martes, 14 de abril de 2015

EL HIJO DE SUS DIAS Esos papelitos

Por Eduardo Aliverti
Galeano era un tipo tan enormemente sencillo como lo que escribía. No sé por qué algunos le habían hecho cierta fama de persona complicada, presa de su ego, algo despectivo. Supongo que por envidia, como en tantos casos respecto de los grandes. Rescato esa faceta de su personalidad, la sencillez, porque justamente no se encuentra todos los días la coherencia entre cómo se piensa, cómo se dice y cómo se vive. Tenía el raro mérito de hablar como se escribe, además. Hacerle una nota a Galeano significaba que después no había que preocuparse por el tiempo que llevaría la desgrabación. Su sintaxis oral era perfecta, sin una sola muletilla, sin un solo cliché, y eso es un símbolo de convicciones muy profundas, además del placer inconmensurable que es charlar con alguien que habla así. Llevaba esos papelitos donde anotaba todo cuanto le era de interés. Los tenía en los bolsillos del pantalón, arrugados. Papelitos de servilleta de bar, de libretas, de cualquier cosa. Estaban transcriptos signos, palabras y oraciones, que podían provenir de algo que acababa de ver desde el taxi, de un dato tras encontrarse con una indígena a la orilla de un lago centroamericano, de lo que se le ocurrió en el almuerzo. En esos papelitos, no me cabe la menor duda, estaba el resumen de la sensibilidad social de Galeano. Y entre eso, su capacidad de observación y el talento para transcribir, se encuentra el secreto obvio de una obra monumental. No tenía una técnica específica para escribir, quizá con la única excepción de las frases cortas. Una vez escuché decir que sus palabras eran como cuchillos, porque siempre –siempre– tenían la propiedad de atravesar al lector. Tal vez sea una definición algo cursi, pero es indesmentible. Uno no encuentra oraciones de Galeano que lo dejen indiferente, porque son todas de una precisión asombrosa en el logro del objetivo. Es el escritor de las imágenes y los sonidos. Sus textos se ven y se oyen como pocos o ninguno.

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