1 Siempre la realidad se juega a varias puntas y en varios paños. Si en Wall Street observamos, bajo el poderoso influjo de un nombre que provocó novelas, películas, teorías económicas y metáforas diversas sobre el capitalismo, la nueva actuación de un dominio financiero aliado a perfeccionados roles de viciadas prácticas judiciales, a miles de kilómetros de distancia, en el escenario social, comunicacional y de circulación de nuestra ruta Panamericana, vemos una discusión ostensible sobre los derechos sociales que emanan de las diversas situaciones que se producen ante decisiones de gerencias empresariales. Wall Street y la Panamericana son dos teatros políticos que pueden pensarse conjuntamente.
2 Es evidente un nuevo giro del capitalismo financiero, que ya no es el que oportunamente describiera Hilferding con su interesante pero ya extemporáneo realismo crítico. Decía este autor, que fue ministro de Economía en la República del Weimar, en la Alemania de fines de la década del ‘20, que “la dominación sobre la producción social queda en manos de una oligarquía”, lo que en un ciclo de larga duración se ha convertido en un concepto diferente y ya constituido respecto de lo que se debe llamar “producción social”. En esta época a la que aún le falta nombre, pero a la cual no le sería indiferente el de capitalismo de la globalización, encontramos una novedosísima alianza entre el poder comunicacional, las guerras localizadas de extremo salvajismo, las guerras interreligiosas que se realizan en territorios con instalaciones petroleras y represas hidroeléctricas, los dictámenes jurídicos inherentes a una nueva clase estamental de la especulación en segundo grado. Se trata ésta de un tipo de especulación sobre la especulación, formándose fondos de acreencias que se tornan maniobras de ataque jurídico contra naciones soberanas que repentinamente asisten al proyecto de mengua de su soberanía ante un nuevo poder agresivo, no militar sino que recurre a arbitrios jurídicos propios de una legalidad inquisitorial. La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”.
3 Muchas veces se habló de ciudadanía, espacio cívico de debates y ágoras comunicacionales democráticas. Valoramos todas estas tesis que provienen de una esperanzada teoría democrática que resurgiera en los años ‘80 del siglo pasado. Pero es evidente que esos saberes redescubiertos, bajo los cuales funcionó el alfonsinismo, predicando el imperio de reglas constitutivas, comenzaron a debilitarse durante los años en que se percibió que las actividades de corporaciones internacionales y nacionales, que junto a los medios a los que pertenecían o contribuían a otorgarles densidad simbólica y operativa –ellas mismas redefinidas según estilos corporativos que interferían severamente en los libres flujos económicos que supuestamente informaban su esencia última–, convertían en relativos y ornamentales las creencias en un libro que versara sobre sociedad de producción y consumo. En esa reacción se juzgó que la existencia de grandes colectividades mediáticas y empresariales, nuevas economías basadas en el avance de artificios biológicos –como la semilla transgénica– sobre la concepción del territorio fértil como granero alimentario mundial, añadiéndose a esto nuevos nódulos que posibilitaban la producción de mercancías, imágenes, enunciados sobre el vivir de “alta gama” –según la expresión impuesta por la lengua creada por las grandes agencias mundiales que manipulan el consumo colectivo– tuvo su contrapartida social, el flujo de individuos desterritorializados, sin vivienda o con su vida precaria como campo de operaciones de las policías metropolitanas y gendarmerías, en operaciones violentas de desalojo o, por otra parte, de grupos de economías alternativas que incluyen las drogas sintéticas, el tráfico de armas o el lavado de dinero en áreas marginales al sistema económico central, pero funcionales a éste. Es la productividad en las chatarras de la ilegalidad, que generan sociedades paralelas funcionales a la razón económica dominante, acompañadas de poderes armados, complicidades diversas y capturas de sectores desabrigados de la población, con los que se suele cerrar un círculo vicioso, pues cuando se los desterritorializa, se olvida que son víctimas de un sistema que los transcribe como indigentes para luego demonizarlos al borde del prejuicio segregacionista. Para ello se busca suscitar las reacciones más agazapadas en la oscuridad de las conciencias, usando gentilicios habituales, de valor fraterno, como “chilenos” y “paraguayos”, pero para invertirlos. Y así los hacen sinónimos de una amenaza difusa, que posteriormente sirve para justificar tremendos y reprobables conceptos, como el de “deportación”. ¿Es que se habla contra las derechas utilizando los mismos conceptos de las derechas?
4 No es así como todos esperamos que se traten las necesidades y carencias de sectores de la población que son víctimas antes que agentes de actos furtivos o comercios ilegales. Si en los funcionarios del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y de otros territorios del interior donde no se democratizaron las fuerzas policiales durante 30 años, estas conductas no dejan de ser previsibles, son inaceptables en las voces que representan al gobierno nacional. Son inaceptables porque no podemos ignorar que el discurso de esas derechas capta adeptos cuando estigmatiza a los jóvenes por su sola condición de tales, propicia la indispensabilidad de vigilar y castigar hasta a niños en edad escolar y se vale del poder mediático para condenar a las víctimas de delitos sexuales por su condición de mujer, bella o adolescente.
