Para comenzar, me gustaría que brevemente contara los primeros años de su vida.
–Soy hijo único. Nací el 16 de junio de 1950 en el seno de una familia trabajadora que aprovechando la ascendente movilización social existente durante el primer peronismo (1946-1955) pudo comprar su primer hogar y consolidarse como clase media. A su vez, su bonanza económica –acotada pero real– les permitió a mis padres darme una educación superior a la media. Pasé ocho años (1960-1967) estudiando en el Colegio del Salvador (instalado en Buenos Aires, existente desde 1868) con laicos y sacerdotes jesuitas y egresando con el título de bachiller.
–Siempre se comentó que ese establecimiento educativo era una cantera de aprender, saber y pensar…
–Absolutamente. Sólo repasando algunos de los nombres y apellidos sacerdotales que colaboraron en mi temprana formación, tendrá usted una idea más acabada de esto. Anote: el Padre José María Pichi Meisegeier que me interesó en la cuestión social y que con el tiempo fue paradigma y referente del Movimiento Villero Peronista en la Villa 31 de Retiro junto a Carlos Mugica. El Padre Ramón Mocho Ferreyra, hombre recto y dueño de todas esas características nobles que alabamos en el hombre de campo; hablaba y predicaba con su ejemplo. El Padre Guillermo Furlong, profesor de Historia de consulta mundial; habrá oído de él. También el rector del colegio, un sacerdote de labia cultivada y culta, Eduardo Martínez Márquez, que nos contaba que había sido educador en Cuba, en un colegio religioso de la Compañía de Jesús, nada más y nada menos que de Fidel Castro. Y quizás algunos se sorprenderán si les digo que mi profesor de Literatura en 4º año del secundario fue Jorge Mario Bergoglio –actual Sumo Pontífice– un hombre excepcional que nos fue explicando con rigor y paciencia jesuítica a cada uno de nosotros, en charlas personales la mayoría de las veces, de qué se trataba la amistad, la ética, la justicia, la solidaridad y tantas otras cuestiones que atiborraban nuestra mente sin tener respuestas por el momento. La relación con Bergoglio se mantuvo en el tiempo; fui a su ordenación de sacerdote años más tarde y me casó el 10 de diciembre de 1983 por la mañana, en la Iglesia de los Curas Palotinos del barrio de Belgrano R, en el mismo día y hora que Alfonsín asumía la primera magistratura.
–¿Y cuándo comenzó a evidenciarse en usted un interés por lo social?
–Fue algo rápido y natural, si se quiere ver de este modo: recibido de bachiller comencé a estudiar Abogacía y paralelamente como manera de ganar experiencia me conseguí un trabajo de meritorio (cargo honorífico, no se cobraba un peso) en los Tribunales de Trabajo de la zona de Retiro que ya no están, en la bajada de la calle Suipacha. Atender en mostrador, archivar papeles –archivar será una constante en mi vida sin lugar a dudas–, leer los expedientes, ser testigo de audiencias, me mostró crudamente un mundo nuevo, hostil, agresivo, injusto, desigual. Y donde los perjudicados estaban siempre del mismo lado, del lado de los trabajadores, de los humildes, de los despedidos sin causa, de los echados sin previo aviso, de los que de un día para el otro se quedaban sin trabajo por la prepotencia patronal puesta de manifiesto en diversas ocasiones. Eso me indignaba. Y deduje que a mis principios cristianos siempre vigentes debía agregarle un plus, un valor agregado y sobre todo no resignarme a pensar que las cosas “son así, injustas y nadie las puede cambiar”. Me sumé a la Juventud Peronista, por la sencilla razón de que el Peronismo me había mostrado antes en la teoría (mis lecturas), en la historia (su período de gobierno de 1946 a 1955) y ahora en la práctica (mi trabajo) que era la única fuerza política capaz de revertir la situación de explotación y miseria que padecía nuestro pueblo.
