domingo, 4 de agosto de 2013

Y al fin llegó la hora de Leandro Illia Por Juan José Becerra. Escritor

cultura@miradasalsur.com Ricardo Alfonsín pierde el protagónico de la portación de apellido con la llegada del hijo de Arturo Illia. El vástago, dice, hacía política aunque nadie se había enterado. El debate del espacio UNEN en TN entre Ricardo Gil Lavedra, Lilita Carrió, Martín Lousteau y Leandro Illia fue un inesperado éxito en la historia de un género que se afianzó en Estados Unidos como una discusión de a dos, de algún modo una discusión de características matrimoniales acerca de lo que le falta al otro y de lo que uno tiene para superarlo en el tomá y dame de los intercambios. Martín Lousteau se desempeñó bien, tanteando el terreno mientras iba abriéndose paso a fuerza de la vulgarización de sus papers. Gil Lavedra lo hizo aplicando a sus dichos un registro de diplomacia varias veces a punto de ser violado por cierta verdad interior que le hacía cosquillas, orientada en dirección a Carrió y basada en un interrogante que despierta misterio: ¿para qué quiere ser legisladora si no le gusta ir al Congreso? Carrió es un personaje riquísimo para los consumidores de imágenes y voces, que encarna como nadie la maldad del bien, el principismo moral llevado al nivel de un misticismo irreversible y la idea de que la Argentina se salvará únicamente con la aplicación de un plan de corrupción cero y la figura ramificada del objetor moral, sin otra vocación de poder que la del poder de veto y el poder de denuncia. Pero el gran protagonista de la noche fue, como lo viene siendo allí donde aparezca su figura, Leandro Illia, hijo del presidente Arturo Illia, de quien ha heredado el uso del poncho, prenda del caudillismo radical que es, también, un intencionado viaje en el tiempo. Así presentó el espectáculo el querido Marcelo Bonelli: “Esta noche en A dos voces... ahí están los cuatro candidatos... el debate más importante de la interna de diputaaaados están aquí... vamos a debatir los temas que a usted le interesaaaa... Ay..., ahí está Leandro Illia”. El estudio estaba colmado de acompañantes. Dejemos que también sea Bonelli –démonos ese lujazo– quien describa el color del ambiente: “Hay muchísima gente en esta noche en A dos voces... esteeee... bueno... caaa candidato trajo aparte de su equipo... aparte... por ejemplo está Fernanda Reyes candidata a senadora por la lista de Elisa Carrió, Gustavo Vera de La Alamera, Roy Cortinaaas, Alcira Argumeeeedo y muchísima gente más...”. De nada sirvió la amabilidad de los anfitriones. El ingreso de Leandro Illia a nuestros hogares, cuando daban las 22.06 del histórico día, fue con botines Sacachispas de punta: “Bueno. En primer lugar quiero decir que me podrían dar tres minutos porque, realmente, la abrumadora publicidad de las otras listas ha hecho que se minimice lo de la nuestra. Pero no importa, yo me voy a atener como siempre en mi vida me atuve a las reglas del juego”. Un verdadero acercamiento al Illia profundo, cuando no un identikit ideológico con dos tramos partidos por la mitad: el de dar y el de pedir, con el detalle de que primero pidió (tiempo) y después dio (su consentimiento a las reglas de TN, que siempre son las de la democracia). “Nosotros somos con la gente, por la gente y para la gente”, dijo Illia en el primer bloque de su intervención. Inesperada incursión en la lista de preposiciones, pero reducida con inteligencia a sólo tres. Fue sagaz. No hay programa que pueda soportar lo que le llevaría a un candidato extenderse con propuestas (además de “con”, “por” y “para”) ante, bajo, contra, desde y hasta la gente. El gran ganador, en términos de felicidad personal más que política, fue Martín Lousteau, quien en el cuarto de pantalla que le tocaba en las zonas en las que el debate se liberaba, se lo podía ver como un espectador privilegiado del arte de Leandro Illia (el arte de la exaltación), sobre todo cuando hacía flamear la bandera de su ética ¡más alto que la de Carrió! En ese momento, Lousteau, lejos del stress de tener que persuadir a su público, disfrutaba como lo hubiera hecho en un teatro de Carlos Paz al ver el desempeño de un capocómico que habla en serio. El CV abreviado de Leandro Illia al pie de su foto en Twitter, donde no le falta el poncho –ni el micrófono: otro accesorio de cepa radical– dice: “Abogado, secretario de Estado en la época de Raúl Alfonsín, cofundador de la Franja Morada en Derecho”. Sus nombres de pila (Leandro Hipólito) aportan sustancia referencial y la sospecha, dado que su padre no les dio a sus otros hijos nombres con sentido histórico, de que Leandro fue empujado a una carrera política. Si tal empujón existió no fue suficiente para que despuntara en él la fiebre de la precocidad; tampoco para sostener el deseo sostenido de ser un político. Apenas si alcanzó a desempeñarse como titular de la Caja de Asignaciones Familiares durante el gobierno de Alfonsín. Para el gran público, la irrupción de Leandro Illia como precandidato a diputado de la lista “Presidente Illia” del espacio UNEN fue una sorpresa y despertó intrigas. ¿Dónde estuvo hasta ahora? ¿Cómo que Arturo Illia tenía un hijo que, al decir de sí mismo, se dedicaba a la política? ¿Quién urdió semejante plan de ostracismo y con qué fines? No se sabe, pero lo cierto es el precandidato Illia es un personaje nuevo que, una vez ingresado al escenario, nos da la sensación de que ha estado esperando su momento para dar el golpe. Un golpe (el salto a la fama) que tiene lugar a la edad aproximada que tenía su padre cuando fue derrocado en 1966. O sea: se trata de un caso del que no es ajena cierta voluntad de reencarnación. Leandro Illia (si sirve de prueba: habla como si fuera un estadista... de los años ’60) quiere retomar un legado allí donde su padre fue obligado a abandonarlo. El caso es interesante y solicita estudios profundos de sus pormenores, pero no es un caso único. Como fantasma recursivo de esta aparición tenemos a Ricardo Alfonsín quien, como Leandro Illia, saltó al escenario público casi a la misma edad en que su padre Raúl fue elegido presidente y gracias, también, a que su padre acababa de morir. Claro que a diferencia de Leandro, quien sólo retoma a su padre como un gajo que vuelve a crecer cincuenta años después de su cercenamiento, Ricardo Alfonsín se inclina más a competir con Mario Sapag, famoso imitador de su padre, que a tomar del Padre de la Democracia lo mejor que tuvo para darles a los demás, incluyéndolo a él. Se dirá que es común que alguien se vea tentado a seguir la senda abierta por el patrimonio material o moral del padre, siempre iluminada, y con palenques dónde rascarse. ¿Carlos Nair Menem no fue, acaso, asesor de su padre en el Senado? Y John-John Kennedy, ¿no le hizo honor a JFK curtiéndose a medio padrón femenino de Manhattan? También están los Bush padre e hijos: el W. y Jeb, que no pasó de la Florida. La lista continúa con los Torrijos en Panamá, los Pastrana en Colombia, los Tachos Somoza en Nicaragua y los Batlle en Uruguay. Pero Leandro Illia es un fenómeno especial. La razón de su especificidad, entre todas las que pueden enumerarse, es una sola: su timing histórico. Como si se hubiera estado entrenando en el monte durante años, para recién hacerse ver en el momento de empalmar su vida con la de su padre como si fueran dos cables que conducen la misma energía, la aparición de Leandro Illia no se olvidará así nomás. Ha llegado su momento. 04/08/13 Miradas al Sur

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