Primero lo obvio. En una República los fiscales no aparecen muertos en un baño con un disparo en la sien. Como no desaparecen testigos. Ni tienen accidentes los que deben declarar o han declarado en causas sensibles para el poder en todas sus formas. La muerte abrupta e intolerable de Nisman –como la desaparición de Julio López– nos obliga a repensar la forma en que actúa la justicia, sobretodo su connivencia normalizada –herencia del Proceso, cuando los servicios de inteligencia manejaban y silenciaban a su antojo a los tribunales– con estructuras de inteligencia cuyo trabajo linda siempre con la ilegalidad y la vulneración de derechos y garantías. Para la justicia no hay ni debe haber nunca una escisión entre medios y fines.
Los servicios de inteligencia en todo el mundo son secretos (en principio esto los volvería más "eficientes" en sus "tareas") pero sus métodos no son siempre escindibles de los peores métodos de la dictadura: espiar, delatar, extorsionar, amenazar, también a fiscales, defensores y jueces. Los procedimientos y objetivos de los servicios de inteligencia (como quedó acreditado con el escándalo del espionaje masivo de la NSA) no son compatibles con los principios básicos de una democracia. Ni siquiera con los principios básicos de la diplomacia internacional. Al contrario: amenazan –estos métodos– la libertad de expresión y conculcan garantías, vacían de contenido espacios de diálogo y consenso internacional. (Tenemos desde el escandalo de la NSA un mundo sin diplomacia) Conculcan la legalidad. Existe pues una muy grave tensión, que tiene que ver en definitiva con el grado de transparencia con que opera un poder esencial como es el Judicial, y su vinculación (su grado de "independencia") respecto de órganos y burocracias –en mi visión, que hacen un trabajo ilegítimo– de otros poderes.
Existe un segundo elemento en esta tensión que hace a la clásica discusión sobre la vigencia de la división de poderes: donde los fiscales o jueces son coaccionados o conducidos en su trabajo por otros intereses (o sectores) ajenos a la justicia (del país o del exterior), deja de existir autonomía e independencia política, existe extorsión o connivencia o ambas. Nisman estaba inmerso en una tensión muy grave. La tensión que generaba la reunión en el Congreso prueba esto: la tensión entre lo que la justicia "sabe", (o cree que sabe, en este caso un fiscal, conducido por quienes debían ser los conducidos y no los conductores de su trabajo, sin el conocimiento del juez de la causa, en un curso "desviado", plagado de errores) y lo que la justicia "puede decir", justificar por la forma en que se obtuvo la información, (porque el fin no justifica nunca los medios en una República, aunque el fin sea sagrado no se puede avalar la tortura, o la recolección de pruebas de modo ilegal o inconstitucional) de cara a la sociedad. Nisman estaba en medio de esta tensión grave, más allá de si sus pistas eran verosímiles o eran falsas.
Eso es lo que menos importa. Pero en una democracia deliberativa (ideal, o que intente ser más transparente cada día) no debiera haber secretos de Estado ni estructuras que hacen un trabajo oculto que no puede presentarse o justificarse de cara a la sociedad (que pretendidamente, con esos métodos, se "defiende" de "peligros"). El único peligro en una democracia es la violación de garantías. El único y verdadero peligro que atravesamos en una democracia es la violación de derechos. Por parte de quien sea.
Con el motivo que fuere. Aun no hemos comprendido a fondo esto. Por eso se nos cuestiona el "garantismo". A Nisman lo mató el anti-garantismo. La cosmovisión que no cree en las garantías como límites de fuego. No hay buenos argumentos para violentar garantías: no hay "buenas causas", buenas excusas. La violación de garantías nunca tiene argumentación. Los servicios de inteligencia –como las armas– son "carreras" estériles pero muy peligrosas de los Estados democráticos porque generan estructuras que luego se independizan y se convierten en burocracias "paralelas" (un Estado al interior del Estado dijo Chomsky) que desarrollan un poder propio, invisible, capaz de autonomizarse del mandato civil, un poder que no va a elecciones. Son órganos manejados por tecnócratas –desconocidos por la inmensa mayoría de la sociedad– pero con un inmenso poder –y una aceitada estructura transnacional, y un enorme presupuesto– capaz de jaquear procesos democráticos o judiciales.
