Por Meir Margalit *
Una vez más se demostró que en la Argentina la verdad es más extraña que la ficción. Lo que parecía una teoría conspirativa tomó forma real; quién sabe qué está tramando el monstruo. Vuelven fuerzas oscuras del pasado, deseosas de cobrar venganza de la familia Kirchner porque el fallecido presidente Néstor Kirchner, esposo de su sucesora Cristina Fernández de Kirchner, los llevó a juicio por crímenes contra la humanidad.
Hace cerca de una semana escribí en la edición en hebreo de Haaretz que el asesinato del fiscal Alberto Nisman olía a una oportuna conspiración de derecha, apañada con ex agentes policiales y militares, para tumbar al Gobierno y destruir la democracia argentina, todavía endeble después de 30 años.
En efecto, mientras se va filtrando la información se fortalece la conclusión de que la Argentina atraviesa un intento de “revolución”. Es ésta una revolución elegante, sofisticada y refinada. No se lleva adelante con tanques o ataques a la Casa Rosada, la Casa Blanca de la Argentina, sino fomentando el tipo de caos social y económico que tumbó al presidente chileno Salvador Allende en 1973, método que Naomi Klein describió tan bien en su libro La doctrina shock.
Y aquí, entre toda la conmoción, humo y desinformación, asoma la conexión judía –principalmente porque el asunto gira en torno del ataque terrorista de 1994 contra el centro comunitario judío AMIA de Buenos Aires– y las 85 víctimas enterradas debajo. En segundo lugar, el periodista Damián Pachter, que dio la primicia de la muerte de Nisman recibió amenazas de muerte y se fue a Israel, dejando tras de sí una serie de especulaciones sobre sus razones.
Peor aún es el papel que sin querer está jugando en este lamentable asunto la comunidad judía, mientras protesta contra el acuerdo que firmó la Argentina con Irán en lo que considera un intento de absolver a Teherán de su responsabilidad por el ataque terrorista. El acuerdo es sin dudas controvertido y problemático, pero no se compara con los acuerdos de venta de armas de Israel a la Argentina durante la dictadura que comenzó en 1976. En los años ’70, el número de judíos asesinados por la Junta con armas israelíes fue varias veces superior al número de judíos asesinados más tarde por los secuaces de Teherán en Buenos Aires.
Y la comunidad no nota que la ultraderecha se está montando en la protesta legítima para construir los fundamentos de la revolución desde su crítica. No sólo esta intentona no sirve a los judíos, sino que no hay que ser historiador para saber que tarde o temprano apuntará contra ellos.
Nisman, asesinado hace una semana, es un ejemplo del drama judío en la Argentina. Estaba infectado por la obsesión con Irán que infectó a toda la comunidad. Estaba alimentado por materiales que le proporcionaba Israel (según medios locales) y fue usado por la derecha para impulsar una revolución que probablemente nunca quiso. Al final, pagó con su vida.
Esta es la historia de los judíos argentinos en pequeña escala. Me pregunto cómo esta gente inteligente y de buen corazón pudo haber caído en una trampa para terminar del mismo lado que los fascistas de la Argentina.
Si no fuera suficiente, está la conexión israelí. Israel se ha convertido en un actor del drama argentino, y no trabaja para la empresa de producción adecuada. Los argentinos creen que le dio información de Inteligencia a Nisman, y ahora el periodista que dio la primicia encontró refugio allí.
Israel probablemente no esté directamente involucrado en el asunto, pero los argentinos lo ven como un jugador extremadamente poderoso que complica las cosas fundamentalmente por dos razones: por un lado, porque es una oportunidad de pegarle a Irán; por otro lado, porque Israel tiene cuentas pendientes con los gobiernos latinoamericanos de “izquierda” que abrazaron a los palestinos y votaron contra Israel en la ONU.
Aun si la teoría es exagerada, las dos razones parecen lógicas. En lo que concierne a Israel, la derecha argentina es más sionista que el actual gobierno, y ésa es razón suficiente para acelerar un cambio de régimen.
Y así los judíos argentinos, cuyo dolor es real, se convirtieron en peones en manos de intereses extranjeros que no tienen nada que ver con ellos. Peor aún, son funcionales a un proceso histórico orquestado por fuerzas a las que no sólo no les interesan los judíos, sino que ajustarán cuentas con ellos a la primera de cambio.
Irónicamente, pareciera que los judíos argentinos que la semana pasada salieron a la calle con carteles que decían “Somos Nisman” sabían de qué estaban hablando.
* Coordinador de la oficina de América latina en el Foro de Organizaciones de Paz. Encabeza el Centro para el Progreso de Iniciativas de Paz. Nota publicada ayer en el diario israelí Haaretz, donde también había salido la columna de Damián Pachter.
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