Pese a estar acostumbrados a los dislates del historiador, la columna de esta semana preocupa por su virulencia e intereses manifiestos.
Por Juan Ciucci
La década kirchnerista será recordada, también, por los posicionamientos que generó en la comunidad intelectual. Algunos asumieron un lugar de batalla, inscriptos en las tradiciones políticas que transitaron toda su vida. Otros, ciertos reacomodamientos que les permitieron consolidar su lugar estratégico en el mundo académico y mediático.
Tal el caso de Luis Alberto Romero, hombre fuerte de la historiografía, aquella que organiza hace ya más de 20 años. Heredero del trabajo de su padre, sin dudas mucho más profundo e interesante en sus análisis, construyó una relación política y económica con Clarín/La Nación que le permitieron sostenerse ante las nuevas disputas que la disciplina encontró en este nuevo siglo.
Ese acuerdo estratégico lo ubica como columnista del los diarios, y desde allí intenta sofisticar los endebles argumentos del multimedios opositor. Intenta hacerlo como una especie de humanista que aboga por un supuesto bien común, por el cual las fuerzas vivas de la Patria deben velar. Dirá que eso no es político, claro está, en eso caen los otros...
Estado y República, en peligro
El caso Nisman y el lado clandestino del Estado, tal el nombre de su nueva columna en Clarín, donde manifiesta su desprecio por el movimiento popular y el deseo de encontrar una pronta solución al problema kirchnerista. “Finalmente, no fue la economía sino la política. La presentida crisis, que acompañaría el último año de la presidenta, estalló en el seno del gobierno y del mismo Estado”, arranca el hijo de Romero. Como si la desilusión por un diciembre ardiente, con corridas económicas y saqueos que no fueron, encontrara ahora un paliativo.
“El grupo gobernante está en crisis. Dada su radical verticalidad, la falla del conductor siembra el desconcierto entre los sumisos seguidores, obligados a descartar el análisis político y a seguir a la presidente en sus vaivenes y desvaríos”. Más allá de lo ofensivo del planteo para con la Presidenta de la Nación, poco refinado para un académico, es notable la falencia analítica de Luis Alberto, enceguecido por su lineamiento político. Ve desatinos y desvaríos en la conducción, cuando la Presidenta reacciona ante una amenaza destituyente con toda la fuerza de su mando y cuando su partido y aliados se encolumnan sin presentar fisuras.
“Podemos suponer que el resto del peronismo cristinista, empezando por Scioli, advierte los riesgos electorales de seguir a un jefe que ha perdido el rumbo, y evalúa alternativas”, vuelve a decir, deseoso. Esa alternativa sciolista que no llega no deja de desvelarlos, se ve.
Luego de versar sobre la gravedad de la crisis, comienza a mostrar el juego. “Pero el ojo de la crisis se encuentra en un nivel más profundo. No es solo un gobierno que se retira; es la exhibición de una crisis radical del Estado y de la República. Lo que suceda con Cristina y el Frente para la Victoria es cosa de sus seguidores; la suerte del Estado y la República nos afecta a todos”.
Allí radica la peligrosidad del pensamiento que representa el hijo de Romero. La República está en peligro, debemos todos socorrerla. Viejos resquemores de aquella unión democrática resuenan en sus palabras. Quizás algunas recuperadas de su padre, viejo antiperonista, primer rector/interventor de la UBA con la Fusiladora.
Estado y República que “sabemos desde hace mucho tiempo que la gestión kirchnerista los ha destrozado, con su combinación de ineficacia, decisionismo, corrupción y facciosidad”. En fin, una patota que se adueñó del poder en Argentina, podría decir también.
Y aquí aparece el miedo, esa gran excusa para tantas atrocidades en nuestra historia. “Aquí está el ojo de la crisis: en el gradual derrumbe del Estado de Derecho. Mas allá de su sentido general, quizás abstracto, tiene hoy un significado muy personal y directo para muchos, como el periodista del Herald que se fue del país”. Esto se pone un poco cómico, hay que decirlo. La paparruchada de Damián Pachter, quien por un par de anteojos negros se exilió en Israel, conmueve al espíritu libre de Luis Alberto.
