La gestión, las denuncias, los preconceptos, las broncas, los sueños, los desafíos: un mano a mano con la música y funcionaria donde se desentrañan todas las batallas que se abren y se deben dar desde el nuevo ministerio.
Por Miguel Russo
Asumió el 7 de mayo. Una semana después, su primera entrevista se la ofreció a Clarín. Allí, se realizó lo que parecía casi un pedido de rendición de cuentas, un balance de gestión. Había pasado una semana, apenas una semana. De la creación del ministerio de Cultura y de la designación de Teresa Parodi. Y, justamente, Patricia Kolesnicov, una de las más destacadas periodistas culturales del diario Clarín comenzó la nota a la flamante ministra en el nuevo ministerio con insólitas apreciaciones y ciertos errores que mostraban un tono indudable de veredas opuestas. “Hay clima de cambio en la Secretaría de Cultura”, arrancaba la nota. ¿Secretaría, no era ya ministerio? El clima de cambio, para Clarín, era: “Gente, sobre todo mujeres, en vaqueros, con pantalones rosados, con rulos, con teléfonos en las manos, con remeras que dicen, por ejemplo, ‘Manos argentinas’. Hay clima de provincia, se diría, en Alvear y Rodríguez Peña”. Para pintar un perfil de la ministra, arrancaba con “esa cantante entrañable que viene contando el litoral con sus dulzuras y sus dolores” y redondeaba: “Teresa Parodi, la directora del ECuNHi, el Espacio Cultural de Madres de Plaza de Mayo, y la militante convencida de que el kirchnerismo es ‘el proyecto nacional y popular’ y que la creación del ministerio es corolario de una serie de buenas políticas. Aunque se haya hecho de golpe, aunque se haya hecho por decreto, aunque no le hayan dado tiempo ni de pensar en qué quería hacer antes de convocarla a hacerlo”.
Después, el mismo diario publicaría una denuncia sobre supuestos pagos de la ministra Teresa Parodi a la cantora Teresa Parodi por una serie de 14 conciertos (uno suspendido) con fechas desde diciembre de 2013 hasta marzo de 2014 por un valor total de 640.700 pesos. El diario La Nación se sumó a las denuncias. Hace dos semanas, el ministerio de Cultura llamó a conferencia de prensa para dirimir todas las cuestiones que los periodistas quisieran dirimir (respuesta a aquella conocida letanía del “queremos preguntar, queremos preguntar”. No hubo batería de preguntas de parte de Clarín, tampoco de La Nación.
Ahora, la tarde del viernes, en el ministerio de Cultura, hay tantas mujeres como hombres. Nadie con pantalón rosado ni con remeras que digan “Manos argentinas”. No está bien ni está mal, es sólo una constatación empírica, así como la presencia de celulares en manos de personas que, sí o no, usan pantalones vaqueros, igual que en cualquier calle de cualquier rincón del país. Teresa Parodi, la ministra, la cantora, corre el libro de Héctor Tizón, la botellita a medias de Coca Cola Light, la taza de té que se va a ir enfriando a medida que pasen las preguntas y las respuestas y la montaña de papeles de encima de su escritorio. Se prende.
–De rigor, ¿fue ingenuidad política o primó la relación artista/periodista al decidir darle la primera entrevista luego de asumir a Clarín?
–Quizás porque vengo de un espacio donde, a pesar de pensar distinto, como muchísimos medios, siempre que se me hicieron notas se me trató desde mi lugar de cantora, inclusive pensando de la manera que pienso, ya que uno sale y dice con nombre y apellido lo que piensa en uno u otro sentido, a favor o en contra. Toda mi vida me había expresado contando las cosas que no me gustaban, que me parecían inaceptables. Y sentí que este proyecto político me satisfacía, me incluía, que cumplía con muchos sueños míos, de mi generación. Y lo abracé de entrada. Entonces, no era honesto no decirlo. Como artista, siempre me había alineado en este sentido: me gustó el proyecto y lo quise acompañar desde mi canto, desde mi trabajo, desde lo que digo y lo que pienso. Me movía siempre así, por eso mismo también fui muy atacada en muchos momentos. Pero nunca me imaginé que, a las 24 o 48 horas de haber asumido como ministra, un diario me iba a venir a hacer un balance o a exigir determinadas cosas. Además, de ponerme casi en una situación en la cual se trataba de hacer creer que yo estaba totalmente perdida.
–Convengamos que la creación del ministerio y su designación al frente fue algo abrupta.
–Sí, es cierto. La creación del ministerio puede haber aparecido de esa manera, pero era casi una crónica de un final anunciado. Me parece que todas las políticas de este gobierno, desde el primer momento, fueron con un sentido cultural. Y estaba muy claro, también, qué lugar ocupaba la cultura para este proyecto. Este proyecto de país es político, es económico y es cultural o no es. Está claro. El lugar de la cultura fue impresionante desde el inicio mismo, desde 2003. Estaba cantando que se iba a crear un ministerio.
–Está bien, pero usemos la pregunta que más suena en los últimos años para cualquier acción de gobierno: ¿por qué tan tarde?
–Yo no creo que sea tan tarde.
–La batalla cultural se debería haber dado desde mayo de 2003...
–Y se da...
–Pero, ¿por qué no con un ministerio desde ese momento?
–Yo creo que para todo hay un momento contundente. Me parece que al salir Néstor Kirchner a tomar el país que encontró, país que todos sabemos cómo estaba, momento crítico de la historia argentina, agonizante, él le puso el pecho a las batallas más duras. Y las respuestas tenían que ser, en muchísimos sentidos, ejemplares. Dio muchas pulseadas hasta que orientó el barco, que estaba semihundido. Esas políticas de urgencia eran las más importantes que había que dar. Luego, la profundización del pensamiento político, de la ideología de este proyecto, hizo que aparecieran ministerios mucho más necesarios: el de Ciencia y Tecnología, el de Industria. Absolutamente necesarios para seguir desarrollando este sentido del país. Ahora, en secretaría de Cultura se estaban trabajando las políticas correctas, estaba funcionando. En el momento justo, Cristina crea el ministerio.
–¿Por qué era el momento justo?
–Porque yo creo que, antes, la cultura fue una herramienta para decir el mensaje, pero al momento de la creación del ministerio, el mensaje es la cultura. La cultura es el gran mensaje de Cristina Fernández de Kirchner. Eso es lo que tiene que ver con el momento y el porqué. Todo el mundo lo esperaba. Era este gobierno y no otro el que lo iba a crear. Si bien hubo en la historia nacional otros momentos en que la cultura tenía ministerio, lo tenía compartido: con Educación, con Turismo, con Deporte. El darle un ministerio sólo a la cultura es un mensaje poderosísimo, que queda instalado en la sociedad. Me parece que, en contra del argumento de lo tardío de la decisión, la creación es justa, precisa, con más peso: como ponerle una firma final y redondear el pensamiento más profundo que deja su mensaje. El honor de que me haya llamado a mí es personal, no viene a cuento.
–Pero la llamó a usted, no a otra persona...
–Sí, de acuerdo, pero sentí, como toda la gente de la cultura que durante mucho tiempo estuvo esperando esto con ilusiones y con certezas de que se podía realizar con este proyecto, que debía aceptar casi sin chistar el nombramiento.
–¿Y dejar su carrera como cantante de lado?
