¿Qué hará La Cámpora estas elecciones? “Nos vamos del poder, pero quedamos en la política”, dijo un dirigente después del acto en Argentinos Juniors, cuando Máximo Kirchner por fin habló. Mi único heredero es la juventud, pareció hacerle decir Máximo a Cristina hace apenas unos largos meses. Y en aquel momento se visualizaban dos caminos para la juventud kirchnerista: 1) los que imaginaban una vuelta a la resistencia, para hacer del kirchnerismo una identidad sólida fuera del poder, fogueándose en la oposición a un gobierno lo más liberal posible (Macri); 2) y los que ya conociendo concretamente la dura vida de desierto y “resistencia”, veían la posibilidad de integrar un gobierno peronista más amplio para ser una parte, incluso una parte “crítica”, pero adentro (Scioli). A esta hora, Scioli es la única opción real para ganar. Ganar, a la larga, tira más que una yunta de bueyes. Y Randazzo se distingue como lo que es: un cuadro del peronismo bonaerense clásico. No tan competitivo -por el momento- como Scioli.
Probemos un ejercicio comparativo entre kirchnerismo y macrismo, dos identidades opuestas. Pensemos lo que los une aunque suene forzado y alise las diferencias (que es donde, justamente, montan su identidad; aunque supieron tramar negocios y acuerdos). ¿En qué se parecen estos adversarios políticos que se miran desde las antípodas ideológicas? En que los dos nacieron en esta década larga. En que los dos tienen liderazgos piramidales. En que los dos, en distinta escala, convocan a juventudes de las capas medias (aunque unos quieran politizar y otros despolitizar). Y por último, los dos, a su manera, animan un cierto soplo anti político y renovador porque son hijos de la crisis de 2001. Entiéndase en esta “anti política” un tic nervioso frente a la vetusta dirigencia política que llevó a la crisis. Kirchner buscó sumar los “mejores” con la transversalidad ideológica alternativa al PJ y el PRO traer el eficientismo del mundo privado, algo que en los 90 se decía, pero como del menemismo nadie se hace cargo, ahora se volvía a nombrar bajo la forma del sentido común y la racionalidad ascética.
Un viejo cuento del protocolo presidencial decía que sólo tenían permitido el acceso al metro cuadrado que rodeaba a Kirchner los noteros de CQC (la tele vengadora), con quienes Néstor se hacía guiños de complicidad. Kirchner, al igual que Macri, pero por izquierda, al contrario que Macri, conservaba un juicio severo sobre una clase política que veía desgastada, en su hora crítica luego del 2001. El macrismo también fue el emergente tras Cromañón, ahí donde el progresismo porteño se convirtió en una experiencia siniestra. No importa para este análisis lo evidente: que Néstor y Mauricio venían, con trayectos distintos, también de ese fondo de olla. ¿Pero qué es la política, sino reinventarse?
Vamos por más
Si el PRO tiene su sub 40 (¿50?) de cuadros salidos de thinks tanks y ONG’s, es decir, de las usinas que están por afuera de la política partidaria, el kirchnerismo tiene su dirigencia sub 40 (cuarenta y pico) salida de la militancia juvenil (universitaria, de DDHH, barrial) de los años 90, que se alimentaban, en plena crisis, del rechazo a la política clásica. De hecho Axel Kicillof participó del colectivo 501, el que promovía simbólicamente el punto geográfico de la desobediencia civil frente al voto durante esa década. El PRO buscó la renovación discursivamente por afuera de la política, y paradójicamente el kirchnerismo lo hizo invocando la recuperación de las tradiciones de adentro de la política, por ejemplo las juventudes de los años 70 o el primer alfonsinismo. Unos, como recién llegados de la actividad privada y el tercer sector que vienen a donar su tiempo libre (aunque se encarguen de ocultar en los CV su paso por otros gobiernos). Y otros, en el intento de recuperar la práctica militante sepultada. Estoy diciendo que PRO y kirchnerismo reactualizaron la polarización que existía en los 90 pero en un escenario regional (hasta hoy) lo suficientemente distinto y contrahegemónico como para que el 501 gobierne el ministerio de economía y el eficientismo/liberalismo lidere la oposición.