Pero hay un poco más. “Luego de la muerte de Nisman todos nos sentimos amenazados de algún modo. Hasta ahora el problema eran los motochorros, los asaltantes o los narcos; ahora se le teme al gobierno y a su larga y pesada mano”. Del motochorro al gobierno, magistral bosquejo de este académico de fuste. El miedo es tonto, sabemos.
Lleguemos a las elecciones
Pero aquí se acaba el humor, y comienzan los peligros del discurso beligerante del hijo de Romero. “En su loca carrera final, hacia el poder total o simplemente la impunidad, el gobierno parece haber traspasado un límite. Después de exacerbar la violencia verbal, las “palabras que matan” parecen mutarse en muertes reales”.
Y como al pasar, lanza la siguiente declaración: “Nos preguntamos cuántas armas tienen las “organizaciones populares” subvencionadas, y en que circunstancias estarían dispuestas a usarlas. Es imposible no pensar en 1975”. Nuevamente, solo la ceguera intelectual de alguien arrastrado por sus lineamientos políticos y económicos puede llevarlo a cometer tamaño error. ¿Quién en sus cabales puede comparar esto con 1975?
Pero no son errores conceptuales, solamente, los que mueven su pluma. Es una sentencia lo que dice, y dónde lo dice. Y de una irresponsabilidad supina agitar vientos de violencia social desde el principal diario (y corporación) opositor. Volver sobre las armas, él, que siempre mantuvo su manto de piedad sobre las pasiones argentinas. Avergüenza.
Pero su golpismo de escritorio continúa. “Entonces (1975) se decía que había que llegar a las elecciones “aunque sea con muletas”. Ojalá hubieran podido. Hoy tenemos el deber de desempeñarnos mejor que los dirigentes de entonces. Tenemos que llegar a las elecciones, pero para eso hay que salvar a la República. No se puede esperar mucho del equipo gobernante, ni de la presidenta, que parece conspirar contra ella misma. Toda la responsabilidad recae en el sector opositor de la sociedad”.
Así, como al pasar, pone en duda la posibilidad de llegar a las elecciones este año, con una presidenta “que parece conspirar contra ella misma”. Es por esto que “tenemos que llegar a las elecciones”, como si fuese algo cuasi imposible. Pero “para eso hay que salvar a la República”, nos advierte. ¿Y qué implica ese salvataje, estimado Luis Alberto?
Otra vez quieren construir a los opositores. “La posibilidad existe. En este sector se nota una saludable reacción, como lo muestra la amplia y rápida difusión de la Declaración por el Derecho a la Verdad, impulsada por el Club Político Argentino”. Acá el asunto vuelve a tener un viso de humorada, porque suena a comercial de su grupo de facción. El hijo de Romero es uno de losvocales titulares de este club, sin dudas fundamental en nuestra vida política.
“También se ha construido una coincidencia acerca de lo que debería hacerse en los próximos años, que se parece bastante a lo que cada dirigente opositor dice”. El sueño neoliberal, que le dicen. “Solo falta que ellos se hagan cargo de la magnitud de la crisis, reduzcan un poco su preocupación por diferenciarse, y den forma a un acuerdo cuyo primer punto sea la salvación de la República”. Unión democrática o complicidad con la Fusiladora, podemos recordar, ya que el académico vuelve al `75.
El llamado es a un triunfo opositor, que no queda muy claro cómo será. “El ánimo social que se percibe, cuando estamos en el ojo de la tormenta, puede ayudar a esta convergencia. Quizá cuando se atenúe la conmoción, reaparezcan las rencillas de los políticos”. Por eso es clave el descontento, y agitar los fantasmas que el hijo de Romero expresa con pocas sutilezas. “Sabemos que más tarde no será fácil mantener la tensión, pero es indispensable hacerlo. La tarea de los políticos es darle forma; la tarea de la sociedad civil y sus organizaciones es impulsarlos e impedir que retrocedan”. Proteste, señora; podríamos decir.
Como vemos, argumentos que con distintos matices recorren toda América. Los salvadores del Estado y la República, están de regreso. Y ante quienes combinan su “ineficacia, decisionismo, corrupción y facciosidad”, quizás este todo permitido. Ya lo hicieron, pueden (se ve que aun quieren) volver a hacerlo. Si tuviéramos que encontrar algo bueno en todo esto, diríamos que es ver al académico que vuelve, cada tanto, a clamar por la movilización popular. Ese miedo por las masas, que se vuelve un sueño por conquistar las propias.
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