–Evidentemente fue un aluvión generacional que se sumó a la militancia política…
–Ni más ni menos. Por primera vez en la historia argentina se juntaron jóvenes de distintas clases sociales y formaciones políticas preexistentes un pos de un mismo objetivo. Cientos de pibes cristianos metieron las patas en el barro y “tomaron como propia la causa del agredido” (Frantz Fanon dixit), porque –evidentemente– rezando no se iban a solucionar las cosas. Por otro lado, los centenarios partidos de izquierda en Argentina también en sus capas más jóvenes hicieron su autocrítica por como se había caracterizado con una miopía alarmante al peronismo (y al propio Perón) y comenzaron a dar una discusión interna que la inmensa mayoría de las veces terminó con la expulsión de los jóvenes cuestionadores. Por último y para completar la triada generacional, un nuevo peronismo juvenil daba batalla adentro y fuera del Movimiento aportando contenido, forma y número a cientos de agrupaciones partidarias que tenían como objetivo principal el regreso definitivo de Perón a su patria luego del injusto exilio al que había sido obligado a ir, por los sectores oligárquicos y proimperialistas nativos.
–¿Existen testimonios escritos de aquel período insurreccional?
–Sí, muchísimos. Calcule usted que cada grupo, organización o partido nuevo tenía su propia prensa partidaria y siempre al menos en manos privadas o instituciones investigativas del mismo tenor (lamentablemente, en la parte pública o estatal, luego del ’76 se arrasó con todo) se han preservado y guardado al menos un juego de toda la documentación posible. Por eso, ahora aparecen algunas reediciones de facsimilares de la época que ayudan a reconstruir el clima y objetivos de aquel tiempo. Pero si un investigador desea en un solo medio gráfico ver la impronta del período, las discusiones y objetivos que se planteaban, las acciones que se llevaban adelante y la resistencia a las dictaduras cívico-militares de aquella época, debe indefectiblemente sumergirse en la lectura de Cristianismo y Revolución (1966-1971), cuyo director era Juan García Elorrio y luego de un accidente automovilístico que le ocasionó la muerte (un taxi que salió de la nada, embistió a un Fiat 600 que a su vez lo arrolló en la esquina de Bulnes y Las Heras), tomó la posta su compañera Casiana Ahumada hasta que la misma fue hecha prisionera por el régimen. Allí, en esa revista mensual podrán analizarse y estudiarse cada una de las vertientes juveniles enumeradas por mí, con anterioridad. Y antes de pasar a otra pregunta déjeme hacer un comentario sobre la extraña muerte de García Elorrio.
–Lo escucho atentamente…
–Este hombre pertenecía por clase social a la aristocracia pero se había volcado al cristianismo y al peronismo revolucionario. Como dije, a García Elorrio lo atropelló alguien del que nada se supo. Juan ya había recibido variadas amenazas de muerte; y en abril de 1967 como bien expresa Miguel Bonasso en uno de sus libros (El presidente que no fue), la división de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, junto con la delegación argentina de la CIA, confeccionaron una lista de activistas a eliminar; entre los mismos figuraban Emilio Jáuregui y García Elorrio; ambos murieron repentina y trágicamente poco tiempo después. Para cuando fue el deceso de este último –y siguen las “casualidades”– se presentaba en nuestra ciudad puerto, un show de vértigo y velocidad a cargo de los Los Rompecoches, una troupe norteamericana (cobertura perfecta para espías y trabajos sucios, convengamos) que ciertas fuentes confiables asociaban con la CIA. Ni más ni menos. Para cerrar el círculo, digo que Juan tenía, al momento del “accidente”, documentos sobre denuncia de torturas a miembros de Tupamaros encarcelados en Uruguay. Dichos papeles nunca fueron entregados a su compañera Casiana Ahumada. Desaparecieron. Y debe recordarse como bien se explicita en el excelente film de Constantin Costa-Gavras, Estado de Sitio, que quien asesoraba a los militares uruguayos en el uso de la picana y el submarino seco para los opositores políticos, era un agente secreto de los yanquis en Uruguay, llamado Dan (Daniel Anthony) Mitrione, que revestía en la CIA y el FBI a la vez. Completito el hombre…
–Impresionante, realmente. Cambiando de tema, pero de algún modo inserto en la misma temática. Tengo entendido que usted como historiador se abocó al Peronismo, ¿no es así?
–En efecto. Y para delimitar más aún el objeto de investigación, debo decirle que si bien son muy pocas aquellas cuestiones ligadas al peronismo que son ajenas a mi conocimiento, siempre he hecho hincapié al período que va de 1955 a 1973, primero, y luego desde 1976 a 1983, inclusive, es decir, a recuperar y publicitar las luchas del pueblo peronista.