5 Son inaceptables y contradictorias con las políticas axiales del kirchnerismo. El camino recorrido de inclusión y de avances hacia una mayor igualdad, es sólo el tramo inicial de un Proyecto que hoy necesita y quiere afirmar y radicalizar formas de intervención pública para poner límite a los procesos de concentración económica y defender conquistas distributivas. La élite del gran empresariado que ha recolectado grandes ganancias durante una década de recuperación económica, crecimiento industrial, aumento de la productividad de los trabajadores, excelentes precios para la exportación de granos y una política que consiguió el predominio de la actividad productiva por sobre la lógica de la valorización financiera, resiste ahora una necesaria regulación que procura un reparto más justo de la riqueza y los ingresos. Los proyectos de leyes sobre “relaciones de producción y consumo” van en la dirección de democratizar la economía, que proviene de la decisión de los representantes del pueblo sobre precios, salarios, márgenes de ganancias y garantías de abastecimiento. Sustraer al mercado de esa intervención democrática es una pretensión empresaria de apropiarse de beneficios extraordinarios obtenidos sobre la base de sumergir en la pobreza y la indigencia a las mayorías populares. Controlar la inflación, que no es una plaga sino una cuestión social, tiene dos caminos: el elegido de democratizar la economía o el ajuste neoliberal que sacraliza al mercado, deja los precios y las tasas de ganancias a la “libertad” del gran empresariado y promueve un “retiro” del Estado predicando la baja del gasto público. Pero la coyuntura exige aún más: establecer un dispositivo de una más intensa y decisiva participación estatal en todas las esferas del Comercio Exterior para defender una cuestión clave para la autonomía económica: el dominio y defensa de las reservas en divisas. Otras reformas resultan necesarias para garantizar la hegemonía del poder ciudadano en la economía, como el cambio de la Ley de Entidades Financieras, para tomar el control de una esfera que en los últimos años ha sido un ámbito de permanentes medidas especulativas para la desestabilización cambiaria, y la siempre pendiente reforma tributaria que construya un régimen con vocación redistributiva. Estos nuevos escalones engrosarían todo lo hecho en la dirección transformadora nacional-popular en once años en que se sucedieron medidas reparatorias de derechos sociales y decisiones para la reinstalación del activismo estatal, siendo sus hitos emblemáticos la AUH, la reconstrucción de un sistema estatal jubilatorio de reparto, la ley del matrimonio igualitario, la ley de medios y la estatización de YPF. Pero la política que las abrazó a todas e impregnó y organizó el sentido de la época fue la de Derechos Humanos, que constituyó un hecho literalmente revolucionario, no solamente en el país, sino a nivel continental y mundial con iniciativas, procedimientos y resultados que avanzaron en el objetivo del “nunca más” a través de un trípode que más que una consigna fue el eje de esa política: “Memoria, Verdad y Justicia”. De ella fluye el espíritu que impregnó el sentido enérgico e irreductible del kirchnerismo. Porque es la fuente del fuego que envolvió una experiencia política. La fidelidad a la misma no admite la resignación ni la contemplación de la vida social como una naturalización de la correlación de fuerzas. El rechazo, a poco de asumir, al plan del bloque de poder que le presentara el diario La Nación, por parte del presidente Kirchner, y que incluía la impunidad del genocidio, fue la materialización de lo que expresara el estadista a principios del siglo XXI cuando asumiera: “No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Así se quebraron décadas de hegemonía “posibilista” que cultivaba un falso realismo naturalizante de las relaciones de poder, internas e internacionales, y se reinstalaba la premisa de la creencia en el gobernante como sujeto de cambios, como portador de un programa, como militante de convicciones, como encarnador de la voluntad popular de cambio, sustituyendo al político-burócrata lector de encuestas y sometido al dispositivo de supuestas realidades de ciudadanías pasivas y domesticadas, consumidoras de candidatos y slogans publicitarios que devaluaban a la política, para dejar a ésta siempre en el mismo lugar: el del beneficio a los poderosos.
Hoy, luego de once años vivimos un momento de extremo riesgo. Por primera vez el bloque de los poderosos, de los que portan el poder económico y el proyecto de articularse con el capitalismo de la globalización, aunados con una oposición política, en la que la mayoría de sus referentes abrevan en ese viejo posibilismo acomodaticio desplazado –basta ver cómo sin ideas ni identidades mudaron del oficialismo a la oposición y navegaron sin destino fijo entre las distintas variantes de la misma– ha generado una colusión de intereses para derrotar al Proyecto nacional y popular, para ahogar la hora de las transformaciones y reinsertar al país en la “normalidad” del apoliticismo, la desabrida gestión de lo público como si se tratara de lo privado, y la resignación a la lógica de un país obediente del poder de las potencias. Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica. Sentido “práctico” del consumidor pasivo, del hombre sumiso y la Nación humillada. Esta es la amenaza. La sustitución abrupta de una épica por la desmovilización de los cuerpos y las ideas. Nuevas y viejas derechas encarnan este peligro de restauración de la Argentina neoliberal, de la pobreza material y espiritual, que enuncian promesas alimentadas en las esperanzas sobre las inversiones y préstamos extranjeros y alientan ilusiones sobre la magia mercantil, alienando a las subjetividades de la participación en la construcción de su propio destino, mientras reclaman por alabanzas y conductas que seduzcan a esos supuestos agentes del progreso ordenado. La Argentina de la mediocre certidumbre y la desesperanza. Este es el peligro que acecha.
6 Continuar con las políticas nacionales y populares de emancipación significa el pueblo en las calles, su presencia siempre activa en el espacio público bajo las diversas formas que la creatividad popular suele generar. La opción democrática demanda una enérgica participación popular. Sin esa creativa movilización social la nueva oligarquía empresaria presionará, dilatará, judicializará, aterrorizará con campañas mediáticas para hacer fracasar la justicia social buscada por las decisiones prudentes y renovadas de intervención pública. El discurso de un país normalizado para desmovilizar bajo el pretexto conceptual que el activismo social es un recurso extremo de épocas excepcionales, es una lectura no ajena a las reflexiones sobre el fin de ciclo, expresión que involucra menos a un gobierno que a un estilo de país más justo. Consolidar se consigue al avanzar hacia más reformas, afirmando la dirección emprendida. Un rumbo democratizante y con autoexamen genuino de la potencialidad popular. Por eso el pueblo, la apelación no trivial ni costumbrista de convocar al pueblo al ágora pública, el estímulo de la protesta justa y la tolerancia, debate y disuasión con aquélla que abreva en la incomprensión de los procesos populares. Frente al reclamo popular, fuerzas de seguridad sin armas y política de seguridad democrática efectivamente aplicada en todo el territorio nacional, como entendía Néstor Kirchner.
7 Podrían verse los dramas sociales de la periferias de las periferias (económicas, urbanas, habitacionales) como una tragedia social que ocurre en la otra punta del gran escenario en que se debaten los destinos efectivos de los países. No resulta fácil detectar el cambio de situación en el seno de la globalización –concentración de pulsiones bruscamente unificadas de consumo de símbolos culturales en mundo políticos multipolares en lucha, con zonas ineluctables en guerras de carácter también novedoso, incluso en su ascenso a niveles desconocidos de crueldad–, con convenios de control financiero que se hallan en los nuevos tratos que permite la mundialización de los nodos de la mercancía (judiciales y económicos) que son parte de la reproductibilidad del capital desmaterializado: sólo son formas de captura de beneficios bajo la acción de un subproducto original del neocapitalismo, que su alianza privilegiada con sectores del poder judicial central, sella ahora un poder punitivo nuevo, bajo la forma de una gendarmería judicial mundial y nuevas coaliciones militares que instalan conflictos tácitos que luego se vuelve “necesario” reprimir con sofisticados armamentos que reinician el círculo geopolítico de apoyo a grupos que reconfiguran territorios y luego a grupos que vuelven a reconfigurarlo en sentido inverso.
