sábado, 17 de agosto de 2013

La historia, las elecciones, retornos y fragilidades Por Ricardo Forster

Sergio Massa y señora festejando el triunfo del domingo 11 de agosto. Mientras iba reflexionando, con preocupación, sobre los resultados de las PASO no dejaba de entrometerse el recuerdo de un artículo que escribí los días siguientes a la derrota electoral de junio de 2009; como una trama espectral regresaban las imágenes de un primer desasosiego que, con la perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido, me permitió revisar ese tropiezo resignificando la propia travesía del kirchnerismo. Como una manera de iluminar la actualidad en su provocación y en el desconcierto que puede suscitarnos me gustaría, empezando con una cita de un indispensable artículo de Horacio González escrito a la noche del último domingo que pone el acontecimiento en un contexto lúcido, recuperar, después, mi escritura de cuatro años atrás. Sabiendo, como sabemos, que si bien la historia no se repite siempre guarda un juego especular que nos permite desentrañar mejor las señales del presente. Voy, primero, con Horacio: “Hasta el momento, un sutil e implícito descentramiento vino jugando a favor del gobierno. Ha tenido trato con el vacío y la plenitud, ha surgido de un vértigo y creó una institucionalidad movediza que puso sobre la arena política debates cruciales sobre la historia colectiva. Sale machucado de esta jornada, pero su compleja respiración sigue viva. No es anticapitalista, pero no todos los procapitalistas caben en él. Verdaderamente, el verdadero capitalismo globalizado no desea que prosiga. No es antirrepublicano, pues sus actos, que proyectan reformas institucionales o leyes avanzadas, se someten al debate parlamentario y al juego democrático general. No obstante, sus impulsos reformistas son pretextos variados para la crítica de un neorrepublicanismo que a veces siente estar frente a una dictadura. Tampoco el gobierno es enteramente peronista: si buena parte del peronismo cabe en él, no todo el kirchnerismo cabe en el peronismo…”. Finaliza Horacio diciendo: “…el neoliberalismo se apresta a volver, alimentado por afluentes sombríos, que algunos conocen bien, otros no aciertan a detectar, aunque pronuncien muchas veces palabras superficialmente adecuadas. Lo sabíamos. Es tiempo de auscultar lo que somos, interpretar con agudeza los nuevos horizontes de justicia y rehacernos en el acoso”. Voy, ahora, hacia ese otro texto escrito a la luz de la derrota y que, creo, me permite y quizá le permita al lector auscultar mejor lo que hoy está sucediendo. Lo transcribo tal cual sin modificarlo: “Hace seis años, mientras el país todavía se debatía tratando de salir del inmenso daño suscitado en su cuerpo por las políticas de los noventa, una gran parte de la sociedad (esa construcción abstracta, llamada también ‘opinión pública’, de la que siempre hablan los grandes medios de comunicación y sus periodistas estrellas) se disponía a elegir a quién sería el guía de esa hora tan compleja y amarga. Seis años después tenemos la extraña sensación de que el verdadero ballottage, el que tenía que haber enfrentado a Menem con López Murphy, vuelve a aparecer bajo otros nombres (Macri, Cobos, Reutemann o De Narváez). Como si la excepcionalidad, o el azar, que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia y luego a desplegar políticas por completo antagónicas a las desarrolladas entre nosotros por el neoliberalismo, volviese a ofrecerse como lo que fue: una anomalía, aquello no esperado y que poco tenía que ver con los imaginarios predominantes entre una gran parte de los argentinos, que todavía llevaban y llevan en lo más profundo de sí mismos, las marcas dejadas por el sueño de la convertibilidad. “Con alivio los profesionales del periodismo ‘independiente’, los portadores de grandes virtudes republicanas se apresuran a felicitarse por el fin de tamaña anomalía, de esos años sorprendentes en los que la ‘forma’ imperfecta, plebeya y hasta ‘populista’ vino a desplazar la siempre pendiente ‘calidad de las instituciones’, esa tan reclamada República por muchos de aquellos que han atravesado la historia del país enlodándola y envileciéndola. Pero claro, ese tiempo loco, anómalo, extraño debía concluir, tenía que convertirse en un mal recuerdo, suerte de pesadilla para quienes desde siempre se han visto a sí mismos como los dueños efectivos