Por
Daniel Cecchini
Dígame, no sé, estoy medio perdido, no entiendo qué es “la gente”, me pregunta, con comillas incluidas, Argañaraz, que acaba de servirse el segundo vaso de Glenlivet en mi casa y de mi botella, que no sé para qué ni por qué lo dejé entrar.
Entonces, usted (como ya dije, a Argañaraz lo trato siempre de usted para no confundirme o para que él no se confunda conmigo). Entonces, usted, le digo, no leyó la contratapa de Miguel Russo el domingo pasado enMiradas al Sur.
Sí, la leí, me dice Argañaraz, pero su amigo Russo habla de la imposibilidad de definir en qué momento, en ciertos discursos, el pueblo pasó a ser la gente. No dice qué es eso de “la gente”.
Sí lo dice, le digo yo. Si usted no lo entiende es su problema. En cuanto a la imposibilidad de situar el origen de algo, Argañaraz, le digo, lea La Verdad y las formas jurídicas, de Foucault, que en una de ésas pesca algo y descubre que no hay orígenes sino invenciones (Argañaraz me irrita en este preciso momento porque se ha servido otra medida de mi single malt). En cuanto a lo de “la gente”, insisto, usted está molesto… Entonces dígame por qué está molesto.
Lo de todos los días, me dice.
No me joda, le digo, precise.
Por ejemplo, me dice, el otro día, en el programa de cable de Maximiliano Montenegro, Santilli –Diego, creo que se llama, precisa– discutía con un senador del Frente para la Victoria… No me pregunte qué senador del FpV porque no sé distinguirlos… todos dicen lo mismo… pero no se trata de eso. El senador decía que en la sociedad argentina hay intereses diferentes, enfrentados, y que por eso hay proyectos que confrontan. Y Santilli le decía que no, que el único interés que había que tener en cuenta era el de “la gente”.
Bueno, vamos por partes Argañaraz, le digo, y no se sirva más porque se me acaba y el whisky de una malta cuesta carísimo. Primero, le digo, a la tele va cualquiera. Sin ir más lejos, en el programa de Montenegro estuvo hace un par de semanas el diputado Amondarain. Juan, de nombre de pila. El tipo era antes del FpV y ahora es massista. Habló vaguedades, como siempre, pero me hizo acordar de una charla telefónica que tuve con él en 2011. ¿Quiere que le cuente, aunque rompa el hilo de la conversación?, le pregunto a Argañaraz casi retóricamente.
Déle, me dice Argañaraz. Pero no se disperse mucho, que usted siempre se va por las ramas.
Fue cuando el juez Corazza, que por suerte ya se jubiló, no tuvo más remedio que meter preso a Pipi Pomares, el asesino de la CNU. En el Justicialismo platense empezaron a juntar firmas para que le dieran la excarcelación y Amondarain fue uno de los promotores de eso. Como en Miradas al Sur veníamos, con Elizalde Leal, publicando la investigación sobre la CNU, Amondarain lo llamó a Anguita para pedirle que nos parara. Anguita (no se puede esperar otra reacción suya ante una apretada) lo mandó a pasear, pero le dio mi teléfono… y el tipo me llamó. Me dijo que por qué nos metíamos con Pipi, que era peronista y buen tipo. Buen tipo, las pelotas, le contesté, es un asesino. Y como la dejó picando en el área le pregunté si él era uno de los que estaban juntando firmas para la excarcelación… Pregunta retórica, Argañaraz, porque sabíamos que sí. Fue gol, claro. No, me dijo Amondarain… la verdad es que apenas lo conozco, completó como banda en fuga.
Siguiendo con el tema, Argañaraz, insisto luego de un punto y aparte, ¿usted sabe que hoy hay dos precandidatos a intendente, en distintos partidos, que fueron parte o cómplices de la CNU?
No, me dice Argañaraz, que empieza a calentarse porque no lo dejo hablar.
Uno es Gustavo Guillermo Fernández Supera, alias El Misto, en Vicente López, le digo. Y el tipo es un pesado de la patota de la CNU de El Indio Castillo que todavía juega en el FpV. El otro es Alberto Delgado, alias El Cabezón, empleador del Pipi Pomares y de muchos de sus secuaces cuando tuvo un cargo en la Municipalidad de La Plata. Ahora también por el FpV.
Está bien, me dice Argañaraz, pero volvamos al tema de “la gente” (las comillas ahora no son de Argañaraz, son mías).
¿Qué le pasa con “la gente”?, le pregunto.
Que no sé qué es, eso me pasa, me contesta. En términos políticos es un conjunto falso en el que cabe cualquier cosa. Si usted escucha a casi toda la oposición, parece que se tratara de un colectivo homogéneo, con intereses comunes y muy definidos. Cuando en el mejor de los casos, es decir si existiera, sería una cosa heterogénea, con intereses incluso contrapuestos.