8 La expresión gendarmería proviene del francés gens d’armes, milicia del señor feudal, que al pasar a las naciones modernas cumple funciones de resguardo de sus Estados, pero en sus diversas distorsiones, asistimos ahora a su máxima estribación. La actuación de las gens d’armes en los más concentrados gabinetes judiciales de Wall Street, donde el lenguaje de las finanzas se puede resumir ahora en amenazantes y lacónicas sentencias judiciales, que distorsionan acuerdos de pago sobre las deudas soberanas hechos en términos del lenguaje capitalista heredado, y que ahora parece escaso ante la nueva gendarmería judicial-financiera que recorre el mundo con su apocaliptico mensaje. Ni siquiera el viejo capitalismo, cuya proterva historia podemos visualizar desde la Liga Hanseática de los remotos tiempos hasta los acuerdos de Bretton Woods, es una cápsula válida para contener estos nuevos impulsos irracionales que le quitan un núcleo de realidad productiva que tenía el capitalismo arcaico, para situar la nueva lógica irracional en un reproductivismo de un mundo sin naciones, sólo regulado por la nueva división en regiones financieras de endeudamiento comprendido como nueva forma de mando imperial. Incluso las nuevas guerras, aparentemente aisladas de este nuevo giro brutal de la historia financiera de la modernidad, no se hallan al margen de estos dispositivos pues el control de poblaciones, la devastación de formas de vida, la destrucción de ciudades, la invocación de excedentes teológicos para pensar dominios territoriales donde la moneda de cambio es el señorío de represas o reservas petrolíferas, todos ellos son hechos que hacen contrapunto a la autocracia avasalladora que se ha instalado en agencias de nuevo tipo, llegando ahora su cúspide con la alianza conceptual con jueces de inferior jerarquía de la justicia ordinaria, pero altos cuadros simbólicos de los holdouts que así llegan al ápice de su éxtasis cuando contratan permutas de incumplimiento o Swaps (promesas de canje a futuro), una clase de seguro con el que obtienen ingresos adicionales en caso del cese de los pagos.
9 La globalización en los intersticios de la vida cotidiana no sólo significa que los viejos liberalismos ya están adosados a ella, sino que muchos dignos pensamientos progresistas o de izquierda, sin que ellos les quite razones en lo específico, son formas reproductivas complejas de esas lógicas globalizantes, porque aceptan alianzas implícitas con los medios, que festejan que así se complete el ataque por todos los flancos a los gobiernos populares, que aun mostrando no pocos aspectos deficientes y reprobables están en posición de actuar menos subordinados a los poderes mundiales –el viejo imperialismo que alguna izquierda criticaba y frente al cual hoy calla–. Existen partidos y alianzas políticas que se prestan a ser operadores de diversos signos de la nueva economía política del neocapitalismo –gendarmerías financieras y finanzas con continuidad por otros medios en oscuras guerras profundamente inhumanas–. Ser de derecha o de izquierda hoy es serlo en segundo grado. Pensamientos tradicionalistas, como el de algunos sectores de la Iglesia, captan los nuevos riesgos de la actualidad mundial, izquierdas de la tradición revolucionaria puntualizan temas en sí mismos legítimos que se recolectan en la gran bolsa de valores de las derechas en batalla. Esta captura toda clase de temas, ve disolución en la familia si se aprueba un nuevo sistema más justo de notas en las escuelas secundarias, y en nombre de un legítimo reclamo de evitar despidos fabriles omite lo que en otros tiempos parecía ser un juicio –una “cosmovisión” se lo llamaba– sobre el estado real de las fuerzas que están diseñando un mundo sin naciones, pero no para mejorarlas, sino para ponerlos al mando de un nuevo formulismo de hegemonías imperiales, que no pueden ser detectadas con nuestros viejos recursos terminológicos.
10 Argentina promueve un cambio de época. Agredida por esos fondos buitre, arietes de la financiarización, ha desplegado actitudes, leyes, discursos y convocatorias que enfrentan los dispositivos del neoliberalismo. La decisión de no acudir en cumplimiento de una sentencia de la justicia imperial –cuya argumentación arbitraria devela una grosera ruptura con la formal igualdad ante la ley instituyendo que el capital usurario y depredador siempre tiene razón–, la sanción de la ley que dispone el pago soberano, las auditorías sobre el origen de la deuda externa y la remoción de funciones a bancos extranjeros que se someten a órdenes extraterritoriales incumpliendo con los compromisos contraídos con el país constituyen actos de soberanía nacional que resisten al capitalismo de la globalización y la superestructura jurídica que éste requiere. No menos corrosivo para este régimen de expoliación financiera es el debate que se ha introducido, sea en ámbitos institucionales que las potencias hegemónicas vienen devaluando sistemáticamente o en otros nuevos, creados en América Latina por los vientos de una década de renovado espíritu emancipatorio. La histórica votación en la Asamblea de la ONU –donde un país equivale a un voto– produce un mapa que grafica el sentido del resultado y revela la voluntad de impugnación sobre el orden establecido que expresaron la abrumadora mayoría de América del Sur, Asia y Africa, mientras se dejó ver en las abstenciones la preocupada queja de la Europa, alcanzada por una crisis que no ceja. Mapa y sentido que evocan al movimiento de los NO ALINEADOS, en el nuevo emerger de las naciones periféricas y dan cuenta de un liderazgo de la Presidenta argentina –sus recientes discursos en la ONU lo ratifican–, en el surgimiento de nuevos vientos de una institucionalidad rebelde y resistente al poder del Norte. Las declaraciones de la Unasur, el Mercosur, la Aladi, y hasta de la vieja OEA, han sido efectuadas rechazando el paradigma de Estados Unidos y sus socios prestamistas (Alemania, Japón, Gran Bretaña) que presionan por derivar los temas económicos, financieros y otros tantos que son clave para la vida de los pueblos, a organismos multilaterales con voto calificado –como el FMI– o de resoluciones por consenso, como en el G20, donde se omite la disidencia bajo el ropaje de unanimidades que velan la hegemonía de los más poderosos. Vientos también significados por la lucha contra la territorialidad judicial en los países emisores de divisas sobre las reestructuraciones de deuda soberana de las naciones periféricas y por los nuevos bríos de una creciente multipolaridad –siendo un dato clave la decisión de los Brics de crear sus propios Banco de Desarrollo y Fondo de Reservas– que combata la lógica hegemónica del neoliberalismo financiarizador, una transformación que deberá incluir el fortalecimiento de la institucionalidad regional y la denuncia de los TLC y los TBI por parte de los países del Sur. Continúa, también, siendo imprescindible el abandono del Ciadi.
