Escriben C. A. Villalba, D. Cecchini, M. Russo y F. Balázs.
Por Carlos A. Villalba. Miradas al Sur
Son 12 años, más de una década, nacida en medio de la crisis generada por la explosión social, política y económica que el 20 de diciembre de 2001 se llevó en helicóptero a Fernando de la Rua, presidente de una alianza fallida que dejó decenas de cadáveres en las calles y el grito “Que se vayan todos” transformado en la síntesis del pensamiento de la mayoría de los argentinos.
La situación profundizó la debilidad de las instituciones, en especial las partidarias, generadas a partir de las primeras horas del 24 de marzo de 1976, cuando las Fuerzas Armadas arrasaron con la Constitución y con las vidas de decenas de miles de personas y comenzaron a destruir la economía nacional como les ordenaba José Alfredo Martínez de Hoz, el organizador del golpe decidido por los grupos económicos más concentrados del país y sus socios o dueños extranjeros.
La represión salvaje y la ilegalización producida a partir de ese momento, el empujón social que significó la indignación popular expresada en 2001, su falta de representatividad ante demandas masivas hicieron que los partidos se debilitaran al máximo. Ya no estuvieron en condiciones de “mediatizar” la relación entre las mayorías y los sectores más poderosos. En ese resquicio se colaron los medios masivos, que forman parte de ese sector de poder concentrado. Son juez y parte y pasaron a ocupar toda la cancha, en medio de una dinámica interna que, además, fue de concentración, con monopolios, oligopolios y posiciones de control de mercado aplastantes.
El peso, la importancia relativa y la supremacía productiva de las grandes corporaciones, particularmente las extranjeras, registraron un aumento significativo en la economía argentina entre 2003-2013, con el consecuente control de los mercados, ante sectores mucho más débiles del capital nacional, particularmente medianos y pequeños empresarios, imposibilitados de poder competir por sí mismos en igualdad de condiciones. Un proceso que se dio con nulas o escasas limitaciones por parte del Estado nacional, según datos de Eduardo Halliburton, del Centro de Estudios Políticos “Rodolfo Puiggrós”.
No fue una sinfonía ni un contrapunto; sin embargo, la llegada del kirchnerismo al gobierno facilitó un proceso de desarrollo de las organizaciones sociales y generó políticas de inclusión social, trabajo y redistribución del ingreso, en el marco de una economía en crecimiento. Sectores críticos o desencantados, definidos sobre todo en términos etarios, volvieron sus miradas sobre diferentes propuestas de participación y solidaridad y explotó un compromiso juvenil como no se veía durante décadas, no sólo en el oficialismo o sus simpatizantes.
La TV a la cancha. Cuando los partidos políticos funcionan con fuerza y coherencia, disputan entre ellos las posiciones de los intereses que representan y, sobre todo, se enfrentan con los gobiernos a los que se oponen; los medios relatan los sucesos. Con las instituciones partidarias debilitadas y sus dirigentes saltando de cancha en cancha y casi sin representatividad, se corrieron los actores.
El Gobierno hizo lo suyo y hasta ahora las mayorías lo acompañaron cada vez que la elección fue de decisión ejecutiva. Los que salieron a darle pelea fueron los medios de comunicación que forman parte, a su vez, de los grupos concentrados de la economía. Ya no hubo intermediación, desapareció el colchón del tironeo de intereses que son los partidos y la puja fue directa, grupos económicos - Gobierno.
En ese escenario se instaló la televisión como herramienta político-partidaria explícita con un poder de fuego que antes no tenía. Si las encuestas definen hoy candidaturas y alianzas por encima de principios y convicciones, el “piso” de los programas con buen rating se transformó en escenario partidario. Y muchos políticos, sobre todo al constituirse en candidatos, están dispuestos a pagar, lo que sea, por estar ahí y salir mejor parados que sus contrincantes. En esa lógica, una sonrisa es más importante que una propuesta, una pareja agraciada y simpática vale más que el trabajo en un barrio.
¿Cómo se representa una plaza? El pasado lunes 11, un programa de televisión, masivo –que no es lo mismo que popular–, se constituyó en el ejemplo exacto de esta coyuntura. En algunos aspectos fue un espejo de las decisiones de las superestructuras políticas del país, en otros no.
