Cuando los presidentes hicieron la tradicional foto de saludo al final de la Cumbre en la ciudad de Panamá, comenzó a discutirse quién había sacado más ventaja del encuentro. ¿Cuál de las dos Américas, la que tiene su eje en Estados Unidos o la que tiene el epicentro en los países sudamericanos, había logrado de forma más plena sus objetivos políticos?
Sin querer ser salomónicos, habría que decir que la Cumbre plasmó algunos deseos a ambos lados del mostrador. Estados Unidos, que viene ensayando un regreso a la conversación en América latina, pudo mostrar que la cita continental de Presidentes y Jefes de Estado que convocó por primera vez en 1994 todavía conserva su relevancia. Eso no es un hecho menor: la Cumbre de las América es un foro “nuevo”, que nació atado a la iniciativa de Bill Clinton de construir un Área de Libre Comercio de Alaska a Tierra del Fuego. Después de la mítica Cumbre de Mar del Plata de 2005, donde quedó herido de muerte aquel proyecto, muchos se preguntaron cuántas cumbres más habría.
Una década después, Estados Unidos puede mostrar que conserva algunos socios políticos más o menos cercanos al sur del río Bravo, como México y prácticamente toda la región centroamericana. Por el contrario, casi toda Sudamérica escapa a esa lógica, en algunos casos por tener enfrentamientos directos con Washington, en otros a partir de distancias más sutiles, en todos por haber logrado un margen de autonomía considerable.
En esta situación de “empate", Estados Unidos llegaba a Panamá con un acuerdo histórico bajo el brazo: el descongelamiento de las relaciones con Cuba, que fue aplaudido por todos los países latinoamericanos. La intención norteamericana -un tanto ingenua- era mostrar a un Tío Sam con rostro humano, lejano a las imágenes imperialistas del pasado.
Sin embargo, la desafortunada orden ejecutiva donde Venezuela aparece como una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos manchó la alfombra sobre la que Obama pensaba inaugurar una nueva era en las relaciones con América latina. No sólo por el lenguaje belicoso que deja flotando en el aire la normativa (“amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional…”) sino por lo que realmente busca ese formalismo: hacer posible el embargo de bienes y la prohibición de pisar suelo norteamericano a funcionarios del gobierno de Venezuela.
Ni siquiera sirvió de mucho la declaración de Ben Rhodes, asesor de Obama en asuntos de seguridad nacional, y luego del propio Presidente, aclarando que Venezuela no era una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Si bien el gesto tiene su importancia, el dato de política dura es que al mismo tiempo Washington descartó dar marcha atrás con la orden ejecutiva y las sanciones contra los funcionarios venezolanos.
Más allá de Cuba y Venezuela, la Cumbre también mostró dos naturalezas diplomáticas, que posiblemente sigan profundizando sus diferencias. Durante estos años de ausencia norteamericana, fue consolidándose un modo muy particular de interacción presidencial en las distintas cumbres y foros regionales: las intervenciones dejaron los lugares comunes y las fórmulas tìpicas de las cancillerías, para tener un peso político e ideológico mucho más fuerte. Contrario a lo que se piensa, esa nueva modalidad no fue algo exclusivo de los presidentes bolivarianos, ni aún los del eje progresista-populista. Uno de los puntos más altos de cumbres con debates reales entre los mandatarios, fueron aquellas donde el entonces presidente de Colombia Álvaro Uribe sostuvo sus argumentos en favor de tener bases militares extranjeras en su país, así como la defensa del bombardeo de un campamento de las Farc en territorio ecuatoriano. Desde ya, Hugo Chávez y Rafael Correa también dijeron lo suyo. Lo que importa marcar es una inclinación muy evidente a que estos foros presidenciales sean mucho más que una foto. Los presidentes se escuchan, se citan, se critican, llegan a consensos mano a mano.
Obama no parece haberse llevado muy bien con esta lógica: en sus palabras invitó a un nuevo pragmatismo, sin “ideologías”, y dando un borrón y cuenta nueva respecto a la “historia” conflictiva entre el norte y el sur. Algo bastante alejado a las ideas de la mayoría de los presidentes que hoy gobiernan América del Sur. Cuando esas afirmaciones tuvieron la esperable respuesta de los mandatarios que lo siguieron en el uso de la palabra, Obama se retiró de la gran mesa redonda y mantuvo, según dijo su cuerpo diplomático, algunas reuniones de trabajo. De pronto, aquella imagen de “rostro humano”, de retorno amable a la región se esfumó y volvió una práctica que se acerca más a la antigua idea de que los Estados Unidos pueden reunir a todo el hemisferio con la sola agenda de difundir sus planes y proyectos, sin necesidad de escuchar (menos aún tener en cuenta) las visiones complementarias o contradictorias que se quiera o no, hoy existen en la región.
Por último, cabe anotar un elemento más a la hora de balancear cómo está el equilibrio de fuerzas en la región. Como puso de relieve el discurso de Cristina Kirchner, cada vez tienen más presencia las ONGs, que instalan agendas paralelas, e influyen en el clima de opinión pública. En el caso de la Cumbre de Panamá, la más significativa fue FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), cuyo presidente es José María Aznar, quien se encargó de reunir la firma de 18 ex presidentes de la región (todos ligados a los sectores conservadores, entre los que está Eduardo Duhalde, por ejemplo) donde se pide el “restablecimiento de la democracia” en Venezuela, “mediante elecciones limpias y justas”, lo que equivale a decir que en Caracas gobierna una dictadura que se mantiene en el poder mediante el fraude electoral.
En verdad, las ONGs o asociaciones civiles de distinto tipo siempre estuvieron presentes en las Cumbres presidenciales. La gran novedad es una notable inversión de roles: mientras que hasta diez años, eran los movimientos sociales, los sindicatos, los movimientos de derechos humanos, quienes protestaban en las ciudades a donde llegaban los mandatarios, ahora son las ONGs ligadas a los sectores conservadores, nucleadas por referentes de la derecha española y norteamericana quienes hacen lo mismo.
Ese cambio de roles es un espejo del cambio político e ideológico de los gobiernos que ocupan las sillas oficiales en las cumbres desde hace años. Una derecha militante y protestona es un cambio palpable, no sólo en la instancias como las cumbres, sino en la dinámica democrática en cada uno de los países, como puede verse por estos días en las calles de Brasil.
¿Quién ganó en esta Cumbre panameña? Difícil decirlo, pero lo que parece evidente es que Estados Unidos intentará volver a tener protagonismo, y en esta primera prueba dejó en claro esa intención, así como la imposibilidad de acercar la oreja a lo que tenía para decir la región. Desde el bloque sudamericano, la incógnitaa es si la virtud que lograron los gobiernos en generar un sentido común de pertenencia se mantendrá cuando Estados Unidos opere efectivamente en contra.
Télam
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