11 Todo esto merece nuevas convocatorias a que los movimientos populares de todo el mundo se mancomunen en torno a diseñar un nuevo tipo de humanidad autorreflexiva y de naciones justas, en lucha democrática contra los nuevos productos de la globalización, con sus alas encarnadas en el vuelo avizor de los nuevos estilos comunicacionales, que capturan excedentes pulsionales, así como estos fondos buitre, bien definidos por Cristina Fernández como “depredadores sociales globales”, se apoderan de bienes nacionales a través de alianzas genéricas de carácter económico y judicial, en general tramadas en los secretos gabinetes de la meta-especulación financiera.
12 Para combatirlos es necesario organizar nuevos estilos políticos de convocatoria, que no desdeñen un hilván épico, pero sin desmedro del análisis económico y geopolítico de las nuevas implicancias de estas acciones depredadoras. En las amplias alianzas sociales y nacionales que esto implica, será necesario entonces que la interpretación del conflicto social como los que habitualmente ocurren al costado de la ruta Panamericana –flujo vital, económico, poblacional, simbólico, técnico, laboral– no se presten a los habituales considerandos de un macartismo fuera de tono, de historia y de lugar, proferidos por aquellos dirigentes sindicales cuya representatividad política está perimida hace algunas décadas. Es necesario también examinar todo conflicto social por la protección del trabajo, como una de las extremidades de una totalidad escindida, pero totalidad al fin, en la que se ha convertido el mundo global, con la emergencia de estos tópicos de dominio, que crecen peligrosa, amenazante y destructivamente, sobre la economía, la paz y la vida de los pueblos.
13 Irrumpen en este escenario, entusiastas y masivos, actos públicos de los movimientos políticos del kirchnerismo que sostienen las hipótesis del encaminamiento a nuevos mojones y de la irreversibilidad de lo conquistado en estos años. Toda historia tiene muchas fuerzas que se muestran y cesan: se quiere afirmar un deseo de custodia eminente sobre el rumbo complejo de lo actuado. Marchan a una construcción política de mayor densidad, de una mayor actividad, de un mayor anclaje social que inevitablemente confrontará, previamente a la disputa en las urnas, cotidianamente para sostener la continuidad de políticas populares hoy atacadas por quienes quieren sustituirlas antes de la elección ciudadana. Habrá que enfrentar provocaciones de todo tipo, presiones devaluatorias e intentos de saquear el bolsillo popular con carestías y desabastecimientos. En el “mientras tanto” la Presidenta mantiene la iniciativa política, promueve el debate y la sanción de necesarias leyes, pone en marcha nuevas políticas de inclusión, jerarquizando el rol del Estado en la distribución justa de la renta material y simbólica. Aun son muchas las tareas pendientes, las que se podrán concretar solo a condición de la continuidad de este Proyecto Político, que no es incompatible con esta Constitución, ni las Constituciones incompatibles con la capacidad de cada época de rediscutirlas, no para eternizar ninguna figura, sino para ligar temas centrales de la vida social con arquitecturas legales modernas.
El desemboque deberá ser una alternativa que convoque a votar por lo que ha sido el signo para las transformaciones reclamadas por la voluntad popular, sin concesiones a los grupos de poder concentrado que bregan por “compartir”, limitar y condicionar las decisiones del poder soberano. Alternativa por la continuidad de una época de gobiernos, de experiencias populares y de vivencia nacional que nos compromete con la Historia, con la aspiración de que la escritura que los relate y los describa reconozca hechos valiosos, conductas dignas y transformaciones sustantivas.
14 Autonomía, autogobierno, democracia es un grito de resistencia necesario en un momento argentino crucial en que el bloque de poder económico se aunó en pos de imponer un fin de ciclo, que no se refiere a un gobierno constitucional meramente, sino al proyecto de fondo de devolver el país a las grandes fuerzas económicas financiero-comunicacionales reinstalando un institucionalismo vicario. Sin velo se le alinean las alternativas políticas con las que se someten a los institucionalismos locales y regionales. Porque de eso se trata la puja actual: cerrar o seguir abriendo el espacio para un proyecto e ideales que lo sostienen. Más políticas de transformación o disciplinamiento y “normalización”. Más Estado y más empresas públicas o una plétora de capitales ingresando anárquicamente que retome el sobreendeudamiento y las condicionalidades del capitalismo de la globalización. Diversificación productiva –atravesada por el aporte local de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación– o especialización reprimarizadora. Avance en la igualdad o sometimiento a la polarización social naturalizada por la decisión privada no interferida. Voluntad popular o poder de las corporaciones. Son contradicciones y encrucijadas que atraviesan al subcontinente, cuya inminencia dramática tendrá un punto crítico en los próximos comicios brasileños, en los que el capitalismo de la globalización capturó una alternativa electoral que desafía la continuidad misma de la construcción de unidad latinoamericana. También el Frente Amplio en Uruguay afrontará una elección complicada. Como decíamos en “Defensa e Independencia” –una Carta anterior– nos sentimos navegando en una tormenta, con dificultades inmensas, y sin embargo con voluntad y actitud para militar la continuidad del Proyecto, por su sentido que excede la simple sumatoria de numerosas virtudes, éxitos y defectos y ausencias. Por eso sin ahorrarnos las críticas sobre estos últimos, ni el elogio sobre las primeras, nos involucramos como parte, como intelectuales posicionados por ese sentido de autonomía de una experiencia nacional y popular que lidia con las voluntades de las minorías poderosas. Acto que, entendemos y sentimos, se nutre en el gen más antiguo –y sustancial– de la democracia, que hoy se actualiza y enriquece por los proyectos transformadores de las experiencias argentinas y latinoamericana.
