Mediante la conferencia internacional reunida esta semana en París, el presidente Barack Obama buscó cimentar una coalición de 30 países dispuestos a librar en suelo iraquí la guerra contra el Estado Islámico que los votantes estadounidenses niegan a sus propias tropas y así salir del brete en el que la política norteamericana para el Oriente Medio se metió por su propia culpa. Sin embargo, frente a un enemigo inteligente, poderoso y con fuerte apoyo internacional la guerra por delegación no funciona. El Pentágono sabe que el ejército norteamericano pronto volverá al frente iraquí y se apresura.
Es evidente que entre los líderes civiles norteamericanos y los militares hay diferentes apreciaciones sobre los tiempos de la guerra en el Medio Oriente. Otra vez, el pasado miércoles 17 la Casa Blanca debió desmentir al Tte. Gral. Martin Dempsey, Jefe del Estado Mayor Conjunto, quien se expresó el martes ante una comisión del Senado a favor del próximo envío de tropas norteamericanas para combatir al EI en Irak, aunque el presidente rechaza públicamente mandar el ejército a la Mesopotamia tras haberlo retirado en 2011.
El general Dempsey reconoció que la derrota del EI “demandará el esfuerzo de toda una generación”. Si bien el gobierno lo niega, hay certeza de que los “consejeros” norteamericanos ya están combatiendo en Kurdistán junto a los peshmergas y en objetiva combinación con la Guardia Revolucionaria Iraní.
Reconocer la intervención y la indeseada conjunción con Irán restaría votos en Estados Unidos y desestabilizaría la coalición que el nuevo primer ministro iraquí Haider al Abadi encabeza. Éste sobrevive en medio de contradicciones agudísimas. A pedido de jefes regionales, hace pocos días reclamó a la USAF que evite bombardear zonas civiles, pero entonces libera escondites para los rebeldes. Al mismo tiempo, los recientes avances de los peshmergas kurdos devolvieron a la coalición el control de las rutas en torno de Mosul, pero estos triunfos despiertan recelos en sunitas y chiítas que temen la independencia de Kurdistán. Para asegurarse, el primer ministro rechaza la intervención de tropas extranjeras.
La gran ofensiva del ahora denominado Estado Islámico tuvo éxito en junio pasado, porque fue apoyada por la minoría sunita y ex partidarios de Saddam Hussein (1979-2003). Estas facciones sufren hoy la tiranía de los yihadistas y piden auxilio a Washington: “No queremos armas norteamericanas, sino soluciones políticas que los norteamericanos deben imponer a los gobernantes de Bagdad”, declaró Abu Muhammad al-Zubaai, nombre de guerra de un jefe nómade de la occidental provincia de Anbar.
Entre tanto, los expertos descifran el perfil del Estado Islámico. Debajo de Abu Bakr al-Bagdadi, el Califa Ibrahim, funcionan cuatro consejos: el de la Sharía (la ley islámica), el de la Shura (consultativo), el militar y el de seguridad. Estos dos últimos son los más importantes. Esta estructura de uno más cuatro se repite en las estructuras inferiores.
La CIA recientemente estimó la cifra total de combatientes del EI en 31.000, de los cuales dos tercios están estacionados en Siria y el resto en Irak. Según analistas londinenses aproximadamente 12.000 de ellos son extranjeros y proceden de 80 países. La mayoría son tunecinos, seguidos por los saudíes, egipcios, magrebíes, los procedentes de Rusia y de Francia y los de los demás países.
La situación en el Cercano Oriente está llena de contradicciones que la ambigüedad estadounidense agudiza.
En Siria, el ejército avanza hacia el Norte, pero los rebeldes acaban de tomar en el Suroeste la provincia de Kuneitra y conectado por tierra con las fuerzas rebeldes al suroeste y sur de Damasco, largamente rodeadas por el gobierno. La victoria da a los rebeldes gran movilidad y la posibilidad de unificar el frente sur. Este triunfo se debe a la exitosa coordinación de las agrupaciones opositoras por el Comando Militar Operacional (MOC, por su sigla en inglés), un centro secreto norteamericano situado en Amman, Jordania.
Sin embargo, los éxitos en el Sur no impidieron que en el Norte el Ejército Sirio Libre (ESL), el brazo laico de la oposición, firmara un pacto de no agresión con el Estado Islámico. A pesar de ello, el Senado aprobó el jueves 18 el financiamiento de la brigada de 5.000 hombres que el Pentágono quiere formar en Siria.
