jueves, 1 de agosto de 2013

“Me interesaba narrar un proceso colectivo”

Cómo habla la literatura hoy en día sobre política? ¿Qué tiene para decir la ficción, por ejemplo, sobre el rol del Estado o sus vínculos con las organizaciones populares? ¿Cómo se posiciona frente a la actual discusión mediática sobre la militancia? Todos estos interrogantes aparecen abordados con lucidez en los relatos de Intercambio sobre una organización (Blatt&Rios 2013), primer libro de Violeta Kesselman. Por Martín Baigorria I Con una prosa afilada y zigzagueante, sus cuentos giran en torno a las relaciones nunca sencillas, nunca lineales, entre militancia, agrupaciones de base, y Estado, a partir de las transformaciones introducidas por el kirchnerismo. Un relato colectivo donde interactúan diversas experiencias provenientes del activismo más reciente y menos visible. Crítica literaria e integrante de La Cámpora, Kesselman ha editado también junto a Ana Mazzoni, y Damián Selci, La tendencia materialista (Paradiso 2012), una antología dedicada a la poesía de los 90. Su libro nos permitió conversar con ella sobre todos estos temas. Este es un libro sobre la militancia en un momento de resurgimiento de la práctica política. ¿Cómo se relaciona tu libro con esa coyuntura? Si, es un momento de resurgimiento de la militancia. En otro momento histórico estos textos probablemente no habrían sido escritos, o hubiera sido escritos de otra manera. Igual, yo empecé este libro en el 2008, 2009; no arrancó el 25 de mayo de 2003 (risas). Arrancó bastante después. Pero si: es un momento de resurgimiento de la militancia donde hay mucha discusión política. Y ahora parece fácil. En literatura todos hablan de política. Lo cual está muy bien, en un principio. Pero todavía la organización -la juventud organizada- aparece como algo escupido por izquierda y por derecha. Por izquierda, se dice que son funcionarios a sueldo con blackberry. Por derecha, se los acusa de malvados o inocentes que repiten los errores del pasado. Al contrario de esas miradas, yo creo que es un momento histórico para participar en política. Con este libro quería recuperar una parte de la militancia, que es la organización más barrial, más territorial. Muchas veces algo pequeño, mínimo, es lo que hace avanzar la Historia. Yo quería meter eso dentro de un texto. Porque son cosas que en general no aparecen mostradas o percibidas en los libros. Entonces me pregunté cómo hablar de estos temas desde la literatura, sin ser declamativo o perimido en términos estéticos; cuáles son las herramientas que yo necesito para abordar la cuestión militante desde ahí. Una inquietud de orden social o política tiene que tener necesariamente su traducción en el orden técnico. El libro es la respuesta a esas dos cosas. Yendo un poco al proceso de escritura, ¿cómo surgió Intercambio…? ¿Tuvo algo que ver el diálogo con otros militantes? Sí, sin duda. Eso está todo el tiempo en los relatos: a alguien le mandan un mail, habla con un amigo, habla con otra persona; lo cual en un sentido técnico me permitió meter muchas voces, perspectivas muchas veces contradictorias entre sí, que hacían al análisis de una misma situación. Que es algo que un militante hace todo el tiempo. Ahí cada cosa esta sujeta a un intercambio entre compañeros cotidiano; ahí también hay pensamiento político, hay táctica y estrategia. Esa idea de que en una charla política necesariamente intercambiás puntos de vista tiene consecuencias a nivel formal en el texto: para empezar, en términos de estilo fuerza a reemplazar la subjetividad vaciada y mortuoria que todavía sigue rigiendo a gran parte de la literatura argentina por una subjetividad que está todo el tiempo pensando sobre la situación, sobre los cursos de acción posibles. Y eso a la vez te abre la puerta a muchas cosas: cómo incorporar un lenguaje oral, o también por ejemplo cómo escaparle a esa referencialidad convencional que se limita a mencionar marcas o lugares de veraneo; eso era en parte lo que buscaba, en lugar de quedarme nada más en el gusto por la superestructura, los grandes nombres, o la discusión general. Y también esa idea de intercambio era también una manera de encarar la narración sin necesidad de construir personajes muy definidos y puntuales que llevaran adelante la trama, cosa de la que quería en parte prescindir para tratar de narrar un proceso colectivo. Tu mirada sobre la militancia pasaría por la relación de esas organizaciones con el Estado. Como si la pregunta por la ética militante en el momento actual apareciera a partir de ahí. Claro, también porque es un momento inédito de la relación entre el Estado y las organizaciones libres del pueblo, en la que el Estado funciona más como un compañero antes que como un policía dando palos. Ahí a partir de eso, toda una serie de personas que