–Acababa de grabar un disco en febrero. Disco que va a salir ahora, que voy a presentar, en una sola función, en un lugar privado, el 6 de noviembre en La Trastienda, para toda la gente que lo soñó, que lo trabajó, que lo hizo posible. No lo quiero dejar tan solo, pero después se va a quedar ahí. Y no me dolió tomar esta decisión de levantar giras. Siento que es un honor poner en marcha esta herramienta extraordinaria que tenemos. Armé un equipo, me senté acá y empecé a trabajar. Y para empezar a trabajar, como en todas las cosas, hay que ser serio: llegar, mirar, analizar. La idea de gestión y el sentido que se le iba a dar al ministerio estaba clara: es ideológica, y tiene que ver con mi pensamiento como artista, pensamiento que vengo desarrollando y diciendo desde hace muchísimo tiempo. Estaba claro hacia dónde iba a caminar y por qué me habían puesto en este cargo. Independientemente de eso, tuve que armar un equipo que tomó esto con pasión. La mayoría del equipo la conforman jóvenes, algunos me acompañaron en la gestión de la dirección de Música de la Ciudad de Buenos Aires o en otros espacios, y otros los fui conociendo en el devenir, como Verónica Fiorito, la jefa de Gabinete, con la que trabajé muchísimo a partir de Encuentro y Paka Paka.
–¿Se encontró con cosas complicadas, de esas que uno preferiría no ver?
–Me encontré con una forma de hacer en la secretaría de Cultura que era como vetusta, antigua, de movimiento lentos. La Presidenta me pidió, justamente, agilizar el ministerio, darle mayor movilidad, respuestas más rápidas en materia de administración.
–Es decir, que se encontró con la visión de la cultura que siempre se tuvo desde la política: una cosa vetusta, antigua...
–No, yo no creo que esa fuera la visión política de la cultura. La secretaría funcionó como funcionan las secretarías, y no se fue modernizando.
–Me refiero a la visión tradicional, histórica, que la política tuvo sobre la cultura, algo que se podía dejar arrumbado en un rincón para mostrar en determinadas fiestas como si se tratara de un pariente lejano y simpático que ameniza la velada y no produce ningún tipo de conflicto...
–Bueno, sí, en ese sentido, sí, ocupaba un lugar importante para un sólo sector, el que podía tener acceso a ella. La cultura no estaba pensada de modo tan democrático, con esta mirada inclusiva. Era como un objeto precioso de determinado sector. Quizás por eso es que no se planteaba desde ahí ninguna mirada de proyección, de salir a buscar otras voces, otras diversidades, anclándose sólo en la gran ciudad. Aquí tendría que hablar como artista para decir qué sentí desde el afuera...
–¿Dejó de ser artista en algún momento?
–No, claro, pero hablo de aquel momento, anterior a este proyecto. Yo, como artista, sentía que desde las secretarías de Cultura, desde el regreso de la democracia, se trabajó, primero, para salir de las sombras. La cultura era la forma más perfecta y preciosa para todos los ciudadanos de salir del encierro, del horror, del silencio. Después vino la cultura de lo efímero, y se instaló deliberadamente. Esa cultura globalizó y universalizó entre comillas. Era ley la apertura hacia todo lo que entraba desde cualquier parte, la rapidez, el zapping, lo no perdurable. Ese modo de gestionar en cultura fue lamentable porque niveló para abajo, hasta intentar borrar o hace desaparecer la cultura profunda del país que somos. La cultura del shopping entró avasallando, pero la cultura profunda de la Argentina siguió existiendo. Y el país resistió desde allí. En todo el país y en todas las áreas de la cultura. Entonces, bastó que se abriera una fisura en esta mirada que expulsaba más que atraía para que la gente volviera a ese cauce y se volviera a buscar a sí misma en la cultura. Este gobierno, de entrada, facilitó los espacios y las políticas para ir hacia ese país interior, para buscar allí las voces y las diversidades. Eso nos permitió imaginar circuitos diferentes donde el Estado iba a iluminar los caminos diferentes, esa otra mirada, esa contracara que desechaba el mercado.
–¿No cree que eso lo hizo el mismo pueblo?
–Sí, claro, pero lo que hizo el kirchnerismo a diferencia de otros gobiernos fue ir a buscarlo, referenciarse en eso, iluminar ese camino que se había emprendido. Y eso es lo que quiero hacer desde el ministerio. El ministerio es como una capital cultural itinerante. Se sale de los edificios y va en busca de esos lugares donde se desarrolla la cultura.
–¿Qué es para usted la cultura?
–El permanente debate y desarrollo. Algo que está de manera constante transformándose a sí mismo, algo que hace naturalmente el pueblo. Y lo que sucede de ese movimiento permanente de transformación es el emerger de los artistas, que son los que finalmente se convierten en la voz que les dieron los pueblos. Ahora, el Estado brindó las herramientas y fomentó las condiciones para que ese camino sea fructífero. Por eso, tantos caminos abiertos en ese sentido. Las bibliotecas populares que se construían a través de la Conabip en los pueblitos más pequeños se transformaban en los lugares de cultura donde los habitantes podían decirse a sí mismos. A partir de allí salió todo: la casa del Bicentenario, los teatros recuperados, el verdadero sentido de la cultura de todos, con la inclusión y la diversidad extraordinaria de este país, buscando la descentralización de la Ciudad de Buenos Aires.
–Durante muchos años, los gobiernos democráticos, con o sin buenas intenciones, confundieron prestarle atención a la cultura con una mera sucesión de eventos...
–Hubo quienes pensaron las secretarías culturales o los ministerios como una productora de espectáculos. Era un pensamiento absolutamente equivocado, mezquino. El Estado debe entregar las herramientas necesarias para que el pueblo mismo sea el protagonista. El Estado, con sus políticas claras, promueve, sostiene, desarrolla, potencia, muestra la cultura: la va a buscar. Pero no es una productora ni una fábrica de cultura. La cultura la hace el pueblo. Por eso es tan fantástico el campo en el que se desarrolla el trabajo que tenemos que hacer. La Conabip, insisto, cumple un rol fundamental en todo el país. Permite a todos tener acceso a la lectura y que los libros lleguen donde tienen que llegar. Luego están los muchísimos programas que ya estaban en funcionamiento en la Secretaría y que ahora nosotros intensificamos y multiplicamos: ir en busca de la población más vulnerable, a la que le es más difícil el acceso a la cultura concebida en espacios más cerrados. Todas esas políticas se siguen haciendo y se desarrollan aún más, y traemos más propuestas, redoblando el trabajo para intensificar y ver más esa diversidad de voces, ese patrimonio extraordinario.
Otro té. Teresa Parodi sonríe y dice “parece que nadie notó que este es el único ministerio al que se ingresa sin pasar por ningún molinete, ¿no?”. Y sigue, sin lugar para ninguna pregunta absurda: “Mejor, mejor, que todos lo sepan. Es una manera rápida para que la gente entre a la cultura como entra a su casa y que nosotros, funcionarios, podamos salir rápido a buscar todas las expresiones de la cultura”.
–¿Qué experiencia como música le sirve a la ministra?