Si Estados Unidos no consulta con Damasco, cualquier bombardeo en territorio sirio será considerado por Assad y el presidente ruso Vladimir Putin como una agresión, pero si lo hace, la oposición siria y sus aliados regionales interpretarán que Estados Unidos los abandonó y apoyarán al EI. Si, para soslayar este dilema, Washington prescinde de bombardear en Siria, el EI guardará allí sus reservas y seguirá manejando los tiempos de la guerra en Irak.
Mientras tanto, por primera vez durante la presidencia de Obama, la mayoría de los estadounidenses desaprueba la política del gobierno en la lucha contra el terrorismo. Así lo revela la última encuesta del New York Times y CBS publicada el jueves 18. La mayoría de los encuestados apoya los bombardeos contra el EI en Irak y algunos menos avalarían extenderlos a Siria, pero la gran mayoría rechaza la intervención de tropas en tierra.
En tanto aumenta el temor a posibles atentados dentro de Estados Unidos, la mayoría de los entrevistados descree de la estrategia presidencial contra el EI. La desaprobación de la política exterior aumentó en diez puntos en un mes y dos tercios piensan que el presidente está trabajando mal.
Empujado por la opinión pública, el presidente quizás ordene bombardear al EI en Siria, mientras empuja a los rebeldes contra el gobierno y lleva una guerra en dos frentes. Esta decisión, empero, amenazaría la alianza de gobierno en Irak donde los chiítas difícilmente acepten colaborar con el enemigo de sus hermanos de fe sirios. De estas divisiones y las diferencias entre el escenario sirio y el iraquí se beneficiará lógicamente el Estado Islámico. Tratar de aislarlo fortaleciendo el sunismo moderado es indudablemente acertado, pero demandará años.
Washington insiste en querer ordenar la región dividiendo pueblos y grupos religiosos y obligando a los demás poderes a hacer su juego. Esta conducta hegemonista genera resistencias y enfrentamientos que el Estado Islámico sabe aprovechar. Barack Obama pretende que potencias secundarias se quemen los pies en el desierto mesopotámico haciendo el trabajo que sus votantes le impiden realizar con tropas propias. Las dimensiones del enemigo que le tocó ahora, sin embargo, hacen imposible la guerra por delegación. Más temprano que tarde Washington deberá enviar tropas y para ello necesitará aliados en toda la región que le cobrarán caro sus ambigüedades.
Es evidente que entre los líderes civiles norteamericanos y los militares hay diferentes apreciaciones sobre los tiempos de la guerra en el Medio Oriente. Otra vez, el pasado miércoles 17 la Casa Blanca debió desmentir al Tte. Gral. Martin Dempsey, Jefe del Estado Mayor Conjunto, quien se expresó el martes ante una comisión del Senado a favor del próximo envío de tropas norteamericanas para combatir al EI en Irak, aunque el presidente rechaza públicamente mandar el ejército a la Mesopotamia tras haberlo retirado en 2011.
El general Dempsey reconoció que la derrota del EI “demandará el esfuerzo de toda una generación”. Si bien el gobierno lo niega, hay certeza de que los “consejeros” norteamericanos ya están combatiendo en Kurdistán junto a los peshmergas y en objetiva combinación con la Guardia Revolucionaria Iraní.
Reconocer la intervención y la indeseada conjunción con Irán restaría votos en Estados Unidos y desestabilizaría la coalición que el nuevo primer ministro iraquí Haider al Abadi encabeza. Éste sobrevive en medio de contradicciones agudísimas. A pedido de jefes regionales, hace pocos días reclamó a la USAF que evite bombardear zonas civiles, pero entonces libera escondites para los rebeldes. Al mismo tiempo, los recientes avances de los peshmergas kurdos devolvieron a la coalición el control de las rutas en torno de Mosul, pero estos triunfos despiertan recelos en sunitas y chiítas que temen la independencia de Kurdistán. Para asegurarse, el primer ministro rechaza la intervención de tropas extranjeras.
La gran ofensiva del ahora denominado Estado Islámico tuvo éxito en junio pasado, porque fue apoyada por la minoría sunita y ex partidarios de Saddam Hussein (1979-2003). Estas facciones sufren hoy la tiranía de los yihadistas y piden auxilio a Washington: “No queremos armas norteamericanas, sino soluciones políticas que los norteamericanos deben imponer a los gobernantes de Bagdad”, declaró Abu Muhammad al-Zubaai, nombre de guerra de un jefe nómade de la occidental provincia de Anbar.