Así fue como me dediqué de lleno a exhumar, recuperar, juntar, recopilar, ordenar, y dar a conocer un material en forma de documentos políticos que no existía como corpus ni mucho menos. Fueron los famosos “Documentos” seriados y en forma de libros que se ocuparon de los siguientes segmentos anuales: 1955-1970 (Documentos de la Resistencia Peronista); 1970-1973 (De la guerrilla peronista al gobierno popular); 1973-1976. Tomo I. (De Cámpora a la ruptura); 1973-1976. Tomo II (De la ruptura al golpe); 1976-1977. Tomo I. (Golpe militar y resistencia popular); 1976-1977. Tomo II. (Resistir es vencer). Y antes de este fin de año del 2014, saldré conjuntamente con dos nuevos tomos que se ocupan de lo sucedido entre 1978-1980 y que llevan por título: Del mundial de fútbol a la contraofensiva.
–Tema álgido y discutido si lo hay, ese de la “contraofensiva” montonera…
–Montoneros considera que están dadas las condiciones para forzar la retirada de las fuerzas armadas a través de una nueva ofensiva no sólo militar, pero que sí incluye con fuerza, este ítem. A lo largo de mi libro, una infinidad de documentos internos, inéditos en su mayoría, se preocuparán de este asunto. Pero la verdad incontrastable de los hechos acaecidos, indica que las condiciones no fueron las apropiadas. Pero es fácilmente comprobable que para fines de los ’70, en la República Argentina los tiempos de la dictadura se acortaban; la clase obrera en particular y el pueblo en general ya resistían nuevamente. Este no es un dato caprichoso, aislado o voluntarista. Basta con instalarse en una hemeroteca bien provista y repasar los diarios de la época. Pese a la autocensura de las empresas periodísticas que se veían en figurillas para explicar lo inexplicable, la política recesiva y terminal de Martínez de Hoz llevó a los trabajadores a enfrentar la dictadura, porque estaba en juego su propia existencia como clase. A mediados del mes de agosto de 1979 había agudos y profundos conflictos gremiales entre la clase obrera y la patronal con cese de tareas incluido. Inclusive el conflicto más grande se presentaría cuando unos 5.500 trabajadores de Peugeot aprobaron en asambleas, sección por sección, marchar el 4 de octubre de 1979 a Plaza de Mayo. Otros trabajadores y la flamante Central Única de Trabajadores Argentinos (CUTA) adhirió sumarse a la marcha. La dictadura, viendo que “se le venía la noche” y previendo que aquella marcha de protesta podría convertirse en un nuevo Rodrigazo, obligó a la patronal francesa a atender todos los reclamos de los trabajadores para evitar así su posterior movilización: hubo aumentos de 22% para los trabajadores y todos los cesanteados y despedidos fueron reincorporados a sus tareas. En este contexto de protesta y lucha, Montoneros creyó necesario organizar una contraofensiva política y militar para acelerar la caída del gobierno de facto entronizado en nuestra patria.
–Bien. Esperaremos con expectativa la aparición del trabajo suyo. Ahora bien, esa famosa “resistencia” a la que usted hace alusión en repetidas ocasiones, fue tal o bien una serie de hechos fortuitos y concatenados terminaron con Perón en la Argentina inesperadamente y contra su voluntad, como lo manifiestan algunos historiadores, últimamente.
–Si hay algo que siempre me llamó la atención fue (y es) la permanente desidia y descrédito con que se tratan o investigan –cuando se investigan, muchas veces ni eso– los diversos acontecimientos históricos que jalonan las luchas de nuestro pueblo. Parecería que hay ciertos historiadores y escuelas de pensamiento histórico en Argentina que tienen como único fin desacreditar o directamente ocultar (en connivencia con los gobiernos ilegítimos de turno en que se sucedieron los hechos) las luchas populares que lograron significativos progresos y conquistas –en este caso– en pos de una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana, con su conductor natural en la patria.
En tal sentido, cómo es posible que la mítica Resistencia Peronista, que se sobrepuso a los bombardeos de 1955, a los fusilamientos de 1956, a la proscripción electoral y social del peronismo, al abyecto Plan Conintes del maquiavélico Frondizi que llenó nuevamente las cárceles en los ’60, al impedimento en el gobierno de Illia, de que Perón pudiera volver en diciembre de 1964, hablamos del Cordobazo en 1969, el Trelew del 22 de agosto de 1972, y del “Luche y Vuelve”, todo esto, no merezca ni siquiera una cátedra de estudio, un trabajo de investigación académico serio, o al menos un ciclo de charlas en la Academia Nacional de Historia o en la Universidad de Buenos Aires.