Capaces de condicionar la actuación de un juez o de un fiscal. Son estructuras capaces también de derrocar gobiernos. Lo han hecho. Lo hacen. Violan garantías de todos como "norma". Por eso nuestra misión como jóvenes abogados es llegado este punto una sola: hablar claro. Ser firmes. Entrar en la ESMA. Porque hay una ESMA que sigue. Hay una ESMA funcionando. Con métodos de la ESMA. No se trata sólo de evitar el uso faccioso de los servicios de inteligencia (como cree Duran Barba) sino de repensar los métodos mismos con que operan los servicios. La autonomización de las estructuras de inteligencia en el mundo entero –producto de su mismo funcionamiento "normal", no "faccioso"– pone en riesgo a la democracia. Pone en riesgo el sistema de representación. Pone en riesgo al Derecho. Y a la política. La inteligencia internacional puede y debe servir para prevenir atentados. Pero no para mucho más. Sin embargo se la usa para demasiado. Para casi todo.
CONCLUSIÓN
CONCLUSIÓN
Cómo la justicia –cómo el derecho, cómo los fiscales– conviven (aún) con estas estructuras de inteligencia, con estos "servicios" secretos que operan casi siempre al margen de la ley, en Argentina y el mundo, conculcando continuamente derechos, el derecho constitucional a la privacidad de las comunicaciones, el derecho mismo a la vida privada, (que ya es letra muerta de nuestras constituciones) por ejemplo –pero recolectando con estos "métodos" pruebas sensibles de las que se vale la misma justicia incluso para avanzar en las investigaciones, normalizando la propia justicia procedimientos y "tareas" que minan la legalidad democrática– está llamado a ser sin dudas uno de los grandes interrogantes –una de las grandes contradicciones– del siglo que comienza, una de las asignaturas determinantes en la construcción del Poder Judicial del siglo que viene, un interrogante del presente y del futuro: ¿Puede una democracia –una República– tener un poder como el judicial atado o trabajando en conjunto, codo a codo, con sectores de inteligencia que tienen por "método" normalizado la vulneración de derechos y garantías, cuando no la abierta extorsión (o para usar el término de Canicoba Corral, la "conducción") de los mismos funcionarios judiciales –el mismo Poder– que debieran conducirlos? La tensión del siglo que viene –de la que la reunión de Nisman en el Congreso era muestra– es la tensión que existe entre la defensa del interés público (esclareciendo algo tan grave como un atentado), y la doctrina del fruto del árbol envenenado (que nos impide, incluso en estos casos, vulnerar garantías elementales, utilizando como prueba o indicio lo que se obtuvo de modo ilegal). Porque las garantías civiles le importan tanto a una democracia como el esclarecimiento de un atentado. No es diferente de la "tensión" que expresa Guantánamo o la violación de derechos básicos (la normalización de los estados de excepción, las "excepciones" que poco a poco se van convirtiendo en la "regla") en la llamada "lucha al terror" o la normalización de la tortura, que avanza de manera escandalosa ante la mirada impávida de nuestras democracias. La muerte de Nisman es por cierto un escándalo ético y político. Es un hecho de máxima gravedad institucional. Es una afrenta a nuestro Derecho.
Las pruebas –indicios, referencias– que se obtienen apelando a los servicios de inteligencia y violando la legalidad, (sean los denunciados agentes ficticios, o reales, en este punto esto no es lo determinante, no es lo determinante si le vendieron al fiscal información verídica o "pistas falsas") son un escollo de la democracia. Porque la democracia tiene sus métodos y también la justicia. Las pruebas no se deberían obtener nunca, en ningún proceso, en ningún país, violando garantías. Nisman estaba –como muchos fiscales– en medio de una tensión grave. Canicoba Corral dudó, por eso, de la "legalidad" de ciertos procedimientos del fiscal. Pero el atentado se debe esclarecer con los métodos de la democracia. Se debe esclarecer sin recurrir nunca a los servicios de inteligencia, sin sus métodos. Sin sus "trabajos" ni sus "servicios", "servicios" (cuestionables, que por ende se mantienen en general en secreto) de los que termina quedando presa la misma justicia, los mismos funcionarios. La misma democracia. La misma verdad. Se debe esclarecer de ese modo cualquier atentado, también el de la AMIA. Porque ese es el único modo compatible con una democracia, el único modo real que nos va a permitir conocer la verdad. Y honrar a las víctimas y sus familias. Estos son los únicos métodos posibles en un mundo civilizado. Hay que volver a creer en la democracia. Nisman equivocó el camino. La connivencia entre la justicia y el espionaje es siempre nefasta. Y termina mal. Necesitamos una justicia nueva. Que piense y se piense de otra manera, más transparente. Que no apele a métodos que (aunque puedan llegar a ser "eficaces") se contradicen con los postulados de una democracia con garantías. La justicia termina siendo siempre "rehén" de unos métodos (anti-garantistas) que la degradan. Que la contradicen. Que la vuelven, además, del todo inútil. Porque la causa, a más de dos décadas del atentado, sigue impune. Y no debiera ser así.