Entre tanto, los expertos descifran el perfil del Estado Islámico. Debajo de Abu Bakr al-Bagdadi, el Califa Ibrahim, funcionan cuatro consejos: el de la Sharía (la ley islámica), el de la Shura (consultativo), el militar y el de seguridad. Estos dos últimos son los más importantes. Esta estructura de uno más cuatro se repite en las estructuras inferiores.
La CIA recientemente estimó la cifra total de combatientes del EI en 31.000, de los cuales dos tercios están estacionados en Siria y el resto en Irak. Según analistas londinenses aproximadamente 12.000 de ellos son extranjeros y proceden de 80 países. La mayoría son tunecinos, seguidos por los saudíes, egipcios, magrebíes, los procedentes de Rusia y de Francia y los de los demás países.
La situación en el Cercano Oriente está llena de contradicciones que la ambigüedad estadounidense agudiza.
En Siria, el ejército avanza hacia el Norte, pero los rebeldes acaban de tomar en el Suroeste la provincia de Kuneitra y conectado por tierra con las fuerzas rebeldes al suroeste y sur de Damasco, largamente rodeadas por el gobierno. La victoria da a los rebeldes gran movilidad y la posibilidad de unificar el frente sur. Este triunfo se debe a la exitosa coordinación de las agrupaciones opositoras por el Comando Militar Operacional (MOC, por su sigla en inglés), un centro secreto norteamericano situado en Amman, Jordania.
Sin embargo, los éxitos en el Sur no impidieron que en el Norte el Ejército Sirio Libre (ESL), el brazo laico de la oposición, firmara un pacto de no agresión con el Estado Islámico. A pesar de ello, el Senado aprobó el jueves 18 el financiamiento de la brigada de 5.000 hombres que el Pentágono quiere formar en Siria.
Si Estados Unidos no consulta con Damasco, cualquier bombardeo en territorio sirio será considerado por Assad y el presidente ruso Vladimir Putin como una agresión, pero si lo hace, la oposición siria y sus aliados regionales interpretarán que Estados Unidos los abandonó y apoyarán al EI. Si, para soslayar este dilema, Washington prescinde de bombardear en Siria, el EI guardará allí sus reservas y seguirá manejando los tiempos de la guerra en Irak.
Mientras tanto, por primera vez durante la presidencia de Obama, la mayoría de los estadounidenses desaprueba la política del gobierno en la lucha contra el terrorismo. Así lo revela la última encuesta del New York Times y CBS publicada el jueves 18. La mayoría de los encuestados apoya los bombardeos contra el EI en Irak y algunos menos avalarían extenderlos a Siria, pero la gran mayoría rechaza la intervención de tropas en tierra.
En tanto aumenta el temor a posibles atentados dentro de Estados Unidos, la mayoría de los entrevistados descree de la estrategia presidencial contra el EI. La desaprobación de la política exterior aumentó en diez puntos en un mes y dos tercios piensan que el presidente está trabajando mal.
Empujado por la opinión pública, el presidente quizás ordene bombardear al EI en Siria, mientras empuja a los rebeldes contra el gobierno y lleva una guerra en dos frentes. Esta decisión, empero, amenazaría la alianza de gobierno en Irak donde los chiítas difícilmente acepten colaborar con el enemigo de sus hermanos de fe sirios. De estas divisiones y las diferencias entre el escenario sirio y el iraquí se beneficiará lógicamente el Estado Islámico. Tratar de aislarlo fortaleciendo el sunismo moderado es indudablemente acertado, pero demandará años.
Washington insiste en querer ordenar la región dividiendo pueblos y grupos religiosos y obligando a los demás poderes a hacer su juego. Esta conducta hegemonista genera resistencias y enfrentamientos que el Estado Islámico sabe aprovechar. Barack Obama pretende que potencias secundarias se quemen los pies en el desierto mesopotámico haciendo el trabajo que sus votantes le impiden realizar con tropas propias. Las dimensiones del enemigo que le tocó ahora, sin embargo, hacen imposible la guerra por delegación. Más temprano que tarde Washington deberá enviar tropas y para ello necesitará aliados en toda la región que le cobrarán caro sus ambigüedades.
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