2 Es evidente un nuevo giro del capitalismo financiero, que ya no es el que oportunamente describiera Hilferding con su interesante pero ya extemporáneo realismo crítico. Decía este autor, que fue ministro de Economía en la República del Weimar, en la Alemania de fines de la década del ‘20, que “la dominación sobre la producción social queda en manos de una oligarquía”, lo que en un ciclo de larga duración se ha convertido en un concepto diferente y ya constituido respecto de lo que se debe llamar “producción social”. En esta época a la que aún le falta nombre, pero a la cual no le sería indiferente el de capitalismo de la globalización, encontramos una novedosísima alianza entre el poder comunicacional, las guerras localizadas de extremo salvajismo, las guerras interreligiosas que se realizan en territorios con instalaciones petroleras y represas hidroeléctricas, los dictámenes jurídicos inherentes a una nueva clase estamental de la especulación en segundo grado. Se trata ésta de un tipo de especulación sobre la especulación, formándose fondos de acreencias que se tornan maniobras de ataque jurídico contra naciones soberanas que repentinamente asisten al proyecto de mengua de su soberanía ante un nuevo poder agresivo, no militar sino que recurre a arbitrios jurídicos propios de una legalidad inquisitorial. La dependencia, como la articulación en una estructura única de países desarrollados y subdesarrollados, en virtud de la capacidad endógena o inducida de crecimiento, cuya ruptura sería posible a través de la participación política de grupos sociales antes marginados, ahora incluye mayores sumisiones superestructurales como la subsunción jurídica en una legalidad global manejada por los centros imperiales y la “integración financiera”.
3 Muchas veces se habló de ciudadanía, espacio cívico de debates y ágoras comunicacionales democráticas. Valoramos todas estas tesis que provienen de una esperanzada teoría democrática que resurgiera en los años ‘80 del siglo pasado. Pero es evidente que esos saberes redescubiertos, bajo los cuales funcionó el alfonsinismo, predicando el imperio de reglas constitutivas, comenzaron a debilitarse durante los años en que se percibió que las actividades de corporaciones internacionales y nacionales, que junto a los medios a los que pertenecían o contribuían a otorgarles densidad simbólica y operativa –ellas mismas redefinidas según estilos corporativos que interferían severamente en los libres flujos económicos que supuestamente informaban su esencia última–, convertían en relativos y ornamentales las creencias en un libro que versara sobre sociedad de producción y consumo. En esa reacción se juzgó que la existencia de grandes colectividades mediáticas y empresariales, nuevas economías basadas en el avance de artificios biológicos –como la semilla transgénica– sobre la concepción del territorio fértil como granero alimentario mundial, añadiéndose a esto nuevos nódulos que posibilitaban la producción de mercancías, imágenes, enunciados sobre el vivir de “alta gama” –según la expresión impuesta por la lengua creada por las grandes agencias mundiales que manipulan el consumo colectivo– tuvo su contrapartida social, el flujo de individuos desterritorializados, sin vivienda o con su vida precaria como campo de operaciones de las policías metropolitanas y gendarmerías, en operaciones violentas de desalojo o, por otra parte, de grupos de economías alternativas que incluyen las drogas sintéticas, el tráfico de armas o el lavado de dinero en áreas marginales al sistema económico central, pero funcionales a éste. Es la productividad en las chatarras de la ilegalidad, que generan sociedades paralelas funcionales a la razón económica dominante, acompañadas de poderes armados, complicidades diversas y capturas de sectores desabrigados de la población, con los que se suele cerrar un círculo vicioso, pues cuando se los desterritorializa, se olvida que son víctimas de un sistema que los transcribe como indigentes para luego demonizarlos al borde del prejuicio segregacionista. Para ello se busca suscitar las reacciones más agazapadas en la oscuridad de las conciencias, usando gentilicios habituales, de valor fraterno, como “chilenos” y “paraguayos”, pero para invertirlos. Y así los hacen sinónimos de una amenaza difusa, que posteriormente sirve para justificar tremendos y reprobables conceptos, como el de “deportación”. ¿Es que se habla contra las derechas utilizando los mismos conceptos de las derechas?
4 No es así como todos esperamos que se traten las necesidades y carencias de sectores de la población que son víctimas antes que agentes de actos furtivos o comercios ilegales. Si en los funcionarios del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y de otros territorios del interior donde no se democratizaron las fuerzas policiales durante 30 años, estas conductas no dejan de ser previsibles, son inaceptables en las voces que representan al gobierno nacional. Son inaceptables porque no podemos ignorar que el discurso de esas derechas capta adeptos cuando estigmatiza a los jóvenes por su sola condición de tales, propicia la indispensabilidad de vigilar y castigar hasta a niños en edad escolar y se vale del poder mediático para condenar a las víctimas de delitos sexuales por su condición de mujer, bella o adolescente.
