Entrevista con el filósofo y sociólogo brasileño Emir Sader sobre los movimientos sociales, los gobiernos progresistas y las nuevas alianzas en América latina.
Sader se refirió a la fuerza de los gobiernos progresistas en Suramérica. “Los gobiernos son fuertes –dijo–, porque su prioridad son las políticas sociales. América latina es el continente con mayor desigualdad del mundo, y Brasil el país con más desigualdad del continente. La política social es la prioridad porque su enorme repercusión popular es el voto fundamental que asegura la continuidad desde sus comienzos, y eso es lo que garantiza el apoyo a esos gobiernos”.
Profesor de filosofía de la Universidad de São Paulo, sociólogo e investigador, ex secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), este científico social mantiene actualmente una columna de opinión semanal muy leída en diversos medios de comunicación tanto de Latinoamérica como de España.
–¿Qué indicios hay de que los gobiernos neoliberales de América latina estén agotados?
–Las tres grandes economías latinoamericanas, México, Argentina y Brasil, tuvieron crisis arrasadoras en los años ’90 y principios de los 2000. Ya previamente comenzaba la elección de gobiernos antiliberales, pero antes se percibió un agotamiento claro. El ejemplo de México es evidente. Siempre digo que este país se casó con EE.UU. pensando que se casaba con una viuda rica y se casó con una viuda en quiebra. Lo que llegó fue capital para explotar mano de obra barata en la frontera, mujeres y niños, no grandes inversiones para modernizar el país. El modelo tuvo un apogeo fuerte, rápido, amplio, y después una caída muy acentuada.
–Y en la actualidad, ¿se percibe una derechización de los gobiernos?
–No. Creo que México, por ejemplo, aunque siguió siendo promovido como la alternativa latinoamericana, basta con ver cómo está. Perú es un país que siguió con un nivel de desarrollo económico elevado, pero con explotación extranjera de riquezas naturales y sin mejorar la situación social. Por otro lado, a pesar de la recesión internacional, los gobiernos progresistas de América latina consiguieron mantener un desarrollo alto y, principalmente, disminuir la desigualdad, la pobreza, la miseria, la exclusión social. Eso se mantiene, las políticas sociales son lo más importante de esos gobiernos. Y aunque se sintió el efecto de la recesión en el centro del capitalismo (Europa, Japón, EE.UU.), no se entró en crisis porque hay mucho comercio entre estos países y mucho intercambio con China.
–¿Ese equilibrio entre EE.UU. y China que define el siglo XXI en términos económicos es duradero?
–Cabe una sospecha muy fuerte de que el siglo XXI será el de China. Ahora, no significa que vaya a haber una decadencia irreversible de la hegemonía norteamericana, porque sigue siendo la única superpotencia en el mercado mundial en lo político, en lo militar, en lo tecnológico, aunque debilitada.
Probablemente esto se sustituirá un día por un mundo multipolar. Por eso es importante lo que hicieron los Brics –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– el año pasado durante su reunión en Brasil: crear un Banco de Desarrollo en lugar del Banco Mundial, un Fondo de Reservas en lugar del Fondo Monetario Internacional… Ya hay síntomas de que se está construyendo un mundo multipolar, pero la hegemonía estadounidense sigue siendo determinante. Lo más importante no es lo político, lo económico o lo militar, es lo ideológico. Los valores globalizados son el modo de vida norteamericano, el estilo del centro comercial, el todo es mercancía… Ese estilo de consumo está en China, está en la periferia de nuestras grandes ciudades... Eso es hegemonía, cuando los que compiten contigo son tus víctimas e imponen tus valores.
–¿Cómo afecta todo esto a América latina?
–En América latina, EE.UU. nunca estuvo tan aislado. Se construyó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), por primera vez una institución de integración que no tiene la huella de EE.UU., y China convocó una reunión con los 33 Estados de la Celac para negociar acuerdos comerciales e inversiones. Ahora China tiene una política que les conviene: intercambios comerciales, compra de recursos naturales, energéticos, compra de soja, que infelizmente muchas veces se cultiva con transgénicos, pero que los países no pueden dejar de plantar porque China va a seguir comiendo cada vez más y, por tanto, también comprando cada vez más. Hoy en día la presencia de China es más importante que la de EE.UU. Es el primer socio de muchos países importantes de América latina.
–¿Cuál es la figura de Brasil? ¿Ha asumido cierto papel de imperio frente a países como Ecuador o Bolivia?
