Las expulsiones, matanzas y expropiaciones que sufrieron los palestinos hace 67 años con el fin de absorber la mayor cantidad de su territorio posible pero con la menor cantidad de árabes adentro, alteraron para siempre el carácter étnico y demográfico del naciente estado de Israel.
Por Ezequiel Kopel
Todos los 15 de mayo, el día después de la conmemoración de la independencia del Estado de Israel (según el calendario gregoriano) los palestinos recuerdan la Nakba, que en árabe significa "catástrofe" cuya definición habla de "un suceso con consecuencias terribles". La Nakba se denomina a la destrucción, expulsión, masacres y expropiaciones que sufrieron los palestinos, hace ya 67 años, con el fin de absorber la mayor cantidad de su territorio posible pero con la menor cantidad de árabes adentro, alterando de este modo y para siempre el carácter étnico y demográfico del naciente estado de Israel. El plan de limpieza étnica empleado por las fuerzas militares judías en las recientes zonas árabes conquistadas desencadenó la problemática de los refugiados palestinos, vigente hasta la actualidad.
Entre septiembre de 1947 y noviembre de 1948, Israel destruyó más de 500 poblados y expulsó, o, al menos, instigó las expulsiones de sus tierras, a entre 700 mil y 800 palestinos que pronto se esparcieron en campos de refugiados a través de El Líbano, Siria, Jordania, Gaza y Cisjordania, creando la "diáspora palestina". La línea oficial del pensamiento israelí habla de algo parecido a un "retiro voluntario" por parte de los palestinos o, incluso, mencionan algunos llamados de evacuación emitidos por los propios líderes árabes. También atribuyen su accionar a que las expulsiones fueron acciones inevitables "en tiempos de guerra". Pero lo cierto es las que excusas oficiales no alcanzan para camuflar una decisión de estado planificada por el máximo líder judío, David Ben Gurion, mucho antes de la creación del estado israelí y ejecutada por figuras militares y políticas que más tarde dejarían su marca en la historia de Israel como los míticos Yitzhak Rabin o Yigal Allon.
Existen fechas, como la del 10 de mayo de 1948, donde once hombres divididos entre un grupo de líderes sionistas y otro conformado por jóvenes jefes militares, dieron los toques finales a la expulsión árabe con el "Plan Dalet". En hebreo el "Tokhnit dalet", fue la cuarta y última versión de un plan de operaciones para cambiar el balance étnico de lo que sería el nuevo Estado de Israel y, de este modo, ampliar el territorio destinado por las Naciones Unidas. En palabras del fallecido historiador israelí Simcha Flapan: "La campaña militar contra los árabes, orquestada por la Haganah (la milicia de izquierda que precedió al Ejercito de Israel), que incluyó la conquista y destrucción de sus áreas rurales, fue concluida con el Plan Dalet".
Otro hito es la formación del "Comité de Transferencia", creado también en mayo de 1948 e integrado por una conducción tripartita, compuesta por Yosef Weitz, Ezra Danin y Elihau Sasson. De acuerdo con el trabajo de Benny Morris, historiador de la Universidad de Ben Gurion en su libro "El nacimiento del problema de los refugiados palestinos", Weitz y sus subalternos coordinaron la destrucción de los poblados de Al-Maghar, Bayt Dajan, Fajja, Biyar Adas, Mska, Buteimat, Sabbarin, Sumeiriya, todas ellas en tan sólo en el mes de junio de 1948. Dos meses más tarde, se aprobaron los planes para la creación de 32 nuevas comunidades judías: sólo cinco de ellas no ocuparon el espacio físico de anteriores pueblos palestinos.
Si bien hasta el día de hoy se utiliza el pretexto de que las expulsiones de los árabes palestinos se debieron a cuestiones de seguridad militar (indudablemente, en 1948 podía considerarse una legítima razón), lideres israelíes como Ben Gurion crearon dos principios que superaron ampliamente a los requerimientos de una situación militar de corto plazo. Junto a las expulsiones, se estableció que a los refugiados no se les permitiría regresar a sus tierras una vez que las hostilidades cesaran. Y también se procedió -con órdenes precisas- a que las tierras "conquistadas" se convirtieran en nuevas comunidades judías, o fueran agregadas a las ya existentes.