de ‘la patria’. Sus escribas corren a recordarnos que esa etapa excepcional e imprevista de la historia nacional ha quedado sellada de una vez y para siempre mientras regresa, ¡por suerte!, la cordura en el interior de una sociedad que, como si se despertase de una pesadilla, vuelve a respirar aliviada y se prepara para retomar ese ballottage suspendido en el tiempo entre Menem y López Murphy, un ballottage que vino a interrumpir ese extraño personaje llegado del lejano Sur. “Soltando el aire retenido en sus pulmones, aligerando sus preocupaciones nacidas del profundo desagrado que les suscitó ese equívoco que condujo a Kirchner al sillón de Rivadavia, están nuevamente listos para borrar de un plumazo –al menos ese es su mayor deseo– lo acontecido a lo largo de estos desprolijos e impresentables años en los que la bestia negra de la época, el maldito populismo, amenazó vidas y propiedades llevando a la Nación hacia las peores formas del autoritarismo. Los cultores del consenso se arremolinan alrededor de micrófonos y cámaras para anunciar que terminó el tiempo del conflicto y de la crispación; que se acabaron los desplantes y los lenguajes de la confrontación y el hegemonismo para dejar paso a una bucólica mesa (¿tal vez como la de Mirtha Legrand?) alrededor de la cual se sentarán nuestros democráticos dirigentes para sellar la unidad nacional, esa que eufemísticamente describe, como casi siempre en la historia argentina, el modo como las corporaciones económicas, los dueños efectivos del poder, siguen ejerciendo su predominio. A eso lo llaman, nuestros periodistas estrellas, ‘consenso’. “Recojo, y hago mías en estas reflexiones, lo que escribió con lucidez en la larga noche del domingo 28 María Pía López: ‘Una elección se juega también en un espacio inmaterial, como un videojuego en el que cada uno es el personaje elegido. La mediatización es eso: la primacía de ese otro espacio en el que un personaje puede ser delineado, inventado, configurado y lanzado al ruedo. Donde importan profundamente los ademanes y los barnices publicitarios. En ese espacio se puede votar, incluso, contra los intereses materiales o los derechos conquistados. Casi, como si no tuviera efectos. Por el contrario: es el lugar más relevante de las sociedades contemporáneas, donde se produce riqueza y poder. Es el fin de la política tal como se conoció en el siglo XX. Ganó la provincia de Buenos Aires De Narváez y esa elección no es tan distinta a la de Solanas en Capital: son antagónicas en la política del siglo XX, simétricas en la actual. No se votó al Solanas –y ojalá me equivoque también en esto– que apuesta por la nacionalización del control de recursos naturales, sino por un ‘Solanas’ que la escena mediática proyectó sobre el rostro del anterior. Por eso en esta otra escena, la que tuvo la primacía ayer, Pino y Grondona pueden tratarse con simpatía. ¿Qué política hay en el horizonte, cuando lo que triunfó es un modo de gestión de las subjetividades, las creencias, los deseos?’. “Ese pasaje del que nos habla María Pía López, de la política en el siglo XX a la política en el siglo XXI tiene que ver con la profunda transformación de las subjetividades en estas últimas décadas; tiene que ver con la nueva matriz espectacular-comunicacional de nuestras sociedades democrático-telemáticas, del mismo modo que se vincula directamente con la emergencia del ciudadano-consumidor (de objetos rutilantes, de deseos imaginarios y de lenguajes audiovisuales formateados por publicistas, encuestólogos y consultores de turno capaces de ‘encontrar’ el núcleo simbólico que transforma a alguien en candidato-estrella). Claro que no alcanza con dar cuenta de estas mutaciones culturales para explicar la derrota del domingo ni para intentar comprender todo lo que implica la emergencia de esta nueva derecha que viene engalanada con los vestidos superpuestos de la estetización mediática y las memorias populares saqueadas en nombre de aquellos que se han dedicado a saquear materialmente a esos mismos sectores que ahora interpelan espectacularmente. A la derrota también hay que explicarla por las carencias y las deficiencias de ese mismo proyecto surgido en el laberinto argentino; carencias y deficiencias que, en muchos casos, vienen a expresar la incapacidad para comprender esas mutaciones culturales. Límites de la anomalía kirchnerista que, de todos modos, no deja de poner