Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Tan pronto se supo que la presidenta Dilma Rousseff no sólo aseguró su ventaja sobre la evangélica y ambientalista Marina Silva, sino que también logró abrir una ventaja firme y cómoda, los agentes del mercado financiero se lanzaron a su deporte favorito, la especulación desenfrenada.
En una sola jornada, la de ayer lunes 29, los papeles en la Bolsa de Valores se desplomaron, mientras el dólar se valorizó hasta 2,57 por ciento. Luego hubo alguna reacción, y la Bolsa, cuyo índice llegó a caer más de 5 por ciento, estabilizó su pérdida en poco más de 3 por ciento. El dólar mantuvo una valorización, frente al real, de alrededor de 1,8 por ciento. El viernes anterior, el movimiento había sido a la inversa: creyendo que el sondeo electoral a ser divulgado al anochecer mostraría un empeoramiento en la situación de Dilma, la Bolsa experimentó alzas de hasta 2 por ciento. El juego es claro: sube Marina (foto), sube la Bolsa y cae el dólar. Sube Dilma, se da el revés.
Algunos analistas de los grandes diarios, donde se concentra la más furiosa y obstinada oposición a Dilma y a todo lo que se refiera al PT, trataron de matizar un poco el panorama, argumentando que también “factores externos” contribuyeron para el desplome de la Bolsa y la estampida del dólar.
Bueno, habrá quienes acepten esa visión. Pero hasta el más cauto de los cautos analistas admite que el principal motor de esa oscilación es que Dilma volvió a dar muestras de que será reelecta. Y ésta es la buena hora para fortalecer el terrorismo financiero y especular a lo grande. De nada sirve que los estudios realizados por la banca, y que circulan de manera restringida entre los grandes inversionistas, indiquen que la inflación, pese a seguir presionando, quedará este año dentro de la meta establecida por el gobierno.
Mientras, las proyecciones sobre el crecimiento de la economía siguen bajando en el sector privado. El gobierno lo admite, pero en niveles un poco más robustos. Está bien que el desacreditado ministro de Economía, Guido Mantega, trate de mantener su optimismo casi infantil. Pero cuando el Banco Central, más respetado, proyecta un crecimiento ínfimo para el PIB –0,7 por ciento– lo hace con argumentos fiables. Y en el mismo día, el mercado financiero reitera que el PIB no crecerá más que 0,29 por ciento, sin explicar exactamente cómo se llegó a esa previsión. Pero ayuda, y mucho, para reforzar el clima de pesimismo que invariablemente llega a los grandes noticieros de televisión y sirve de robusta munición para los adversarios de Dilma Rousseff.
Está bien que se desconfíe de proyecciones y previsiones demasiado optimistas cuando vienen de los equipos económicos en nuestras comarcas, pero hay límite para todo, inclusive para la desconfianza.
A lo largo de los días que anteceden a las elecciones del próximo domingo, más encuestas y sondeos serán divulgados, lo que significa que, más que alta volatilidad, el mercado financiero vivirá jornadas de fuerte turbulencia en Brasil. Ganan, claro, los especuladores, que disponen de gordos puñados para arriesgar. Pierde la economía del país, pero eso no importa: los especuladores tienen sus propias reglas y las respetan con fervor religioso.
En la Bolsa, los papeles “más sensibles” –así dicen los analistas y agentes del mercado: para ellos, los papeles tienen alma– son, por supuesto, los de las estatales. La principal crítica se refiere al exceso de intervencionismo del gobierno de Dilma en la economía. Ejercer cierto control de precios como forma de dar combate a la inflación y generar recursos para los programas sociales, a la vista del sacrosanto mercado es pecado capital, de esos que condenan quien lo practica a las hogueras eternas de todos los infiernos.
En un solo día –ayer– los papeles de la Petrobras perdieron casi 10 por ciento de su valor. Los del Banco do Brasil, que insiste en cometer el pecado absurdo de subsidiar créditos y no practicar los intereses extorsivos de la banca privada, bajaron casi 8 por ciento.
Es decir: a los ojos de los agentes financieros, es muy alto el riesgo de que Dilma y el PT permanezcan por cuatro años más en el poder.
Para el electorado, acorde a lo que indican los sondeos y encuestas, lo que importa es otra cosa: que se mantengan los empleos, los beneficios sociales, la inclusión de más de 40 millones de brasileños –una Argentina entera– en el mercado de consumo. Que por primera vez la ONU haya declarado que el país erradicó el hambre. Para esa gente, la perspectiva de reconducir Dilma a la presidencia significa seguir avanzando en la brutal pelea contra la desigualdad, en uno de los países más desiguales del mundo. Eso es, indican los sondeos, lo que importa a quien vota.
Para quien especula, el tema es otro. Al fin y al cabo, ellos siempre han sido iguales entre sí. E iguales se mantienen, ahora frente a la asustadora amenaza de que sus privilegios sigan relegados, mientras los ninguneados de siempre pasan a conocer beneficios antes siquiera imaginados.
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