Sólo el que reconoce sus límites logra superarlos. El fin de semana, el kirchnerismo puso a prueba los suyos cuando decidió competir con Mariano Recalde por la jefatura de gobierno de la Ciudad.
Un referente de la agrupación más estigmatizada por Clarín –La Cámpora– versus el protegido de Clarín –el PRO– y un economista que pasó de imberbe a cool luego de ser indultado por Clarín. Se intuía que la tarea de Recalde y de su media docena de pre candidatos consortes no iba a ser fácil. Y no lo fue.
Al caer la noche, la apuesta de riesgo dejó al kirchnerismo lejos de sus aspiraciones iniciales, pero le sirvió para corroborar tres cosas:
1.Que cuenta con un semillero militante y activo dispuesto a ponerle el pecho a un proyecto en el que cree más allá de alquimias palaciegas, sobredosis de pragmatismo y especulaciones electorales.
2.Que esa efervescencia no alcanza para cosechar en un terreno arado por medios de comunicación opositores, alérgico al peronismo, sensible a las formas republicanas, permeable a los candidatos Sprayete y proclive a las modas.
3.Que, a pesar de todo eso, quedó cerca del piso histórico del PJ porteño y puede aspirar a meterse en un balotaje. Claro que para eso necesita salir del estado de conmoción, evaluar rápido qué fue lo que pasó, ajustar piezas y salir de boxes con la mira en la próxima meta, que debe ir más allá de la próxima elección.
Lo primero será ajustar el diagnóstico y evitar los cantos de sirena. Es probable que Recalde se vea tentado a trivializar su mensaje y sus modos para "conectar" con un electorado que en su entorno imaginan banal. El prejuicio quizá tenga sustento, pero es un error suponer que al macrismo lo votan por su frivolidad.
El cotillón le sirve para distraer la atención del público mientras por lo bajo hace la prestidigitación política más antigua que se conozca: le promete beneficios a todos. Y cuando no cumple, hecha mano a la remanida pero eficaz excusa de culpabilizar a la Casa Rosada por sus deudas.
La estrategia que convirtió al PRO en la principal fuerza electoral porteña se completa con una robusta –y costosa– cobertura mediática y el marketing de una gestión asceta ejecutada por presuntos gerentes de pasado exitoso en la actividad privada escoltados por juniors que cualquier cazatalentos quisiera tener en su corporación.
Para medio electorado porteño, Horacio Rodríguez Larreta, como Mauricio Macri, representa "la gestión", lo que se contrapone a "la política", una actividad que muchos aún miran con desconfianza en la ex capital nacional del "que se vayan todos".
El equívoco tiene lógica de clase. El distrito está dominado por sectores medios que se consideran artífices de su propio progreso, que evalúan los procesos colectivos en función del desarrollo individual. Un ejemplo simple: nada irrita más a un clase media que no poder comprar dólares ahorro a discreción.
De nada servirá que se le explique que el dólar es un bien escaso que debe usarse, entre otras cosas, para comprar la energía que alimenta sus hogares. O para evitar corridas cambiarias que obliguen a saltos bruscos del tipo de cambio que afectan el poder adquisitivo de sus salarios.
Las familias porteñas –justificadas por razones históricas– consideran que ahorrar en dólares es un Derecho Humano que el gobierno violó.
También hay ideología en el voto al PRO. Adherir –o abonar– la anti política no deja de ser una postura ideológica. De igual modo, el comportamiento electoral de los sectores altos de la CABA es más ideológico que pragmático: a pesar de haber disfrutado de una "década ganada" de renta extraordinaria, quieren erradicar de la faz política a Cristina Fernández de Kirchner. El voto proletario, en cambio, se decide por una combinación de factores culturales, emocionales y prácticos. Eso explica por qué Rodriguez Larreta cosechó grueso en los barrios más postergados: el candidato es el rostro del asistencialismo en las periferias de la Ciudad.
A juzgar por los números históricos del kirchnerismo en el distrito –el récord lo obtuvo CFK con el 35% de 2011–, la cuesta que debe remontar Recalde no es muy distinta a la que debió remontar Daniel Filmus cuatro años atrás. Arranca, es cierto, algo más rezagado, y en el horizonte no está la reelección de la jefa sino la custodia del "proyecto", sea quien fuere al que le toque sentarse en el sillón presidencial.
El asunto sobrevoló el bunker donde el Frente para la Victoria armó una celebración para un resultado que no fue. Allí estaban todos los precandidatos que aspiran a tomar la posta de CFK. En bambalinas hubo reproches por confiar en exceso en las bocas de urna, pero ninguno se bajó de la postal. Todos están al tanto de que, a esta altura del año, para ellos no hay vida política fuera del colectivo K. Y que a Recalde le toca hacer de conejillo de la campaña nacional.
No hace falta consultar a un caro asesor ecuatoriano para pronosticar lo que vendrá. Al titular de Aerolíneas lo van a correr por ambos flancos. Por izquierda, con Milani, las cifras de la pobreza, los escándalos de corrupción y el prolongado bochorno del Indec.
Por derecha, con el cepo cambiario, el aumento en la plantilla de empleados públicos, los subsidios y las relaciones internacionales con países que EE UU puso en su eje del mal.
Exageradas, falaces o ciertas, esas críticas integran la agenda política de los porteños por encima de dramas como el déficit de viviendas, las muertes provocadas por impericia y corrupción en los controles municipales o la modesta inversión en infraestructura, educación y salud.
Cuando se le pase el enojo, la plana mayor del cristinismo deberá trazar una estrategia capaz de mantener al candidato en competencia pero, sobre todo, militar a los porteños pensando en sobrepasar los límites electorales y sembrando para lo que vendrá. Si el país que viene es como lo imagina el establishment, será el momento de los pibes que el domingo a la noche se encomendaron a la liberación.
Sería una pena que lleguen a su hora intoxicados de real politik.
iNFO|news
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