Cada quien juzgará si aclara u oscurece. O ambas probabilidades. Pero está fuera de duda que estos días fueron pródigos en acomodar los tantos.
Entre el llamado de Cristina a darse un baño de humildad y la lluvia de precandidatos renunciados, y salvo por otra ronda del minué cortesano y el femicidio de Chiara Páez, solamente hubo la repercusión del programa de Tinelli debutado con tres figuras presidenciables –ya dos, en realidad– que fueron a hacerle de coreutas. Quedó esa incongruencia de que la política la puso el animador, y el espectáculo los invitados que no pudieron resistirse a no se sabe qué cosa clave generada por ese programa de televisión. Nadie acierta a definir cuáles son las ventajas o perjuicios para los políticos que participan allí. No hay ningún estudio sociológico, ni encuesta, ni nada de nada, que determine si consiguen votos, si los pierden, si el efecto es neutro, si una metida de pata o algún acierto frente a esa cámara generan contextos de influencia extendida. Todas son presunciones sin base empírica. La de quien firma es que hay una extorsión autoimpuesta de saber teatralizar simpleza, sentido común, simpatía, familiarismo. Se guiona hasta el último detalle, se juntan asesores y productores, se ensaya cada chiste y cada paso de baile... ¿y después qué? ¿”La gente” premia al mejor actor político de alguna manera? ¿El que no va pierde popularidad siendo, como si fuera poco, que en este caso eran tres dirigentes que están hasta en la sopa? ¿Y si fuera que quien no va gana puntos por apreciarse que no se arriesga al ridículo, o que no se presta a que los medios, un medio, un programa, le marquen agenda? ¿Dónde está escrito que no es así? ¿Por qué se analiza sólo el precio de las presencias y no el valor de las ausencias? Este cronista, aclaremos, rechaza la moralina de que un político haciendo teatro en la tevé es necesariamente denigrante. Y vaya si en la política, pública y privada, hay cosas mucho más infamantes que ésa. También repele la mirada biempensante, progre o reaccionaria, de no mezclarse con manifestaciones de populacho. Simplemente se pregunta, con tanto pragmatismo como aquel ante el que se rinden los asistentes políticos de Tinelli, si puede darse por seguro que debe regir la obligación de gestos como éstos, en aras de la cultura todopoderosa de la imagen. De una imagen, encima. Porque a esta altura hay otras múltiples que pueden aprovecharse. Como bien apuntó la colega Mariana Moyano: no estamos en los ’90, cuando “todo” pasaba por un set televisivo. Cuando “si no estás en la tele, no existís”. Cuando no se trataba de que la política requiere imprescindiblemente de altas dosis de espectáculo, sino que era, casi, sólo un espectáculo. Hoy, y hace ya buen rato, hay mucha, muchísima política afuera de las cámaras. Y al país le va mejor gracias a eso.
Como prueba tal vez obvia de que no cabe darles a ciertos escenarios mediáticos más trascendencia que la debida, la polémica en torno del episodio no duró mucho más allá que sus efluvios inmediatos y cedió lugar a los pasos al costado en el espacio peronista. Quedan apenas dos aspirantes en la carrera presidencial, y quizás alguno más en la bonaerense. Se cumplió a rajatabla, y rápido, lo indicado por la jefa. El peronismo funciona así, de modo vertical, y es ante todo una metodología de conquista y conservación del poder. Ni Daniel Scioli ni Florencio Randazzo son estimados entre lo que se denomina kirchnerismo de paladar negro. Ese cuestionamiento no interfiere en la valoración popular, que en su inmensa mayoría identifica a ambos con el gobierno nacional de manera positiva. El universo K no supo, no pudo o no quiso construir un candidato que lo representara en forma más cabal. Scioli es el amplio favorito, pero sería raro que Cristina interviniera en su beneficio antes de que las primarias lo formalicen. Randazzo continuará diferenciándose del gobernador con toda la energía posible, incluyendo sobreactuaciones como la de haber hecho eje en su inasistencia a ShowMatch (otra teatralización), pero después dejará los pies en el plato. Todo sugiere que la atención se centrará en los nombres a designar por Casa Rosada, para “entornar” a quien habrá de ser su alternativa posible y nunca su predilecto. Y luego sobrevendrá la discusión, que en verdad ya está hace tiempo, acerca de si eso alcanza para evitar desviaciones ideológicas serias. Por lo pronto, en la oposición denuestan y a la vez envidian, no tan en voz baja, que enfrente dispongan de un liderazgo firme –autoritario, dicen– con un candidato que aun a regañadientes será único. El voto más directamente de derecha está marchando dividido, y tanto en las usinas mediáticas como en las dirigenciales ya advierten, sin reservas, que si no se ponen de acuerdo los aguarda una derrota casi inexorable en primera vuelta. Reconocen que el oficialismo da muestras de una fortaleza por ellos inesperada, agotado el recurso del denuncismo y con los vientos de la economía sin pronóstico de tempestad. Hablan de una victoria de la fórmula Scioli al Gobierno/Cristina al Poder, con un ánimo atemorizante que, a estar por la alta popularidad presidencial que igualmente admiten, no se entiende muy bien. O sí, pero desde la lógica de que no dan el brazo a torcer frente a todo lo que se hizo bien.
