Por Raúl Dellatorre
Los acuerdos firmados con China en febrero y con Rusia en la última semana (una asociación estratégica internacional y varios convenios de cooperación en cada caso) constituyen un salto significativo en la política internacional y una respuesta a las actuales condiciones de la economía mundial. Condiciones que, se estima, podrían extenderse más allá de la coyuntura. La caída de la demanda en mercados tradicionales, como el europeo o el brasileño, la necesidad de buscar inversiones y préstamos en fuentes alternativas a los centros financieros internacionales, y las razones geopolíticas que impulsan a abrir el marco de alianzas económicas más allá de los alineamientos habitualmente elegidos por los grupos dominantes, fue llevando naturalmente la mirada hacia las potencias asiáticas. A su vez, la búsqueda de China de nuevos horizontes para sus excedentes industriales y financieros, y de Rusia de nuevos espacios para el aprovechamiento de su capacidad en materia energética, pusieron a América latina como objetivo de cada una de estas economías. Pese a las resistencias que pueda generar, Argentina tiene ante sí una oportunidad inusual, que está buscando cristalizar a través de acuerdos estratégicos con Moscú y Beijing. Página/12 consultó con especialistas acerca de qué puede esperar Argentina de estas relaciones, cómo llega a estos encuentros, qué cuestiones pone en riesgo y no debería desatender, y por qué es tan importante el momento histórico en el que se erigen estos nuevos puentes con un mundo oriental cada vez menos lejano.
“China y Rusia están transitando hacia una gigantesca convergencia, por razones geopolíticas, y Argentina aparece insertándose en una relación que podríamos definir como triangular; es una oportunidad para que toda América del Sur aproveche esta oportunidad, que le puede ofrecer ventajas muy importantes en materia de recursos financieros y transferencia de tecnología.” Así se manifiesta Jorge Beinstein, doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de Franche Comté (Besançón, Francia), ex consultor de organismos internacionales y de gobiernos, profesor titular de cátedras libres en la Universidad de Buenos Aires y en la de La Habana, y director del Centro Internacional de Información Estratégica y Prospectiva, con sede en La Plata. Autor de varios libros sobre la crisis global, Beinstein advierte que China está ejecutando lo que califica como “una gigantesca operación keynesiana” en Asia, al haber lanzado un banco de inversión en infraestructura para la región, aportando una capitalización inicial de 50 mil millones de dólares y habiendo obtenido la adhesión, como fundadores, de 45 países, incluida Rusia, Brasil y varios socios políticos europeos de Estados Unidos, pese al esfuerzo del gobierno de Obama de persuadirlos para que no se sumaran a la iniciativa de Beijing. Pero no son muchos los que se vayan a permitir quedar afuera de lo que el primer ministro chino calificó como “la nueva ruta de la seda”, en referencia a la oportunidad de nuevos negocios que ofrecerán las megainversiones en la región.
“China está buscando un reemplazo al motor que eran sus exportaciones, que ya no van a resultar tan dinámicas en virtud del debilitamiento de algunos mercados externos, y particularmente el europeo, que se sigue desinflando. Tiene un espectacular exceso de liquidez, que empieza a volcar en la reactivación de la economía asiática, incluso la rusa, en la que está realizando un esfuerzo gigantesco. El mercado norteamericano tampoco reacciona; Japón, su aliado, sigue en baja”, explica Beinstein. “Ahí es donde entra a jugar América del Sur, con la posibilidad de aprovechar la situación a través de acuerdos de complementación que le permitan acceder a recursos financieros, a nuevos mercados para sus productos y a transferencia tecnológica.”
Martín Schorr es licenciado en Sociología (UBA) y doctor en Ciencias Sociales (Flacso), investigador del Conicet y docente en cursos de grado y posgrado (UBA y UnSAM), y autor de varios libros sobre desarrollo industrial junto a investigadores de la talla de Daniel Azpiazu. En referencia a la importancia y el impacto de los acuerdos con China y con Rusia, señala que “se trata de una diversificación de la actividad comercial importantísima, y necesaria a la vez. Hay que tener en cuenta la situación en Brasil, con un freno a su economía que no se ve que vaya a levantarse en lo inmediato y que, por el contrario, puede ser cada vez peor”. Sin embargo, advierte que también cabe hacer “una mirada crítica” con respecto a los acuerdos con China, dado que el “perfil de intercambio” que propone el gigante asiático, de exportaciones argentinas de materias primas a cambio de productos industriales de alto valor agregado, “podría terminar relegando el potencial industrial del país”.