en evidencia, en medio de su despliegue espasmódico y contradictorio, uno de los momentos más significativos e interesantes de la historia nacional, allí donde subvirtió lo esperado y natural asumiendo las formas plebeyas, en ocasiones, de lo impresentable de acuerdo a las lógicas hegemónicas de la dominación. Contra esa excepcionalidad, contra ese giro inaceptable, es contra lo que se despliega amenazante la restauración conservadora. “Sigo leyendo lo escrito por María Pía López, lo sigo haciendo porque encuentro en sus palabras un núcleo indispensable para indagar sin complacencias lo que nos está atravesando: ‘Comenzó la restauración conservadora. A este gobierno se le ha dicho, muchas veces, que no sabe escuchar. Pero cuando se decía eso lo que había que escuchar eran corporaciones patronales, opositores desbocados, poderes mediáticos, antes que trabajadores reivindicando sus derechos o sectores populares incitando a transformaciones. Hoy se va a decir que hay que escuchar la voz de las urnas. Voz de orden, pareciera. Argentina votó más parecido a Italia que a Venezuela. Los candidatos a la presidencia en el 2011 querrán, cada cual a su modo, parecerse a Berlusconi. El fondo más oscuro de la restauración conservadora es la apuesta a un principio de gobernabilidad racista y jerárquico. Porque el ganador de esta elección no fue Sabbatella –el que expresó con más claridad la idea de un necesario desborde por izquierda de los límites del kirchnerismo–, fue la entente Macri, De Narváez, Reutemann. ¿Y alguien cree que la derecha viene por menos que todo? La restauración no es un golpe de Estado, es un vaciamiento de las posibilidades de hacer. Y, al mismo tiempo, la vigilancia constante del acusado de sordo. La restauración conservadora no necesita la ruptura institucional. Por el contrario, prefiere disciplinar a los antes díscolos’. Tal vez por eso no puedo leer con particular entusiasmo los resultados electorales de Proyecto Sur en Capital, como sí lo hacen aquellos que se regocijan por los votos acumulados, supuestamente por izquierda y sintiéndose herederos de la caída del kirchnerismo, mientras lo que se afirma con fuerza despiadada en la escena del presente es, de nuevo, el silenciamiento de cualquier proyecto popular en nombre de la República liberal-conservadora, esa misma a la que se refieren los amantes de la calidad institucional. ¿Regresaremos inevitablemente a ese ballottage interrumpido hace seis años por Kirchner, ese que enfrentaba a Menem con López Murphy y que hoy puede, como si fueran los personajes del mismo drama pero cuyos nombres han sido cambiados, enfrentar a Macri o Reutemann con Cobos o con Carrió? Por suerte, estimado lector, la ardua historia siempre guarda dentro suyo lo inesperado, aunque también nos pide que, de vez en cuando, estemos a la altura de las circunstancias y seamos capaces de ayudarla a impedir que lo peor de nuestro pasado recupere lo pendiente e interrumpido en ese extraño acontecimiento del 2003. ¿Podremos?” (fin del artículo escrito en junio de 2009). Cambiando algunos nombres (Massa por De Narváez, Cobos por López Murphy, mientras permanecen Solanas y Carrió y se agrega Binner junto a un desconcertado y debilitado Macri) podríamos trasladarnos en el tiempo y sugerirle al lector que estamos escribiendo sobre el presente, sobre la inmediata actualidad con toda su crudeza y todas sus incertidumbres. Lo cierto, y eso es lo que traté de pensar alrededor del concepto de “anomalía kirchnerista” es que, en los momentos de dificultad y de prueba, allí donde crece el peligro, el proyecto iniciado por Néstor y continuado por Cristina ha mostrado sus mejores armas y su transformación en una verdadera rara avis de la historia política argentina. Subestimarlo, como se hizo recurrentemente en el pasado cercano, es una enorme equivocación de la derecha. Dejemos que el tiempo despeje esta nueva incógnita. Será tiempo, también, de analizar con espíritu crítico lo que llevó a la pérdida de un gran caudal de votos y, sobre todo, la ruptura de los puentes con la mayoría de las clases medias. El kirchnerismo necesita pensarse, discutirse, salirse del ensimismamiento para recobrar su capacidad de interpelación, esa misma que le permitió, en otras coyunturas difíciles, revertir la siempre fallida enunciación de “fin de ciclo”. Revista Veintitrés

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