–Yo, como cantora, viajaba por todo el país y escuchaba los grupos que se reunían para pensar la música, para hacerla desde otro lugar que no tenía nada que ver con ese que ponían al alcance de todos bajo la carpa de la globalización, casi como una imposición. Y esas discusiones llenaban de regocijo. Ahora comprendo que aquella posta fue tomada, que la Argentina profunda sigue pensándose a sí misma, produciendo hechos maravillosos de creación colectiva, emergentes de varias generaciones. Y eso ocurre en todas las áreas: en la literatura, en el cine. Las políticas del Incaa de inclusión, federales, fueron extraordinarias durante este gobierno, y fomentaron el desarrollo de esa industria. Además, de eso, el teatro, a través del Instituto Nacional del Teatro salió a lo largo del país con festivales de inclusión, irradiando. El Tren de Desarrollo tiene ahora un vagón cultural. Y cuando ese tren llega, llega con biblioteca, con salas de cine, con propuestas artísticas y ansias de búsqueda para encontrar en cada lugar donde se llega la raigambre cultural propia, protagonista. Esta oportunidad que tengo, de creación y comprobación de la mirada del gobierno ante la importancia de la cultura, es algo que no pienso desaprovechar. Este diálogo que se abre entre nosotros para luego hablar en todo el continente y hacia todo el mundo es muy importante como para dejarlo pasar. Este camino de construcción con el otro no se va a poder echar atrás, es irreversible. La gente lo hizo irreversible: se recuperaron muchos derechos, muchos de ellos impensados. Y la cultura es un derecho: no sólo existe el derecho de recibirla, sino también el de ser parte de ella y de hacerla. Por eso trabajamos en conjunto, discutiendo todo, debatiendo, charlando mucho, con Horacio González de la Biblioteca Nacional, con Lucrecia Cardoso del Incaa, Guillermo Parodi del INT, Ángela Signes de la Conabip, Liliana Piñeiro de la Casa del Bicentenario.
–Este desarrollo cultural que plantea, ¿sigue sustentándose en las tres columnas históricas: la cultura como mercancía, la cultura como capital simbólico y social y la cultura como instrumento político?
–Sí, con matices para cada caso. Cultura se entendía como “cultivo”. Hay una raíz común para ambas palabras. Primero se la usó como una metáfora: cultivar el espíritu. Ese cultivar el espíritu se fue desarrollando y pasando por otras miradas, y terminó siendo el verdadero sentido de la palabra “cultura”. Tanto que, para formar la palabra que diera cuenta de cultivar la tierra hubo que agregarle el prefijo “agri” a la palabra “cultura”. En otro momento se pensó que cultura eran solamente las bellas artes. Antropológicamente, cultura es todo lo que hacemos todos nosotros con nosotros y mirándonos unos con otros. Hechos nuestros, en nuestro hábitat, con nuestras necesidades de decirnos y en diálogo permanente con todo lo que recibimos del afuera. Del afuera inmediato, que es nuestro común denominador con América latina, y lo que viene de más allá, del resto del mundo, pero siempre muy pendientes de quiénes somos. Tenemos un lenguaje particular, el argentino, lenguaje atravesado por los regionalismos, donde aparece la tremenda riqueza cultural de este país. Hablamos en argentino y nuestra literatura habla en argentino. Todo lo que hacemos tiene la marca y la huella de nuestro ser. Y mucho más que nunca ahora.
–¿Por qué?
–Porque nuestra soberanía se reafirmó en ese lugar. La identidad afirmó nuestra soberanía. Y esto es ideológico y fue definitivamente plantado hasta la médula por este proyecto político.
–Cambiando la ideología, cambiando la importancia de esas tres patas de sustentación, ¿no se corre el riesgo de perder todo lo realizado o, al menos, de no seguir avanzando en la misma dirección?
–No, porque el pueblo defiende ese cambio. Estamos entre dos bicentenarios de construcción del país importantísimos: el del 25 de mayo de 1810 y el del 9 de julio de 1816, el de la revolución y el de la independencia. Y estamos en este momento, afirmados en esta soberanía, enfrentándonos a ataques externos, pero conscientes de este país que somos y que defendemos, con políticas de Estado...
–Aunque culturalmente parece mucho más preocupante el ataque interno que el ataque externo...
–Claro que sí, esa es la eterna historia. Hace muchos años escribí una canción que se llamaba “El otro país”. Y todos me preguntaban qué quería decir yo con eso. Yo quería decir que había dos miradas para construir un país: la que mira hacia afuera y la que mira hacia adentro, en el otro, para referenciarse. Quería decir que era necesario y enriquecedor mirar un poco hacia afuera, pero que es imprescindible, para formar un país, mirarse hacia adentro. Estos dos países estuvieron todo el tiempo en pugna, siguen estándolo. Tenemos un sector de la sociedad con una ideología y otro con otra. Este proyecto de país tiene esta mirada en la que nos encontramos unos con otros y definimos nuestro porvenir, nuestra razón de ser y la historia que queremos vivir en relación directa con una mirada hacia la patria grande, construyendo con ellos este espacio común político, económico y cultural. Bueno, se puede construir en este sentido y se puede querer construir desde el otro sentido, desde el de aquellos que miran de otra manera. Y los que miran de esa otra manera están demostrando que hasta son capaces de desear que nos vaya mal como argentinos, como país, para beneficiarse con sus proyectos. El futuro de la Argentina está en juego. Y este tiempo es un tiempo privilegiado porque nos muestra con toda crudeza las dos caras de intervenir en la realidad. Mirarnos en todos o mirarnos entre unos pocos. Yo pienso y siento que la gente entiende esta pelea y no va a dejarse robar el futuro.
–Pero esta pelea, ¿no va a ser un poco más difícil con otros gobiernos en el país y en la región?
–A la hora de elegir, creo en el voto pensado del pueblo, consciente, reconocedor después de tantos sufrimientos. Hay una Argentina y hay una América latina que han madurado con el dolor, con las pérdidas. Y hay muchos sueños que se recuperaron. Soy de la generación que soñó con este proyecto en marcha y los estamos viendo. En el país, Néstor Kirchner nos vino a proponer llevar a la práctica un sueño que ya teníamos de jóvenes. Y la vida nos dio el privilegio de realizarlos pese a todos los palos en la rueda que fueron poniendo. Un tiempo fantástico: y se pasó por mucho dolor para llegar a esto. Si triunfa el mensaje de los medios concentrados que representan claramente a determinados intereses, si triunfan esos mensajes que todo el tiempo plantean destruir eso que construimos después de tanto dolor, será que habrá que esperar un poco más para darnos cuenta de todo, será que habrá que aceptar un poco más de dolor. Siempre se destruye mucho más rápido de lo que se construye. Y si no nos dimos cuenta antes, nos daremos cuenta bien enseguida cuando se traten de voltear las cosas alcanzadas. Y vamos a tener que replantearnos cómo volver a esta mirada, a este proyecto.
–Da la sensación de que cierto sector de la sociedad mira esa posibilidad de destrucción de la cual usted habla como un simple pase de factura, una revancha mínima, algo que no tiene que ver con una decisión de querer volver a ese modelo del que se trató de salir durante tanto tiempo...
–La grieta, ¿no?, la bendita grieta.
–Bueno, una grieta que le hicieron ver a usted, y de manera brutal, desde el día siguiente a su asunción con la denuncia de los contratos por sus actuaciones...