militaron toda su vida contra el Estado se ven en la necesidad de replantearse un montón de cosas. Y así se han visto cismas de organizaciones que han trabajado por un espacio de tiempo más o menos grande a partir del kirchnerismo; que justamente es un parteaguas fundamental para la militancia de base. Entonces también buscaba captar un poco ese clima de debates: qué le pasa a alguien que militó toda su vida en una organización de base a partir del surgimiento del kirchnerismo. Qué le sucede a partir de ese momento bisagra. Sobre todo porque pasaron muchas cosas: organizaciones que se partían, gente que se peleaba, gente que quedaba con el corazón destrozado porque unos se iban y otros se quedaban, etc. Si bien a una escala menor, todas esas historias eran conflictos políticos interesantes para reflejar como experiencia colectiva. El año pasado editaste junto a Ana Mazzoni, y Damián Selci, La tendencia materialista, una antología dedicada a la poesía de los 90. ¿Cómo influyó el trabajo con esos textos en la escritura del libro? Algo fuerte que estableció la poesía de los 90 fue la idea de que con la poesía, o con la literatura, vos podés ocuparte de captar un momento histórico. A veces con temas más de coyuntura, a veces menos actuales. Pero se puede hacer. Tenés esa potestad. Y sobre todo, que eso se puede hacer de maneras muy distintas. Cada uno de esos autores tiene sus propias fuentes: Sergio Raimondi tiene encima todos los clásicos de la antigüedad, Alejandro Rubio tiene la influencia de Lamborghini, etc. Teniendo todo eso, podés usar todas esas fuentes o recursos, siempre y cuando las uses en relación a tu propio contexto, sin usarlos ahistóricamente. Lo que nos enseñó la poesía de los noventa es eso: hay procedimientos para hacer determinadas cosas que tienen una finalidad histórica. Después se va tomando más de unos o de otros. De Raimondi me resultaba atractiva esa cosa hiper-analítica, ese gusto por las palabras monográficas, antipoéticas a priori, propias de la economía, la historia, etc.. Eso está en Intercambio.... De Rubio me interesaba la capacidad de ir de un estilo o tono a otro, de un pasaje lírico a uno muy grotesco y al revés; y también, la preocupación por ser lo más explícito que se pueda. Aunque parezca que el libro pueda ser muy elusivo, otras veces trata de ser muy explícito. De Martín Gambarotta, la voluntad de análisis de la lengua con la que se habla de política desde una tradición de izquierda (sobre todo peronista). En general, el libro tiene mucha influencia de la poesía. También porque yo quería intervenir en los dos ámbitos: en la narrativa y en la poesía actual, sobretodo en sus variantes políticas. ¿Cómo ves la literatura política que se escribe actualmente? Hay dos vertientes en la mala literatura política. Una de ellas es la idea de que todo es político. Juego con un perro: es político. Pongo la olla en el fuego: es político. Esa es una posición un poco fácil. Como ese poema de Carlos Godoy (Escolástica Peronista Ilustrada) que se pasa repitiendo la palabra “peronismo”. Eso ya quedó totalmente obsoleto; apostar a mencionar sintagmas políticos como si eso diera más prestigio. Y la otra es acumular referencias concretas en el espacio-tiempo, como es el caso de los malos lectores de Fogwill tipo Vanoli. Juntan marcas, nombres, menciones a determinados hábitos de consumo; y se dan por satisfechos con eso. El manejo de las referencias realistas como salvoconducto para que el libro tenga la apariencia de estar históricamente situado. Pero no se puede tomar como una renovación. No agrega nada. La poesía de los 90 ya nos enseñó que se pueden usar todos los referentes políticos, históricos, actuales, y de coyuntura que vos quieras. Todo eso ya es un piso conquistado que tenemos que honrar, y que tenemos que trascender. ¿Te parece que la literatura puede hablar con mayor lucidez sobre la política, en comparación con otras disciplinas como el periodismo o las ciencias sociales? Yo no creo que la literatura pueda dar cuenta mejor de estas experiencias y conflictos que el periodismo, la sociología, o el ensayo de interpretación nacional. Pero obviamente, por la serie de recursos que tiene a su disposición, la literatura también puede agregar una serie de sentidos que no están en las ciencias sociales. Me parecía importante intervenir desde la literatura planteando temas, personajes, conflictos, que no estaban en la ficción actual. En la sociología estos temas muchas veces están super-trajinados al menos de un tiempo a esta parte; hay muchas cosas interesantes para leer y mucho que aprender. Pero en la literatura no. Es un tema que en general se aborda de manera sociológica… Y en principio la literatura no debería sustraerse a ningún tema. Entonces, ¿por qué no la militancia?

No hay comentarios:

Publicar un comentario