Por Horacio González *
Siempre hemos leído a Galeano. Su lectura de fines de los sesenta en el Río de la Plata, en Montevideo primero y después en Buenos Aires, generó un ámbito de lectores muy vasto, que se caracterizaba por buscar en él explicaciones asequibles y espectaculares de la sumisión o de la pobreza en América latina. Tenía una escritura de divulgación muy contundente, llena de transparencias ingeniosas, con alegorías que tenían un fuerte impacto juvenil y popular. Esto originó una gran discusión literario-política respecto de cómo escribir los asuntos vinculados con la emancipación latinoamericana. El dio una respuesta no sólo en Las venas... sino también en los libros que le siguieron, a través de microhistorias con un fuerte registro anecdótico, que no seguían pautas establecidas de investigación –como se desarrollaban en ese momento en las ciencias sociales–, pero que tenían asegurado el modo en que cierto público, en aquellos años, recibía lo que podemos llamar un latinoamericanismo basado en la parábola, en grandes y pequeñas anécdotas.
Tenía una fuerte presencia en la lectura del momento. Al mismo tiempo, presentaba la Historia como una mixtura permanente entre la fuerza de las cosas y la ternura con la que había que encarar todo cambio social. En ese sentido, su escritura fue un eco de la idea de ternura que tenía Guevara, conjugándola con la idea de la lucha irreversible y contundente. Pero en su caso con una apuesta a un tipo de vida intelectual donde muchas veces no se privó de criticar textos más exigentes de la propia vida intelectual. Nunca cesó la polémica, ni cuando escribió en Crisis, que fue una de sus grandes obras, en los años setenta en Buenos Aires. Es la misma polémica que existe ahora: cómo escribir sobre los asuntos públicos y cómo entusiasmar a los lectores en relación con las carencias de nuestras sociedades. Encontró una forma alquímica muy efectiva. Llegó, siempre, a grandes públicos, al tiempo que generaba cierto recelo en una capa de intelectuales que veía la necesidad de escribir sin su orfebrería encantatoria. Pertenece, dentro de la cultura rioplatense y específicamente dentro de la uruguaya, a una enorme saga de la que también participó Benedetti, escritores públicos con capacidad de generar una voz que fusiona con la vida popular al mismo tiempo que transmite de una forma muy directa la necesidad de grandes transformaciones y permite discernir el mundo de los enemigos, como el imperialismo norteamericano. Fue muy habilidoso en contar la historia de América latina, desde la conquista española hasta las multinacionales norteamericanas. Todos debemos respetar su gran aventura intelectual. Esa veta uruguaya, que representan escritores de vasto alcance popular, es la contrapartida de lo que pueden haber sido Felisberto Hernández y Onetti. Galeano representó el ala de los escritores rioplatenses, uruguayos, que expulsaba de su escritura toda fórmula de misterio y enigma, mientras que Hernández y Onetti eran los escritores de la metafísica rioplatense. Eso hace de Uruguay un país muy interesante, literario, porque acoge esas dos alas, el ala enigmática de la escritura y la de la transparencia militante. No diría, en realidad, transparencia militante: diría que el mundo militante se esclarece a través de escritores que gozan de facilidad comunicativa, como Galeano. Pero muchas veces reclaman también a los grandes cultores de enigmas. Ante su muerte todos tenemos que tener el tino de guardar estas polémicas que siguen existiendo. Al mismo tiempo, tenemos que tener un profundo respeto. Porque él hizo de su vida una cosechadora política y lírica de lectores.
* Sociólogo, ensayista, docente y director de la Biblioteca Nacional.
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