5 Son inaceptables y contradictorias con las políticas axiales del kirchnerismo. El camino recorrido de inclusión y de avances hacia una mayor igualdad, es sólo el tramo inicial de un Proyecto que hoy necesita y quiere afirmar y radicalizar formas de intervención pública para poner límite a los procesos de concentración económica y defender conquistas distributivas. La élite del gran empresariado que ha recolectado grandes ganancias durante una década de recuperación económica, crecimiento industrial, aumento de la productividad de los trabajadores, excelentes precios para la exportación de granos y una política que consiguió el predominio de la actividad productiva por sobre la lógica de la valorización financiera, resiste ahora una necesaria regulación que procura un reparto más justo de la riqueza y los ingresos. Los proyectos de leyes sobre “relaciones de producción y consumo” van en la dirección de democratizar la economía, que proviene de la decisión de los representantes del pueblo sobre precios, salarios, márgenes de ganancias y garantías de abastecimiento. Sustraer al mercado de esa intervención democrática es una pretensión empresaria de apropiarse de beneficios extraordinarios obtenidos sobre la base de sumergir en la pobreza y la indigencia a las mayorías populares. Controlar la inflación, que no es una plaga sino una cuestión social, tiene dos caminos: el elegido de democratizar la economía o el ajuste neoliberal que sacraliza al mercado, deja los precios y las tasas de ganancias a la “libertad” del gran empresariado y promueve un “retiro” del Estado predicando la baja del gasto público. Pero la coyuntura exige aún más: establecer un dispositivo de una más intensa y decisiva participación estatal en todas las esferas del Comercio Exterior para defender una cuestión clave para la autonomía económica: el dominio y defensa de las reservas en divisas. Otras reformas resultan necesarias para garantizar la hegemonía del poder ciudadano en la economía, como el cambio de la Ley de Entidades Financieras, para tomar el control de una esfera que en los últimos años ha sido un ámbito de permanentes medidas especulativas para la desestabilización cambiaria, y la siempre pendiente reforma tributaria que construya un régimen con vocación redistributiva. Estos nuevos escalones engrosarían todo lo hecho en la dirección transformadora nacional-popular en once años en que se sucedieron medidas reparatorias de derechos sociales y decisiones para la reinstalación del activismo estatal, siendo sus hitos emblemáticos la AUH, la reconstrucción de un sistema estatal jubilatorio de reparto, la ley del matrimonio igualitario, la ley de medios y la estatización de YPF. Pero la política que las abrazó a todas e impregnó y organizó el sentido de la época fue la de Derechos Humanos, que constituyó un hecho literalmente revolucionario, no solamente en el país, sino a nivel continental y mundial con iniciativas, procedimientos y resultados que avanzaron en el objetivo del “nunca más” a través de un trípode que más que una consigna fue el eje de esa política: “Memoria, Verdad y Justicia”. De ella fluye el espíritu que impregnó el sentido enérgico e irreductible del kirchnerismo. Porque es la fuente del fuego que envolvió una experiencia política. La fidelidad a la misma no admite la resignación ni la contemplación de la vida social como una naturalización de la correlación de fuerzas. El rechazo, a poco de asumir, al plan del bloque de poder que le presentara el diario La Nación, por parte del presidente Kirchner, y que incluía la impunidad del genocidio, fue la materialización de lo que expresara el estadista a principios del siglo XXI cuando asumiera: “No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Así se quebraron décadas de hegemonía “posibilista” que cultivaba un falso realismo naturalizante de las relaciones de poder, internas e internacionales, y se reinstalaba la premisa de la creencia en el gobernante como sujeto de cambios, como portador de un programa, como militante de convicciones, como encarnador de la voluntad popular de cambio, sustituyendo al político-burócrata lector de encuestas y sometido al dispositivo de supuestas realidades de ciudadanías pasivas y domesticadas, consumidoras de candidatos y slogans publicitarios que devaluaban a la política, para dejar a ésta siempre en el mismo lugar: el del beneficio a los poderosos.
Hoy, luego de once años vivimos un momento de extremo riesgo. Por primera vez el bloque de los poderosos, de los que portan el poder económico y el proyecto de articularse con el capitalismo de la globalización, aunados con una oposición política, en la que la mayoría de sus referentes abrevan en ese viejo posibilismo acomodaticio desplazado –basta ver cómo sin ideas ni identidades mudaron del oficialismo a la oposición y navegaron sin destino fijo entre las distintas variantes de la misma– ha generado una colusión de intereses para derrotar al Proyecto nacional y popular, para ahogar la hora de las transformaciones y reinsertar al país en la “normalidad” del apoliticismo, la desabrida gestión de lo público como si se tratara de lo privado, y la resignación a la lógica de un país obediente del poder de las potencias. Servilismo indigno que ninguna ventaja económica justifica. Sentido “práctico” del consumidor pasivo, del hombre sumiso y la Nación humillada. Esta es la amenaza. La sustitución abrupta de una épica por la desmovilización de los cuerpos y las ideas. Nuevas y viejas derechas encarnan este peligro de restauración de la Argentina neoliberal, de la pobreza material y espiritual, que enuncian promesas alimentadas en las esperanzas sobre las inversiones y préstamos extranjeros y alientan ilusiones sobre la magia mercantil, alienando a las subjetividades de la participación en la construcción de su propio destino, mientras reclaman por alabanzas y conductas que seduzcan a esos supuestos agentes del progreso ordenado. La Argentina de la mediocre certidumbre y la desesperanza. Este es el peligro que acecha.
6 Continuar con las políticas nacionales y populares de emancipación significa el pueblo en las calles, su presencia siempre activa en el espacio público bajo las diversas formas que la creatividad popular suele generar. La opción democrática demanda una enérgica participación popular. Sin esa creativa movilización social la nueva oligarquía empresaria presionará, dilatará, judicializará, aterrorizará con campañas mediáticas para hacer fracasar la justicia social buscada por las decisiones prudentes y renovadas de intervención pública. El discurso de un país normalizado para desmovilizar bajo el pretexto conceptual que el activismo social es un recurso extremo de épocas excepcionales, es una lectura no ajena a las reflexiones sobre el fin de ciclo, expresión que involucra menos a un gobierno que a un estilo de país más justo. Consolidar se consigue al avanzar hacia más reformas, afirmando la dirección emprendida. Un rumbo democratizante y con autoexamen genuino de la potencialidad popular. Por eso el pueblo, la apelación no trivial ni costumbrista de convocar al pueblo al ágora pública, el estímulo de la protesta justa y la tolerancia, debate y disuasión con aquélla que abreva en la incomprensión de los procesos populares. Frente al reclamo popular, fuerzas de seguridad sin armas y política de seguridad democrática efectivamente aplicada en todo el territorio nacional, como entendía Néstor Kirchner.
7 Podrían verse los dramas sociales de la periferias de las periferias (económicas, urbanas, habitacionales) como una tragedia social que ocurre en la otra punta del gran escenario en que se debaten los destinos efectivos de los países. No resulta fácil detectar el cambio de situación en el seno de la globalización –concentración de pulsiones bruscamente unificadas de consumo de símbolos culturales en mundo políticos multipolares en lucha, con zonas ineluctables en guerras de carácter también novedoso, incluso en su ascenso a niveles desconocidos de crueldad–, con convenios de control financiero que se hallan en los nuevos tratos que permite la mundialización de los nodos de la mercancía (judiciales y económicos) que son parte de la reproductibilidad del capital desmaterializado: sólo son formas de captura de beneficios bajo la acción de un subproducto original del neocapitalismo, que su alianza privilegiada con sectores del poder judicial central, sella ahora un poder punitivo nuevo, bajo la forma de una gendarmería judicial mundial y nuevas coaliciones militares que instalan conflictos tácitos que luego se vuelve “necesario” reprimir con sofisticados armamentos que reinician el círculo geopolítico de apoyo a grupos que reconfiguran territorios y luego a grupos que vuelven a reconfigurarlo en sentido inverso.
