Por Eduardo Fabregat
Estás buscando direcciones en libros para cocinar
Estás mezclando el dulce con la sal.
Estás mezclando el dulce con la sal.
(“Superhéroes”, Charly García)
Es cierto: los últimos años de Hollywood han sido una permanente apelación al refrito, el nuevo guiso de viejas ideas, las secuelas, precuelas y reboots. Pero aún en ese panorama hay espacio para la excitación, y matices sobre cómo se cristaliza todo eso. Algunos dan manotazos de ahogado. Otros se llaman Marvel o Abrams, y entienden cabalmente cómo debe ser el cine de entretenimiento en el siglo XXI. Cómo se hace para que eso que algunos desdeñan como mero cine pochoclero sea un gran espectáculo, devuelva con creces el costo de la entrada y haga honor el eterno disfrute de encerrarse en una sala a oscuras a vivir una fantasía.
En ese sentido, estos días han sido bastante ejemplificadores. Todo comenzó con la jugada maestra del combo LucasFilm / J. J. Abrams / Disney, que en la Convención Star Wars de Anaheim (nudo universal del nerdismo más gozoso) presentó el segundo trailer de The Force Awakens, y llevó los niveles de arenga a un grado casi insoportable teniendo en cuenta que el estreno será el 18 de diciembre. El Destructor imperial enterrado en la arena. La voz de Luke Skywalker. La máscara destrozada de Darth Vader. La imagen de R2-D2. Y el golpe de gracia, el cross al mentón, el moño perfecto para recordar por qué hay una generación (y otra, y otra, y otra más) marcada por los mitos de Star Wars: “Chewie, we’re home”, dice Han Solo, y Chewbacca lanza su característico gruñido, y los que sentimos que estamos en casa somos nosotros.
Abrams está haciendo todo bien: tiró a la basura los chiches digitales de George Lucas y volvió a filmar en celuloide y con escenarios y naves construidas en un taller. Entendió que la cosa va por tener un villano a la altura de la historia (a Kylo Ren apenas se lo ve, pero ya parece tener lo que se necesita) y ningún Jar Jar Binks a la vista. Ya atesora el logro de haber convencido a trekkies, ahora va por un universo de fans igualmente exigentes. Lo tuvo a Leonard Nimoy en la nueva Star Trek, ahora tiene a Mark Hammill, Harrison Ford y Carrie Fisher. El trailer sumó 20 millones de visualizaciones en YouTube en las primeras 24 horas: es fácil apostar a The Force Awakens como un record histórico de taquilla, pero sobre todo hay olor a una buena historia.
Si el regreso a fin de año de los héroes de la Fuerza produce entusiasmo, el otro suceso del gran entretenimiento de esta semana es ya algo concreto. Avengers 2. La era de Ultron es otra demostración de que en el universo Marvel están haciendo las cosas como corresponde. Sobre todo porque poco después del trailer de Star Wars se filtró en la red el de Batman V. Superman, la gran apuesta de la compañía “rival” DC para 2016. Y en esos escasos dos minutos vuelve a quedar claro el perjuicio de llevar hasta la última instancia las oscuridades del Batman de Tim Burton, ya exacerbadas por la trilogía de Christopher Nolan. La gravedad de esos superhéroes atormentados es de un peso abrumador; siempre fue interesante el costado siniestro del Caballero de la Noche, pero lo que pudo verse de este crossover que enfrenta a la capa negra contra la capa roja tiene una densidad que no estimula demasiado las ganas de ir al cine. Sí, hay curiosidad por el artefacto, pero no puede hablarse estrictamente de arenga. Y hasta el más acérrimo fan de Batman sufre las dudas que dispara Ben Affleck con ese traje.
Los Avengers, en tanto, son el club de superhéroes perfecto. El director Joss Whedon entendió todo: que Iron Man, Thor, Hulk, Hawkeye, Capitán América y Viuda Negra tienen el deber de salvar al mundo, pero no por ello deben poner cara de la enorme circunstancia. Que en la dinámica entre ellos hay todo un universo de posibilidades, y que entre superhéroes el humor no tiene por qué estar prohibido. Avengers 2 lo tiene todo: un elenco impecable, toneladas de acción filmadas a lo bestia, tensión, suspenso... y a la vez una ligereza, un sentido del humor que lo convierte en un producto completamente distinto en el rubro. Plagada de grandes one liners (“Ultron se está reproduciendo como un conejo católico”, dice Nick Fury, el enorme Samuel L. Jackson, y la sala estalla), la nueva película Marvel explica por qué el universo sigue en expansión: cada film complementa y refuerza a los otros y abre nuevas puertas narrativas, y es todo un gran negocio, claro, pero también son dos horas y pico a oscuras de pleno disfrute. Tony Stark no es un megamillonario atormentado a la Bruce Wayne. Aun en una película en la que es principal responsable del descalabro, sigue siendo ese playboy jocoso que gasta al Capitán por su envaramiento de patriota y organiza festicholas para celebrar los triunfos del equipo. A diferencia de tantas adaptaciones cinematográficas, los personajes de Avengers tienen espesor y vida propia, y pueden encarnar los lugares comunes del superhéroe dándoles un nuevo sentido. Nadie busca direcciones en libros para cocinar, ni mezcla el dulce con la sal.
Y detrás de todo está Disney, ese monstruo grande del cine infanto-juvenil tan lleno de clichés y familiares cruelmente muertos, pero que supo reformularse y hacer las movidas que había que hacer para arrastrar a millones a las salas y dejar algo a cambio. Bajo el ala de la compañía de Walt están hoy Marvel, Pixar y LucasFilm: demasiados aciertos como para seguir pegándole a la compañía por el sadismo de Bambi y Dumbo o el sexismo de princesitas esperando a su príncipe azul de Cenicienta y La bella durmiente. Sí, la empresa del ratón también está exprimiendo la nueva vaca de la readaptación con actores + CGI (pronto llegarán Mulan, El libro de la selva, Alicia a través del espejo, La Bella y la Bestia y Dumbo por Burton, que puede llegar a convertir al viejo circo en un desfile de freaks), pero hay que agradecer que dejen volar la imaginación de sus compañías satélites. Y que en ese vuelo dibujen un nuevo horizonte para el cine de entretenimiento, tan necesario para la supervivencia del cine en las salas como las películas independientes que parecen aplastadas por los tanques de Hollywood, tan pesados como el martillo de Thor. Es sólo superacción, pero nos gusta.
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