El mito de Mascherano o los deseos del imaginario
Los mitos de-velan un acuerdo entre el lenguaje y el mundo no como es sino como la gente quiere que sea. Entonces, un mito constituye un acto político. En ese sentido, la figura de Mascherano y los #Maschefacts, dan cuenta de una madurez de la ciudadanía para construir identificaciones refundadas en lo común, en la inclusión de todas las individualidades, lo que significa la inclusión de la diferencia. De cara al 2015: ¿Quién recogerá ese guante? ¿Podrán los partidos políticos leer en estos humorísticos twits y fotos de Mascherano los deseos de la mayoría de los/as argentinos/as?
Por Alejandra Cebrelli*
“Si Mascherano va a negociar con los fondos buitres consigue un plan de 24 cuotas y encima te trae el vuelto” se lee en uno de los ingeniosos twits que, junto con la imagen de San Martín y la del Che fundidos con el rostro del futbolista, a modo de tributo y elogio colectivo y que inundaron las redes sociales luego del histórico partido contra Holanda que jugara el Seleccionado Nacional. En estos #Maschefacts sorprenden varios procedimientos poco frecuentes del imaginario nacional: la construcción de la imagen del jugador equiparada con la de los próceres más populares de la historia argentina junto a la atribución de un valor netamente político, en un deporte que –según insiste la FIFA- nada ‘tiene que ver con la política’. Se trata, como resulta evidente, de la construcción de un mito y sabemos –desde Roland Barthes en adelante- que los mitos de-velan, muestran un acuerdo entre el lenguaje y el mundo no como es sino como la gente quiere que sea y, en ese sentido, un mito constituye un acto político. Pero reflexionemos un poco sobre el alcance de esta politicidad en vistas a unas elecciones nacionales y provinciales que se sienten muy muy cerca.
Javier Mascherano se destacó, sobre todo, por la notable entereza grupal que puso de manifiesto durante los 120 minutos que duró el encuentro que definió el paso de Argentina a la Final del Mundial de Futbol, al jugar y hacer jugar a sus compañeros en una victoria inolvidable. Durante el mismo, Masche fue el ‘otro’ capitán del equipo argentino; de algún modo y sin desmerecer en absoluto a Lionel Messi, representó su contracara: la figura del equipo en contraste con el de la individualidad. Y los cuarenta millones de argentinos, igualados por los colores de la bandera más allá de su diversidad y diferencia, lo eligieron como emblema de ‘otra’ forma de entender la identidad nacional, anclada en la posibilidad de la construcción colectiva, una representación de la heroicidad argentina que contrasta con el individualismo que había mostrado años atrás en el mismo campo al endiosar, por ejemplo, la figura de Diego Armando Maradona y, más recientemente, la del mismo Messi.
Y uno se pregunta a qué se debe el cambio en la preferencia popular, el abandono de la admiración por la gambeta, el firulete y la destreza de un jugador –‘el mejor del mundo’ - por la de uno cuya brillantez consiste en asegurar el juego del equipo y donde el valor recae, precisamente, en la posibilidad del armado conjunto, de la unión (común), de la lucha en pos de un objetivo único: el triunfo de una Selección que representa otro colectivo mucho más amplio, el de un país, el nuestro. Y acá resulta insoslayable la relación íntima de este proceso de mitificación con una política kirchenirsta de más de una década centrada en la ampliación de derechos de ciudadanía. Más allá de la simpatía por el gobierno nacional y los organismos de DDHH que ha mostrado Alejandro Sabella, resulta evidente la huella de una batería de políticas públicas que, desde Néstor Kirchner a la fecha, se orientaron con mayor o menor intensidad, con más o menos omisiones y/o defectos, a la construcción de una identidad nacional donde hubiera cabida para todos y todas con –y no más allá- de sus diferencias y diversidades de género, de etnia, generacional, educativa, entre muchas otras.
Porque el Mascherano de los twits y de las fotos intervenidas no es el Javier Mascherano de carne y hueso, ese jugador que aclaró enfáticamente a los periodistas del diario Olé: "Yo no soy Rambo ni (José) San Martín ni nada. No me adjudico nada de lo que se dice. Lo tomo con humor, pero me avergüenza”. Palabras inaudibles para la pasión popular que, de todos modos, le adjudica un poder que va de lo divino (“Cuando Jesús multiplicó los panes, Mascherano le dijo: "Dejá flaco, traje facturas") a los dificultosos saberes de la cotidianeidad (“Mascherano sabe doblar la sábana con elástico”).
Lo que sí resulta audible para la hinchada, en cambio, es la valoración que hizo de la actuación de la Selección en Brasil, el convencimiento de que ‘juntos somos imparables’. He acá el secreto del poder inconmensurable, atribuido con mucho humor por la ciudadanía, la recientemente descubierta potencia de lo colectivo como medio y única posibilidad de alcanzar los deseos imaginarios de los argentinos. Y esta es una novedad en el país, hasta hace poco, identificado con la avivada y de la construcción de la heroicidad individual; por lo mismo, plantea un desafío para los candidatos y candidatas de las próximas elecciones.
Porque hablar de imaginario es hablar del sentido común, de la construcción de representaciones identitarias sustentadas en características e ilusiones compartidas y –como dice Stuart Hall- con el “vallado de la solidaridad y de la lealtad establecidas como fundamento”. En ese sentido, estos #Maschefacts dan cuenta de una madurez de la ciudadanía para construir identificaciones (re)fundadas en lo común, en la inclusión de todas las individualidades, lo que significa la inclusión de la diferencia, eso que CFK resumió en la frase ‘la patria es el otro’. Y Cristina se va del poder el 2015, con ese gesto desaparece del escenario político uno de los liderazgos más fuertes de los últimos años pero marcado también por la unicidad y el pueblo, en respuesta, diseña heroicidades a la medida de sus nuevos ideales: el /la líder capaz de proponer a la ciudadanía objetivos comunes para todos y para todas, porque ‘juntos también somos imbatibles’.
Si la Argentina está dividida o es ‘esquizofrénica’, como no se cansan de decir periodistas que suelen hacer un culto de la construcción de la idea del caos e interpretan la compleja vida social como un simple juego de contrastantes luces y sombras, el nuevo liderazgo político deberá conducir al pueblo en su propia contradicción, con sus polémicas y a veces imposibles acuerdos, con una herencia de compromiso social pero también con décadas de prácticas neoliberales incrustadas en ese sector de la sociedad que tiene más posibilidades de llegar al poder. ¿Quién recogerá ese guante? ¿Podrán los partidos políticos leer en estos humorísticos twits y fotos de Mascherano los deseos de la mayoría de los/as argentinos/as?
Y eso determinará su agenda de gobierno pero también las posibilidades de un liderazgo político exitoso. Porque lo que está en juego no sólo es un modelo de país sino y sobre todo nuevas identidades nacionales surgidas en estos últimos doce años que nos recuerdan que la identidad obedece a la lógica de más de uno, que necesita incorporar lo que suele quedar afuera precisamente para consolidar su proceso de adscripción. Y esas identidades exigirán otras formas de liderazgo, más plurales y comprometidas, sin duda, con los valores colectivos. De cara al 2015, nos quedan muchas dudas sobre quiénes serán capaces de responder los desafíos que planteamos ahora los y las ciudadanas argentinas.
*Docente e investigadora Universidad Nacional de Salta – ANPCyT@alejaceb
La Tecl@ Eñe - Revista de Cultura y Política
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