–Hoy sería difícil darle esa categoría porque la política internacional brasileña choca con la política norteamericana, son distintas, por intereses y alianzas diferentes. A la derecha no le gusta nada la política exterior brasileña, que por primera vez es relativamente solidaria. Ahora hay una presencia muy fuerte de empresas brasileñas en países como Paraguay, Argentina o Uruguay, y si no hubiera una política exterior más o menos solidaria sería un desastre porque los elementos del subimperio (Banco do Brasil, Petrobras) están presentes. Hoy la relación es más o menos equilibrada, y aunque puede haber problemas, la actitud de colaboración es más importante que la de explotación.
–¿En qué situación se encuentran los movimientos sociales en América latina tras la llegada de estos gobiernos progresistas?
–Los movimientos sociales sufrieron mucho con el neoliberalismo: desempleo, subempleo, represión… Cuando ganan a esos gobiernos, no ganan por la vía de las grandes movilizaciones, salvo en Ecuador y Bolivia, donde habían tumbado cinco gobiernos y decidieron crear un partido político, presentarse y ganar. Además, en Ecuador, Bolivia y Venezuela no hubo una continuidad del neoliberalismo: fracasó y se cayó, lo que facilitó tener gobiernos más avanzados. En países como Brasil o Argentina, el neoliberalismo fue devastador. Entonces, con gobiernos, digamos, que no reprimen, se mantiene una relación buena, pero hay herencias negativas: por ejemplo, la presencia de los agronegocios perjudica la política de reforma agraria en Brasil y Argentina, y hay políticas energéticas que chocan con los pueblos indígenas y movimientos ecologistas. Pero los movimientos sociales son conscientes de que la alternativa a esos gobiernos está siempre a la derecha, en ninguno de esos países existen partidos más radicales con fuerza. En Brasil hacen críticas justificadas respecto a la política agraria, pero aun así apoyan al gobierno amenazado por la derecha, porque saben que políticamente sería peor el cambio.
Los movimientos sociales en América latina no están viviendo un auge. Incluso en Bolivia y en Ecuador, a pesar de los conflictos, cuando llegan las elecciones se dice que hasta los indígenas votan a Morales y Correa. Tampoco los partidos, tanto los que ya existían como los nuevos, encuentran su lugar en relación a los gobiernos. Alianza País en Ecuador, Mas-IPSP en Bolivia, el Partido Socialista en Venezuela, no tienen demasiado protagonismo. Y depender demasiado del gobierno es un problema, porque entonces éste no tiene una presión organizada de la izquierda.
Profesor de filosofía de la Universidad de São Paulo, sociólogo e investigador, ex secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), este científico social mantiene actualmente una columna de opinión semanal muy leída en diversos medios de comunicación tanto de Latinoamérica como de España.
–¿Qué indicios hay de que los gobiernos neoliberales de América latina estén agotados?
–Las tres grandes economías latinoamericanas, México, Argentina y Brasil, tuvieron crisis arrasadoras en los años ’90 y principios de los 2000. Ya previamente comenzaba la elección de gobiernos antiliberales, pero antes se percibió un agotamiento claro. El ejemplo de México es evidente. Siempre digo que este país se casó con EE.UU. pensando que se casaba con una viuda rica y se casó con una viuda en quiebra. Lo que llegó fue capital para explotar mano de obra barata en la frontera, mujeres y niños, no grandes inversiones para modernizar el país. El modelo tuvo un apogeo fuerte, rápido, amplio, y después una caída muy acentuada.
–Y en la actualidad, ¿se percibe una derechización de los gobiernos?
–No. Creo que México, por ejemplo, aunque siguió siendo promovido como la alternativa latinoamericana, basta con ver cómo está. Perú es un país que siguió con un nivel de desarrollo económico elevado, pero con explotación extranjera de riquezas naturales y sin mejorar la situación social. Por otro lado, a pesar de la recesión internacional, los gobiernos progresistas de América latina consiguieron mantener un desarrollo alto y, principalmente, disminuir la desigualdad, la pobreza, la miseria, la exclusión social. Eso se mantiene, las políticas sociales son lo más importante de esos gobiernos. Y aunque se sintió el efecto de la recesión en el centro del capitalismo (Europa, Japón, EE.UU.), no se entró en crisis porque hay mucho comercio entre estos países y mucho intercambio con China.
–¿Ese equilibrio entre EE.UU. y China que define el siglo XXI en términos económicos es duradero?
