Por Víctor Hugo Morales *
La muerte de Galeano es, para mi generación, un desgarro. Su muerte marca la pérdida de un formador que, siendo muy joven, influyó en los muchachos veinteañeros de la década del setenta, con un libro como Las venas abiertas de América Latina, que ninguno de quienes teníamos algún interés por la política, la historia y la sociedad dejó de leer. Su vigencia transformó Las venas... en un libro crucial, fundador, iniciático, que se mantuvo para siempre entre las obras más significativas que Galeano escribió y que muchos leímos alguna vez.
Lo pude tratar a través de entrevistas, tanto radiofónicas como televisivas. Me pareció un hombre muy lúcido, sereno y equilibrado, con algo de distancia, pero al mismo tiempo un hombre muy cálido desde sus textos literarios. Por si no bastara con su lucidez y su exquisito lenguaje, Galeano fue además un hombre comprometido con su tiempo y con las democracias de nuestra región. De hecho, recuerdo que fue uno de los primeros en manifestar la furia que le provocaba escuchar hablar de Venezuela como un régimen dictatorial cuando Hugo Chávez se había impuesto en una decena de elecciones. Sin dudas Galeano fue, junto a Mario Benedetti, uno de los uruguayos más influyentes de la historia, de una enorme llegada a los jóvenes.
Todas las veces que lo entrevisté, siempre con el temor que da estar frente a alguien a quien se admira, las charlas resultaron jugosas. Era un hombre que siempre tenía algo lúcido para decir, una idea para compartir. Recuerdo que en una de las últimas me comentó que Las venas... era una obra de la que estaba orgulloso, pero de la que a veces se lamentaba por el fuerte predicamento que tenía ese libro frente a otros trabajos que había escrito y que le parecían tanto o más importantes que aquélla.
No voy a decir que su partida no es una nota de tristeza. Claro que lo es. Pero aprendí a sobrellevar con relativa calma espiritual las muertes que llegan a ciertas edades. En ese aspecto, su partida no me produce rebeldía. En todo caso, una tristeza y una melancolía propias del paso del tiempo y de la pérdida de alguien que nos enriqueció el alma.
* Periodista.
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