–Mintiendo, mintiendo todo el tiempo. Aún antes me habían tratado de destruir, al igual que a muchos otros artistas porque habíamos osado decir que nos interesaba este proyecto. Yo nunca canté para la Ciudad de Buenos Aires desde que está la gestión de Macri. Y no porque no me hayan llamado, sino porque yo lo decidí. No me censuraron, de ninguna manera, al contrario: me llamaron muchas veces hasta que comprendieron que no cantaría. Yo decidí que no lo haría porque durante mucho tiempo había cantado acompañando el proyecto político que me representaba. Y me parecía que no estaba bien aceptar cantar con algo que no comulgaba. Era una cosa personal. La mayoría de las veces, los artistas cantamos para el Estado, para el país: la mayoría de las fiestas donde cantamos, mucho más en el espacio donde me muevo yo, están organizadas por el Estado a lo largo y ancho de todo el país: los municipios, los pueblos. Ahora, si quieren mentir, si quieren tergiversar la información, algo que pasa frecuentemente cuando hay mala intención, se publican facturas globales sobre los contratos. A los artistas se los contrata “puestos” en determinado lugar. Antes no era así: los festivales se encargaban del traslado, del hotel, de los viáticos de los artistas. Ahora se hace por paquete cerrado: ¿cuánto cuesta Fulano y todos sus músicos en determinado escenario? Esto quiere decir todo: cómo se llega al lugar, dónde se hospedan, los cachets de todos los músicos que participen junto a determinado artista, el chofer de la combi, los sonidistas, los iluminadores, todo. Ese número cerrado no es todo para el artista que firma el contrato, no es eso lo que cobra. Además: ¿quién puede arrogarse el rol de cuestionar lo que cobra un artista? ¿Sólo los artistas que apoyan determinados proyectos pueden ser cuestionados por sus ganancias? Bueno, nadie habla de lo que se cobra en otros casos. Pero si se da esa información mentirosa, se está ensuciando el nombre de un montón de gente. Y eso se hizo muchas veces, conmigo y con muchos. En mi caso particular, cuando empecé como ministra, hace cuatro meses, se dijo que yo me había pagado 14 funciones: 640 mil pesos. Una función se había suspendido, así que eran trece. 640 mil pesos en total de treces funciones con todos los gastos de los que hablaba antes. Y no cobré ni voy a cobrar nada: sería suicida hacerlo. Ellos lo sabían, pero no les importó y mintieron. Cuando hice la conferencia de prensa para contar lo que íbamos a hacer con el ministerio, esperé que esas personas que habían mentido periodísticamente preguntaran sobre el tema, pero nadie lo hizo. Y después, en ese mismo medio, dijeron que yo no había aclarado nada. Una locura.
–¿Pero se pagó o no se pagó?
–No me pagué y no me voy a pagar nada, sería un suicidio hacerlo: político, cultural y personal. Sería un disparate actuar de esa manera. Así como es un disparate ejercer el periodismo mintiendo. Lamentablemente nos fuimos acostumbrando a esas cosas. Yo sigo trabajando y la información está al servicio de quien quiera verla.
–En cuanto a leyes, ¿cuáles son los objetivos de su gestión?
–Hay varias leyes dando vueltas, muy interesantes y muy necesarias todas. Está la ley general de Cultura, la ley de actores, la ley del libro. El ministerio, lo más que puede hacer es acompañar esos proyectos. Acá se dialoga, se recibe a todos los interesados en esos temas, se los acompaña lo más posible. La creación de un ministerio vino a dar una respuesta muy grande al sector. Me parece que el ministerio es el gran marco donde todas estas formas de la cultura encontrarán amparo y políticas para desarrollar. El que no haya habido ministerio daba la sensación de un debilidad, de desamparo. Por eso trabajamos en la ley federal de cultura: sería el lugar ideal, una gran ley marco. Pero todas las leyes que están dando vueltas nosotros las trabajamos, las discutimos. Abrimos las puertas del ministerio para hacerlo y recibimos a todos. Son leyes que vienen de una larga historia y las analizamos, las discutimos con los abogados. Pero, como todos sabemos, los ministerios no tienen en realidad la capacidad de definición de los proyectos. Eso sí, tratamos de acercar esas leyes a la posibilidad de que se hagan efectivas.
–La Teresa Parodi cantora ya supo lo que es el palazo del primer día como ministra. ¿Cómo supone que será el palazo del primer día como cantora luego de dejar el ministerio?
–Voy a procurar no imaginarlo. De todos modos, mucho no me preocupa. Mi camino no pasa por ahí, mi canción nunca pasó por ahí. Yo seguiré el camino que vine haciendo hasta ahora y seguiré escribiendo mis canciones como lo sigo haciendo. Tengo una guitarra aquí en el ministerio. Y en los momentitos libres que me deja lo fascinante de las muchas cosas que hay que hacer, la agarro y toco unos arpegios, la afino. Me hace bien, así como me hace bien tener un libro arriba del escritorio y hojearlo en esos mismos ratitos. Son alimentos necesarios, las cosas que me conectan con el mundo creativo. Pero cuando deje el ministerio, voy a salir a cantar otra vez, agarraré la guitarra, llevaré la sillita y cantaré mi canción. Después pasará lo que tenga que pasar. Y no me preocupa porque mientras tanto estoy trabajando acompañando un proyecto político del que me siento parte y con el que soñé mucho tiempo. Me siento honrada de ser una herramienta desde este lugar. Y ojalá que pueda irme sabiendo que hice lo máximo que había soñado. Que en diciembre de 2015 pueda decir que, lo que me había propuesto, lo hice. Y volveré a cantar. Canté en todos los momentos de mi vida, siempre vuelvo a la canción, pase lo que pase.
Quince millones para la cultura
El Ministerio de Cultura anunció el miércoles pasado que otorgará quince millones de pesos por el Fondo Argentino de Desarrollo Cultural para ayudar e incentivar a fortalecer el sector cultural en todo el país.
“Este fondo es una política pensada para que el ministerio pueda dar respuesta e intensificar las posibilidades de trabajar en lo cultural con el acompañamiento del Estado”, dijo la ministra Teresa Parodi al anunciar el proyecto.
El programa brinda a artistas, creadores, productores, gestores, profesionales, empresas, organizaciones no gubernamentales y cooperativas la posibilidad de presentar proyectos, programas o actividades que requieran ayuda total o parcial para su concreción.
Una muestra práctica de las palabras de Parodi: “La cultura la hacemos todos, el Estado sólo va a los lugares donde la estamos desarrollando; ilumina y potencia eso, y acerca los medios para facilitar la democratización, para que exista la igualdad, y ése es un trabajo en equipo”.
Los postulantes, sean personas físicas o jurídicas, podrán optar entre cuatro líneas de acción –movilidad, sostenibilidad, infraestructura e innovación–, que abarcan 14 modalidades de apoyo. El fondo incluye subsidios a la movilidad en el país y en el exterior; fomento de la comercialización asociativa; apoyo al posicionamiento de marcas de diseño, a los circuitos culturales, y a las ferias y los festivales; ayudas a la promoción de catálogos de sellos discográficos, a las colecciones de editoriales independientes y a la edición de catálogos de artes visuales.
También se otorgará financiamiento para mejorar la infraestructura de museos y espacios culturales y para impulsar proyectos de base tecnológica, y laboratorios de experimentación y creación colectiva.
