La postura argentina frente a los fondos buitre y el fallo del juez Griesa ha dado lugar, desde el discurso neoliberal de los medios, a señalamientos que apuntan al disciplinamiento como única alternativa. A propósito, Marta Riskin sostiene que el desacato argentino forma parte de una batalla cultural que ya no es sólo local.
Por Marta Riskin *
“‘Acepta el mundo tal como es’, enseñan los sabios, pero
yo te digo ‘¡Créate un mundo!’.” Martín Buber
Condicionamiento cultural
Desde cada lugar de la Tierra, las subjetividades afines construyen configuraciones de contenidos y consensos que, en el porvenir, se percibirán como “realidad”.
Una realidad que suele celebrarse como unificada, soslayando las dramáticas diferencias de recursos regionales y oportunidades nacionales.
Por el contrario, la mayoría de foros y medios de comunicación internacionales brindan poca atención a las iniciativas y proyectos comunes y ofrecen como primicia a graves conflictos bélicos y sus preparativos culturales.
Las estacionales y previsibles “primaveras” no produjeron cambios reveladores. Tampoco presentan novedades significativas los enfrentamientos tribales y xenófobos ni las mafias adiestradas en desviar las legítimas ansias de libertad de sus pueblos e imponer pánico en las ciudades.
Sin embargo, se publicitan personajes cuya originalidad consiste en devolver a la humanidad, con suerte, al medioevo. Convertirlos en referentes también contribuye al incremento de los más destacables indicadores sociales de la globalización: la violencia, la miseria y la desesperanza.
De todos modos, interrogarnos sobre los beneficiarios de este estado de cosas resulta insuficiente. Si se pretende forjar una masa crítica de opinión y participación capaz de cuestionar un orden mundial cada vez más injusto, la tarea a realizar es mucho más amplia, compleja y tiene alcance global.
Revolución copernicana
Cuando sobran los diseños interesados en erigir variantes cosméticas del pasado, eludirlos requiere esfuerzo permanente. Sólo así se fundan proyectos que articulan a los acontecimientos en narraciones trascendentes y se reconocen mitos fundacionales e identidades preparadas para forjar su propia historia.
Hoy pueden conjeturarse algunas crónicas del principio del Tercer Milenio.
Como es costumbre, se ponderarán avances científicos y técnicos, el deterioro climático, los terrores y las guerras.
En cambio, la lectura de efectos y consecuencias permanece abierta y en manos de quienes logren conformar la masa crítica de interpretación dominante, acerca de las causas y caminos deseables para resolver cada conflicto.
El corolario podría reiterar un mundo dividido entre elegidos e irredimibles y fatalmente rendido ante la muerte; o recuperar “Caminos de utopía” (Martín Buber) que reviertan las dramáticas consecuencias sociales generadas por quienes consideran a la condición humana un privilegio de minorías. Argentina es partícipe activo del cambio de paradigma.
El supuesto desacato argentino no ha sido por reclamar soberanía como valor superior de política económica, sino por ejercerla.
La coherencia con las responsabilidades asumidas es una rara joya, en una orbe donde las crisis económicas mundiales son avaladas por gobiernos a pesar de sus promesas electorales y por ciudadanos que, subordinados al “efecto del centésimo mono”, patrocinan a quienes perjudican sus propios intereses.
“Argentina no quiere negociar”
Se trata de persuadir a usuarios teledirigidos, adictos a consumos simbólicos, que confían sin cuestionamientos en sus percepciones y, por ello, son híper sensibles a ciertos disparadores mentales. “Está equivocando el rumbo” o “Lo vamos a pagar todos los argentinos” y el “gradual descenso al infierno” por desacato (delito de calumnia, injuria, insulto o amenaza a autoridad o funcionario público en ejercicio de sus funciones), tienen por objetivo la sumisión de los consumidores a un fallo judicial que ordena el suicidio colectivo.
No es producto del azar que hombres y mujeres inteligentes hayan sido preparados y disciplinados, durante generaciones, en el miedo y la dependencia hacia simbólicos poderes omnímodos. Los “buenos alumnos” del neoliberalismo sufren, en su gran mayoría, iguales perjuicios e injusticias que el resto de sus compatriotas, pero suscriben a discursos de sumisión darwiniana. Tampoco son espectadores, sino partícipes activos en las ofensivas culturales y cabe admitir que sus dificultades para establecer relaciones entre los beneficios de la última década y una política nacional coherente no son menores.
Sustituir el vocerío de cotidiano desaliento que disparan portavoces tradicionales para incorporar nuevos actores a la masa crítica de conciencia y apoyo ciudadano que exige la hora demanda multiplicar aproximaciones, argumentos y participación.
Sin embargo, del compromiso y la confianza que construyamos no sólo depende el futuro de esta Argentina “desacatada”. La batalla cultural ya no es sólo local. Trasciende las fronteras. En “diálogo con el mundo” (Martín Buber) se juega el destino del planeta.