Sí, le digo. Le puedo hacer una listita de esas cosas que, dicen, le preocupan a la gente y que son tan confusas e indefinidas como la misma gente. Por ejemplo, la inseguridad, la corrupción, la crispación en la política, la violencia en la sociedad… ahora, si después uno pregunta qué entiende cada uno por cada una de esas cosas, las respuestas van para cualquier lado.
Claro, me interrumpe Argañaraz, pero en el discurso de la derecha, amplificado por los medios, parece que fueran cosas muy claras, ¿o no?
Sí, le digo, y ahí está la trampa de ese discurso que les permite hablar de lo que “quiere la gente”. Y si toda la gente quiere lo mismo, entonces no hay que confrontar por proyectos políticos diferentes sino limitarse a hacer lo que “quiere la gente”, que no es otra cosa que un paquete inventado de lugares comunes impuesto desde los medios de comunicación. Para decirlo clarito: lo que quiere el establishment.
Bueno, me dice, pero tampoco se vaya al extremo. Algunas de las cosas que dicen que le preocupan a la gente existen.
Claro que existen, le digo, pero no son exactamente lo que plantea ese discurso. El problema es que desde el discurso dominante no sólo se plantea el problema sin definirlo claramente sino que además se dice que hay una sola solución… la que les conviene a ellos. O, ni siquiera eso. Basta con que les sirva para decir que el Gobierno es un desastre, que se tiene que ir o que hay que sacarlo, sin necesidad de explicar siquiera en qué consiste ese supuesto desastre.
Bueno, me corta Argañaraz, tampoco me vaya a hacer una defensa a rajatabla del Gobierno…
Para nada, le digo, no hablo de las acciones del Gobierno sino del discurso hegemónico sobre esas acciones, o sobre una realidad deformada hacia un extremo de la que lo hacen responsable. Para eso, le agrego a Argañaraz, les sirve la invención de eso que llaman la gente y que no tiene otra entidad que la que le da ese discurso.
¿Y entonces?
Entonces que la gente no es un colectivo social sino una herramienta discursiva.
Está bien, Cecchini, pero no me venga con que el único colectivo es el pueblo, me retruca Argañaraz.
No, claro que no, le contesto. Sino estaríamos homogeneizando a la sociedad. El pueblo no es toda la sociedad, sino un sector de la sociedad.
¿Y dónde está, dónde se lo encuentra?
En el único lugar donde es verdaderamente pueblo, en la calle.
Bueno, por la calle anda también la gente.
No Argañaraz, en eso se equivoca. En el único lugar donde usted va a encontrar a “la gente” es en la tele.
Entonces, usted (como ya dije, a Argañaraz lo trato siempre de usted para no confundirme o para que él no se confunda conmigo). Entonces, usted, le digo, no leyó la contratapa de Miguel Russo el domingo pasado enMiradas al Sur.
Sí, la leí, me dice Argañaraz, pero su amigo Russo habla de la imposibilidad de definir en qué momento, en ciertos discursos, el pueblo pasó a ser la gente. No dice qué es eso de “la gente”.
Sí lo dice, le digo yo. Si usted no lo entiende es su problema. En cuanto a la imposibilidad de situar el origen de algo, Argañaraz, le digo, lea La Verdad y las formas jurídicas, de Foucault, que en una de ésas pesca algo y descubre que no hay orígenes sino invenciones (Argañaraz me irrita en este preciso momento porque se ha servido otra medida de mi single malt). En cuanto a lo de “la gente”, insisto, usted está molesto… Entonces dígame por qué está molesto.
Lo de todos los días, me dice.
No me joda, le digo, precise.
Por ejemplo, me dice, el otro día, en el programa de cable de Maximiliano Montenegro, Santilli –Diego, creo que se llama, precisa– discutía con un senador del Frente para la Victoria… No me pregunte qué senador del FpV porque no sé distinguirlos… todos dicen lo mismo… pero no se trata de eso. El senador decía que en la sociedad argentina hay intereses diferentes, enfrentados, y que por eso hay proyectos que confrontan. Y Santilli le decía que no, que el único interés que había que tener en cuenta era el de “la gente”.
Bueno, vamos por partes Argañaraz, le digo, y no se sirva más porque se me acaba y el whisky de una malta cuesta carísimo. Primero, le digo, a la tele va cualquiera. Sin ir más lejos, en el programa de Montenegro estuvo hace un par de semanas el diputado Amondarain. Juan, de nombre de pila. El tipo era antes del FpV y ahora es massista. Habló vaguedades, como siempre, pero me hizo acordar de una charla telefónica que tuve con él en 2011. ¿Quiere que le cuente, aunque rompa el hilo de la conversación?, le pregunto a Argañaraz casi retóricamente.
Déle, me dice Argañaraz. Pero no se disperse mucho, que usted siempre se va por las ramas.
