jueves, 16 de abril de 2015

SENTIMIENTOS QUE “SE DIRIGEN AL SER” Los dos odios

Por Isidoro Vegh *
Richard de Saint Victor, autor del siglo XII, en Los cuatro grados de la violenta caridad (citado por Guy Le Gaufey), dice: “Hay cuatro grados de amor: un primer grado es el amor invencible, nada sabría abatirlo pero no constituye más que un interés entre otros. El segundo grado es cuando este amor invencible se convierte además en obsesionante, siempre presente en el espíritu. Hay un tercer grado del amor, mucho más profundo, que es aquel donde, además de ser obsesionante, es exclusivo. No deja lugar a nada más en la vida del que ama. Y por último hay un cuarto grado del amor que es el amor invencible, obsesionante, exclusivo y además insaciable. Este último matiz, esta última cualidad de insaciable es la que engendra, cuando se dirige a otro humano, odio. El otro no me da lo que colme mi amor y mi deseo. Esto en cambio se pacificaría si, en vez de ser un amor entre humanos, fuera un amor dirigido al Otro Divino, en cuyo caso llegar a ese cuarto grado del amor es lo mejor que a un ser humano le puede suceder”. Sólo Dios puede responder a una demanda insaciable.
También dice: “El odio no debe confundirse con la agresión”. Efectivamente, la agresividad, la tensión agresiva, como dice Lacan, es la disputa del prestigio, es la disputa del territorio, es el hecho de establecerse como unidad y dejar del lado del otro lo que llamamos el cuerpo despedazado. En la brutal claridad de la tragedia antigua, el odio será una radiación del orden simbólico, mientras que la tensión agresiva es algo que sucede en la dimensión imaginaria.
Alain Didier-Weill, en Les deux haines (“Los dos odios”), advierte que la cuestión del odio no es unívoca: hay odios y odios. Uno de los dos odios que propone Didier-Weill surge cuando el sujeto vive una decepción ante el Otro, cuando el Otro cesa de responder a la demanda del sujeto. Un ejemplo clásico es el del adolescente que descubre que el papá no lo sabe todo. El odio dirigido a ese Otro provoca en primera instancia, dice Didier-Weill, “una interpretación delirante”: lo que no me responde es porque no quiere decírmelo. Si todo va bien, ese odio podrá enlazar con el amor. Será cuando el sujeto advierta que el Otro no responde a la demanda porque no tiene significante para hacerlo. Este odio, bien encauzado, es propiciatorio: cuando el sujeto advierte la incompletud del Otro, es invitado a producir sus propios significantes.
El otro odio se dirige al sujeto. Se lo puede encontrar cuando una madre responde con odio contra su hijo que le ha presentado una opacidad a la que ella no sabe responder. Por ejemplo, una madre criada en valores victorianos podría encontrarse en serias dificultades para comprender o recibir lo que su hijo o hija adolescente le propone con el despertar de su sexualidad. Su insuficiencia en el saber puede llevarla a un odio que tiende a desconocer al sujeto. Este no es un odio propiciatorio y puede llevar a la aniquilación del sujeto.
Lacan advirtió que el odio se dirige al ser. Y, en el seminario Encore, comenta que ciertos autores “me leyeron bien, como ninguno de mis discípulos, porque me odian un poquito”. Indica que en el odio hay algo propiciatorio.
Hay un odio que, desde el Otro, se dirige al sujeto; es ese odio de la madre que no puede entender lo que el despertar sexual de su hijo o hija adolescente planteaba a sus valores de otro tiempo. Si no estuviera mitigado por la ternura, este odio puede llegar a homologar el sujeto a un dese-cho, puede llegar a ser aniquilante. Este odio parte del lugar del Otro como lugar de la Ley sin atenuantes: el Otro como orden simbólico que no encuentra su falta. El nazismo no es una eficacia irracional; cuando busca el exterminio de los gitanos, los homosexuales, los discapacitados o los judíos, se trata de la vigencia de un orden simbólico; es lo racional que no encuentra límite, ni en lo real ni en lo imaginario. Es, insisto, un odio que lleva al sujeto al lugar del desecho, hasta su desaparición.
Pero hay otro odio cuyo orden podríamos plantearlo exactamente al revés: va del sujeto al Otro, Este odio tiene por objeto descubrir que el Otro no existe como completud. Es un odio que permitiría al sujeto reencontrarse con el deseo.
* Miembro fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA) y ex director de la revista Cuadernos Sigmund Freud. Texto extractado del artículo “La lógica del acto”, publicado en la revista Psicoanálisis y el Hospital, que a su vez proviene del seminario Sentimiento, pasión y afecto en la transferencia, dictado en la EFBA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario