A Rodolfo Walsh se lo usa demasiado. A veces en un exceso que delata de qué carecen los que alardean con su nombre. Por eso, creo, que no se lo debe mencionar en vano. El sello walshiano no le va a lo liviano, ni a una agrupación que no esté a la altura y mucho menos al periodismo liberal.
Lo más rico de Walsh no es un pedazo arrancado de su biografía o de su obra, sino su puesta en hecho en paralelo a su fino tallado con las palabras. Como él decía, el lenguaje debe utilizarse como objeto, esgrimirlo como un martillo; usarlo para que actúe.
Hace poquito se cumplió un nuevo aniversario de su secuestro, asesinato y desaparición. Hace poquito nos dejó quien mejor guardó sus secretos y cuidó su memoria. Y hace poquito presenciamos un festival de potenciales en un diario, algo que nos obligó a mirar hacia el faro walshiano para notar cuan rotunda contracara era ese escrito abrulotado de falsedades y charlatanerías.
Hechos y muchos de ellos, hechos “hechos” de palabras que trajeron su figura, la de éste gigante que resiste el paso del tiempo y que nunca será pasado.
Rogelio García Lupo es uno de los poquitísimos maestros de periodismo que quedan y en el prólogo a la compilación de la obra periodística de Walsh escribió: “Grandes escritores no pudieron superar la muerte de su prosa periodística una vez que perdieron actualidad. La información de Walsh vuelve a atrapar a pesar de que los protagonistas están muertos, que los conflictos son diferentes y han caído naciones y sistemas políticos (…) Walsh escribía rápido (…) Corregía poco porque sabía que las entrelíneas y los remiendos molestaban a los operadores de las máquinas. Y a causa de estas urgencias y de su obsesión por la exactitud (…), su poder de concentración desconcertaba, hasta podía herir a los demás. (…) En un manual de estilo para novatos que escribió en 1959, Walsh afirma que ‘las dos cualidades esenciales del periodista son exactitud y rapidez’ y agrega: ‘Ese orden correlativo no excluye que ambas se ejerciten al unísono´”.
Pajarito, como le puso a García Lupo el ensayista José Edmundo Clemente en los primeros cincuentas, fue durante décadas una de las firmas más respetadas del diario Clarín porque su historia y su propio pellejo se habían ganado ese reconocimiento. Y siempre fue un tipo accesible. Esta semana fue inevitable que muchos nos preguntáramos cómo es que alguien más joven y que se da el lujo de fundar una organización que pretende llevarnos a rebencazos a quienes ejercemos el periodismo no se haya tomado el trabajo en todos estos años de sentarse junto a Pajarito para hacerle la pregunta básica: qué es lo que nunca se debe hacer en periodismo, si se pretende mantener un grado mínimo de dignidad.
Daniel Santoro lleva más de 25 años como periodista. Es egresado de una Facultad e ingresó a Clarín en 1990. Recorrió el mundo gracias a sus coberturas y con su investigación sobre la venta de armas a Ecuador y Croacia subió a ese extraño olimpo al que se montan algunos del periodismo. Es miembro de la Academia Nacional de Periodismo y del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación con sede en Washington. Desde semejantes reconocimientos y chaperío no le fue difícil mandarse a crear el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) desde donde, dicen, trabajan para el “mejoramiento de estándares éticos y profesionales del periodismo argentino”. Dio clases de periodismo y conferencias a lo largo y ancho del mundo y obtuvo premios que van desde el Rey de España hasta el Konex. Es autor y coautor de casi una docena de libros, entre los que se destaca “Técnicas de Investigación” en el cual, no se priva de citar a Walsh, en el cual repite la necesidad de la “verificación” de la información y desde el que nos recomienda que “dudemos de lo que dicen determinados periodistas o medios, por más consagrados que sean y que como dice el viejo axioma del periodismo norteamericano ‘si tu madre te dice que te quiere, compruébalo’”.
Pues bien: desde esa Matrix en que aún algunos viven, desde ese teatro antidisturbio, se inmoló para defender los intereses de sus patrones y con un festival de verbos en potencial incendió eso que los profesionales del periodismo liberal llaman carrera.
Construyó un hecho con palabras. Nada nuevo, en un aspecto: eso es el periodismo, la construcción de una noticia. Es decir, el traslado de un hecho a través de las palabras a la estructura de una noticia. Pero se pasó de rosca y se olvidó de que la verdad a veces te caga a trompadas porque ella no es otra cosa –al decir de Bertoldt Brecht- que algo tan sencillo como aquello de lo que se trata.
No esperaba -no esperaban- que la política de cara descubierta se le parara tan de manos a la sistemática operación mediático-periodística que esconde entre sus pliegues la verdadera intencionalidad de su propia política.
Habían construido –se habían adelantado- a la foto del día siguiente: un país potencialmente plausible de ser descripto en estado de caos por un paro de transporte que extorsionó a quienes sí querían trabajar y que colaboraba con la materialización de la imagen que buscan desde hace rato: Máximo Kirchner en las escaleras de Comodoro Py. No esperaban que “el pibe” casi igual de ceceoso que su papá se dirigiera a ellos no como líder de una agrupación juvenil, ni como hijo de sus padres, sino como un dirigente importante del Frente político en el gobierno; que no los agrediera; que mostrara humanidad, humor, calma y que pudiese –sin elevar el tono siquiera- destrozar una a una todas las acusaciones del día.
El rey del manejo de las operaciones políticas -uno de los que mejor supo describir a “El diario de la Argentina”- se los había avisado pero ellos –necios, cerrados, cegados de nervios- no lo pudieron o no lo quisieron ver: El mismísimo Jorge Asís se los advirtió. “El periodista debe ser un buen fileteador para saber separar el pescado bueno del podrido”, sugirió primero y les espetó con furia después: “La caótica ineptitud de Clarín fortalece al cristinismo y con su frontal agresividad desdibuja a quienes deben ser los opositores. Máximo mostró convicción. Articulada seguridad. Muestra que dista de ser el tontito de la play. Clarín lo fortaleció. El anticristinismo nabo legitima que puedan volver a vacunarlos en la primera vuelta”.
A veces hay que dar mucha vuelta. Hay que ver cómo se vence con hechos a lo construido con palabras. Hay que tener palabra para que otros hechos ocurran. Y hay que encontrar el modo justo de decir para que lo propio no se pierda el mar del bla bla propalado en progresión geométrica.
Esta vez sólo hizo falta palabra política, de la que tiene espalda, de la que se sostiene con lo hecho. Esa que tanto cuidaron los próceres de lo escrito para que actúe.
No quisiera ni hacer un trabalenguas, ni mezclar de modo caprichoso sucesos que nada tienen que ver entre sí. Pero permítanme compartir el modo en que se me encadenan y superponen hechos ocurridos estos días; algunos sólo construidos con palabras y otros, con tal nivel de brutalidad o tan dolorosos que para ellos falta –justamente- palabra que los describa con precisión.
Mientras Máximo Kirchner, con la sola decisión de hablar, dinamitaba a quienes piensan que con sus escritos siempre se llevarán puestos a los que carecen de su poder de propalación, la mejor guardiana de la memoria de los textos del más inmenso periodista que tuvo la Argentina, partía. Como escribió Marta Dillon el Página 12: “Se ha muerto Lilia Ferreyra; los ojos de una testigo de nuestro tiempo se han cerrado. Sus ojos, que vieron el horror y la resistencia, que se ilusionaron en los últimos años con la recuperación de la palabra y la militancia (…) ya no están. Era la última compañera de Rodolfo Walsh, eso dicen ahora, a la hora de escribir unas palabras urgentes (…) Pero era más que eso, Lilia era periodista, gremialista, integrante de la Juventud de Trabajadores Peronistas, era una mujer alegre que bailaba el tango como ninguna, que lloraba por su compañero desaparecido, pero clamaba por su obra robada, sus últimos papeles, los que ella ayudó a transcribir, los que rodeaban la cama donde las mejores noches de amor y sexo se acunaron al filo del miedo y de la muerte. (…) Ilusionada con un proceso político que la había llevado, justamente a ella, que había perdido lo que más quería en las catacumbas de la ESMA, a soñar con un proyecto de museo, de memoria y de recuperación histórica. (…) No quería ser sólo la viuda de Walsh, aunque eso sea lo primero que se anote de ella, aunque aquel amor haya sido tan refulgente que opacaba todo lo que siguió después. Aun así se animaba, iba a fiestas cruzando generaciones y volvía a sacarle viruta al piso y vale la frase anacrónica para honrar su esmerado estilo de tango que se reconvertía en cualquier otro ritmo. Trabajó en La Opinión y en este diario, clamó por justicia en la causa ESMA, asistió a Carta Abierta, puso el cuerpo cuando en 2008 la disputa por las retenciones a la elite agropecuaria empezó a polarizar los ánimos”.
