No me cierre la puerta en la cara, Cecchini, mire lo que le traigo, me dice Argañaraz y enarbola una botella de Bowmore a manera de escudo. Es la noche del domingo electoral en la Ciudad Autónoma y acabo de apagar el televisor justo en el momento en que Mauricio Macri ensaya unos pasos de marioneta desarticulada al compás de Tan Biónica, que hay cosas que a uno le dan vergüenza ajena. A pesar del soborno casi le doy con la puerta en las narices para dar vuelta el ánimo de la noche escuchando a oscuras la interpretación de Jacqueline Du Pré y Daniel Barenboim de la Sonata número 3 para cello de Beethoven, pero el Islay de 12 años no es una cosa que se pueda andar despreciando. Así que ya los tengo adentro, a Argañaraz y a la botella. Traigo dos vasos, una jarra con agua helada, dejo que sirva el single malt y espero, que a veces tomar un buen whisky escocés cuesta muy caro.
Y, ¿qué me dice, Cecchini?, me pregunta repantigado en mi mejor sillón. (No está de más recordar que con Argañaraz nos tratamos de usted, por decisión mía y para mantener las distancias, porque llegado un punto mi peor parte tiende a confundirse con él.)
Qué quiere que le diga, Argañaraz, le contesto, no fue una noche de sorpresas. Casi la mitad votó amarillo. Si a eso le suma los votos de Lousteau, las tres cuartas partes de la ciudad son de derecha. Como noticia es vieja, no es para gritar que paren las rotativas.
Bueno, me dice, puede consolarse pensando que la otra cuarta parte es de izquierda…
No me joda, Argañaraz, que no estoy de ánimo, le digo. La autodenominada izquierda, que no sé bien qué es, sacó menos del cinco por ciento. El kirchnerismo sacó, con todas las listas, menos del veinte. Y ya sabe lo que pienso del kirchnerismo, Argañaraz, tendrá sus logros, pero de ahí a que sea izquierda hay un abismo...
Está bien, no se me caliente, Cecchini, que le hace mal. Tómese otro whisky, que lo traje para usted, me interrumpe, contemporizador. Hace una pausa para terminarse la medida, se sirve otra con un chorrito de agua y agrega:
Lo que me llamó la atención viendo la tele fue que todos festejaban, dice. Larreta porque ganó, Michetti porque perdió pero es parte del “equipo” ganador, Macri porque es el jefe, Lousteau porque sueña con robarle algunos votos de Michetti a Larreta y arañar el balotaje, Zamora y Bregman porque llegaron al piso y pueden seguir participando... y Recalde porque es peronista y, usted sabe Cecchini, los peronistas son de festejar siempre, es una cuestión de militancia, de mística...
No sé, le contesto, no presté atención a lo que pasaba en los bunkers, y cuando vi a Macri bailando como un autómata entre todos esos globos apagué la tele.
Pero igual se habrá dado cuenta de algo, me dice.
De qué...
Que en la tarima de Costa Salguero estaban todos los macristas, los ganadores y los perdedores, hasta De Angelis con diente nuevo… Todo el “equipo”, bah…
¿Y?
Que faltaba uno…, empieza y deja la frase en suspenso para obligarme a preguntar.
Entonces le pregunto:
¿Quién?
Cómo quién, Cecchini, ¿no se dio cuenta de que faltaba Del Sel?
¿Y qué?, le digo, fastidiado, se habrá quedado en Santa Fe porque tendría otras cosas que hacer. O ahora me va a hacer una lectura política de eso...
Política, me interrumpe, lo que se dice política no, pero hay una explicación...
Me sirvo otra medida del Bowmore, le agrego un poquito, apenas un dedo, de agua helada y me quedo en silencio. No quiero darle el gusto de preguntarle. Si Argañaraz quiere desarrollar una teoría lo va a tener que hacer solito. Se queda casi un minuto en silencio, mirándome y no aguanta más.
Le deben haber pedido que no viniera, me dice y vuelve a hacer una pausa, a ver si pico, pero como mi silencio es más que elocuente, sigue:
Usted se preguntará por qué, me dice, Imagínese…
Una vez más, Argañaraz me gana por cansancio, de modo que le contesto:
No, no me lo imagino, por qué no me ilumina…
Imagíneselo a Del Sel bailando sobre la tarima, festejando, y de pronto, fiel a sí mismo, le mete una mano en el tujes a Juliana, o a Mariu Vidal, a Laurita Alonso… Imagínese, ¡A la Bullrich!, dice cada vez con más entusiasmo.
