de depósitos en el corralito. Los sectores medios y altos se defendieron con sus chequeras y tarjetas de crédito pero los asalariados informales en la construcción, en casas de familia o en changas varias padecieron una angustiosa sequía de recursos, que dio lugar a puebladas y saqueos. Frente a este cuadro caótico producido por su ineptitud y por la alianza social antipopular que escogió, De la Rúa dispuso el estado de sitio. Lo anunció por cadena nacional la noche del 19 de diciembre, para lo cual entre otros programas interrumpió el periodístico en el que yo trabajaba. La cadena fue muy breve, porque nunca tenía mucho para decir, y en los cinco minutos de programa que nos quedaron, dije que habíamos escuchado la palabra del ex presidente De la Rúa. Muchas veces me preguntaron por las causas de una afirmación tan categórica. La respuesta es que era imposible controlar a palos y balazos una crisis tan profunda, y que esto sólo podía terminar con el gobierno que lo intentara.
Memorias del futuro
Este recuerdo personal es parte de una memoria colectiva que viene manifestándose cada vez que la sociedad es convocada para definir el rumbo que seguirá el país. En una elección legislativa es factible sancionar al gobierno votando candidatos opositores que lo controlen o que lo fuercen a modificar algunas políticas. Cuando lo que se pone en juego es el Poder Ejecutivo lo importante no es penar a quien gobierna sino elegir a un sucesor que no castigue a los votantes. El oficialismo superó el 45 por ciento en la elección presidencial de 2007 y llegó al 54 por ciento en la de 2011. Aún en sus peores desempeños, en las legislativas de 2009 y 2013, rozó el 33 por ciento nacional. Esto mide la dificultad de enfrentarlo y explica tanta desesperación por sumar todo lo que esté a la mano, un cálculo que parece racional desde el punto de vista de las elecciones, pero de pronóstico reservado si se trata de gobernar.
La situación económica no es buena. La crisis internacional es la más profunda en un siglo, el ataque de las finanzas internacionales contra la Argentina no tiene precedentes y la restricción externa golpea sobre el nivel de actividad porque la reindustrialización reciente se basa en ramas que son insaciables consumidoras de divisas. Entre abril de 2013 y abril de 2015 el uso de la capacidad instalada de la industria se redujo un 5,4 por ciento (con un pico atroz de -40 por ciento en vehículos automotores); la producción industrial viene en suave declive desde agosto de 2013; en la comparación interanual se redujeron su volumen físico, la cantidad de obreros ocupados y de horas trabajadas. Pero las medidas proactivas del gobierno han prevenido que se produzca una crisis económica y social como las que demolieron la consideración pública por Carlos Menem o eyectaron del sillón presidencial antes de tiempo a todos los otros gobiernos anteriores al kirchnerismo. Cualquiera sea la coyuntura Cristina conserva una adhesión inconmovible entre los sectores más vulnerados y le responde un núcleo militante como no generó ninguna otra figura política una vez terminado su mandato, salvo Juan Perón.
Más allá de que Macrì y Massa escuchen o desoigan la sugerencia unitaria, las recientes PASO chaqueñas ponen de resalto que ni eso garantizaría el resultado apetecido. Ninguna fuerza nacional significativa faltó a la coalición antikirchnerista. Pero el ex jefe de gabinete Jorge Capitanich y su candidato a la gobernación Domigo Peppo batieron por 6 a 4 a la postulante Aída Ayala, respaldada por los candidatos presidenciales Macrì, Massa, Sanz, Carrió y Margarita Stolbizer. Al día siguiente, una muchedumbre compacta acompañó a Cristina en su último 25 de mayo como presidente, luego de dos días de festejos en el microcentro. Durante su discurso, más racional que emotivo, no volaba una mosca. “¿Te imaginás si Néstor hubiera tenido una plaza así?” comentó un manifestante de La Cámpora.
El problema que le queda por resolver al oficialismo es quién representará los logros de estos doce años en las elecciones presidenciales. Scioli y Randazzo compiten por demostrar quien es el intérprete más fiel de un proyecto que no ha sido capaz de asegurar la sucesión con alguien de sus propias filas. Es probable que esta sobreactuación se atenúe después de las PASO, cuando además del voto kirchnerista puro haya que apelar a ese tercio fluctuante y decisivo del padrón, y que el vínculo del vencedor con Cristina se replantee a partir del 10 de diciembre. El presidente electo tratará de reeditar el esquema clásico del reloj de arena peronista, donde son comunes los deslizamientos graduales de una conducción a otra, hasta el restablecimiento de todo el caudal en el otro polo. Cristina se inclinará por otra invariante de la misma cultura política, aquella que garantizó el liderazgo de Perón hasta el último día de su vida. El desenlace no se conocerá antes de las elecciones legislativas de 2017.
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