* Antropóloga Universidad Nacional de Rosario.
Por Marta Riskin *
“‘Acepta el mundo tal como es’, enseñan los sabios, pero
yo te digo ‘¡Créate un mundo!’.” Martín Buber
Condicionamiento cultural
Desde cada lugar de la Tierra, las subjetividades afines construyen configuraciones de contenidos y consensos que, en el porvenir, se percibirán como “realidad”.
Una realidad que suele celebrarse como unificada, soslayando las dramáticas diferencias de recursos regionales y oportunidades nacionales.
Por el contrario, la mayoría de foros y medios de comunicación internacionales brindan poca atención a las iniciativas y proyectos comunes y ofrecen como primicia a graves conflictos bélicos y sus preparativos culturales.
Las estacionales y previsibles “primaveras” no produjeron cambios reveladores. Tampoco presentan novedades significativas los enfrentamientos tribales y xenófobos ni las mafias adiestradas en desviar las legítimas ansias de libertad de sus pueblos e imponer pánico en las ciudades.
Sin embargo, se publicitan personajes cuya originalidad consiste en devolver a la humanidad, con suerte, al medioevo. Convertirlos en referentes también contribuye al incremento de los más destacables indicadores sociales de la globalización: la violencia, la miseria y la desesperanza.
De todos modos, interrogarnos sobre los beneficiarios de este estado de cosas resulta insuficiente. Si se pretende forjar una masa crítica de opinión y participación capaz de cuestionar un orden mundial cada vez más injusto, la tarea a realizar es mucho más amplia, compleja y tiene alcance global.
Revolución copernicana
Cuando sobran los diseños interesados en erigir variantes cosméticas del pasado, eludirlos requiere esfuerzo permanente. Sólo así se fundan proyectos que articulan a los acontecimientos en narraciones trascendentes y se reconocen mitos fundacionales e identidades preparadas para forjar su propia historia.
Hoy pueden conjeturarse algunas crónicas del principio del Tercer Milenio.
Como es costumbre, se ponderarán avances científicos y técnicos, el deterioro climático, los terrores y las guerras.
En cambio, la lectura de efectos y consecuencias permanece abierta y en manos de quienes logren conformar la masa crítica de interpretación dominante, acerca de las causas y caminos deseables para resolver cada conflicto.
El corolario podría reiterar un mundo dividido entre elegidos e irredimibles y fatalmente rendido ante la muerte; o recuperar “Caminos de utopía” (Martín Buber) que reviertan las dramáticas consecuencias sociales generadas por quienes consideran a la condición humana un privilegio de minorías. Argentina es partícipe activo del cambio de paradigma.
El supuesto desacato argentino no ha sido por reclamar soberanía como valor superior de política económica, sino por ejercerla.
La coherencia con las responsabilidades asumidas es una rara joya, en una orbe donde las crisis económicas mundiales son avaladas por gobiernos a pesar de sus promesas electorales y por ciudadanos que, subordinados al “efecto del centésimo mono”, patrocinan a quienes perjudican sus propios intereses.
“Argentina no quiere negociar”
Se trata de persuadir a usuarios teledirigidos, adictos a consumos simbólicos, que confían sin cuestionamientos en sus percepciones y, por ello, son híper sensibles a ciertos disparadores mentales. “Está equivocando el rumbo” o “Lo vamos a pagar todos los argentinos” y el “gradual descenso al infierno” por desacato (delito de calumnia, injuria, insulto o amenaza a autoridad o funcionario público en ejercicio de sus funciones), tienen por objetivo la sumisión de los consumidores a un fallo judicial que ordena el suicidio colectivo.
No es producto del azar que hombres y mujeres inteligentes hayan sido preparados y disciplinados, durante generaciones, en el miedo y la dependencia hacia simbólicos poderes omnímodos. Los “buenos alumnos” del neoliberalismo sufren, en su gran mayoría, iguales perjuicios e injusticias que el resto de sus compatriotas, pero suscriben a discursos de sumisión darwiniana. Tampoco son espectadores, sino partícipes activos en las ofensivas culturales y cabe admitir que sus dificultades para establecer relaciones entre los beneficios de la última década y una política nacional coherente no son menores.
Sustituir el vocerío de cotidiano desaliento que disparan portavoces tradicionales para incorporar nuevos actores a la masa crítica de conciencia y apoyo ciudadano que exige la hora demanda multiplicar aproximaciones, argumentos y participación.
Sin embargo, del compromiso y la confianza que construyamos no sólo depende el futuro de esta Argentina “desacatada”. La batalla cultural ya no es sólo local. Trasciende las fronteras. En “diálogo con el mundo” (Martín Buber) se juega el destino del planeta.
* Antropóloga Universidad Nacional de Rosario.
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