Después de las PASO en Salta, Mendoza, Santa Fe y la ciudad de Buenos Aires, y las elecciones a gobernador en Neuquén, queda claro que no sólo sigue el baile sino que muchos de los bailarines parecen estar pisando brasas como en las noches de San Juan.
Los que más se ven son los favoritos de Clarín y La Nación y varias telebasuras. Compiten arduamente, mediática y territorialmente, mientras el Soberano sigue su vida cotidiana y ya dictaminará quiénes se queman y quién queda.
Entre esos candidatos, y aunque a regañadientes, sobresale Daniel Scioli, a quien vienen consolidando mediáticamente como si fuera el único candidato del FpV. Claro que seguramente no lo hacen por amor sino por espanto, y en todo caso para condicionarlo y marcarle la cancha “just in case”, como diría Obama.
Sus otros candidatos, se diría que naturales, son los señores Macri y Sanz, que ahora hacen malabarismos para que no se les vean las gruesas costuras menemistas y cavallianas, ni, en el primero, los muchos cuestionamientos morales, de gestión y judiciales que los susodichos medios ocultan vergonzosamente. Y a ellos dos habría que sumar a la indefinible diputada Elisa Carrió, competidora de esa misma PASO.
Tercian los señores Massa, De la Sota y (si lo incorporan, pues hasta ahora lo forrearon, para decirlo en popular) Adolfo Rodríguez Saá. Los tres con discursos oscilantes (un poco ex kirchneristas, un bastante neoliberales y un mucho neuróticos). Y cierran el lote Margarita Stolbizer y Jorge Altamira, hoy más bien candidatos testimoniales de muchas y diversas disconformidades.
Por el lado kirchnerista puro, clásico o cristinista, por decirlo de algún modo, los candidatos ahora son cuatro: Florencio Randazzo, Agustín Rossi, Jorge Taiana y Sergio Urribarri (Julián Domínguez y Aníbal Fernández se lanzaron a competir por la provincia). Todos luchan denodadamente por enamorar a un electorado complejo, imprevisible, variado, pésimamente informado y muy manipulado que puede resultar esquivo si acaso triunfa lo que, hace 26 años, Raúl Alfonsín padeció y llamó, con ingenua suavidad, “fallas de comunicación”. Al menos en la CABA los medios dominantes parecen haber ganado esa batalla; queda por verse en los escenarios del vasto interior.
En tal contexto, es precisamente allí, en el amplio territorio nacional, donde probablemente se defina la suerte del país. Verbigracia, una continuidad mejorada y consolidante, o un retroceso histórico que sería –al menos en opinión de esta columna– un desastre político-económico-social y a la vez un durísimo castigo a la ciudadanía si acaso ésta vota nomás contra sus propios intereses históricos y de clases.
Entonces no es asunto de importancia menor hablar, de una buena vez, de lo que casi no se habla: los candidatos a vicepresidente, que a lo largo de la historia argentina han jugado roles fundamentales (sí que también olvidables). Y que en el pasado reciente, por lo menos desde 1973, tuvieron enorme y decisiva participación.
Así, y como es tradición que la fórmula electoral se integre con un porteño y un provinciano, sería natural imaginar a Randazzo, Rossi, Scioli, Taiana o Urribarri acompañados por un gobernador peronista-kirchnerista. Por caso, Urribarri (si no pudiera cumplir sus aspiraciones), Urtubey, Gioja o Capitanich, por mencionar a los vicepresidenciables obvios. Imaginen los lectores las posibles combinaciones y, acaso en algunos casos, tiemblen.
Del lado proempresarial ya se habla del señor Macri en fórmula con los señores Fernando Niembro o Carlos Reutemann, u otros de notables apellidos: Frigerio, Pinedo o Del Sel. Y si inesperadamente en esta PASO los vencedores fuesen Sanz o Carrió (el primero podría perfectamente dar un batacazo si el radicalismo en todo el país no se suicidase de nuevo), parecería hoy más difícil señalar a sus posibles acompañantes.
Por el rumbo dizque renovador todo parece estar abierto, pero los tres apellidos –Massa, De la Sota, Rodríguez Saá– con la incorporación de algún “tapado” del PJ clásico, un sindicalista de esos de labia y fortuna amasada quién sabe cómo, u otro reciclado de la vieja UCeDé, permitirían una impredecible, quizá divertidísima variedad de posibilidades.
Finalmente, es presumible que Stolbizer elija a un socialista para acompañarla, como Altamira a un trotskista de cepa.
En todos los casos, y como es ya tradición en la política vernácula, el tembladeral siempre es posible. Preparémonos.
04/05/15 Página|12
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