8 La expresión gendarmería proviene del francés gens d’armes, milicia del señor feudal, que al pasar a las naciones modernas cumple funciones de resguardo de sus Estados, pero en sus diversas distorsiones, asistimos ahora a su máxima estribación. La actuación de las gens d’armes en los más concentrados gabinetes judiciales de Wall Street, donde el lenguaje de las finanzas se puede resumir ahora en amenazantes y lacónicas sentencias judiciales, que distorsionan acuerdos de pago sobre las deudas soberanas hechos en términos del lenguaje capitalista heredado, y que ahora parece escaso ante la nueva gendarmería judicial-financiera que recorre el mundo con su apocaliptico mensaje. Ni siquiera el viejo capitalismo, cuya proterva historia podemos visualizar desde la Liga Hanseática de los remotos tiempos hasta los acuerdos de Bretton Woods, es una cápsula válida para contener estos nuevos impulsos irracionales que le quitan un núcleo de realidad productiva que tenía el capitalismo arcaico, para situar la nueva lógica irracional en un reproductivismo de un mundo sin naciones, sólo regulado por la nueva división en regiones financieras de endeudamiento comprendido como nueva forma de mando imperial. Incluso las nuevas guerras, aparentemente aisladas de este nuevo giro brutal de la historia financiera de la modernidad, no se hallan al margen de estos dispositivos pues el control de poblaciones, la devastación de formas de vida, la destrucción de ciudades, la invocación de excedentes teológicos para pensar dominios territoriales donde la moneda de cambio es el señorío de represas o reservas petrolíferas, todos ellos son hechos que hacen contrapunto a la autocracia avasalladora que se ha instalado en agencias de nuevo tipo, llegando ahora su cúspide con la alianza conceptual con jueces de inferior jerarquía de la justicia ordinaria, pero altos cuadros simbólicos de los holdouts que así llegan al ápice de su éxtasis cuando contratan permutas de incumplimiento o Swaps (promesas de canje a futuro), una clase de seguro con el que obtienen ingresos adicionales en caso del cese de los pagos.
9 La globalización en los intersticios de la vida cotidiana no sólo significa que los viejos liberalismos ya están adosados a ella, sino que muchos dignos pensamientos progresistas o de izquierda, sin que ellos les quite razones en lo específico, son formas reproductivas complejas de esas lógicas globalizantes, porque aceptan alianzas implícitas con los medios, que festejan que así se complete el ataque por todos los flancos a los gobiernos populares, que aun mostrando no pocos aspectos deficientes y reprobables están en posición de actuar menos subordinados a los poderes mundiales –el viejo imperialismo que alguna izquierda criticaba y frente al cual hoy calla–. Existen partidos y alianzas políticas que se prestan a ser operadores de diversos signos de la nueva economía política del neocapitalismo –gendarmerías financieras y finanzas con continuidad por otros medios en oscuras guerras profundamente inhumanas–. Ser de derecha o de izquierda hoy es serlo en segundo grado. Pensamientos tradicionalistas, como el de algunos sectores de la Iglesia, captan los nuevos riesgos de la actualidad mundial, izquierdas de la tradición revolucionaria puntualizan temas en sí mismos legítimos que se recolectan en la gran bolsa de valores de las derechas en batalla. Esta captura toda clase de temas, ve disolución en la familia si se aprueba un nuevo sistema más justo de notas en las escuelas secundarias, y en nombre de un legítimo reclamo de evitar despidos fabriles omite lo que en otros tiempos parecía ser un juicio –una “cosmovisión” se lo llamaba– sobre el estado real de las fuerzas que están diseñando un mundo sin naciones, pero no para mejorarlas, sino para ponerlos al mando de un nuevo formulismo de hegemonías imperiales, que no pueden ser detectadas con nuestros viejos recursos terminológicos.
10 Argentina promueve un cambio de época. Agredida por esos fondos buitre, arietes de la financiarización, ha desplegado actitudes, leyes, discursos y convocatorias que enfrentan los dispositivos del neoliberalismo. La decisión de no acudir en cumplimiento de una sentencia de la justicia imperial –cuya argumentación arbitraria devela una grosera ruptura con la formal igualdad ante la ley instituyendo que el capital usurario y depredador siempre tiene razón–, la sanción de la ley que dispone el pago soberano, las auditorías sobre el origen de la deuda externa y la remoción de funciones a bancos extranjeros que se someten a órdenes extraterritoriales incumpliendo con los compromisos contraídos con el país constituyen actos de soberanía nacional que resisten al capitalismo de la globalización y la superestructura jurídica que éste requiere. No menos corrosivo para este régimen de expoliación financiera es el debate que se ha introducido, sea en ámbitos institucionales que las potencias hegemónicas vienen devaluando sistemáticamente o en otros nuevos, creados en América Latina por los vientos de una década de renovado espíritu emancipatorio. La histórica votación en la Asamblea de la ONU –donde un país equivale a un voto– produce un mapa que grafica el sentido del resultado y revela la voluntad de impugnación sobre el orden establecido que expresaron la abrumadora mayoría de América del Sur, Asia y Africa, mientras se dejó ver en las abstenciones la preocupada queja de la Europa, alcanzada por una crisis que no ceja. Mapa y sentido que evocan al movimiento de los NO ALINEADOS, en el nuevo emerger de las naciones periféricas y dan cuenta de un liderazgo de la Presidenta argentina –sus recientes discursos en la ONU lo ratifican–, en el surgimiento de nuevos vientos de una institucionalidad rebelde y resistente al poder del Norte. Las declaraciones de la Unasur, el Mercosur, la Aladi, y hasta de la vieja OEA, han sido efectuadas rechazando el paradigma de Estados Unidos y sus socios prestamistas (Alemania, Japón, Gran Bretaña) que presionan por derivar los temas económicos, financieros y otros tantos que son clave para la vida de los pueblos, a organismos multilaterales con voto calificado –como el FMI– o de resoluciones por consenso, como en el G20, donde se omite la disidencia bajo el ropaje de unanimidades que velan la hegemonía de los más poderosos. Vientos también significados por la lucha contra la territorialidad judicial en los países emisores de divisas sobre las reestructuraciones de deuda soberana de las naciones periféricas y por los nuevos bríos de una creciente multipolaridad –siendo un dato clave la decisión de los Brics de crear sus propios Banco de Desarrollo y Fondo de Reservas– que combata la lógica hegemónica del neoliberalismo financiarizador, una transformación que deberá incluir el fortalecimiento de la institucionalidad regional y la denuncia de los TLC y los TBI por parte de los países del Sur. Continúa, también, siendo imprescindible el abandono del Ciadi.
