Por Horacio Bernades
“La gratuidad atenta contra la calidad y la libertad educativa”, afirma por televisión Sebastián Piñera, sin que le tiemble la voz. Corre el año 2011 y el gobierno chileno afronta las movilizaciones más grandes de la posdictadura, en reclamo de educación gratuita, laica y de calidad. Cuatro años más tarde, en el Congreso del país vecino acaba de aprobarse un proyecto de ley que promueve la gratuidad educativa, presentado por la presidenta Michelle Bachelet meses después de asumir su segundo mandato. Crónica de aquellos días de movilización, el reclamo social que la coproducción chileno-argentina El vals de los inútiles toma como eje acaba de ser saldado.
La clase de documental que por su calidad técnica, precisión visual e ilación narrativa “parece ficción”, la ópera prima de Edison Cájas –presentada en los festivales de Locarno, Mar del Plata y DocBsAs, entre muchos otros– ajusta el foco sobre dos personajes, que ni siquiera se pretenden “representativos”. Darío Díaz es un chico de clase media que estudia en el Instituto Nacional, colegio secundario de alto nivel de Santiago. Miguel Miranda, a su turno, tiene una vinculación apenas indirecta con la ebullición de alrededor. A los sesenta y pico se gana la vida como profesor de tenis. A fines de los ’70 se vio obligado a interrumpir sus estudios universitarios, tras haber sido secuestrado y detenido, junto a miembros de su familia, en un campo de concentración del pinochetismo, sufriendo torturas. Ahora, la vuelta a la movilización callejera lo hace regresar también a él a una idea de colectivo que parecía tan truncada como sus estudios.
Darío participa de la toma de su colegio y de la singular forma de protesta adoptada por los manifestantes, consistente en correr alrededor del Palacio de La Moneda durante 1800 horas, alternándose cada tanto mediante un sistema de postas. Pero no es activista o militante, por lo cual no debe esperarse aquí un ajetreo de asambleas, oratoria y discusiones. Chico callado, Darío habla poco y nada durante la hora y media de película. Manuel, por el contrario, habla mucho, con entusiasmo contagioso e ininterrumpido, sin guardarse nada. Avanzado el metraje, le cuenta a su hija las circunstancias de su secuestro, detención y tortura, con la misma naturalidad con que pelotea contra un muro de club.
Evidentemente, la política se vive distinto en Chile que en Argentina. Haciendo suya una melodía típica de los actos de aquí, los manifestantes reemplazan el “hay que poner un poco más de huevos” por “hay que poner un poco más de empeño”. Autor del guión, director de fotografía y coeditor de la película, Cájas sigue a Darío y Manuel en paralelo (la expresión es puramente convencional, ya que las paralelas no suelen converger). Las (falsas) paralelas son aquí tan matemáticas que la presentación de ambos es en espejo, con Darío y Miguel cepillándose los dientes por la mañana. Documental de observación asimilable a la crónica literaria –un abordaje personal de los hechos, más dado al detalle de primera mano que a la totalización generalizadora–, El vals de los inútiles es tan sistemática visual y narrativamente como en la consecución de su propuesta.
Nada parece escapar al control del encuadre y el montaje por parte del realizador. Sin embargo y fiel al modelo de observación, Cájas se limita a seguir a sus personajes, sin forzar nada en términos dramáticos. No necesita explicitar la línea histórica que va del sistema pinochetista a la educación paga que defiende (defendía) el presidente Piñera: basta ver a Miguel Miranda sumarse al trote alrededor de La Moneda para que las imágenes expresen, por sí solas, la continuidad entre una lucha y otra. “Ya va a caer/ya va a caer/la educación de Pinochet”, cantan los estudiantes. Desde anteayer nomás, ya cayó.
7-EL VALS DE LOS INUTILES
Chile/Argentina, 2013.
Dirección, guión y fotografía: Edison Cájas.
Montaje: Edison Cájas y Melisa Miranda.
Música: Pablo Grinjot.
Duración: 80 minutos.
Estreno exclusivamente en el cine BAMA.
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