Déjese de joder, Argañaraz, lo corto, no me haga ver imágenes que después no me van a dejar dormir…
Bueno, bueno, dice entre dos carcajadas, pero no me diga que no era un riesgo. Y después, repentinamente serio, agrega:
La verdad es que para ser la derecha son bastante poco elegantes…
Ahora el que no entiende nada es usted, Argañaraz, lo interrumpo. La derecha, para tener éxito electoral, tiene que ser populista. Y el macrismo es un populismo de derecha, no sólo por estas boludeces sino por su manera de gobernar.
¿Qué manera de gobernar?, me pregunta.
Efectista, cortoplacista. Disfrazando las medidas recesivas con fuegos artificiales, o tapándolas con globitos, le contesto.
Menemismo puro, me dice.
No, diferente. Lo de Macri es obsceno, lo de Menem era pornografía pura, le digo.
Argañaraz se vuelve a reír y me sirve otro chorro, generoso, del single malt. No se caliente, me dice, ya le dije que le hace mal. ¿Por eso apagó la tele, para no verlos?
No, no sólo por eso, le contesto. Me iba a poner a escuchar música, pero justo llegó usted.
A Argañaraz, como siempre, la indirecta no le hace ningún efecto. Al contrario, le da una excusa para seguir en la suya.
Hablando de música, me hizo acordar, me dice. Porque la ocasión electoral lo amerita –agrega engolando la voz–, le traje buena música para escuchar. Y sin pedir permiso, se para, va hasta el equipo de música y pone un cedé. Tardo apenas un segundo en reconocer la melodía, inconfundible, de Sweet home Alabama, de Lynyrd Skynyrd. “Sweet home Alabama / Where the skies are so blue”, canta el rubio racista. Y después pregunta, cantando: “¿Tu conciencia te importa? / Decí la verdad”.
Buenos Aires es Alabama, Cecchini, me dice Argañaraz. Entiéndalo de una vez por todas.
Estoy a punto de tirarle el vaso de whisky en la cara, pero el single malt es muy rico, además de caro. En lugar de eso le contesto:
Para eso, prefiero el cover de Charly García...
Claro, es casi premonitorio, me responde y para mi martirio se pone a cantar, desafinado:
“Sweet home Buenos Aires / donde el cielo está gris / Sweet home Buenos Aires / condenado país”.
03/05/15 Miradas al Sur
Y, ¿qué me dice, Cecchini?, me pregunta repantigado en mi mejor sillón. (No está de más recordar que con Argañaraz nos tratamos de usted, por decisión mía y para mantener las distancias, porque llegado un punto mi peor parte tiende a confundirse con él.)
Qué quiere que le diga, Argañaraz, le contesto, no fue una noche de sorpresas. Casi la mitad votó amarillo. Si a eso le suma los votos de Lousteau, las tres cuartas partes de la ciudad son de derecha. Como noticia es vieja, no es para gritar que paren las rotativas.
Bueno, me dice, puede consolarse pensando que la otra cuarta parte es de izquierda…
No me joda, Argañaraz, que no estoy de ánimo, le digo. La autodenominada izquierda, que no sé bien qué es, sacó menos del cinco por ciento. El kirchnerismo sacó, con todas las listas, menos del veinte. Y ya sabe lo que pienso del kirchnerismo, Argañaraz, tendrá sus logros, pero de ahí a que sea izquierda hay un abismo...
Está bien, no se me caliente, Cecchini, que le hace mal. Tómese otro whisky, que lo traje para usted, me interrumpe, contemporizador. Hace una pausa para terminarse la medida, se sirve otra con un chorrito de agua y agrega:
Lo que me llamó la atención viendo la tele fue que todos festejaban, dice. Larreta porque ganó, Michetti porque perdió pero es parte del “equipo” ganador, Macri porque es el jefe, Lousteau porque sueña con robarle algunos votos de Michetti a Larreta y arañar el balotaje, Zamora y Bregman porque llegaron al piso y pueden seguir participando... y Recalde porque es peronista y, usted sabe Cecchini, los peronistas son de festejar siempre, es una cuestión de militancia, de mística...