Los acuerdos firmados con China en febrero pasado contemplaron el financiamiento completo para la erección de dos represas hidroeléctricas en Santa Cruz, las inversiones para la puesta en funcionamiento (reemplazo de vías y de equipo rodante) para el ferrocarril Belgrano Cargas, y para la construcción de dos nuevas centrales nucleares. Energía y transporte aparecen como ejes de la nueva relación económica entre ambos países. La integración regional, a través de la recuperación del ferrocarril de cargas para las provincias del centro y norte del país, también significa resolver una deuda histórica y una promesa largamente incumplida. Hubo demandas de sectores industriales porque no se contempló una mayor participación de proveedores locales en estos emprendimientos. Pero está claro que se priorizó la puesta en marcha de cada una de estas obras lo más pronto posible, en función de las posibilidades de desarrollo que se le abre a las regiones beneficiarias de una mayor oferta de energía y de transporte.
En materia de energía nuclear, las repercusiones indican que los logros se dieron en forma más compensada que en otros sectores. De las dos centrales nucleares en la que participarán los capitales y fabricantes chinos, la primera será de agua pesada, la segunda de agua liviana. Según expertos en la materia, la primera tendrá mayor participación china, pero para la segunda Argentina se aseguró la transferencia del know how (conocimiento) que obtendrá en la primera, para así poder acceder a un mayor grado de participación, tanto en insumos como en el trabajo de sus científicos en esa segunda. Estos resultados tienen directamente que ver con la experiencia acumulada por la Comisión Nacional de Energía Atómica en décadas, que no se perdió pese a los años de atraso y abandono en el plan nuclear argentino. Así, se formaron no sólo científicos de sólida formación profesional, sino además altamente capacitados para “negociar”: saben qué pedir cuando se discute un convenio de asociación y se quiere asegurar para el país la transferencia tecnológica.
En los convenios firmados con Rusia, se han dado pasos importantes para la concreción de una sexta central nuclear, con aportes y diseño de ese país, y para el financiamiento y construcción de una represa “multipropósito” (generación hidroeléctrica, control de inundaciones, riego, uso industrial y consumo humano) sobre el río Neuquén, Chihuido I, que se iniciaría “a más tardar” en septiembre de este año. Hay interés mutuo en promover el uso de monedas propias en el intercambio comercial (el importador de cada parte paga en su propia moneda a su banco central, y entre ambos bancos centrales se compensan el saldo al final de un período), que le evitaría a cada país la necesidad de disponer de los dólares para poder comprarle al otro. También se puso de manifiesto en los encuentros de esta semana en Moscú la intención de buscar formas de sustitución de importaciones de otros orígenes, con posibilidades de lograr conveniencias mutuas.
No hay un balance final de estos acuerdos porque es un camino que empieza a abrirse. Y a concretarse. China y Rusia trazan un mapa geopolítico que busca cambiar las relaciones de fuerza en la economía mundial, tratando de superar sus propias limitaciones. La posición que tiene hoy Argentina puede obtener importantes beneficios en ese nuevo espacio. Los riesgos existen, y podrían sintetizarse en el peligro de “cambiar un imperialismo por otro”. Para Argentina, la preservación pasa por tener negociadores que defiendan el modelo propio y las necesidades propias. Los gobiernos rusos y chinos, se sabe, son duros negociadores, pero –como definió un analista internacional y además ex negociador por el país con países europeos–, “hoy Argentina tiene posibilidades de reclamarle a cualquiera de ambos la participación de mano de obra propia o de transferencia tecnológica en cada uno de los proyectos: plantearles eso mismo a los norteamericanos o a los franceses sería impensable”.
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