Fue cuando el juez Corazza, que por suerte ya se jubiló, no tuvo más remedio que meter preso a Pipi Pomares, el asesino de la CNU. En el Justicialismo platense empezaron a juntar firmas para que le dieran la excarcelación y Amondarain fue uno de los promotores de eso. Como en Miradas al Sur veníamos, con Elizalde Leal, publicando la investigación sobre la CNU, Amondarain lo llamó a Anguita para pedirle que nos parara. Anguita (no se puede esperar otra reacción suya ante una apretada) lo mandó a pasear, pero le dio mi teléfono… y el tipo me llamó. Me dijo que por qué nos metíamos con Pipi, que era peronista y buen tipo. Buen tipo, las pelotas, le contesté, es un asesino. Y como la dejó picando en el área le pregunté si él era uno de los que estaban juntando firmas para la excarcelación… Pregunta retórica, Argañaraz, porque sabíamos que sí. Fue gol, claro. No, me dijo Amondarain… la verdad es que apenas lo conozco, completó como banda en fuga.
Siguiendo con el tema, Argañaraz, insisto luego de un punto y aparte, ¿usted sabe que hoy hay dos precandidatos a intendente, en distintos partidos, que fueron parte o cómplices de la CNU?
No, me dice Argañaraz, que empieza a calentarse porque no lo dejo hablar.
Uno es Gustavo Guillermo Fernández Supera, alias El Misto, en Vicente López, le digo. Y el tipo es un pesado de la patota de la CNU de El Indio Castillo que todavía juega en el FpV. El otro es Alberto Delgado, alias El Cabezón, empleador del Pipi Pomares y de muchos de sus secuaces cuando tuvo un cargo en la Municipalidad de La Plata. Ahora también por el FpV.
Está bien, me dice Argañaraz, pero volvamos al tema de “la gente” (las comillas ahora no son de Argañaraz, son mías).
¿Qué le pasa con “la gente”?, le pregunto.
Que no sé qué es, eso me pasa, me contesta. En términos políticos es un conjunto falso en el que cabe cualquier cosa. Si usted escucha a casi toda la oposición, parece que se tratara de un colectivo homogéneo, con intereses comunes y muy definidos. Cuando en el mejor de los casos, es decir si existiera, sería una cosa heterogénea, con intereses incluso contrapuestos.
Sí, le digo. Le puedo hacer una listita de esas cosas que, dicen, le preocupan a la gente y que son tan confusas e indefinidas como la misma gente. Por ejemplo, la inseguridad, la corrupción, la crispación en la política, la violencia en la sociedad… ahora, si después uno pregunta qué entiende cada uno por cada una de esas cosas, las respuestas van para cualquier lado.
Claro, me interrumpe Argañaraz, pero en el discurso de la derecha, amplificado por los medios, parece que fueran cosas muy claras, ¿o no?
Sí, le digo, y ahí está la trampa de ese discurso que les permite hablar de lo que “quiere la gente”. Y si toda la gente quiere lo mismo, entonces no hay que confrontar por proyectos políticos diferentes sino limitarse a hacer lo que “quiere la gente”, que no es otra cosa que un paquete inventado de lugares comunes impuesto desde los medios de comunicación. Para decirlo clarito: lo que quiere el establishment.
Bueno, me dice, pero tampoco se vaya al extremo. Algunas de las cosas que dicen que le preocupan a la gente existen.
Claro que existen, le digo, pero no son exactamente lo que plantea ese discurso. El problema es que desde el discurso dominante no sólo se plantea el problema sin definirlo claramente sino que además se dice que hay una sola solución… la que les conviene a ellos. O, ni siquiera eso. Basta con que les sirva para decir que el Gobierno es un desastre, que se tiene que ir o que hay que sacarlo, sin necesidad de explicar siquiera en qué consiste ese supuesto desastre.
Bueno, me corta Argañaraz, tampoco me vaya a hacer una defensa a rajatabla del Gobierno…
Para nada, le digo, no hablo de las acciones del Gobierno sino del discurso hegemónico sobre esas acciones, o sobre una realidad deformada hacia un extremo de la que lo hacen responsable. Para eso, le agrego a Argañaraz, les sirve la invención de eso que llaman la gente y que no tiene otra entidad que la que le da ese discurso.
¿Y entonces?
Entonces que la gente no es un colectivo social sino una herramienta discursiva.
Está bien, Cecchini, pero no me venga con que el único colectivo es el pueblo, me retruca Argañaraz.
No, claro que no, le contesto. Sino estaríamos homogeneizando a la sociedad. El pueblo no es toda la sociedad, sino un sector de la sociedad.
¿Y dónde está, dónde se lo encuentra?
En el único lugar donde es verdaderamente pueblo, en la calle.
Bueno, por la calle anda también la gente.
No Argañaraz, en eso se equivoca. En el único lugar donde usted va a encontrar a “la gente” es en la tele.
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