No sé, le contesto, no presté atención a lo que pasaba en los bunkers, y cuando vi a Macri bailando como un autómata entre todos esos globos apagué la tele.
Pero igual se habrá dado cuenta de algo, me dice.
De qué...
Que en la tarima de Costa Salguero estaban todos los macristas, los ganadores y los perdedores, hasta De Angelis con diente nuevo… Todo el “equipo”, bah…
¿Y?
Que faltaba uno…, empieza y deja la frase en suspenso para obligarme a preguntar.
Entonces le pregunto:
¿Quién?
Cómo quién, Cecchini, ¿no se dio cuenta de que faltaba Del Sel?
¿Y qué?, le digo, fastidiado, se habrá quedado en Santa Fe porque tendría otras cosas que hacer. O ahora me va a hacer una lectura política de eso...
Política, me interrumpe, lo que se dice política no, pero hay una explicación...
Me sirvo otra medida del Bowmore, le agrego un poquito, apenas un dedo, de agua helada y me quedo en silencio. No quiero darle el gusto de preguntarle. Si Argañaraz quiere desarrollar una teoría lo va a tener que hacer solito. Se queda casi un minuto en silencio, mirándome y no aguanta más.
Le deben haber pedido que no viniera, me dice y vuelve a hacer una pausa, a ver si pico, pero como mi silencio es más que elocuente, sigue:
Usted se preguntará por qué, me dice, Imagínese…
Una vez más, Argañaraz me gana por cansancio, de modo que le contesto:
No, no me lo imagino, por qué no me ilumina…
Imagíneselo a Del Sel bailando sobre la tarima, festejando, y de pronto, fiel a sí mismo, le mete una mano en el tujes a Juliana, o a Mariu Vidal, a Laurita Alonso… Imagínese, ¡A la Bullrich!, dice cada vez con más entusiasmo.
Déjese de joder, Argañaraz, lo corto, no me haga ver imágenes que después no me van a dejar dormir…
Bueno, bueno, dice entre dos carcajadas, pero no me diga que no era un riesgo. Y después, repentinamente serio, agrega:
La verdad es que para ser la derecha son bastante poco elegantes…
Ahora el que no entiende nada es usted, Argañaraz, lo interrumpo. La derecha, para tener éxito electoral, tiene que ser populista. Y el macrismo es un populismo de derecha, no sólo por estas boludeces sino por su manera de gobernar.
¿Qué manera de gobernar?, me pregunta.
Efectista, cortoplacista. Disfrazando las medidas recesivas con fuegos artificiales, o tapándolas con globitos, le contesto.
Menemismo puro, me dice.
No, diferente. Lo de Macri es obsceno, lo de Menem era pornografía pura, le digo.
Argañaraz se vuelve a reír y me sirve otro chorro, generoso, del single malt. No se caliente, me dice, ya le dije que le hace mal. ¿Por eso apagó la tele, para no verlos?
No, no sólo por eso, le contesto. Me iba a poner a escuchar música, pero justo llegó usted.
A Argañaraz, como siempre, la indirecta no le hace ningún efecto. Al contrario, le da una excusa para seguir en la suya.
Hablando de música, me hizo acordar, me dice. Porque la ocasión electoral lo amerita –agrega engolando la voz–, le traje buena música para escuchar. Y sin pedir permiso, se para, va hasta el equipo de música y pone un cedé. Tardo apenas un segundo en reconocer la melodía, inconfundible, de Sweet home Alabama, de Lynyrd Skynyrd. “Sweet home Alabama / Where the skies are so blue”, canta el rubio racista. Y después pregunta, cantando: “¿Tu conciencia te importa? / Decí la verdad”.
Buenos Aires es Alabama, Cecchini, me dice Argañaraz. Entiéndalo de una vez por todas.
Estoy a punto de tirarle el vaso de whisky en la cara, pero el single malt es muy rico, además de caro. En lugar de eso le contesto:
Para eso, prefiero el cover de Charly García...
Claro, es casi premonitorio, me responde y para mi martirio se pone a cantar, desafinado:
“Sweet home Buenos Aires / donde el cielo está gris / Sweet home Buenos Aires / condenado país”.
03/05/15 Miradas al Sur
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