martes, 28 de octubre de 2014

“¿Desde cuándo el fascismo es el único autor de grandes movilizaciones?”

Javier Grossman dirige Unidad Bicentenario, responsable, entre otras cosas, de Tecnópolis y los festejos del Bicentenario.
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Por Lucía Álvarez y Melina Ons (para Revista Turba)

Fue clave en la construcción de una mística kirchnerista. Sus propuestas son grandilocuentes, masivas y de vanguardia. Los medios lo llaman “el ministro del relato k”. Sin embargo, el director de la Unidad Ejecutora del Bicentenario mantiene un perfil bajo y evita los micrófonos. En entrevista con TURBA, la cabeza de Tecnópolis y de los megaeventos oficiales, analiza el cambio cultural de la década y confía en una herencia que, según él, ya es irreversible.

Javier Grosman ríe. La acusación lo divierte y hasta parece gustarle. “Es bárbaro que me acusen de darle glamour estético al gobierno”, dice y ríe. “Parece que las cosas, si son populares, tienen que ser feas, es bárbaro y grotesco”. Se entretiene porque en eso que califica de grotesco, hay también algo de verdad: las críticas a su rol pueden ser muchas, pero nadie pone duda la calidad de los productos culturales que ofrece desde el Estado.

Sus otros bautismos son igual de altisonantes: “ministro del relato”, “régisseur de la felicidad K”, “el hombre de los megaventos”, “el funcionario preferido de la Presidenta Cristina Fernández”. Grosman los niega a todos, pero sólo se enfurece cuando vinculan sus producciones con los desfiles fascistas. “Es elitismo y es temor”, retruca, “los enemigos quieren masividad en la tele, en la tirada de diarios, no en las calles”, dice convencido de que la recuperación del espacio público a través de la cultura fue uno de los grandes aciertos del gobierno.

Javier Grosman es reconocido por una trayectoria que no empieza ni en los festejos del bicentenerio, ni con las fiestas patrias, ni con Tecnópolis. En los noventa, fundó Babilonia, un centro cultural emblemático del under por el que pasaron figuras de la música nacional cuando sus nombres recién empezaban a circular. Fue responsable de campañas electorales y subsecretario de Acción Cultural del Gobierno Porteño, donde desarrolló festivales emblemáticos como el Buenos Aires no Duerme o el Internacional de Teatro. Hoy dirige, con libertades que pocas áreas tienen, la Unidad Ejecutora del Bicentenario, un espacio central de la propuesta cultural del kirchnerismo. En su oficina en Tecnópolis, con un partido del Mundial de fondo, Grosman dialoga con TURBA y sostiene que la cultura es un “derecho social” tan importante como la vivienda. Defiende la noción de “relato” pero asegura que para ganar elecciones se necesita algo más que poner gente en la calle, se necesita de una buena gestión.

Su primera gran intervención fue durante los festejos por el Bicentenario, ¿qué evaluación hace de eso?

Lo que el Bicentenario significó conceptualmente nos agarró por sorpresa, por la intensidad de la gente y la claridad en lo que iba a buscar. Veníamos del 2009, el punto mas bajo de la historia de este gobierno desde el punto de vista de la popularidad y la acción sobre las grandes masas. Fue un evento que podía prestarse a la manipulación del gobierno para mostrar un apoyo fuerte, vistiendo todo de un mismo color. Pero solo pusimos el logo el Bicentenario y no hubo ningún discurso de ningún funcionario en los escenarios principales. También podía convertirse en un punto de protesta. Sin embargo, no sucedieron ninguna de las dos cosas y el gran controlador de esa situación fue la sociedad. La sociedad echó a cualquier bandera política. Pero no lo hizo como en el “que se vayan todos”, lo hizo con una idea de “este espacio es nuestro”. Ahí hubo una ruptura en la concepción cultural. Cristina tuvo ahí una visión acertada acerca de la recuperación del espacio público como espacio donde se reconstruyeran las heridas de las décadas anteriores: la pérdida de la libertad, la pérdida de la inocencia, la pérdida del Estado como elemento aglutinador. Cristina fue la gran ideóloga del espacio público como espacio de reencuentro de la mano de la cultura. Ahora, la gente no se va nunca más de la calle. La gente ganó la calle para lo bueno y para lo malo, para las plazas del sí y las del no.

Pero la Argentina tiene una larga tradición vinculada a la movilización popular, ¿qué es lo nuevo en esta apropiación?

Creo que lo único que hicimos es darle algún sentido vinculado a lo sociocultural. Para decir que estamos todos juntos. Me parece que eso es una gran hazaña histórica de este gobierno. De eso se van a tener que hacer cargo los gobiernos de ahora en adelante, salvo que intenten generar miedo y meter a la gente adentro de sus casas. Esa es la batalla cultural. Porque eso es lo que quiere el enemigo, la desmovilización.