En el acto de lanzamiento del proyecto, realizado Parodi, acompañada por el secretario de Gestión Cultural, Sebastián Schonfeld, y la jefa de Gabinete de Cultura, Verónica Fiorito, precisó que la presentación inicial se hace completamente de forma virtual, con simples formularios digitales, a través de la página de cultura: www.cultura.gob.ar. Para más consultas, ingresar a fondo.innovacion@cultura.gob.ar
Por Miguel Russo
Asumió el 7 de mayo. Una semana después, su primera entrevista se la ofreció a Clarín. Allí, se realizó lo que parecía casi un pedido de rendición de cuentas, un balance de gestión. Había pasado una semana, apenas una semana. De la creación del ministerio de Cultura y de la designación de Teresa Parodi. Y, justamente, Patricia Kolesnicov, una de las más destacadas periodistas culturales del diario Clarín comenzó la nota a la flamante ministra en el nuevo ministerio con insólitas apreciaciones y ciertos errores que mostraban un tono indudable de veredas opuestas. “Hay clima de cambio en la Secretaría de Cultura”, arrancaba la nota. ¿Secretaría, no era ya ministerio? El clima de cambio, para Clarín, era: “Gente, sobre todo mujeres, en vaqueros, con pantalones rosados, con rulos, con teléfonos en las manos, con remeras que dicen, por ejemplo, ‘Manos argentinas’. Hay clima de provincia, se diría, en Alvear y Rodríguez Peña”. Para pintar un perfil de la ministra, arrancaba con “esa cantante entrañable que viene contando el litoral con sus dulzuras y sus dolores” y redondeaba: “Teresa Parodi, la directora del ECuNHi, el Espacio Cultural de Madres de Plaza de Mayo, y la militante convencida de que el kirchnerismo es ‘el proyecto nacional y popular’ y que la creación del ministerio es corolario de una serie de buenas políticas. Aunque se haya hecho de golpe, aunque se haya hecho por decreto, aunque no le hayan dado tiempo ni de pensar en qué quería hacer antes de convocarla a hacerlo”.
Después, el mismo diario publicaría una denuncia sobre supuestos pagos de la ministra Teresa Parodi a la cantora Teresa Parodi por una serie de 14 conciertos (uno suspendido) con fechas desde diciembre de 2013 hasta marzo de 2014 por un valor total de 640.700 pesos. El diario La Nación se sumó a las denuncias. Hace dos semanas, el ministerio de Cultura llamó a conferencia de prensa para dirimir todas las cuestiones que los periodistas quisieran dirimir (respuesta a aquella conocida letanía del “queremos preguntar, queremos preguntar”. No hubo batería de preguntas de parte de Clarín, tampoco de La Nación.
Ahora, la tarde del viernes, en el ministerio de Cultura, hay tantas mujeres como hombres. Nadie con pantalón rosado ni con remeras que digan “Manos argentinas”. No está bien ni está mal, es sólo una constatación empírica, así como la presencia de celulares en manos de personas que, sí o no, usan pantalones vaqueros, igual que en cualquier calle de cualquier rincón del país. Teresa Parodi, la ministra, la cantora, corre el libro de Héctor Tizón, la botellita a medias de Coca Cola Light, la taza de té que se va a ir enfriando a medida que pasen las preguntas y las respuestas y la montaña de papeles de encima de su escritorio. Se prende.
–De rigor, ¿fue ingenuidad política o primó la relación artista/periodista al decidir darle la primera entrevista luego de asumir a Clarín?
–Quizás porque vengo de un espacio donde, a pesar de pensar distinto, como muchísimos medios, siempre que se me hicieron notas se me trató desde mi lugar de cantora, inclusive pensando de la manera que pienso, ya que uno sale y dice con nombre y apellido lo que piensa en uno u otro sentido, a favor o en contra. Toda mi vida me había expresado contando las cosas que no me gustaban, que me parecían inaceptables. Y sentí que este proyecto político me satisfacía, me incluía, que cumplía con muchos sueños míos, de mi generación. Y lo abracé de entrada. Entonces, no era honesto no decirlo. Como artista, siempre me había alineado en este sentido: me gustó el proyecto y lo quise acompañar desde mi canto, desde mi trabajo, desde lo que digo y lo que pienso. Me movía siempre así, por eso mismo también fui muy atacada en muchos momentos. Pero nunca me imaginé que, a las 24 o 48 horas de haber asumido como ministra, un diario me iba a venir a hacer un balance o a exigir determinadas cosas. Además, de ponerme casi en una situación en la cual se trataba de hacer creer que yo estaba totalmente perdida.
–Convengamos que la creación del ministerio y su designación al frente fue algo abrupta.
–Sí, es cierto. La creación del ministerio puede haber aparecido de esa manera, pero era casi una crónica de un final anunciado. Me parece que todas las políticas de este gobierno, desde el primer momento, fueron con un sentido cultural. Y estaba muy claro, también, qué lugar ocupaba la cultura para este proyecto. Este proyecto de país es político, es económico y es cultural o no es. Está claro. El lugar de la cultura fue impresionante desde el inicio mismo, desde 2003. Estaba cantando que se iba a crear un ministerio.
–Está bien, pero usemos la pregunta que más suena en los últimos años para cualquier acción de gobierno: ¿por qué tan tarde?
–Yo no creo que sea tan tarde.
–La batalla cultural se debería haber dado desde mayo de 2003...
–Y se da...
–Pero, ¿por qué no con un ministerio desde ese momento?
–Yo creo que para todo hay un momento contundente. Me parece que al salir Néstor Kirchner a tomar el país que encontró, país que todos sabemos cómo estaba, momento crítico de la historia argentina, agonizante, él le puso el pecho a las batallas más duras. Y las respuestas tenían que ser, en muchísimos sentidos, ejemplares. Dio muchas pulseadas hasta que orientó el barco, que estaba semihundido. Esas políticas de urgencia eran las más importantes que había que dar. Luego, la profundización del pensamiento político, de la ideología de este proyecto, hizo que aparecieran ministerios mucho más necesarios: el de Ciencia y Tecnología, el de Industria. Absolutamente necesarios para seguir desarrollando este sentido del país. Ahora, en secretaría de Cultura se estaban trabajando las políticas correctas, estaba funcionando. En el momento justo, Cristina crea el ministerio.
–¿Por qué era el momento justo?
–Porque yo creo que, antes, la cultura fue una herramienta para decir el mensaje, pero al momento de la creación del ministerio, el mensaje es la cultura. La cultura es el gran mensaje de Cristina Fernández de Kirchner. Eso es lo que tiene que ver con el momento y el porqué. Todo el mundo lo esperaba. Era este gobierno y no otro el que lo iba a crear. Si bien hubo en la historia nacional otros momentos en que la cultura tenía ministerio, lo tenía compartido: con Educación, con Turismo, con Deporte. El darle un ministerio sólo a la cultura es un mensaje poderosísimo, que queda instalado en la sociedad. Me parece que, en contra del argumento de lo tardío de la decisión, la creación es justa, precisa, con más peso: como ponerle una firma final y redondear el pensamiento más profundo que deja su mensaje. El honor de que me haya llamado a mí es personal, no viene a cuento.
–Pero la llamó a usted, no a otra persona...
–Sí, de acuerdo, pero sentí, como toda la gente de la cultura que durante mucho tiempo estuvo esperando esto con ilusiones y con certezas de que se podía realizar con este proyecto, que debía aceptar casi sin chistar el nombramiento.
–¿Y dejar su carrera como cantante de lado?
