En la Argentina actual, la alineación de los medios con las agrupaciones políticas, sindicales y sociales en pugna es total y nadie espera que los periodistas de esos medios no acaten o se subleven a la “línea” que emana de las respectivas conducciones. La gran prensa, las cadenas televisivas, las radios, las agencias de publicidad relacionadas, son agentes de difusión de los grandes tópicos que constituyen la agenda y las inquietudes a las que los ciudadanos deben subordinarse. Por otra parte, la empresa periodística, como toda empresa actuando en una sociedad capitalista, se rige por las leyes del mercado, tanto en su operatoria comercial que marca la necesidad de generar esquemas productivos, de distribución y marketing que posibiliten la percepción de ganancias, cuanto en su relación con quienes forman el ejército laboral que garantiza su actividad: los periodistas.
Por Alberto Elizalde Leal*
Desde que en el Foro Romano en los años 100 aC se ”publicaban” las Acta diurna commentaria senatus esculpidas en piedra o metal, informando a los ciudadanos sobre los avatares de la clase política, las discusiones y las decisiones surgidas del Capitolio, pasando por las Notizia Scritte venecianas que se pagaban con monedas llamadas gazetta, y adoptando por primera vez la forma de un diario en Gran Bretaña con el Daily Courant, hasta nuestros días en que poderosos conglomerados editoriales concentran en sus sedes avanzados medios tecnológicos para publicar, televisar o emitir por radio diversos contenidos hacia todo el mundo, el periodismo, entendido como una rama específica de la comunicación humana, ha sufrido constantes transformaciones que no han modificado mayormente su condición de formar parte de una constelación de dispositivos de construcción de sentidos, de difusión de discursos inscriptos en la dinámica de las tensiones generadas por los conflictos sociales, de canal informativo complementario para las necesidades de la lucha política, de articulación y persuasión masivo para la generación de “lo verosímil”, entendido no sólo como la apariencia –engañosa- de lo verdadero sino como el efecto de una actividad que despliega, en la dialéctica de su propio desarrollo, el ocultamiento de las condiciones materiales y espirituales de su –socialmente determinada- producción.
Los que dictaban a los artesanos romanos que elaboraban las Acta diurna y los venecianos que vendían las hojitas escritas por ellos mismos eran agentes directos, sin disfraces ni mediaciones, de un discurso público y/o privado que se emitía sin pretensión de “objetividad” o “independencia” a un público que no tenía otra forma de informarse sobre la marcha de los negocios o de la cosa pública. El avance técnico que supuso la aparición de la imprenta, con la posibilidad de estandarizar y “serializar” la producción editorial, el crecimiento urbano, la complejización creciente de la sociedad, la aparición del Estado-Nación y su contraparte, el capitalismo comercial e industrial, fueron el sustrato en el que comenzaron a diferenciarse los roles de la empresa periodística y los periodistas. Siguiendo a Louis Althusser, puede afirmarse que la empresa periodística, por su posición objetiva y su función específica en la sociedad moderna, forma parte de los Aparatos Ideológicos de Estado (AIE), aportando con la producción y circulación de contenidos discursivos a la solidificación y extensión del “cemento” ideológico que unifica en el espíritu de las masas la “aquiescencia a las acciones e iniciativas de las fracciones sociales hegemónicas”. La gran prensa, las cadenas televisivas, las radios, las agencias de publicidad relacionadas, son agentes de difusión de los grandes tópicos que constituyen la agenda, la temática y las inquietudes a las que los ciudadanos deben subordinarse. Por otra parte, la empresa periodística, como toda empresa actuando en una sociedad capitalista, se rige por las leyes del mercado, tanto en su operatoria comercial que marca la necesidad de generar esquemas productivos, de distribución y marketing que posibiliten la percepción de ganancias, cuanto en su relación con quienes forman el ejército laboral que garantiza su actividad: los periodistas.