Si la intención de estos eventos es que sean “para todos”, ¿por dónde pasa la capitalización política?

Cuando vos pensás en cultura no podés pensar en los cuatro años de la política. Estos procesos tienen que ver con la construcción de una sociedad, de grandes lineamientos. Para que la gente te vote hay que hacer una buena gestión. No alcanza con poner gente en la calle. Las sociedades no tienen los mismos ritmos ni las mismas intensidades ni las mismas pasiones ni las mismas intenciones que aquellos que las conducen. No hay una relación directa entre las decisiones o  visiones políticas de quien conduce y lo que pasa con la cultura en las masas, en los pueblos, en el seno de la sociedad y de las distintas clases.

¿Quedó vacante una mejor interacción entre movilización y gestión?

El fin último de la política es hacer feliz a la gente. Que viva mejor implica un montón de cosas. No solamente tener una mejor casa o viajar mejor, sino también tener acceso a más información, a más actividades culturales, a más oportunidades educativas. La cultura es un derecho social tan importante como la vivienda. En países capitalistas dependientes como el nuestro, las necesidades son tan amplias que hay crecimientos desparejos. Hay cosas sencillas de resolver y otras más complejas. Sería inútil decir que no hay necesidades básicas insatisfechas en la Argentina. Lo dice la Presidenta y lo dicen las estadísticas que da este mismo gobierno.

Lo llaman el “Ministro del relato k”, ¿los megaeventos no construyeron un relato que, en muchos sentidos, termina tapando los déficits de la gestión?

Lo del relato hay que discutirlo. Se lo carga de perversión, pero las sociedades siempre necesitan construir un relato. Son dichosas aquellas sociedades en las que la cultura puede llenar ese relato y no lo llena el vacío de la política, como fue el relato del 2001. Una sociedad no puede contarse a sí misma al grito “que se vayan todos”. Es un despropósito conceptual, social, cultural, político, ideológico, filosófico.

¿Y qué pasa con esta visión de la cultura como herramienta de recuperación del espacio público que no permeó en otras áreas de la gestión cultural?

Hay una contradicción muy fuerte entre los intereses del Estado, que intenta mantener lo establecido, y los intereses de los artistas que buscan romper con lo establecido para posibilitar la creación. Esas contradicciones a veces se superan bien y a veces, mal. Yo creo que varias instituciones culturales, los museos, los teatros, los cuerpos estables son el Estado.

Lo que usted hace también es Estado.

Claramente, pero nosotros partimos de un concepto absolutamente distinto. Reconocemos como lugar primigenio al de inserción en la sociedad y no al mantenimiento de determinadas instituciones establecidas. Cuando generamos Tecnópolis, no existía como institución. Nosotros rompimos lo que era un basural. Tecnópolis está pensado para las grandes concentraciones. Ahora, ¿les mostramos una cáscara vacía donde no se puede intervenir? No,  todo lo contrario. Nuestra gran pelea con todos los que exponen acá es por tratar de que la gente tenga la mayor participación posible.

¿Por qué el interés por lo masivo? Muchos asocian esas intervenciones a regímenes autoritarios

Es una locura. Eso da claramente cuenta de la posición elitista de quien elabora esa crítica. No quiere a la gente en la calle. Quiere a la gente viendo a través de la televisión, “tinellizada”. Masividad en los números de la televisión, masividad en la venta de diarios. Quédense en sus casas, no salgan a la calle. ¿Desde cuándo el fascismo es el único autor de grandes movilizaciones? ¿Por qué hacer una buena estética y convocar mucha gente es fascista? No pueden explicar 12 millones de personas viniendo a Tecnópolis y te dicen que es fascista. Un disparate. ¿Qué tiene este gobierno de nacional socialista, de procesos en los que le metían aceite por el orto a quien tenía otro pensamiento político? Eso es el fascismo. Los medios que se creen libres, que se dicen libres, permiten comentarios racistas contra los negros peronistas, contra los putos, contra las mujeres. Eso es fascismo. No una convocatoria a multitudes para que tengan una aproximación al arte.

Estas intervenciones requieren de mucho presupuesto, ¿puede ser más austero?

La austeridad no es un valor en sí. Lo que vos no podés hacer es malgastar el dinero. Lo demás es subjetivo y para eso existen los votos en las urnas cada cuatro años, para que la gente juzgue. Que la gente decida, que venga masivamente a repudiar la existencia de Tecnópolis, o que vengan millones de personas a repudiar los gastos que, según dicen algunos, se hacen para las fiestas patrias populares. Son valoraciones prejuiciosas de algunos sectores de las clases dominantes.