–Acababa de grabar un disco en febrero. Disco que va a salir ahora, que voy a presentar, en una sola función, en un lugar privado, el 6 de noviembre en La Trastienda, para toda la gente que lo soñó, que lo trabajó, que lo hizo posible. No lo quiero dejar tan solo, pero después se va a quedar ahí. Y no me dolió tomar esta decisión de levantar giras. Siento que es un honor poner en marcha esta herramienta extraordinaria que tenemos. Armé un equipo, me senté acá y empecé a trabajar. Y para empezar a trabajar, como en todas las cosas, hay que ser serio: llegar, mirar, analizar. La idea de gestión y el sentido que se le iba a dar al ministerio estaba clara: es ideológica, y tiene que ver con mi pensamiento como artista, pensamiento que vengo desarrollando y diciendo desde hace muchísimo tiempo. Estaba claro hacia dónde iba a caminar y por qué me habían puesto en este cargo. Independientemente de eso, tuve que armar un equipo que tomó esto con pasión. La mayoría del equipo la conforman jóvenes, algunos me acompañaron en la gestión de la dirección de Música de la Ciudad de Buenos Aires o en otros espacios, y otros los fui conociendo en el devenir, como Verónica Fiorito, la jefa de Gabinete, con la que trabajé muchísimo a partir de Encuentro y Paka Paka.
–¿Se encontró con cosas complicadas, de esas que uno preferiría no ver?
–Me encontré con una forma de hacer en la secretaría de Cultura que era como vetusta, antigua, de movimiento lentos. La Presidenta me pidió, justamente, agilizar el ministerio, darle mayor movilidad, respuestas más rápidas en materia de administración.
–Es decir, que se encontró con la visión de la cultura que siempre se tuvo desde la política: una cosa vetusta, antigua...
–No, yo no creo que esa fuera la visión política de la cultura. La secretaría funcionó como funcionan las secretarías, y no se fue modernizando.
–Me refiero a la visión tradicional, histórica, que la política tuvo sobre la cultura, algo que se podía dejar arrumbado en un rincón para mostrar en determinadas fiestas como si se tratara de un pariente lejano y simpático que ameniza la velada y no produce ningún tipo de conflicto...
–Bueno, sí, en ese sentido, sí, ocupaba un lugar importante para un sólo sector, el que podía tener acceso a ella. La cultura no estaba pensada de modo tan democrático, con esta mirada inclusiva. Era como un objeto precioso de determinado sector. Quizás por eso es que no se planteaba desde ahí ninguna mirada de proyección, de salir a buscar otras voces, otras diversidades, anclándose sólo en la gran ciudad. Aquí tendría que hablar como artista para decir qué sentí desde el afuera...
–¿Dejó de ser artista en algún momento?
–No, claro, pero hablo de aquel momento, anterior a este proyecto. Yo, como artista, sentía que desde las secretarías de Cultura, desde el regreso de la democracia, se trabajó, primero, para salir de las sombras. La cultura era la forma más perfecta y preciosa para todos los ciudadanos de salir del encierro, del horror, del silencio. Después vino la cultura de lo efímero, y se instaló deliberadamente. Esa cultura globalizó y universalizó entre comillas. Era ley la apertura hacia todo lo que entraba desde cualquier parte, la rapidez, el zapping, lo no perdurable. Ese modo de gestionar en cultura fue lamentable porque niveló para abajo, hasta intentar borrar o hace desaparecer la cultura profunda del país que somos. La cultura del shopping entró avasallando, pero la cultura profunda de la Argentina siguió existiendo. Y el país resistió desde allí. En todo el país y en todas las áreas de la cultura. Entonces, bastó que se abriera una fisura en esta mirada que expulsaba más que atraía para que la gente volviera a ese cauce y se volviera a buscar a sí misma en la cultura. Este gobierno, de entrada, facilitó los espacios y las políticas para ir hacia ese país interior, para buscar allí las voces y las diversidades. Eso nos permitió imaginar circuitos diferentes donde el Estado iba a iluminar los caminos diferentes, esa otra mirada, esa contracara que desechaba el mercado.
–¿No cree que eso lo hizo el mismo pueblo?
–Sí, claro, pero lo que hizo el kirchnerismo a diferencia de otros gobiernos fue ir a buscarlo, referenciarse en eso, iluminar ese camino que se había emprendido. Y eso es lo que quiero hacer desde el ministerio. El ministerio es como una capital cultural itinerante. Se sale de los edificios y va en busca de esos lugares donde se desarrolla la cultura.
–¿Qué es para usted la cultura?
–El permanente debate y desarrollo. Algo que está de manera constante transformándose a sí mismo, algo que hace naturalmente el pueblo. Y lo que sucede de ese movimiento permanente de transformación es el emerger de los artistas, que son los que finalmente se convierten en la voz que les dieron los pueblos. Ahora, el Estado brindó las herramientas y fomentó las condiciones para que ese camino sea fructífero. Por eso, tantos caminos abiertos en ese sentido. Las bibliotecas populares que se construían a través de la Conabip en los pueblitos más pequeños se transformaban en los lugares de cultura donde los habitantes podían decirse a sí mismos. A partir de allí salió todo: la casa del Bicentenario, los teatros recuperados, el verdadero sentido de la cultura de todos, con la inclusión y la diversidad extraordinaria de este país, buscando la descentralización de la Ciudad de Buenos Aires.
–Durante muchos años, los gobiernos democráticos, con o sin buenas intenciones, confundieron prestarle atención a la cultura con una mera sucesión de eventos...
–Hubo quienes pensaron las secretarías culturales o los ministerios como una productora de espectáculos. Era un pensamiento absolutamente equivocado, mezquino. El Estado debe entregar las herramientas necesarias para que el pueblo mismo sea el protagonista. El Estado, con sus políticas claras, promueve, sostiene, desarrolla, potencia, muestra la cultura: la va a buscar. Pero no es una productora ni una fábrica de cultura. La cultura la hace el pueblo. Por eso es tan fantástico el campo en el que se desarrolla el trabajo que tenemos que hacer. La Conabip, insisto, cumple un rol fundamental en todo el país. Permite a todos tener acceso a la lectura y que los libros lleguen donde tienen que llegar. Luego están los muchísimos programas que ya estaban en funcionamiento en la Secretaría y que ahora nosotros intensificamos y multiplicamos: ir en busca de la población más vulnerable, a la que le es más difícil el acceso a la cultura concebida en espacios más cerrados. Todas esas políticas se siguen haciendo y se desarrollan aún más, y traemos más propuestas, redoblando el trabajo para intensificar y ver más esa diversidad de voces, ese patrimonio extraordinario.
Otro té. Teresa Parodi sonríe y dice “parece que nadie notó que este es el único ministerio al que se ingresa sin pasar por ningún molinete, ¿no?”. Y sigue, sin lugar para ninguna pregunta absurda: “Mejor, mejor, que todos lo sepan. Es una manera rápida para que la gente entre a la cultura como entra a su casa y que nosotros, funcionarios, podamos salir rápido a buscar todas las expresiones de la cultura”.
–¿Qué experiencia como música le sirve a la ministra?