–Cabe una sospecha muy fuerte de que el siglo XXI será el de China. Ahora, no significa que vaya a haber una decadencia irreversible de la hegemonía norteamericana, porque sigue siendo la única superpotencia en el mercado mundial en lo político, en lo militar, en lo tecnológico, aunque debilitada.
Probablemente esto se sustituirá un día por un mundo multipolar. Por eso es importante lo que hicieron los Brics –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– el año pasado durante su reunión en Brasil: crear un Banco de Desarrollo en lugar del Banco Mundial, un Fondo de Reservas en lugar del Fondo Monetario Internacional… Ya hay síntomas de que se está construyendo un mundo multipolar, pero la hegemonía estadounidense sigue siendo determinante. Lo más importante no es lo político, lo económico o lo militar, es lo ideológico. Los valores globalizados son el modo de vida norteamericano, el estilo del centro comercial, el todo es mercancía… Ese estilo de consumo está en China, está en la periferia de nuestras grandes ciudades... Eso es hegemonía, cuando los que compiten contigo son tus víctimas e imponen tus valores.
–¿Cómo afecta todo esto a América latina?
–En América latina, EE.UU. nunca estuvo tan aislado. Se construyó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), por primera vez una institución de integración que no tiene la huella de EE.UU., y China convocó una reunión con los 33 Estados de la Celac para negociar acuerdos comerciales e inversiones. Ahora China tiene una política que les conviene: intercambios comerciales, compra de recursos naturales, energéticos, compra de soja, que infelizmente muchas veces se cultiva con transgénicos, pero que los países no pueden dejar de plantar porque China va a seguir comiendo cada vez más y, por tanto, también comprando cada vez más. Hoy en día la presencia de China es más importante que la de EE.UU. Es el primer socio de muchos países importantes de América latina.
–¿Cuál es la figura de Brasil? ¿Ha asumido cierto papel de imperio frente a países como Ecuador o Bolivia?
–Hoy sería difícil darle esa categoría porque la política internacional brasileña choca con la política norteamericana, son distintas, por intereses y alianzas diferentes. A la derecha no le gusta nada la política exterior brasileña, que por primera vez es relativamente solidaria. Ahora hay una presencia muy fuerte de empresas brasileñas en países como Paraguay, Argentina o Uruguay, y si no hubiera una política exterior más o menos solidaria sería un desastre porque los elementos del subimperio (Banco do Brasil, Petrobras) están presentes. Hoy la relación es más o menos equilibrada, y aunque puede haber problemas, la actitud de colaboración es más importante que la de explotación.
–¿En qué situación se encuentran los movimientos sociales en América latina tras la llegada de estos gobiernos progresistas?
–Los movimientos sociales sufrieron mucho con el neoliberalismo: desempleo, subempleo, represión… Cuando ganan a esos gobiernos, no ganan por la vía de las grandes movilizaciones, salvo en Ecuador y Bolivia, donde habían tumbado cinco gobiernos y decidieron crear un partido político, presentarse y ganar. Además, en Ecuador, Bolivia y Venezuela no hubo una continuidad del neoliberalismo: fracasó y se cayó, lo que facilitó tener gobiernos más avanzados. En países como Brasil o Argentina, el neoliberalismo fue devastador. Entonces, con gobiernos, digamos, que no reprimen, se mantiene una relación buena, pero hay herencias negativas: por ejemplo, la presencia de los agronegocios perjudica la política de reforma agraria en Brasil y Argentina, y hay políticas energéticas que chocan con los pueblos indígenas y movimientos ecologistas. Pero los movimientos sociales son conscientes de que la alternativa a esos gobiernos está siempre a la derecha, en ninguno de esos países existen partidos más radicales con fuerza. En Brasil hacen críticas justificadas respecto a la política agraria, pero aun así apoyan al gobierno amenazado por la derecha, porque saben que políticamente sería peor el cambio.
Los movimientos sociales en América latina no están viviendo un auge. Incluso en Bolivia y en Ecuador, a pesar de los conflictos, cuando llegan las elecciones se dice que hasta los indígenas votan a Morales y Correa. Tampoco los partidos, tanto los que ya existían como los nuevos, encuentran su lugar en relación a los gobiernos. Alianza País en Ecuador, Mas-IPSP en Bolivia, el Partido Socialista en Venezuela, no tienen demasiado protagonismo. Y depender demasiado del gobierno es un problema, porque entonces éste no tiene una presión organizada de la izquierda.
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