Podría decirse que, así como el proletariado industrial apareció como el resultado de la desaparición del artesanado y la extensión de la producción industrial masiva, los periodistas, los “proletarios de la palabra”, son el resultado de las necesidades productivas de las empresas periodísticas que los contratan y explotan exactamente igual que en una fábrica se contrata y explota a un tornero o un soldador. Pese a algunas visiones elitistas, románticas o épicas del periodismo, la realidad es que a los trabajadores de prensa les tocan las generales de la ley del capitalismo: desocupación, precarización, sometimiento a regímenes abusivos de trabajo, desigualdades salariales, desconocimiento de la organización sindical por las patronales y otras incomodidades que todo trabajador de prensa conoce perfectamente.
Pese a que en estos años se han establecido algunas empresas periodísticas que, a favor de las condiciones generadas por un gobierno receptivo a las reivindicaciones populares, intentan disputar la hegemonía discursiva del gran capital comunicacional, sus periodistas, la tropa que está en la primera fila de esa batalla, recoge muchas veces como recompensa los mismos destratos e injusticias que aquellos que trabajan para los medios hegemónicos. Esto no ocurre por maldad o perversidad de sus dueños o directivos. Ocurre que las leyes que rigen la dinámica de la empresa capitalista se cumplen siempre, más allá de la buena o mala voluntad de sus (circunstanciales) actores. La relación cada vez más directa entre empresas periodísticas e intereses sectoriales y políticos complejiza aún más el campo en el que se desarrolla la actividad específica del intercambio discursivo entre producción periodística y el público entendido como sujeto político. En la Argentina actual, la alineación de los medios con las agrupaciones políticas, sindicales y sociales en pugna es total y absoluta, y nadie espera que los periodistas de esos medios no acaten o se subleven a la “línea” que emana de las respectivas conducciones. Pero este panorama no permite ver que, al interior de cada uno de esos medios, también existe una tensión “social”, se verifican conflictos motivados –insistimos- en la dinámica objetiva del “micro poder”, de los núcleos fundantes a escala “fabril” de la racionalidad de la producción capitalista.
No sólo en Clarín se cuecen las habas del atropello patronal; en Telam hay una dura pelea de los trabajadores para que la dirección reconozca la comisión interna democráticamente elegida por las bases. No sólo en las corporaciones censuran o despiden periodistas que no se alinean con la pauta empresaria como el caso de Ernesto Tenembaum y Marcelo Zlotogwiazda en TN. Son conocidos los manoseos y virtuales censuras en Página 12 a Julio Nudler (ya fallecido), a Santiago O’Donell o a Darío Aranda. Quien esto escribe también debió resignar en Miradas al Sur una columna sobre la historia de la represión al pueblo palestino en ocasión de la agresión de Israel a Gaza. La pregunta que surge inmediatamente es ¿dónde queda entonces ese periodismo que se aprendió en la Universidad, en la calle o en las redacciones? Si las empresas obedecen a leyes de mercado, a sus propios intereses económicos que las llevan a apoyar a tal o cual sector político, si el periodismo se subordina a la política, si el actor principal ya no es el trabajador de prensa sino el lobbysta, el editor general que “trae la posta”, el funcionario de medios que marca los límites del disenso o el sector comercial que “sugiere” no meterse con equis empresa. Si finalmente es imposible ser consecuente con aquello de que “periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique”, este cronista augura días poco felices para nuestra profesión.
Afortunadamente existen ciudadelas donde aún se resiste, donde aún las cinco doble ves, el hombre que muerde al perro, el chequeo de las fuentes, el cuidado por el texto, la curiosidad sin límites y el cariño por profesión son la bandera, la insignia militante por pelear en serio por la posesión de la palabra, por la recuperación de la voz y la imagen para todos. En ARECIA, en las revistas culturales, barriales y comunitarias, en Anfibia, en La Tecl@ Eñe, en El Tranvía, en decenas y centenares de blogs, páginas y portales se refugian y combaten quienes seguramente verán en algún momento otro periodismo.
* Periodista. Miradas al Sur
Fuente: Revista Digital La Tecl@ Eñe http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene
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