–Yo, como cantora, viajaba por todo el país y escuchaba los grupos que se reunían para pensar la música, para hacerla desde otro lugar que no tenía nada que ver con ese que ponían al alcance de todos bajo la carpa de la globalización, casi como una imposición. Y esas discusiones llenaban de regocijo. Ahora comprendo que aquella posta fue tomada, que la Argentina profunda sigue pensándose a sí misma, produciendo hechos maravillosos de creación colectiva, emergentes de varias generaciones. Y eso ocurre en todas las áreas: en la literatura, en el cine. Las políticas del Incaa de inclusión, federales, fueron extraordinarias durante este gobierno, y fomentaron el desarrollo de esa industria. Además, de eso, el teatro, a través del Instituto Nacional del Teatro salió a lo largo del país con festivales de inclusión, irradiando. El Tren de Desarrollo tiene ahora un vagón cultural. Y cuando ese tren llega, llega con biblioteca, con salas de cine, con propuestas artísticas y ansias de búsqueda para encontrar en cada lugar donde se llega la raigambre cultural propia, protagonista. Esta oportunidad que tengo, de creación y comprobación de la mirada del gobierno ante la importancia de la cultura, es algo que no pienso desaprovechar. Este diálogo que se abre entre nosotros para luego hablar en todo el continente y hacia todo el mundo es muy importante como para dejarlo pasar. Este camino de construcción con el otro no se va a poder echar atrás, es irreversible. La gente lo hizo irreversible: se recuperaron muchos derechos, muchos de ellos impensados. Y la cultura es un derecho: no sólo existe el derecho de recibirla, sino también el de ser parte de ella y de hacerla. Por eso trabajamos en conjunto, discutiendo todo, debatiendo, charlando mucho, con Horacio González de la Biblioteca Nacional, con Lucrecia Cardoso del Incaa, Guillermo Parodi del INT, Ángela Signes de la Conabip, Liliana Piñeiro de la Casa del Bicentenario.
–Este desarrollo cultural que plantea, ¿sigue sustentándose en las tres columnas históricas: la cultura como mercancía, la cultura como capital simbólico y social y la cultura como instrumento político?
–Sí, con matices para cada caso. Cultura se entendía como “cultivo”. Hay una raíz común para ambas palabras. Primero se la usó como una metáfora: cultivar el espíritu. Ese cultivar el espíritu se fue desarrollando y pasando por otras miradas, y terminó siendo el verdadero sentido de la palabra “cultura”. Tanto que, para formar la palabra que diera cuenta de cultivar la tierra hubo que agregarle el prefijo “agri” a la palabra “cultura”. En otro momento se pensó que cultura eran solamente las bellas artes. Antropológicamente, cultura es todo lo que hacemos todos nosotros con nosotros y mirándonos unos con otros. Hechos nuestros, en nuestro hábitat, con nuestras necesidades de decirnos y en diálogo permanente con todo lo que recibimos del afuera. Del afuera inmediato, que es nuestro común denominador con América latina, y lo que viene de más allá, del resto del mundo, pero siempre muy pendientes de quiénes somos. Tenemos un lenguaje particular, el argentino, lenguaje atravesado por los regionalismos, donde aparece la tremenda riqueza cultural de este país. Hablamos en argentino y nuestra literatura habla en argentino. Todo lo que hacemos tiene la marca y la huella de nuestro ser. Y mucho más que nunca ahora.
–¿Por qué?
–Porque nuestra soberanía se reafirmó en ese lugar. La identidad afirmó nuestra soberanía. Y esto es ideológico y fue definitivamente plantado hasta la médula por este proyecto político.
–Cambiando la ideología, cambiando la importancia de esas tres patas de sustentación, ¿no se corre el riesgo de perder todo lo realizado o, al menos, de no seguir avanzando en la misma dirección?
–No, porque el pueblo defiende ese cambio. Estamos entre dos bicentenarios de construcción del país importantísimos: el del 25 de mayo de 1810 y el del 9 de julio de 1816, el de la revolución y el de la independencia. Y estamos en este momento, afirmados en esta soberanía, enfrentándonos a ataques externos, pero conscientes de este país que somos y que defendemos, con políticas de Estado...
–Aunque culturalmente parece mucho más preocupante el ataque interno que el ataque externo...
–Claro que sí, esa es la eterna historia. Hace muchos años escribí una canción que se llamaba “El otro país”. Y todos me preguntaban qué quería decir yo con eso. Yo quería decir que había dos miradas para construir un país: la que mira hacia afuera y la que mira hacia adentro, en el otro, para referenciarse. Quería decir que era necesario y enriquecedor mirar un poco hacia afuera, pero que es imprescindible, para formar un país, mirarse hacia adentro. Estos dos países estuvieron todo el tiempo en pugna, siguen estándolo. Tenemos un sector de la sociedad con una ideología y otro con otra. Este proyecto de país tiene esta mirada en la que nos encontramos unos con otros y definimos nuestro porvenir, nuestra razón de ser y la historia que queremos vivir en relación directa con una mirada hacia la patria grande, construyendo con ellos este espacio común político, económico y cultural. Bueno, se puede construir en este sentido y se puede querer construir desde el otro sentido, desde el de aquellos que miran de otra manera. Y los que miran de esa otra manera están demostrando que hasta son capaces de desear que nos vaya mal como argentinos, como país, para beneficiarse con sus proyectos. El futuro de la Argentina está en juego. Y este tiempo es un tiempo privilegiado porque nos muestra con toda crudeza las dos caras de intervenir en la realidad. Mirarnos en todos o mirarnos entre unos pocos. Yo pienso y siento que la gente entiende esta pelea y no va a dejarse robar el futuro.
–Pero esta pelea, ¿no va a ser un poco más difícil con otros gobiernos en el país y en la región?
–A la hora de elegir, creo en el voto pensado del pueblo, consciente, reconocedor después de tantos sufrimientos. Hay una Argentina y hay una América latina que han madurado con el dolor, con las pérdidas. Y hay muchos sueños que se recuperaron. Soy de la generación que soñó con este proyecto en marcha y los estamos viendo. En el país, Néstor Kirchner nos vino a proponer llevar a la práctica un sueño que ya teníamos de jóvenes. Y la vida nos dio el privilegio de realizarlos pese a todos los palos en la rueda que fueron poniendo. Un tiempo fantástico: y se pasó por mucho dolor para llegar a esto. Si triunfa el mensaje de los medios concentrados que representan claramente a determinados intereses, si triunfan esos mensajes que todo el tiempo plantean destruir eso que construimos después de tanto dolor, será que habrá que esperar un poco más para darnos cuenta de todo, será que habrá que aceptar un poco más de dolor. Siempre se destruye mucho más rápido de lo que se construye. Y si no nos dimos cuenta antes, nos daremos cuenta bien enseguida cuando se traten de voltear las cosas alcanzadas. Y vamos a tener que replantearnos cómo volver a esta mirada, a este proyecto.
–Da la sensación de que cierto sector de la sociedad mira esa posibilidad de destrucción de la cual usted habla como un simple pase de factura, una revancha mínima, algo que no tiene que ver con una decisión de querer volver a ese modelo del que se trató de salir durante tanto tiempo...
–La grieta, ¿no?, la bendita grieta.
–Bueno, una grieta que le hicieron ver a usted, y de manera brutal, desde el día siguiente a su asunción con la denuncia de los contratos por sus actuaciones...
