Por Javier Lewkowicz
“La sociedad va a tener que decidir si continúa un camino que empezó hace doce años o si vuelve atrás. Eso es lo que se discute. Detrás de los discursos de campaña están las mismas teorías económicas que en los ’90 llevaron a la Argentina a un neoliberalismo extremo”, señaló ayer el ministro de Economía, Axel Kicillof, como definición del panorama electoral nacional. Con el contraste económico, social, teórico y simbólico respecto de la década del ’90 como eje del discurso, Kicillof participó de la apertura del sexto congreso de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA). Utilizó a los analistas del establishment como ejemplo del estado de la enseñanza de economía en el país.
Los economistas de la AEDA forman parte de la generación de profesionales que integra el equipo económico que conduce Kicillof, en donde se destacan el secretario de Comercio, Augusto Costa; el viceministro, Emmanuel Alvarez Agis; el secretario de Relaciones Económicas de la Cancillería, Carlos Bianco; la embajadora en Estados Unidos, Cecilia Nahón, y la subsecretaria de Comercio Exterior, Paula Español, entre muchos otros cuadros de primera y segunda línea y técnicos en distintas dependencias públicas. “La AEDA era una apuesta generacional. Concebíamos la profesión como un acto de compromiso y de militancia. Eso que parecía una utopía se volvió realidad en estos últimos años. El gran desafío es mirar hacia adelante. Tenemos muchas tensiones, que son sobre las que queremos trabajar. No queremos la paz de los cementerios”, señaló Español en la inauguración del congreso. El presidente de Aerolíneas Argentinas y candidato a jefe de gobierno por el FpV, Mariano Recalde, forma parte del mismo grupo generacional y también participó del panel.
La generación de la cual Kicillof es la figura con más exposición ancla buena parte de su apoyo al proyecto kirchnerista desde el contraste con los ’90, década durante la cual se formaron en la universidad. La comparación se plantea en términos de la situación económica y social pero también en el pensamiento económico, los liderazgos, la soberanía y la carga simbólica.
“A mediados de los ’90 había un discurso neoliberal casi sin fisuras que hasta contaba con respaldo electoral. Menem tenía apoyo social e internacional, porque eran las políticas que se pregonaban desde los organismos multilaterales de crédito. Argentina era un país mimado por el FMI, el mejor alumno del neoliberalismo. Lo que nos enseñaban coincidía con lo que ocurría y con lo que se recomendaba desde el exterior. La sensación era que el neoliberalismo había llegado para siempre. Lo mismo ocurría con la teoría económica neoliberal, que supuestamente era la culminación de un desarrollo teórico que había empezado con Adam Smith. Era el resultado de una evolución científica por la que se había llegado finalmente a la verdad. Yo pensaba que era una mala época para vivir”, recordó Kicillof.
Pero el país (en forma dramática en 2001), la región y más tarde el mundo, chocaron con la desregulación, la desigualdad de ingresos y la financiarización que llevaron a las crisis del neoliberalismo. “A los economistas les dicen que el Estado va en contra del mercado. Pero en los países periféricos como el nuestro es exactamente al revés: la única posibilidad de que se desarrolle el mercado es a través de la presencia del Estado. El surgimiento de nuevas empresas en ramas que no existían, con una demanda que pueda absorber esa producción, en pocas palabras, el mercado, incluso el crecimiento del mercado financiero, no es otra cosa que el producto de las políticas del Estado. Nosotros ya vimos que cuando el Estado se retiró de la economía se destruyó el mercado”, explicó el titular de Hacienda. “Nos tildaban de antimercado, pero es al revés, sin las leyes de Defensa de la Competencia y del Consumidor, que defiendan a los pequeños actores, no habría mercado”, agregó.
“Otra idea que pregonan los neoliberales es que la inversión es producto del ahorro, que la oferta crea su demanda. Esto ya pasó en la Argentina, cuando se bajaban impuestos y salarios para aumentar rentabilidad, con la idea de que eso naturalmente se dirija a la inversión. El fracaso de esas políticas fue 2001. Lo que demostró este Gobierno es que había que hacer al revés, había que producir demanda. No es una política clientelar ni punteril. La creación de la demanda es una tarea del Estado en países como el nuestro. No va a haber oferta ni inversión si no hay una perspectiva de demanda”, continuó Kicillof.
El ministro citó también el tema del endeudamiento, que fue el recurso central del sostenimiento del régimen de apreciación cambiaria y fuga de divisas como fue la convertibilidad. “Nos dijeron que el sobreendeudamiento era para crecer. Pero la deuda era la condición para no crecer, porque viene con las usuales recetas con condicionalidades y porque es un instrumento de robo de soberanía. La flexibilización laboral y las privatizaciones fueron dictados del FMI. Y la deuda fue el arma para imponerlo. Eso no quiere decir que todo endeudamiento sea malo. Pero tiene que ser para algo y sin condiciones”, dijo.
“Han hecho mucho daño y lo quieren volver a hacer, porque tienen las mismas recetas que ya fracasaron. Dicen que cualquier otro destino que no sea el exportador de alimentos, hidrocarburos y minería está condenado al fracaso. Pero contamos con la ventaja de que podemos hablar del futuro, de la industria, la soberanía financiera, energética y de crecimiento. Todavía nos queda mucho camino por recorrer en esta senda de la reindustrialización”, cerró el ministro.
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