La guerra al malón.
Roca auspició la entrega de tierras a sus oficiales y soldados. La mayoría de las tierras terminaron en manos de los especuladores y proveedores del ejército.
El comandante Prado, en su libro “La Guerra al Malón”, dice con amargura: “Cuando nos manden a la basura por inútiles, iremos todos ladrando de pobres, sin pan para los cachorros, mientras ellos –los proveedores aventureros– serán ricos y panzones, cebados con sangre de milicos, dueños sin que les cueste un medio, de todas estas tierras que dejamos jalonadas con huesos de nuestras osamentas” y haciendo referencia a los gauchos y milicadas que hicieron posible la conquista, dice: “Habían conquistado veinte mil leguas de territorio, y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos el especulador que la adquirió, sin mayor esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron –si quiera en la estercolera del Hospital– rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y de verdadero patriotismo”.
Luego dice luego: “Al verse después, en muchos casos, despilfarrada la tierra pública, marchanteada en concesiones fabulosas de treinta y más leguas, al ver la garra de favoritos audaces clavadas hasta las entrañas del país, y al ver cómo la codicia les dilataba las fauces, y le provocaba babeos innobles de lujurioso apetito, daban ganas de maldecir la gloriosa conquista. Pero así es el mundo, los tontos amasan la torta y los vivos se la comen.”
Roca auspició la entrega de tierras a sus oficiales y soldados. La mayoría de las tierras terminaron en manos de los especuladores y proveedores del ejército.
El comandante Prado, en su libro “La Guerra al Malón”, dice con amargura: “Cuando nos manden a la basura por inútiles, iremos todos ladrando de pobres, sin pan para los cachorros, mientras ellos –los proveedores aventureros– serán ricos y panzones, cebados con sangre de milicos, dueños sin que les cueste un medio, de todas estas tierras que dejamos jalonadas con huesos de nuestras osamentas” y haciendo referencia a los gauchos y milicadas que hicieron posible la conquista, dice: “Habían conquistado veinte mil leguas de territorio, y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos el especulador que la adquirió, sin mayor esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron –si quiera en la estercolera del Hospital– rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y de verdadero patriotismo”.
Luego dice luego: “Al verse después, en muchos casos, despilfarrada la tierra pública, marchanteada en concesiones fabulosas de treinta y más leguas, al ver la garra de favoritos audaces clavadas hasta las entrañas del país, y al ver cómo la codicia les dilataba las fauces, y le provocaba babeos innobles de lujurioso apetito, daban ganas de maldecir la gloriosa conquista. Pero así es el mundo, los tontos amasan la torta y los vivos se la comen.”
Mitre, Roca, Sarmiento y compañía...
Siendo ministro de Avellaneda, hablando de candidaturas, Roca le escribía a Juárez Celman, en julio de 1978:
“Resumiendo: tenemos a Sarmiento, que no es una solución de paz para la República y que ya está bastante viejo. A Rocha, Irigoyen y a mí, que no podemos ser candidatos con probabilidades de triunfo y que seríamos muy combatidos. Yo también soy del mismo parecer: Mitre sería la ruina para el país. Su partido es una especie de casta o de secta que cree tener derechos divinos para gobernar la República. Tejedor, si no es jefe de partido y tiene el mal sentido de elegir palabras (...), es hombre recto, honrado, y no tan terco ni indócil como lo condenan las exterioridades. Sobre todo creo que es la única carta que podríamos jugar con éxito (...)
Poco tiempo después, Roca cambia de opinión y en mayo de 1980, le dice a Juárez Celman:
“El Congreso, avasallado como está por las Turbas a sueldo de Tejedor, no tenemos seguramente mayoría (...) Para vengarme de todo esto, no se me ocurre otra cosa que Sarmiento; y también, como asegurar las situaciones y fortunas políticas de nuestros amigos.
El Loco se nos entregará de cuerpo y alma y nos dará todo lo que pidamos, (...) porque está poseído de la ambición más desenfrenada. Creo que con él, no evitaremos una guerra civil, pero no la haremos en mi nombre y así sería más seguro que los elementos militares de la Nación cayeran en nuestras manos; quitando así la sombra de complicidad conmigo (...) Aunque lo de Sarmiento no sea una resolución, conviene ir preparando hábilmente el terreno. Cuando nos veamos arrinconados, le clavaremos este agudo harpón en el medio del lomo a los señores mitristas, autores de todo esto, y seguiremos preparándonos en silencio y con disimulo para pasar el Rubicón en mejor oportunidad” (“Juarez Celman”: Agustin Rivera Astengo)
Siendo ministro de Avellaneda, hablando de candidaturas, Roca le escribía a Juárez Celman, en julio de 1978:
“Resumiendo: tenemos a Sarmiento, que no es una solución de paz para la República y que ya está bastante viejo. A Rocha, Irigoyen y a mí, que no podemos ser candidatos con probabilidades de triunfo y que seríamos muy combatidos. Yo también soy del mismo parecer: Mitre sería la ruina para el país. Su partido es una especie de casta o de secta que cree tener derechos divinos para gobernar la República. Tejedor, si no es jefe de partido y tiene el mal sentido de elegir palabras (...), es hombre recto, honrado, y no tan terco ni indócil como lo condenan las exterioridades. Sobre todo creo que es la única carta que podríamos jugar con éxito (...)
Poco tiempo después, Roca cambia de opinión y en mayo de 1980, le dice a Juárez Celman:
“El Congreso, avasallado como está por las Turbas a sueldo de Tejedor, no tenemos seguramente mayoría (...) Para vengarme de todo esto, no se me ocurre otra cosa que Sarmiento; y también, como asegurar las situaciones y fortunas políticas de nuestros amigos.
El Loco se nos entregará de cuerpo y alma y nos dará todo lo que pidamos, (...) porque está poseído de la ambición más desenfrenada. Creo que con él, no evitaremos una guerra civil, pero no la haremos en mi nombre y así sería más seguro que los elementos militares de la Nación cayeran en nuestras manos; quitando así la sombra de complicidad conmigo (...) Aunque lo de Sarmiento no sea una resolución, conviene ir preparando hábilmente el terreno. Cuando nos veamos arrinconados, le clavaremos este agudo harpón en el medio del lomo a los señores mitristas, autores de todo esto, y seguiremos preparándonos en silencio y con disimulo para pasar el Rubicón en mejor oportunidad” (“Juarez Celman”: Agustin Rivera Astengo)
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