11 Todo esto merece nuevas convocatorias a que los movimientos populares de todo el mundo se mancomunen en torno a diseñar un nuevo tipo de humanidad autorreflexiva y de naciones justas, en lucha democrática contra los nuevos productos de la globalización, con sus alas encarnadas en el vuelo avizor de los nuevos estilos comunicacionales, que capturan excedentes pulsionales, así como estos fondos buitre, bien definidos por Cristina Fernández como “depredadores sociales globales”, se apoderan de bienes nacionales a través de alianzas genéricas de carácter económico y judicial, en general tramadas en los secretos gabinetes de la meta-especulación financiera.
12 Para combatirlos es necesario organizar nuevos estilos políticos de convocatoria, que no desdeñen un hilván épico, pero sin desmedro del análisis económico y geopolítico de las nuevas implicancias de estas acciones depredadoras. En las amplias alianzas sociales y nacionales que esto implica, será necesario entonces que la interpretación del conflicto social como los que habitualmente ocurren al costado de la ruta Panamericana –flujo vital, económico, poblacional, simbólico, técnico, laboral– no se presten a los habituales considerandos de un macartismo fuera de tono, de historia y de lugar, proferidos por aquellos dirigentes sindicales cuya representatividad política está perimida hace algunas décadas. Es necesario también examinar todo conflicto social por la protección del trabajo, como una de las extremidades de una totalidad escindida, pero totalidad al fin, en la que se ha convertido el mundo global, con la emergencia de estos tópicos de dominio, que crecen peligrosa, amenazante y destructivamente, sobre la economía, la paz y la vida de los pueblos.
13 Irrumpen en este escenario, entusiastas y masivos, actos públicos de los movimientos políticos del kirchnerismo que sostienen las hipótesis del encaminamiento a nuevos mojones y de la irreversibilidad de lo conquistado en estos años. Toda historia tiene muchas fuerzas que se muestran y cesan: se quiere afirmar un deseo de custodia eminente sobre el rumbo complejo de lo actuado. Marchan a una construcción política de mayor densidad, de una mayor actividad, de un mayor anclaje social que inevitablemente confrontará, previamente a la disputa en las urnas, cotidianamente para sostener la continuidad de políticas populares hoy atacadas por quienes quieren sustituirlas antes de la elección ciudadana. Habrá que enfrentar provocaciones de todo tipo, presiones devaluatorias e intentos de saquear el bolsillo popular con carestías y desabastecimientos. En el “mientras tanto” la Presidenta mantiene la iniciativa política, promueve el debate y la sanción de necesarias leyes, pone en marcha nuevas políticas de inclusión, jerarquizando el rol del Estado en la distribución justa de la renta material y simbólica. Aun son muchas las tareas pendientes, las que se podrán concretar solo a condición de la continuidad de este Proyecto Político, que no es incompatible con esta Constitución, ni las Constituciones incompatibles con la capacidad de cada época de rediscutirlas, no para eternizar ninguna figura, sino para ligar temas centrales de la vida social con arquitecturas legales modernas.
El desemboque deberá ser una alternativa que convoque a votar por lo que ha sido el signo para las transformaciones reclamadas por la voluntad popular, sin concesiones a los grupos de poder concentrado que bregan por “compartir”, limitar y condicionar las decisiones del poder soberano. Alternativa por la continuidad de una época de gobiernos, de experiencias populares y de vivencia nacional que nos compromete con la Historia, con la aspiración de que la escritura que los relate y los describa reconozca hechos valiosos, conductas dignas y transformaciones sustantivas.
14 Autonomía, autogobierno, democracia es un grito de resistencia necesario en un momento argentino crucial en que el bloque de poder económico se aunó en pos de imponer un fin de ciclo, que no se refiere a un gobierno constitucional meramente, sino al proyecto de fondo de devolver el país a las grandes fuerzas económicas financiero-comunicacionales reinstalando un institucionalismo vicario. Sin velo se le alinean las alternativas políticas con las que se someten a los institucionalismos locales y regionales. Porque de eso se trata la puja actual: cerrar o seguir abriendo el espacio para un proyecto e ideales que lo sostienen. Más políticas de transformación o disciplinamiento y “normalización”. Más Estado y más empresas públicas o una plétora de capitales ingresando anárquicamente que retome el sobreendeudamiento y las condicionalidades del capitalismo de la globalización. Diversificación productiva –atravesada por el aporte local de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación– o especialización reprimarizadora. Avance en la igualdad o sometimiento a la polarización social naturalizada por la decisión privada no interferida. Voluntad popular o poder de las corporaciones. Son contradicciones y encrucijadas que atraviesan al subcontinente, cuya inminencia dramática tendrá un punto crítico en los próximos comicios brasileños, en los que el capitalismo de la globalización capturó una alternativa electoral que desafía la continuidad misma de la construcción de unidad latinoamericana. También el Frente Amplio en Uruguay afrontará una elección complicada. Como decíamos en “Defensa e Independencia” –una Carta anterior– nos sentimos navegando en una tormenta, con dificultades inmensas, y sin embargo con voluntad y actitud para militar la continuidad del Proyecto, por su sentido que excede la simple sumatoria de numerosas virtudes, éxitos y defectos y ausencias. Por eso sin ahorrarnos las críticas sobre estos últimos, ni el elogio sobre las primeras, nos involucramos como parte, como intelectuales posicionados por ese sentido de autonomía de una experiencia nacional y popular que lidia con las voluntades de las minorías poderosas. Acto que, entendemos y sentimos, se nutre en el gen más antiguo –y sustancial– de la democracia, que hoy se actualiza y enriquece por los proyectos transformadores de las experiencias argentinas y latinoamericana.
Septiembre 2014
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