En la pantalla del canal de televisión de uno de esos grupos económicos concentrados se “decidió”, antes incluso que las elecciones internas de los partidos, que el futuro presidente de la Argentina se elegiría entre tres candidatos: Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, por orden de aparición y calidad de tratamiento de su conductor.
De ahí la pregunta: ¿es todo lo que hay…? La realidad se encarga de mostrar que hay más que eso, además de las cuestiones políticas y técnicas que muestran que hay otros espacios partidarios y que, incluso dentro de los sectores que participaron del show de “alternativas”, otros dirigentes criticaron la fiesta del minuto a minuto.
Saliendo ya de la caja del televisor, es posible reflexionar sobre cuáles son las formas para construir una alternativa política que, por ejemplo, represente a la plaza del 1º de marzo, cuando la presidenta Cristina Kirchner abrió el año legislativo con una multitud acompañándola desde sus distintos sectores políticos, sociales, generacionales, con demandas concretas y reconocimientos explícitos, que esos “elegidos” del rating no abarcan.
Los dueños de la comunicación entienden bien que cuando llega el tiempo electoral “sólo vale el que mide, no lo que piensa el que mide”. Por eso, aquel lunes, todo fue amenidad, sonrisas y parodia. Ni una idea, ninguna propuesta, salvo la de uno de los beneficiarios del show que intentó ir por más, para disgusto de la propia fiesta, y pidió, muy serio, que los candidatos debatan ahí, en la carpa mayor del circo.
La tele
Con 25 años en el aire y una década dedicada a sus “Bailando”, el programa de Marcelo Tinelli arranca cada una de sus temporadas con megaproducciones en vivo, centenares de estrellas y extras, y con algún recorrido fílmico que parodia películas o series de TV. Este año le tocó a Forrest Gump, la película de 1994 que, en la pantalla de Ideas del Sur, reemplazó a Tom Hanks por el propio dueño de la criatura televisiva que todos critican pero a la que todos los famosos o aspirantes a serlo quieren ir… muchos políticos también.
Es que 15 minutos de una pantalla que quema, que costarían cerca de 1 millón de dólares y, de esta manera, permitiendo el grotesco, les salen gratis, los instalan frente a unos 4 millones de telespectadores sólo en Capital y Gran Buenos Aires.
Eran las 23 y 59 minutos cuando el director del programa ponchó la cámara que tenía en su lente en la sonrisa con todos los dientes del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, de la mano de su esposa Karina Rabolini. Más de una hora después terminó el plato fuerte del programa, protagonizado por los tres precandidatos presidenciales que dicen los que dicen que dicen las encuestas, son los mejor posicionados frente a los comicios de octubre.
El recorrido por las actitudes de cada uno durante su cuarto de hora es relativamente sencillo. Scioli lució natural, como siempre; Macri “aprendido”, si los amores o las broncas no lo impidiesen, cualquier televidente comprobaría que escuchó, entre sonrisas y pasitos de baile, exactamente las mismas frases pronunciadas durante los festejos del triunfo de Rodríguez Larreta en la interna PRO; Massa sobreactuando y, por momentos, nervioso.
Los imitadores tal vez hayan sido los que inclinaron las balanzas de la opinión o de la construcción de imagen. Al bonaerense de La Ñata le tocó en suerte un Freddy Villarreal de máscara no demasiada lograda, que creó un personaje hueco, con escasa letra, que repetía como una muletilla su propuesta de “felicidad, austeridad, pluralidad…”.
Peor le fue al ingeniero boquense, personificado por Martín Bossi, un actor de nivel tal que hizo de Macri mejor que Macri y lo arrinconó contra la caricatura de un canchero extranjerizante que proponía, al ritmo de Tan Biónica, “moscato, pizza y cheesecake” y mate con trufas.
Para el cierre, que en este caso no era el lugar del privilegio, el tigrense subió al escenario imitado por Roberto Peña que dio en el tono de la sobreactuación de Massa; con una impronta de aquel “alica alicate” con el que el mismo actor simbolizó el no decir nada de Francisco De Narváez, pero esta vez con el registro de voz de Luis D’Elía. Grotesco, en un contexto donde la política poco importaba.
17/05/15 Miradas al Sur
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