–Mintiendo, mintiendo todo el tiempo. Aún antes me habían tratado de destruir, al igual que a muchos otros artistas porque habíamos osado decir que nos interesaba este proyecto. Yo nunca canté para la Ciudad de Buenos Aires desde que está la gestión de Macri. Y no porque no me hayan llamado, sino porque yo lo decidí. No me censuraron, de ninguna manera, al contrario: me llamaron muchas veces hasta que comprendieron que no cantaría. Yo decidí que no lo haría porque durante mucho tiempo había cantado acompañando el proyecto político que me representaba. Y me parecía que no estaba bien aceptar cantar con algo que no comulgaba. Era una cosa personal. La mayoría de las veces, los artistas cantamos para el Estado, para el país: la mayoría de las fiestas donde cantamos, mucho más en el espacio donde me muevo yo, están organizadas por el Estado a lo largo y ancho de todo el país: los municipios, los pueblos. Ahora, si quieren mentir, si quieren tergiversar la información, algo que pasa frecuentemente cuando hay mala intención, se publican facturas globales sobre los contratos. A los artistas se los contrata “puestos” en determinado lugar. Antes no era así: los festivales se encargaban del traslado, del hotel, de los viáticos de los artistas. Ahora se hace por paquete cerrado: ¿cuánto cuesta Fulano y todos sus músicos en determinado escenario? Esto quiere decir todo: cómo se llega al lugar, dónde se hospedan, los cachets de todos los músicos que participen junto a determinado artista, el chofer de la combi, los sonidistas, los iluminadores, todo. Ese número cerrado no es todo para el artista que firma el contrato, no es eso lo que cobra. Además: ¿quién puede arrogarse el rol de cuestionar lo que cobra un artista? ¿Sólo los artistas que apoyan determinados proyectos pueden ser cuestionados por sus ganancias? Bueno, nadie habla de lo que se cobra en otros casos. Pero si se da esa información mentirosa, se está ensuciando el nombre de un montón de gente. Y eso se hizo muchas veces, conmigo y con muchos. En mi caso particular, cuando empecé como ministra, hace cuatro meses, se dijo que yo me había pagado 14 funciones: 640 mil pesos. Una función se había suspendido, así que eran trece. 640 mil pesos en total de treces funciones con todos los gastos de los que hablaba antes. Y no cobré ni voy a cobrar nada: sería suicida hacerlo. Ellos lo sabían, pero no les importó y mintieron. Cuando hice la conferencia de prensa para contar lo que íbamos a hacer con el ministerio, esperé que esas personas que habían mentido periodísticamente preguntaran sobre el tema, pero nadie lo hizo. Y después, en ese mismo medio, dijeron que yo no había aclarado nada. Una locura.
–¿Pero se pagó o no se pagó?
–No me pagué y no me voy a pagar nada, sería un suicidio hacerlo: político, cultural y personal. Sería un disparate actuar de esa manera. Así como es un disparate ejercer el periodismo mintiendo. Lamentablemente nos fuimos acostumbrando a esas cosas. Yo sigo trabajando y la información está al servicio de quien quiera verla.
–En cuanto a leyes, ¿cuáles son los objetivos de su gestión?
–Hay varias leyes dando vueltas, muy interesantes y muy necesarias todas. Está la ley general de Cultura, la ley de actores, la ley del libro. El ministerio, lo más que puede hacer es acompañar esos proyectos. Acá se dialoga, se recibe a todos los interesados en esos temas, se los acompaña lo más posible. La creación de un ministerio vino a dar una respuesta muy grande al sector. Me parece que el ministerio es el gran marco donde todas estas formas de la cultura encontrarán amparo y políticas para desarrollar. El que no haya habido ministerio daba la sensación de un debilidad, de desamparo. Por eso trabajamos en la ley federal de cultura: sería el lugar ideal, una gran ley marco. Pero todas las leyes que están dando vueltas nosotros las trabajamos, las discutimos. Abrimos las puertas del ministerio para hacerlo y recibimos a todos. Son leyes que vienen de una larga historia y las analizamos, las discutimos con los abogados. Pero, como todos sabemos, los ministerios no tienen en realidad la capacidad de definición de los proyectos. Eso sí, tratamos de acercar esas leyes a la posibilidad de que se hagan efectivas.
–La Teresa Parodi cantora ya supo lo que es el palazo del primer día como ministra. ¿Cómo supone que será el palazo del primer día como cantora luego de dejar el ministerio?
–Voy a procurar no imaginarlo. De todos modos, mucho no me preocupa. Mi camino no pasa por ahí, mi canción nunca pasó por ahí. Yo seguiré el camino que vine haciendo hasta ahora y seguiré escribiendo mis canciones como lo sigo haciendo. Tengo una guitarra aquí en el ministerio. Y en los momentitos libres que me deja lo fascinante de las muchas cosas que hay que hacer, la agarro y toco unos arpegios, la afino. Me hace bien, así como me hace bien tener un libro arriba del escritorio y hojearlo en esos mismos ratitos. Son alimentos necesarios, las cosas que me conectan con el mundo creativo. Pero cuando deje el ministerio, voy a salir a cantar otra vez, agarraré la guitarra, llevaré la sillita y cantaré mi canción. Después pasará lo que tenga que pasar. Y no me preocupa porque mientras tanto estoy trabajando acompañando un proyecto político del que me siento parte y con el que soñé mucho tiempo. Me siento honrada de ser una herramienta desde este lugar. Y ojalá que pueda irme sabiendo que hice lo máximo que había soñado. Que en diciembre de 2015 pueda decir que, lo que me había propuesto, lo hice. Y volveré a cantar. Canté en todos los momentos de mi vida, siempre vuelvo a la canción, pase lo que pase.
Quince millones para la cultura
El Ministerio de Cultura anunció el miércoles pasado que otorgará quince millones de pesos por el Fondo Argentino de Desarrollo Cultural para ayudar e incentivar a fortalecer el sector cultural en todo el país.
“Este fondo es una política pensada para que el ministerio pueda dar respuesta e intensificar las posibilidades de trabajar en lo cultural con el acompañamiento del Estado”, dijo la ministra Teresa Parodi al anunciar el proyecto.
El programa brinda a artistas, creadores, productores, gestores, profesionales, empresas, organizaciones no gubernamentales y cooperativas la posibilidad de presentar proyectos, programas o actividades que requieran ayuda total o parcial para su concreción.
Una muestra práctica de las palabras de Parodi: “La cultura la hacemos todos, el Estado sólo va a los lugares donde la estamos desarrollando; ilumina y potencia eso, y acerca los medios para facilitar la democratización, para que exista la igualdad, y ése es un trabajo en equipo”.
Los postulantes, sean personas físicas o jurídicas, podrán optar entre cuatro líneas de acción –movilidad, sostenibilidad, infraestructura e innovación–, que abarcan 14 modalidades de apoyo. El fondo incluye subsidios a la movilidad en el país y en el exterior; fomento de la comercialización asociativa; apoyo al posicionamiento de marcas de diseño, a los circuitos culturales, y a las ferias y los festivales; ayudas a la promoción de catálogos de sellos discográficos, a las colecciones de editoriales independientes y a la edición de catálogos de artes visuales.
También se otorgará financiamiento para mejorar la infraestructura de museos y espacios culturales y para impulsar proyectos de base tecnológica, y laboratorios de experimentación y creación colectiva.
En el acto de lanzamiento del proyecto, realizado Parodi, acompañada por el secretario de Gestión Cultural, Sebastián Schonfeld, y la jefa de Gabinete de Cultura, Verónica Fiorito, precisó que la presentación inicial se hace completamente de forma virtual, con simples formularios digitales, a través de la página de cultura: www.cultura.gob.ar. Para más consultas, ingresar a fondo.innovacion@cultura.gob.ar
05/10/14 Miradas al Sur
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