Por Luis Bruschtein
La idea de democracia es paralela a la de convivencia. Y la política en democracia es una agregación de ideas e individualidades en partidos, movimientos o frentes que van conformando colectivos sobre la base de grandes lineamientos comunes. Lo sectario tiene resonancias menos democráticas. Por eso siempre los procesos de confluencia tienen una connotación atractiva. De alguna manera, al plantear las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, la reforma política trató de impedir la dispersión y multiplicación de las ofertas electorales en una época en la que se presentaban varias listas de izquierda, cuatro o cinco radicales, más otras tantas peronistas y otra cantidad de variantes.
En ese contexto, el proceso que lanzó el frente UNEN tuvo ese plus atractivo. Con los antecedentes más bien pobres en el plano de las alianzas políticas, UNEN tiene que hacer un delicado equilibrio entre las críticas mutuas, lógicas y necesarias para justificar una interna con varias listas, y el riesgo de que las críticas se vayan de caja y más que un frente surjan como la imagen de un rejunte.
Los primeros debates públicos que arriesgaron los miembros de cada lista fueron excesivamente cuidadosos. Cuando los debates se dan de esa manera, los candidatos tienden a parecerse. Por eso, algunos asesores de imagen aconsejan la carnicería: exagerar las críticas, los énfasis y los ataques de indignación, aunque en la elección siguiente se abracen los cuchilleros de ambos bandos. La que mejor representa este estilo es Elisa Carrió.
Pero esa manera de atacar a todo lo que no se le parece va a contrapelo de propuestas frentistas como la de UNEN, no por fragilidad de la alianza sino porque termina por ofrecer la imagen opuesta a la que pretende. Lo que se quiere ganar con la idea de confluencia tolerante se pierde con la de rejunte.
El que usa, por ejemplo, el desprecio como principal argumento contra sus principales adversarios es también despreciativo con los que tiene alrededor. Y al que usa el ataque violento, al punto de disparar en forma arbitraria y permanente palabras del calibre de “traidor” o “canallas” o “delincuentes”, le pasa lo mismo. Son dos soportes de discursos que no tienen retorno. Es difícil aliarse con alguien a quien se ha despreciado en público o a quien se ha atacado en forma violenta. Son alianzas difíciles que, cuando se realizan, no hablan bien de sus protagonistas, porque dejan en el aire un sabor a mentira o actuación. La mentira o la actuación fueron cuando se usaron esos argumentos, o después, cuando se olvidaron para hacer la alianza.
Fiel a su estilo, en el programa de Mariano Grondona, Carrió fue muy dura con Alfonso Prat-Gay y con los radicales, o sea con aquellos competidores internos que alguna vez estuvieron con ella. Y también fue muy dura con Martín Lousteau, que fue el impulsor de la resolución 125 cuando era ministro de Economía del gobierno kirchnerista. Su compañero de lista, Pino Solanas, es un hombre que supuestamente estaba en las antípodas ideológicas de Carrió. Pese a provenir del peronismo, ha sido un enemigo declarado de lo que calificaba como el bipartidismo del PJ y la UCR.
A Solanas, esa alianza le valió la ruptura de su pequeña agrupación. Dejó de ser creíble para una parte de sus simpatizantes de izquierda y, con un discurso más tipo Carrió, busca ser creíble para los de centro y centroderecha que pueden seguir a la chaqueña. En la dupla, es ella la que lleva la voz cantante.
Tampoco quedan elegantemente parados Prat-Gay, los radicales y Lousteau. “¡Qué bien me siento de poder decir toda la verdad!”, exclamó Carrió con un gesto de satisfacción después de crucificar a sus competidores aliados de UNEN. Con las encuestas en la mano, Carrió habló desde un lugar de fuerza y logró presentar a los demás como un rejunte que trata de beneficiarse de los votos que ella pueda traccionar. Habrá que esperar hasta el 11 de agosto primero, y al 27 de octubre después, para ver si su apuesta fue ganadora.
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