Parada con el micrófono en la mano, una pollera gris y un saquito de lana roja, Hebe de Bonafini tuvo una epifanía. “Hoy me di cuenta del peso simbólico, emocional, político que tiene esta plaza para el resto de la gente”, dijo la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo frente a un centenar de militantes, periodistas y curiosos. Hubo aplausos. Como los hubo más temprano, durante la radio abierta y la reflexión pública de los columnistas del programa televisivo 678, como los hubo más tarde cuando cerraron la jornada los cantautores Víctor Heredia e Ignacio Copani. Pero el aplauso más enérgico de la jornada en que se cumplieron 38 años de marchar cada jueves alrededor de la Pirámide de Mayo, fue cuando Bonafini volvió a relatar, como lo había hecho por primera vez en una conferencia del 6 de julio de 1988, que las Madres no nacieron en la Plaza de Mayo sino antes: en la humillación sufrida en una iglesia por el secretario del vicario castrense.
“La creación y el nacimiento de todo esto, en realidad, fue el día en que Azucena (Villaflor de Valicenti) dijo basta, no vengamos nunca más a esta iglesia, vayamos a la plaza”, evocó Hebe. Antes de empezar a circular, un grupo de Madres iba periódicamente a la Iglesia Stella Maris de Retiro, donde monseñor Emilio Grasselli les pedía datos
Ese jueves 30 de abril de 1977 marcharon por primera vez, desafiando a los miembros de la Junta Militar que las miraban desde los ventanales de la Casa Rosada, mientras torturaban a sus hijos y a otros miles en un centenar de centros clandestinos de detención. Esa grupo lo integraban Azucena Villaflor de Vincenti, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia González, Pepa Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, una mujer de apellido De Caimi y una joven que no dio su nombre.
Ayer a las 15.30, con el cielo limpio de nubes, las Madres empezaron a caminar como aquella primera vez. Llevaban sus pañuelos blancos y sostenían una bandera azul: “Los revolucionarios en el corazón del pueblo”. Casi como una repetición inevitable de aquella caminata, 38 años atrás, eran catorce mujeres otra vez: Mercedes de Meroño, Celia de Prósperi, Juana de Párgament, Evel de Petrini, Visitación de Loyola, Josefa de Fiore, Rosa de Camarotti, Sara Mrad, Ángela de Tasca, Herminia de Berdini, María de Domínguez, Claudia de San Martín, Agustina de Vera y Elsa de Manzotti.
Fue una tarde de sensaciones encontradas. Un sentimiento agridulce campeaba entre las Madres. “Estoy muy feliz de ver cómo nos han recibido, de haber podido participar de esto todos estos días. Aunque también es un día de tristeza porque ellos no están”, dijo Agustina Elcira Corvalán de Vera, mendocina y madre de Rodolfo, desaparecido desde el 6 de diciembre de 1977. Elsa, pequeña, apoyada sobre un bastón, no quiso dar su apellido: la lucha de las Madres es colectiva; son sobrevivientes de la misma catástrofe. “Estoy muy contenta y emocionada, que hayan venido las madres del interior, y estemos todas juntas para celebrar lo que hicimos y sabiendo que hay que seguir, por nuestros hijos que no están”, dijo. Su hijo Daniel vivía en lo de sus suegros y fue secuestrado con su pareja el 24 de agosto de 1977.
Después de las dos vueltas a la Pirámide de Mayo, a paso lento, Hebe volvió a tomar el micrófono. “Estamos a emoción limpia hace algunas semanas, disfrutando de este momento que nos toca vivir a las Madres”, dijo. Y después habló de lo más preciado, la
“La sociedad nos comprendió”
Cerca de las cuatro de la tarde las Madres comenzaron a acercarse a la Traffic con el logo de la Asociación en la que habían llegado. Juana de Párgament era una de ellas. Avanzó a paso muy lento, con 101 años, apoyada sobre una mujer de 40, y habla sobre la felicidad. “Estoy feliz. La gente por fin comprendió tantos años de lucha de las Madres, aunque no termina, sigue, porque todavía no hay justicia para todos y nuestros hijos no vuelven”, alcanzó a decirle a Infojus Noticias antes de subir a la camioneta.
La comprobación había sido un rato antes, durante las dos vueltas a la Pirámide de Mayo. Atrás de la primera línea, una pequeña multitud de cien personas las había acompañado gritando que “la plaza es de las Madres de los 30.000” y pidiéndole a todos que estén alerta porque “están vivos todos los ideales de los desaparecidos”.
Dos de ellos eran Juan Carlos Fassari y Beto Martínez, viejos militantes que se conocieron hoy “por un amigo en común, Mario Loyola, que es Padre de la Plaza”, según contaron a dúo. “Yo vengo a esta plaza cada vez que puedo. Estuve acá para defender a Perón en el golpe del ’55”, dice Fassari. Es un hombre calvo y de lentes, militante “de izquierda”, fue activista durante diecisiete años en el sindicato de los metalúrgicos, y se define a sí mismo como “marxista, leninista y kirchnerista”. “Adhiero a las bases de este proyecto nacional y popular, que son los obreros”, intenta explicarse.
Martínez tiene una barba entrecana, rulos que han sido frondosos, y se asemeja más a esos viejos militantes del Partido Comunista. Es actor “de toda la vida” y ha encarnado en la obra “Mater”, de Vicente Zito Lema, a Jorge Rafael Videla. “Fue una experiencia espectacular. Los buenos pasan, pero los hijos de puta quedan en la memoria de la gente”, dice. Ha ido siempre a la plaza, con intermitencias, y observa: “Yo, por deformación profesional, miro las cosas desde otro lado. Todo esto, vos, yo, somos también una puesta en escena”.
Línea Fundadora
A cincuenta metros de la pirámide, las Madres Línea Fundadora también hicieron su homenaje. Sobre el monumento a Belgrano, pegaron fotos de los años de búsqueda, de sus hijos, de los caballos con los que embistió la policía cuando los años eran grises. Un hombre y una mujer oficiaban de locutores. Nueve madres, en dos filas de sillas, y unas sesenta personas oían las adhesiones que llegaban: de la Comisión por la Memoria (zona Norte), de la Comisión de Derechos Humanos de Carta Abierta, de Abuelas de Plaza de Mayo.
En una de las adhesiones, leída ahí mismo, se aseguraba que las Madres “ven la sonrisa de sus hijos con cada obra buena del Estado” y “las lágrimas y la bronca con cada decepción”. Charo Moreno Carrese, una presa política que permaneció en la cárcel de Ezeiza hasta 1984, leyó cartas carcelarias como homenaje.
Al final, llegó la adhesión de Tati Almeyda, una de las referentes, que estuvo los últimos días internada. “Espero poder volver a estar físicamente con ustedes muy pronto, para seguir levantando las banderas de nuestros hijos”, leyó el locutor. Después hubo un grito unánime que ya es casi un himno: “30.000 compañeros detenidos-desaparecidos: ¡presente!”.
LB/RA
Infojus Noticias
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