Es cierto que el Alto Comité Árabe (AHC) y líderes palestinos de diferentes niveles emitieron algunas órdenes para evacuar a ancianos, niños y mujeres de los poblados. Sin embargo, eso no justifica la expulsión ni la imposibilidad de retorno a su lugar de origen como tampoco la posterior expropiación de esos territorios o la negativa a otorgar algún tipo de reparación económica por la pérdida de propiedad, ni siquiera una pronunciación de disculpas de parte de los responsables. Nada de eso se puede encontrar en el léxico de la mayoría de los israelíes al día de hoy; sólo negación y acusaciones hacia las víctimas.
La limpieza étnica, que a pesar de lo fuerte del término no debe confundirse con el concepto de genocidio, fue casi completa en la mayoría de los territorios árabes incorporados al Estado de Israel. La población palestina a la que se le permitió permanecer, en la mayoría de los casos, fue porque se necesitó mano de obra para ciudades aledañas judías, como el caso de Fureidis con la ciudad hebrea de Zichron Yaakov; a estos palestinos Israel los denominó irrisoriamente "árabes israelíes". Muchos de estos árabes israelíes pronto se convirtieron, también, en refugiados internos: se calcula que 200 mil de ellos debieron ser relocalizados fuera de sus hogares, entre 1947 y 1952, hacia otras zonas árabes del recién nacido Estado de Israel.
Asimismo, los poblados "árabes israelíes", a pesar de estar constituidos por ciudadanos plenos del estado de Israel, fueron puestos bajo administración militar (la misma que gobierna Cisjordania en la actualidad) hasta 1964, debido a que ya no se los podía expulsar so pretexto de una conflagración militar. De esta manera, se utilizó un plan contrario a la deportación aunque igualmente atroz: se les imposibilitó mudarse o vivir fuera de sus lugares de residencia previos a 1948. Algo muy similar a una "reserva étnica".
Israel, quien asume ser una democracia para todos sus "ciudadanos", continúa hasta el día de hoy prohibiendo el retorno de los habitantes de dos aldeas palestinas cristianas en la Galilea, Iqrit y Kafr Bir´im, a pesar de una decisión de la Corte Suprema de Israel instando a ello. El 23 de marzo de 2011, la Knesset (Parlamento israelí) aprobó un cambio en el presupuesto, otorgándole a su ministro de Economía la potestad de reducir la financiación del gobierno a cualquier organización no gubernamental (ONG) que organice eventos de conmemoración de la Nakba. En noviembre de 2013, el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, promovió el "proyecto de ley de nacionalidad" que proponía definir a Israel como un "estado-nación del pueblo judío", una ley discriminadora contra, por lo menos, un quinto de la población total de Israel. En febrero de este año, el intendente de Haifa (ciudad mixta judía-árabe por excelencia) retiró el financiamiento municipal de un festival de cine que giraba alrededor de la Nakba. Ya en noviembre del año pasado, la por entonces ministra de Cultura de Israel, Limor Livnat, le exigió al ministerio de Economía que cancelara el subsidio que recibe la cinemateca de Tel Aviv por intentar llevar a cabo un festival de cine con la misma "controvertida temática".
Israel ha tratado de cambiar la historia para borrar sus propias acciones, de la misma manera que lo ha hecho cualquier país victorioso en una guerra. Pero los palestinos se han rehusado al olvido. Durante décadas, la generación fundadora del Estado de Israel ha escondido su "secreto culposo", tratando de suprimirlo para que los ciudadanos que lo prosiguieron lo mantuvieran oculto. Decenas de bosques fueron plantados para esconder las destrucciones de poblados árabes, universidades fueron construidas en terrenos de ancestrales aldeas, textos escolares manipularon los eventos de la creación del estado para imprimirle un carácter "mitológico" que exonerara al principal instigador. Pero una verdad sigue clara hasta el día de hoy: si no se reconoce la Nakba, es imposible entender el conflicto israelí-palestino. Si el estado y la sociedad israelíes continúan negando su participación en esta "catástrofe", estarán borrando su pasado, y con ello, su propia identidad. Y un pueblo sin identidad es un pueblo que se miente a sí mismo. Por lo tanto esta identidad debe incluir la historia de la expulsión. Porque los palestinos no van a desaparecer. La Nakba tampoco.
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