Pero siempre la política hace las cosas más complejas.
Hasta hoy La Cámpora estuvo más presente en la Aduana por donde pasan los candidatos electorales (aunque asegurándose lugares en las listas) que en la promoción de sus propios dirigentes. Tuvieron más que ver con la decisión de colocar frente a Sergio Massa un espejo, un Martín Insaurralde, que con construir su propio MI. Hay un dato que es clave: la vocación de poder no exime que la cultura política de La Cámpora venga -como dijimos- más del estilo militante que del estilo político partidario. ¿Qué significa esto? El militante es organizado pero desprecia el “partido”, se auto-narra sin evaluar su productividad electoral y construye un imaginario que coloca su concepción de Pueblo, Patria, Mundo, en un teatro de representaciones específico y propio. Esa es la diferencia de un Insaurralde o Patricio Mussi (Berazategui) frente a un dirigente acostumbrado más a hablarle a su tribuna. Captar votos es jugar de visitante. La política electoral, esa que se rechazaba con gusto en los años de juventud veinteañera, son los fierros reales de una democracia donde cada hombre es un voto, cada mujer es un voto. Y su búsqueda supone un pastoreo completo, entregado, humilde. Este año, por fin La Cámpora asume que deberá ser parte del esfuerzo electoral, y se sabrá cuánto mide, cuánto es, dónde empieza y dónde termina su legitimidad. Celebrados o estigmatizados, el voto pasa en limpio qué son para la sociedad, más que para los medios de comunicación de cuál o tal capital. Según se adelanta, apostará a tener candidatos en los 15 distritos y ya registra una frase de campaña que es, sencillamente, apenas un mensaje y consuelo hacia adentro: “el candidato es el proyecto”. Con Mariano Recalde (uno de los dirigentes más importantes) comenzaron este ruedo.
Si hasta ahora LC resultó más un fenómeno de participación que un fenómeno de representación, ahora se decidió a jugar. La diputada nacional Mayra Mendoza competirá en Quilmes contra Francisco ‘Barba’ Gutiérrez; el secretario de Justicia, Julián Álvarez, peleará por la intendencia de Lanús, donde talla fuerte el actual intendente, Darío Díaz Pérez; al intendente de Moreno, Mariano West, lo enfrentará el concejal Walter Festa, quien formó un bloque ultra K; y para la intendencia de Mercedes, Juan Ignacio Ustarroz, que es medio hermano de Eduardo “Wado” De Pedro, se medirá de nuevo. Son algunos de los movimientos previstos.
Ahora también LC tiene que buscar votos, internarse en el bosque, sonreír, sudar, besar niños, sangrar la frente y volver con la piel del pueblo, viejo zorro. El hecho de que La Cámpora decida jugar implica no sólo medirse en las urnas sino también, quizás, cambiar a la propia Cámpora, abrirla, digamos que “besando bebés” se aprende también a hacer otra parte de la política. La Cámpora creció en el Estado pero no tiene intendencias, gobernaciones o sindicatos propios. Su espejo histórico, la Juventud Peronista, tuvo una estrategia en 1973 de tensión con Perón (por supuesto que la relación entre Perón y aquella juventud era completamente distinta que la que tiene CFK con sus jóvenes), y en ese caso el despliegue de la Tendencia contabilizaba entre veteranos peronistas afines a los “gobernadores propios”, y disputaba con la burocracia sindical una construcción gremial propia, lo que para muchos fue su error fatal. Ese desarrollo fue entendido con disgusto por el propio Perón, que quiso tener todo propio. Pero mientras el kirchnerismo se apresta a dejar el poder, mientras en las opciones que se barajan dentro del FPV no hay ninguna que se sienta “propia”, la salida ordenada de Cristina tras dos mandatos, es una condición de posibilidad que pareció nunca existir: la izquierda peronista ingresa al juego político que hasta ahora venía siendo a todo o nada (perdés y te vas a tu casa o te volvés marginal o armás un partido chico para no desaparecer) y en cambio ser parte de un espacio mayor.
Se acabó el tiempo de gracia del dedo maternal. Para La Cámpora es el momento de llegar de abajo hacia arriba adonde te lleven los votos.
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