La gustaba presentarse como “mujer y compañera”. Compartió los últimos diez años de la vida de Walsh. Luego de la desaparición del escritor, debió exiliarse en México. En 2010 declaró en el juicio por la ESMA.
Compartió con Rodolfo Walsh los últimos diez años del escritor. “Mujer y compañera”, se presentaba en las notas que Página/12 publicaba en cada aniversario. Trabajadora de prensa en La Opinión y en Página/12, militante en el gremio de prensa, fue lectora privilegiada de la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar y de los cuentos inéditos que la Armada robó de la casa de San Vicente y que nunca dejó de buscar. Sobreviviente del exilio, militó por la verdad y la justicia desde los organismos y en 1997 firmó un escrito pionero del Centro de Estudios Legales y Sociales para exigir la apertura de los juicios por la verdad. Cuando Néstor Kirchner asumió como presidente, ingresó a la Secretaría de Derechos Humanos y años después representó al Estado en el ente público tripartito que administra el Espacio Memoria y Derechos Humanos, en la ex ESMA. Lilia Ferreyra, de ella se trata, murió ayer a los 71 años. Sus restos serán velados hasta las 11 de la mañana en la Sala Cortázar de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Luego serán llevados a Junín, su ciudad natal.
“He tenido distintos trabajos, distintos estudios, pero todos marcados por una misma pasión, que es la pasión por entender el mundo en que vivo y comprometerme con hacerlo cada vez más justo”, se presentó en el ciclo Somos Memoria en Canal Encuentro. De familia de “clase media baja pero instruida”, cumplió el mandato familiar de ser maestra. Estudió Literatura mientras trabajaba en una fábrica, donde conoció a los primeros peronistas, y en 1966 llegó a una pensión de Buenos Aires dispuesta a “ser revolucionaria”. “Pertenezco a esa generación atravesada por un mundo que intentaba transformarse”, explicaría. Conoció a Walsh en 1967. Trabajó en la editorial Jorge Alvarez y fue delegada de base en La Opinión. Juntos atravesaron la etapa en que Walsh dirigió el periódico de la CGT de los Argentinos, la militancia en el peronismo revolucionario, la primavera camporista y el pase a la clandestinidad, con Walsh insertado en la estructura de inteligencia de Montoneros.
Los últimos meses junto a Walsh fueron “dolorosamente intensos”, escribió. Apuntó las caídas de Victoria Walsh y al allanamiento de una casita de fin de semana en el río Carapachay, hasta que a fines de 1976 se radicaron en San Vicente. Fue “nuestro propio repliegue”, jugó con las palabras: Walsh planteaba el repliegue de Montoneros para preservar a la mayor cantidad posible de compañeros. El 25 de marzo de 1977 viajaron en tren y se separaron en Constitución. El 26, cuando al volante de un Ami 8 llegaba con Patricia Walsh y familia a la casa de San Vicente, le llamó la atención ver la tranquerita abierta y ningún rastro del humo del asado que habían planificado. Bajó alarmada y se encontró con la casa destruida, puertas y ventanas acribilladas, el inodoro en el jardín. Walsh había alcanzado a despachar en un buzón varias copias de la Carta Abierta. Poco después había sido emboscado por un grupo de tareas de la ESMA.
Comenzó entonces “la incertidumbre, la angustia y la desesperación por saber qué pasó”, explicó en 2010 en el primer juicio de la ESMA. También los hábeas corpus, el trabajo para seguir difundiendo copias de la Carta Abierta y finalmente el exilio en México. En 1977 alguien le dijo por primera vez que Rodolfo había muerto en esa emboscada. Al año siguiente leyó en un testimonio de tres sobrevivientes que “llegó muerto a la ESMA”. En 1982, en Madrid, conoció a Martín Grass. “Dos sobrevivientes, uno de la ESMA y otro en el exilio”, escribió. Grass había visto el cuerpo acribillado de Rodolfo en el sótano de la ESMA y había accedido a los escritos inéditos que sólo Lilia conocía. “Una alegría extraña, una excitación indecible me sacudió”, confesó, cuando le empezó a relatar “Juan se iba por el río”, el último cuento de Walsh, y Grass la interrumpió para continuar el relato. “¿Los dos únicos lectores?”, se preguntó en aquella contratapa de 2006.