¿Tiene el vínculo con Cristina que dicen los medios?

No, eso es una tontería absoluta. La quiero mucho pero no tengo un vínculo de cotidianeidad como plantean. Tengo un buen vínculo pero nada más que eso, no tengo ni el 5% de poder que me adjudican y no la veo pero ni remotamente la cantidad de veces que dicen.

¿Estuvo relacionado con la salida de Jorge Coscia, ex Secretario de Cultura de la Nación?

No. Es absolutamente mentira. La salida de Coscia estaba decidida desde antes y tiene que ver con un recambio. Coscia es un compañero del campo popular y trabajábamos en equipo. También me adjudican que yo la puse a Teresa Parodi, pero yo la veía, en el mejor de los casos, una vez por año.

¿Cómo ve su designación como ministra?

Me parece fantástico. Primero, que se haya decidido que la cultura tenga que ser un ministerio y después, que sea una artista salida de las raíces populares. Y que sea una mujer.

La gestión cultural o la producción artística necesitan una celeridad que el Estado no permite, ¿cómo hacen?

Tenemos un régimen diferente al resto del Estado por decreto 259, de 2010. Nos acortaron los tiempos, pero de ninguna manera nos eliminaron ninguna de las trabas ni las obligaciones. Hay cosas que las podríamos hacer por compra directa y las hacemos por licitación. Tenemos una unidad propia de la Auditoria que está acá adentro. No podemos eximirnos de ninguna cosa que tenga que ver con la ley de compras. Nuestras licitaciones son absolutamente transparentes y aparecen en el boletín oficial. Se pueden ver también las declaraciones juradas de todos los que estamos acá.

¿Por qué consiguen ustedes esa aceleración que otros organismos no?

Cada uno acá es responsable de pedirle al Estado lo que necesite. Estoy cansado de los funcionarios que dicen que tienen impedimentos para hacer cosas. Si no podés hacer lo que hay que hacer, andate. Este no es un Estado quietista, es un Estado decisionista. Mirá (Florencio) Randazzo con los trenes chinos. Prepotencia de trabajo, claramente. Si vos hacés las cosas bien te lo ganás. Y me parece bien que sea así. No es un Estado que se queda en el posibilismo sino que apoya todas las acciones que tienen que ver con el crecimiento.

¿Cómo explica las denuncias por los convenios con universidades?

No son denuncias. Dicen que nosotros hacemos convenios con universidades y es absolutamente correcto. El monto fue de $178 millones en cinco años. De los cuales, casi el 60% los utilizamos en los festejos del bicentenario. Es una cifra absolutamente irrisoria.

¿Qué administración tienen sobre los stands?

Ninguna. Cero. Yo qué tengo que ver con lo que hace el Ministerio de Turismo acá o qué tengo que ver con lo que hace el Ministerio de Planificación. Ellos tienen que cumplir con sus normativas. Yo lo único que controlo fuertemente es que esté bien construido, la seguridad, charlo con ellos sobre los contenidos.

¿La intención de construir una autoestima colectiva se mantuvo después del bicentenario o primaron los conflictos, por ejemplo, el que se libró contra el grupo Clarín?

Creo que, al menos durante todos los festejos del bicentenario, se mantuvo sin lugar a dudas. Y de alguna forma, Tecnópolis recupera eso. En el Bicentenario, la batalla del gobierno contra Clarín no estuvo en ningún momento presente. Y en Tecnópolis, no hay nada que dé cuenta de un enfrentamiento con Clarín, ni con el campo ni con ciertos sectores sociales. Por acá pasaron 12 millones de visitantes de todas las clases sociales, de Barrio Norte y del Gran Buenos Aires profundo. Tenés el interior y tenés los turistas.

¿Se construyó en esta década un sentido común difícil de revertir?

Creo fervientemente en la sociedad y en que hay determinados tipos de derechos que la sociedad va a defender con uñas y dientes, independientemente de la bandera que tengan. Va a ser muy difícil que alguien pueda volver atrás con la AUH, con las AFJP. Determinados tipos de conquistas se materializan como derechos adquiridos. Eso es bueno y malo para los gobiernos que vienen. La gente ya no dice “voy a votar a este gobierno porque me dio esto”, quiere más cosas. Lo toma como un derecho adquirido. Y va a ser muy difícil, sin un fuerte contenido anti popular, represivo, de retroceso de las movilizaciones sociales, que haya, sea desde la derecha o desde la izquierda, una reversión de alguno de esos derechos. Con el signo que quieras, porque creo que determinadas estupideces no son solamente propias de la derecha sino también de los que se auto titulan progresistas.