UN COMENTARIO PERSONAL
Yo creo que al fiscal Nisman precisamente porque su denuncia era inconsistente, había que cuidarlo. No puedo dejar de sentir la pérdida de Nisman como propia. Nisman se nos muere a nosotros como sociedad. Se nos muere como República. La democracia es muy compleja. En una democracia uno tiene la obligación altísima de cuidar también a los que no están de acuerdo con uno. También a los que nos acusan y denuncian. Porque la democracia se basa sobretodo en eso: en ese ejercicio de grandeza moral. De reconocimiento. De coraje. De diálogo.
El gran dilema es que un fiscal de la República aparece muerto en un baño con un disparo en la sien. No importa en este momento (es tarea de la misma justicia esclarecer) quién lo mató. Importa para todos como sociedad, que Nisman, equivocado o no, basado en pruebas fehacientes o indicios del todo falaces, (y yo creo lo segundo) hoy está muerto. Y eso es un hecho de enorme gravedad. Necesitamos una justicia nueva. Tenemos una deuda pendiente.
También es interesante el giro argumental de los que ahora si recuerdan como algo importante la defensa irrestricta de las garantías. Son por desgracia los mismos periodistas y sectores que se la han pasado de modo permanente cuestionando el (nuestro) "garantismo" excesivo. ¿Habrán comprendido por fin ahora lo que decíamos, habrán comprendido la importancia determinante de las garantías? Ahora recuerdan la importancia de las garantías civiles. Piden más "garantías". De repente lo ven. De repente les parece importante el garantismo. Las garantías no son nunca un exceso, son una necesidad. Las garantías no hay que defenderlas sólo ahora. Hay que defenderlas siempre. El garantismo no es nunca un "exceso". Finalmente lo esencial: hay que entrar a la ESMA. Esa ESMA que es la inteligencia no sólo argentina sino internacional. El espionaje que aun actúa con elementos (impunes) que no son de las democracias sino propios de las dictaduras, de la Stasi. Y también respecto de la causa AMIA: es un deber de todos esclarecer el atentado. Y no hacerlo con los servicios como protagonistas. Sino con la verdad como norma. No con la especulación política de los sectores que denuncian precisa y curiosamente nunca ser los "politizados". Aun falta mucho. Entrar a la ESMA es fundamental también para aclarar el atentado de la AMIA. Son dos puntos que no van separados. Y exigen abogados –fiscales– con determinación. Con coraje. Y con respeto de las garantías. Todas las partes debieran exhibir un poco de grandeza. De comprensión más alta de lo que está en juego.
CAMBIAR LA JUSTICIA
Cambiar sus métodos, sus formas. Sus formas de trabajar. Sus formas de pensar. Sus ideas. Independizarla aun de los vestigios más oscuros del Proceso. Hacerla de verdad lo que aún no es: independiente. Valiente. Firme. Y real. Justa. Una justicia que haga todo de frente a la sociedad. Que corra en todo caso el riesgo de la verdad. Y no los otros riesgos que no aportan nada. Sólo más dolor. Necesitamos una Ley de Inteligencia, como Estado estamos conminados a ello. Pero necesitamos también terminar como advierte el CELS, con la promiscua relación entre la justicia y los servicios. Necesitamos límites. Mas garantías. Fiscales nuevos que investiguen desde el garantismo, y con la constitución en la mano. No desde la connivencia con los sótanos oscuros.
Nosotros no somos así. Necesitamos que la doctrina del fruto del árbol envenenado sea el centro de todo nuestro actuar como abogados apegados a la Constitución. Necesitamos recuperar los límites. Aun, desde la ESMA, no los hemos recuperado. Hay ESMAS que siguen. Que perduran calladas. El límite son siempre, en todos los casos, las garantías de los otros. Del otro lado está Guantánamo. Esa zona gris. Sin justificación. Sin garantías. Sin pruebas. Sin derecho. Por eso es menester entrar a esa discreta ESMA, a ese Guantánamo nuestro. Llevar la democracia a donde todavía la democracia misma no llegó. Y donde teme entrar. La SIDE (que en lo esencial es apenas un punto de una red internacional de agencias mucho mayores, que aplican métodos aun mas cuestionables con excusas poco creíbles) es el último reducto del Proceso. No estamos cuestionando personas, hay personas dignas en todos lados, estamos cuestionando metodologías. Estructuras que se deberían cambiar. Pilares. Fiscales de la Patria. Fiscales de ningún servicio. Fiscales con la Constitución en la mano. Hombres y mujeres como Mariano Moreno, determinados a hacer justicia. La inteligencia debe servir al Derecho. Se puede pensar en una inteligencia mucho más transparente.
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