Con el retorno de la democracia volvió a trabajar en prensa. Durante años fue asistente del periodista Horacio Verbitsky. El 22 de mayo de 1997, acompañada por su abogada Alicia Oliveira más un grupo de periodistas e intelectuales, se presentó ante la Cámara Federal porteña para pedir la restitución del cuerpo de Walsh y “de sus obras secuestradas, las que forman parte del patrimonio cultural de la sociedad por la que vivió y murió”. Poco después ingresó a la redacción de Página/12, donde fue editora del suplemento Turismo. Firmó un puñado de notas, todas sobre Walsh, excepto una entrevista al diputado cubano Lázaro Barredo Medina, director del diario Granma.
“Las piezas han ido cambiando su posición en el ‘territorio’ de la lucha contra la impunidad”, celebró en estas páginas en marzo de 2008. “Los responsables del terrorismo de Estado están siendo procesados, ninguna teoría de los dos demonios puede manipular la verdad sobre los crímenes de la Junta Militar, y el centro clandestino de detención de la ESMA, así como muchos otros, es ahora un espacio recuperado para la memoria y la defensa y promoción de los derechos humanos”, describió.
El día de la sentencia llegó a tribunales con la Carta Abierta en la cartera. “El juicio para mí tiene un sentimiento más íntimo”, le confesó a la periodista Alejandra Dandan. “La sensación de que es una respuesta tardía al alegato que Rodolfo escribió en la Carta a la Junta Militar”, explicó. Su conmovedor testimonio, en 2010, incluyó la reconstrucción de varios cuentos inéditos. “Puede ayudar a que sean recuperados, reconocidos por otras personas”, se esperanzó. “Rodolfo, te escucharon”, escribió hace tres años, cuando la Carta Abierta se instaló en catorce paneles de vidrio a metros del Casino de Oficiales. “Instalar la Carta en el predio de la ex ESMA es un acto de libertad conquistada por esa conjunción de voluntades históricas y políticas”, resumió en referencia a la lucha de los organismos y a la voluntad de Néstor Kirchner.
Su propia figura
Por Eduardo Jozami *
La figura de Lilia Ferreyra que habrá de perdurar en el recuerdo es inseparable de la de Rodolfo Walsh, porque, a poco de llegar de Junín, compartió con él los últimos diez años de militancia política y vida intelectual, pero también porque ella quiso siempre ser recordada así, como la compañera de Rodolfo. Sin embargo, quienes fuimos sus amigos, aunque también nos ubicamos, de algún modo, bajo la estela de Walsh, sabíamos apreciar la escritura de Lilia, su comprensión política, sus juicios penetrantes y ese olfato para reconocer cuánto había de valioso en una persona y cuánto de trascendente en cualquier situación política.
Su experiencia de la CGT de los Argentinos, en la que acompañó a Walsh, la marcó al punto de llevarla a ser delegada sindical en varias de las empresas periodísticas en las que trabajó. Exiliada en México, desde que regresó a la Argentina se vinculó al movimiento de derechos humanos y se acercó al peronismo renovador. Lilia supo como pocos ser fiel a esa tradición que la llevaba a definirse siempre como peronista y no por eso marginarse de cuanta propuesta progresista o transformadora se planteara en la sociedad, como fue la aparición de Página/12, diario al que tempranamente ingresó. Esa conjunción entre la tradición militante y la apertura a lo nuevo la llevó a ser de las primeras en vincularse con Carta Abierta, cuya coordinación integró desde un comienzo. Cuando ya los tropiezos de su salud se hicieron más notorios, Lilia trabajaba en la ex ESMA, Espacio de Memoria del que llegó a integrar su órgano de conducción. Pero más allá de los datos de su biografía, la recordaremos siempre como esa joven que se maravillaba de la ciudad, de sus calles, sus librerías y sus cines, del talento de Rodolfo, de la militancia abnegada de aquellos años, pero que tras el asombro dejaba percibir en su mirada una inquietante sensación de madurez.
* Director del Centro Cultural Haroldo Conti.
01/04/15 Página|12
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