–Pero en los últimos treinta o cuarenta años la situación ha comenzado a cambiar.
–Así es. Hay algo que en su momento expresó Mario Pacho O’Donnell y a lo cual suscribo categóricamente: “No es cierto que los libros de historia se venden bien, como suele escucharse a menudo en círculos intelectuales afines. La gran mayoría de ellos, los que se escriben solamente para vender por un tema oportunista o por encargo de las editoriales, suelen ser un fracaso rotundo. Del mismo modo –corren igual suerte– aquellos que reflejan la óptica conformista y escolar de la historia oficial, aún disfrazada de cientificismo académico. Lo que la gente favorece en las librerías son aquellos textos que, consistentemente y a partir de autores con trayectoria en ello, contradicen la historiografía liberal y reaccionaria que desde el fin de nuestras guerras civiles, explica, sustenta y justifica el modelo económico y social vigente que necesita, por ejemplo, llevar a la categoría de prócer a un señor como Rivadavia, paradigma de porteño extranjerizante y ejecutor de préstamos venales para nuestra economía”.
Con la creación del Instituto Dorrego –durante la década ganada Kirchnerista–, todo comienza a cambiar y es impresionante la cantidad de pedidos que vienen de todo el país para que vayamos a dar charlas. Ejemplo concreto de ello se manifiesta cuando me explayo sobre uno de mis últimos libros, La violencia oligárquica antiperonista entre 1951 y 1964, que me permite explicitar y fundamentar en forma documental, una serie de hechos de violencia de sectores minoritarios refractarios al peronismo, que deben apelar a la misma –es decir, a la violencia– para ver logrados sus fines elitistas y gobernar en contra de las masas populares.
–Tengo entendido que hace pocos días atrás puso a consideración del público otro libro nuevo suyo que se ocupa del poeta y periodista Francisco Urondo.
–En efecto. Lo presentamos en el auditorio de la Librería Universitaria Argentina, un nuevo lugar de expendio de libros que inteligentemente abrió en pleno centro de Buenos Aires un conjunto de universidades del interior de nuestro país, para hacer visibles sus producciones editoriales en la gran ciudad. El libro de mi autoría que editó Educo (la editorial de la Universidad del Comahue) se llama Francisco Paco Urondo. De la poesía al combate, y se ocupa, a través de lo que llamo una biografía narrada, de relatar la vida y obra de este gran hombre que fiel a su compromiso político dio la vida por un proyecto de liberación nacional y social para nuestra patria. Fue asesinado en Mendoza en junio de 1976. El libro se enriquece con una minuciosa bibliografía sobre todo lo que escribió Urondo y lo que también se escribió sobre él.
–Antes de concluir esta nota quizá quiera expresar algo más.
–Algo me viene a la mente. Puede tratarse de un hecho casual, fortuito, anecdótico, o no. Rodolfo Walsh y Francisco Urondo eran muy amigos y ambos terminaron militando en la misma guerrilla peronista revolucionaria, en Montoneros. Y ambos tuvieron el mismo trágico final. Quizá sin proponérselo, ellos fueron paradigma de aquello que Antonio Gramsci definió como “intelectuales orgánicos” del grupo social emergente, aquellos que luchan por conquistar la hegemonía política y aprovechando sus saberes –en este caso narrar, escribir, contar– actúan. Alguna vez, mezclando mi curiosidad con la búsqueda de respuestas filosóficas acordes, pregunté en diversas oportunidades y en distintas situaciones, a un heterogéneo grupo de militantes peronistas que no se conocían entre ellos, y que sí formaron todos, luego, parte de la histórica J.P.; qué hecho puntual los había introducido en el mundo de la militancia política, a entregar todo de sí para cambiar un mundo injusto. Y el común denominador de las respuestas pasaba, en la gran mayoría de los casos, por la indignación ante la alevosía, el asesinato de gente humilde, la eliminación sin más de personas, por intermedio de un Estado autoritario y de facto que arrasaba con todos los derechos humanos y asesinaba impunemente. Y se remitían a dos escritos que los habían conmovido brutalmente, que una vez leídos (por ellos) no podían seguir siendo indiferentes y actuar como si nada hubiera pasado. Uno era Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y el otro, La patria fusilada, de Francisco Urondo.
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