Sin embargo, hoy hay discursos en torno la represión de los sectores populares incluso en el arco político kirchnerista.

Ahí nos meteríamos en un camino bastante difícil. Yo no les pegaría con un garrote en la cabeza, claramente, pero no sé si está bien que un obrero decida cortar una línea ferroviaria por un problema intergremial. Este derecho a ultranza de que cualquiera puede hacer cualquier cosa porque tiene los derechos establecidos por la Constitución me genera dudas, y sé que me meto en un camino espinosísimo.

Esa idea, ¿no es contraria a la reivindicación de la movilización popular en el espacio público?

Pero una cosa es una movilización social y otra cosa es eso. ¿Dónde está el límite? Impedir que miles de personas vengan a trabajar, no sé si está bien. No estoy diciendo que vayan y les tiren gases lacrimógenos, pero no me parece que este demasiado bien que sucedan este tipo de cosas.

¿Tiene un candidato para 2015?

El que Cristina decida. Claramente.

Nunca se dijo eso (risas)

Creo fervientemente que va elegir bien.

¿Le tiene miedo a la repetición?

Odio la repetición, odio repetirme a mi mismo. Me parece que es aposentarse sobre la certeza. Lo que hoy es crítico mañana es adaptativo. Hay que quemar las naves muy fuertemente y permanentemente. Cualquier cosa que tenga que ver con la cultura y con la creación, tiene que tener una curva ascendente.

¿Y está pensando en algún otro gran proyecto megalómano?

Primero, niego lo de la megalomanía, segundo, no lo voy a contar.

Lo masivo y lo popular

¿La apuesta por lo masivo fue acompañada de una nueva construcción sobre lo popular?

¿Cuánta gente conocía y apreciaba la estética de Fuerza Bruta antes del 25 de mayo? Poca. Era  apreciado por ciertos sectores sociales de la clase media para arriba. La irrupción de Fuerza Bruta en el Bicentenario, en cambio, impactó a todas las clases sociales. No era una estética hollywoodense, era una estética de reivindicación del esfuerzo físico, del voluntarismo. No había lentejuelas de colores, no había minas vestidas a lo Tinelli paseándose por las carrozas, no había un despliegue de color. Era todo más bien gris, blanco y negro. No hubo un solo segundo de cumbia, hubo todo música electrónica. Pero el tipo del conurbano profundo y los conchetos de Barrio Norte se emocionaban exactamente igual y entendieron lo mismo desde el punto de vista de la percepción estética.

Pero no pasar cumbia y pasar música electrónica, ¿no es de alguna manera de reforzar esa distancia? ¿Se retomó algo de la cultura popular?

Nosotros respetamos a ultranza el eje artístico de la propuesta y nunca fuimos facilistas. Arriba del escenario, cuando tuvo que subirse Gladys la bomba tucumana, lo hizo, se subió junto con Gaby Kerpel. En la grúa estaba Pablito Lescano y Zuker volando encima de la Plaza de Mayo. ¿Y cuál es el problema? El prejuicio es de las clases medias. El prejuicio es nuestro. La gente consume de acuerdo a su cultura, a su condición socioeconómica, a lo que le pasó educativamente, a las oportunidades que tuvo. Lo que vos tenés que hacer es ampliarle la cabeza a la gente para que tenga la opción de acceder, y que después elija lo que quiera. Me parece que es otra de las hazañas que todavía está inconclusa. Eliminar la idea de que hay diferencias, que es mejor una forma de consumo cultural que otra. Cada uno con su propia apreciación ética, estética o épica de la historia o de la cultura, puede decidir si le gusta más Mozart o el reguetón. Lo que está mal es, en cambio, un evento como la apertura del mundial en Brasil. Que un país con la riqueza cultural de Brasil haya llevado a Jennifer López es una locura. Un país que vio a Antonio Carlos Jobim, a Gilberto Gil, a Caetano Veloso. Eso es prejuicio.

Tecnópolis o las fiestas populares, ¿no reproducen cierto centralismo? ¿Cómo dar la disputa por el sentido en todo el país?

No, el centralismo no tiene que ver con un hecho geográfico. Es mental, tiene que ver con el unitarismo. Nosotros acá damos cuenta del país federal. Es acá porque estamos en el punto de mayor concentración demográfica. Pero tenemos un programa de los Ministerios de Educación, Desarrollo Social y Turismo que trajo a 470 mil chicos de todas las provincias. Pagamos viaje, alojamiento, alimentación. Y el concepto de Tecnópolis se transmite a través de las publicaciones que hacemos, que son muchas y llegan a todas partes.

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