En ese 2008 que cuenta Marta Dillon sentí que podía decirle amiga. Me transmitió con su tono pausado, su voz bien bajita –como si estuviese confesándonos un secreto- y siempre en medio de la humareda de sus fieles cigarrillos, la importancia de cuidar qué se dice, cómo y en dónde se cometen esos pequeños actos simbólicos que pueden quebrar hasta al más poderoso. Taconear fuerte cuando se camina por la ESMA, por ejemplo. O reírnos juntas de terminar una tarde de charla en ese espacio acuclilladas haciendo, las dos pis en medio de las arboledas. “Fue nuestra forma de marcar territorio, no, Marianita?”, como le gustaba decirme.
Esta semana, con Hebe de Bonafini en la Plaza pudimos regalarle un aplauso a esta querida compañera el mismo día en que la Presidenta de la Nación homenajeaba a los héroes de Malvinas. En ese acto, Cristina Fernández dijo algo que me pareció unificaba tan diversos sentimientos y acontecimientos: “No hacen falta ositos –dijo ella- sino la voz alta y clara”.
Y me quedé como tildada en esa idea. En la de la voz clara y cómo cuando ésta lo es, gana un peso inesperado. La Presidenta posee ese don de la claridad en la palabra. Y eleva la voz, pero no vocifera. Lilia casi susurraba, pero poseía una mirada cristalina de acontecimientos difíciles. Hebe grita, pero no hicieron falta alaridos para que se elevara bien alto la condena a la canallada de la quema de su figura en la manifestación de La Plata. Máximo no recurrió a bramidos para responder, optó por la nitidez.
Se ve que vamos aprendiendo que no se trata de exclamar, sino de “usar el lenguaje como un objeto, de esgrimirlo como un martillo”.
Y valga entonces, para ir, ya de una buena vez, terminando con esto, un escrito que amo del Walsh de los papeles personales; que quiero porque es perfecto en una adrede imperfección gramatical que borra los puntos, las comas y las pausas. Un texto que parece vomitado, que viene como avalancha y que envuelve a los que ama y empuja a los que odia; un texto que se abalanza sobre lo querido y sobre los canallas de ayer que son casi los mismos que los de hoy. Un texto que, como se arroja, me ayuda con estos hechos y estos hechos “hechos” de palabras que sentí precipitarse uno sobre otro a lo largo de estos días.
“Porque si yo muriera mañana una parte de mi vida –esta parte de mi vida- podría parecer insensata y ser reclamada por algunos que desprecio e ignorada por otros a los que podría amar. Desde luego esa reivindicación personal no es lo que más importa –aunque no sea totalmente capaz aún de renunciar a ella. Lo que importa es el proceso que ha pasado por mí la historia de cómo yo cambié y cambiaron los demás y cambió el país.
Lo que importa es cómo pudo nacer aquí en este lugar dejado lo que está naciendo. Importan también los otros, los responsables, los chantas: yo me entiendo por ahora.
Imagino también un inventario de las cosas que quiero y las cosas que odio: ya lo dije. Las cosas que quiero Lilia mis hijas el trabajo oscuro que hago los compañeros el futuro los que no obedecen los que no se rinden los que piensan y forjan y planean los que actúan el análisis claro la revelación de lo escondido el método cotidiano la furia fría la alegría general que ha de venir un día la gente abrazándose la pareja en su amor la esperanza insobornable la sumersión en los otros.
Las cosas que odio que desprecio la traición la estupidez Frondizi la televisión Jacobo los yanquis de la Esso o los ingleses de la Shell porque estos hijos de puta son cuñas del mismo palo Bernardo Neustad los mercenarios los discursos de los generales las turritas y los pavos de la publicidad oliendo a la colonia que mata los comunistas del partido los falsos profetas de la izquierda acalambrada la camiseta peronista el bigote peronista el odio de los oligarcas la cultura de La Prensa la senilidad de Borges la convicción de Gleyzer o de Aizcorbe los que matan a la gente los torturadores los farsantes los radicales del pueblo sobre todo si son jóvenes y una lista inmensa inalcanzable que se podría tratar de perfeccionar.
¿Qué hago yo con todo eso? Empiezo a juntarlo y empiezo a mirarlo empiezo a estudiarlo empiezo a ver si se deja escribir. Y si no se deja mala suerte será como la primera nenita que no se dejó cuando yo tenía ocho años y ella tal vez seis. Porque si no es sobre eso no vale la pena escribir sobre nada”.
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