Lejos de ser sólo palabras, la inquietud opositora se traduce en acciones concretas que por ahora no dan resultado. Mauricio Macri, quien quedó en soledad con aspiraciones reales, envió sus emisarios para forzar la bajada de Sergio Massa y no hubo arreglo de ninguna índole. El intendente de Nordelta sabe que sus chances presidenciales acabaron, pero se esperanza en conservar unos cuantos votos bonaerenses que le auguren relanzarse en otra oportunidad con mejor horizonte. En alguna medida tiene razón, aunque muchos comiencen a tildarlo de caprichoso, porque es un político muy joven con toda la carrera por delante. Francisco de Narváez, también diputado nacional ausente y –caramba con la paradoja– uno de los responsables de la sangría en las filas de Massa, exigió una gran PASO opositora, siempre so pena de que en caso contrario ganará el kirchnerismo. Pero en eso es Macri quien cierra el camino, mientras se preocupa por empezar a recorrer el conurbano para instalar una candidatura que no mueve el amperímetro y, por supuesto, consciente de que sin la provincia de Buenos Aires no hay Presidencia posible. Las especulaciones andan a la orden del día y fatiga describirlas a todas, porque son internas de palacio y de la oposición situadas bastante por debajo de una porfía ideológica más profunda. Lo que debería contar, en ese debate, es si el país no corre peligro de adoptar un giro conservador, ya no únicamente por el voto de derecha propiamente dicho sino a través de las inclinaciones del candidato oficialista. Y cuánto de esto último puede ser evitado gracias a la fuerza, al piso, a la capacidad de imponer condiciones, al consenso que obtuvo y mantiene el kirchnerismo.
A todo esto, y entre otros aspectos ¿noticiosos? dejados de lado por el cuadro esperpéntico del Superclásico, pasó a mejor vida la enésima e incalificable falsedad del diario opositor más feroz, capaz de ubicar en título de portada que Axel Kicillof cobra honorarios por más de 400 mil pesos mensuales como director de YPF. La información era de por sí ridícula y la desmentida inmediata del ministro, quien aclaró que no cobra un peso por ese cargo, apenas mereció al día siguiente una columna en páginas interiores aclarando que el dato había partido de una resolución adoptada por la compañía el 30 de abril pasado. Por lo tanto, no era dato alguno sino una mera conjetura. La primera reflexión es estrictamente profesional, justamente hacia el área corporativa que se queja del periodismo militante y de su falta de rigor. Remite a cómo puede ser posible que una referencia de semejante naturaleza no haya sido chequeada por el autor de la nota, ni llamado a la prevención de sus superiores encargados de editar. La única y ratificada respuesta es que sólo se trata de socavar, aun a través de los métodos de prensa más despreciables. Previo al líquido tumbero o al gas pimienta, algunos colegas volvieron a interrogarse cuál es el negocio de la pérdida de credibilidad de un órgano periodístico. Es una pregunta pertinente, siempre y cuando se pierda de vista que mucho antes de una estructura informativa está hablándose de un dispositivo de poder poli-rubro que, además, tiene el negocio principal en otra parte y no en el diario que funciona como su nave insignia, donde los ingresos publicitarios tampoco sufren la merma –enorme– de su venta de ejemplares. Y de haber el retruco de si acaso no pueden hacer lo mismo con apenas algo más de categoría profesional, la contestación es que no les interesa porque su foco político exclusivo es un ataque masivo, a mansalva, destinado a asegurar la construcción de imaginario entre el segmento social adicto al odio de clase.
La vergüenza no sólo se pierde en una cancha de fútbol.
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