La mujer que presentó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ante la 69° Asamblea General de las Naciones Unidas, también es argentina.
Se llama Marita Perceval y es la representante de nuestro país ante la ONU.
Quizá ella diga que la eligieron sus pares para presidir ese momento. Pero, vamos, la eligió la historia. Como semanas atrás la eligió para bordar el tejido diplomático que permitió obtener 124 votos a favor de la Argentina y apenas 11 votos para los fondos buitre.
Es que las cosas no ocurren porque sí, por un golpe de efecto o un acierto genial de impacto visual.
Son muchas horas de trabajo y sin descanso, una vida en construir las pequeñas victorias y una vida en sobrellevar dolorosas derrotas.
Si el Kirchnerismo está destinado a dejar una marca registrada para este siglo XXI y para todos los tiempos esa será, sin dudas, su capacidad de decidir con plena soberanía.
El Kirchnerismo decide, después piensa y después decide nuevamente y así va.
Néstor decidió bajar los cuadros, decirle no al ALCA, pagar la deuda soberana con la quita mayor que país alguno logró, tomando la decisión de hacerlo sin fijarse cuánta fuerza tenía por delante y por detrás.
O peor, sabiendo qué fuerzas no tenía con ese 22% de los votos.
Cristina decidió impulsar la ley de medios, el matrimonio igualitario, la Asignación Universal por Hijo, recuperar YPF, construir el Ministerio de Ciencia y el Ministerio de Cultura, con la misma audacia y decisión.
Ambos construyeron puentes y caminos para que se llenen de pueblo transitando, sin esperar que le presenten un certificado de garantía que asegurara de antemano el flujo de caminantes.
Caminante no hay camino se hace camino al andar.
Ambos construyeron escuelas y universidades sin que les hiciera falta una multitud de estudiantes y docentes desamparados que lo reclamaran.
En este marco de ideas y convicciones, no hay lugar para los temerosos, para los políticamente correctos, para los que especulan, para los que miden la conveniencia personal o no de encarar una batalla.
Vienen de una escuela que en su pórtico dice: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”. Y ellos se tomaron a Evita muy a pecho como para no decidir en consecuencia.
Con esta marca registrada es que se entiende la posición valiente, luminosa e inteligente de Cristina hablando como habló ante los poderosos que sólo saben de guerras, bombardeos a niños y mujeres, quiebra de países para esquilmar sus riquezas y usurpación de territorios soberanos.
Como Malvinas.
Con esta marca registrada habrá que construir la próxima victoria de este pueblo.
Está de moda medir el humor de la sociedad para saber qué rumbo hay que tomar.
Lo impuso el neoliberalismo después de regar con metralla la larga noche de la dictadura. De este modo, si los cancerberos del sistema injusto lo permiten, todo estará permitido. Ellos manejan el termómetro y son los mejores expertos para provocar la fiebre del paciente. Total, tienen medicina para todos.
Igual que en una cárcel o en un centro de desaparición y exterminio, en ese país dominado a su antojo por Clarín, TN y La Nación, se canta, se ríe, se llora, se grita, se juega, se duerme sólo si el carcelero lo permite.
Pues bien, el kirchnerismo rompió con esas reglas y viene desafiando el orden establecido desde que Néstor Kirchner hizo malabarismos de niño con el bastón presidencial.
Y ahora mucho más.
A esta intentona de golpe de mercado y golpe institucional con que vienen amenazando los enemigos del país, le redobla la apuesta con la palabra digna de Cristina, jefa de una Nación de pie.
Por eso nos conmueve. Porque reclama humanismo ante un mundo que se muere de violencia y desolación y al mismo tiempo promueve un cambio de paradigmas en el sistema institucional del planeta.
Ella sabe que no tiene todas las de ganar, pero sabe también que no está sola, que la miran, la escuchan y la siguen millones de ciudadanos que en los cinco continentes siguen creyendo que otro mundo es posible.
Un mundo más justo, más inclusivo, más pacífico, en definitiva, más humano.
Cristina conmueve no porque habla sin leer, sino porque no espera que se den todas las condiciones para encarar un desafío. Ella decide y avanza. No vacila y si vacila con los golpes recibidos, arremete luego con más ganas y alegría.
Es un claro espejo donde mirarse, como lo fue Dardo Cabo y el Operativo Cóndor llegando a Malvinas un día como hoy de 1966, enarbolando banderas y convicciones, marca registrada de una generación diezmada.
Para los que vacilan en medio de estas tempestades, no les vendría nada mal tenerlos como espejo.
A los que miden la temperatura del agua antes de tirarse, los que escriben el libreto justificando un giro suave a la derecha porque así aconsejan los oráculos de la coyuntura, los que desatan los nudos marineros que supimos anudar para la travesía, por si cuadra alejarse de estos muelles sudacas y volver a atarnos a un mundo que nos es ajeno, mejor les valdría que la escuchen mejor.
Hay que poner todas las pilas en acompañar, ampliar y profundizar el surco que abre el paso de Cristina. No valen las actitudes pasivas ni mecanicistas de aquellos que, aun desde la buena fe o la inocencia, pronostican un giro a la derecha de la sociedad como si fuera parte de la naturaleza. Hay que construir las condiciones para las nuevas batallas y las nuevas victorias. De eso se trata la batalla cultural en que estamos empeñados. Y para eso hay que tener el valor de interpelar a los poderosos, pero también interpelarnos nosotros como pueblo.
Hay que meter los dedos en la llaga toda vez que sea necesario.
Y preguntarse: ¿acaso es posible creer que la oposición en cualquiera de sus variantes ofrece una mejor vida y una mejor sociedad con las mismas recetas neoliberales que nos arrastraron al precipicio en el 2001?
Al golpismo se le gana disputándole la audiencia en todos los terrenos.
Sin pisar ningún palito provocador; pero oponiéndole un futuro que, desde lo ya construido, fije nuevos horizontes.
Como la utopía.
28/09/14 Miradas al Sur
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