La película del director Damián Szifrón, Relatos salvajes exhibe a través de la exposición de varias historias un desmontaje de la hipocresía y la impunidad reinante en la sociedad argentina contemporánea. Más allá de la calidad de los planos y la edición, la tensión principal se produce en el reconocimiento, en la exposición descarada de los entramados de poder burocráticos y económicos que rigen las relaciones de la humanidad.
Como bien sabemos y así lo plantea la psicoanalista Ana María Fernández, “las dosis de sufrimiento y la vulnerabilidad de gran parte de la población se han multiplicado de manera exponencial en las últimas décadas”. ¿Por qué? El eje que une cada una de los relatos del film intenta dar una compleja respuesta a la pregunta que se instala ante cualquier injusticia, desnudando los hilos de un sistema que se oculta en personajes miserables.
La oleada neoliberal instaurada desde mediados de los años ´70, con su culto del “éxito a cualquier precio”, sin evaluar los daños ocasionados en el prójimo se instalaron como moneda corriente corroyendo las subjetividades, dejando de lado cualquier conducta asociada al análisis o la reflexión y sobre todo postergando al Otro como una posible competencia que es necesario eliminar, o al menos mantenerlo en un estado de opresión constante.
En este escenario social, aparecen estigmatizados como violentos e irracionales quienes deben padecer la violencia, la incomprensión y el escarnio de psicópatas entronizados en espacios de poder, funcionarios públicos y privados y hasta en las relaciones familiares e interpersonales.
Szifrón ha logrado pintar un cuadro de época que nos recuerda a algunos de los Caprichos del célebre aragonés Francisco de Goya y Lucientes: “El sueño de la razón engendra monstruos” y la escena contemporánea pretende imponernos que convivamos con ellos, sea de manera explícita como (lo que es peor) de manera implícita.
Pero los personajes de Relatos salvajes no se resignan a soportar esa impunidad y actúan, reaccionan frente a la violencia que padecen: la obscena exhibición de poder de un usurero aspirante a trepar en la pirámide como político, la soberbia de un privilegiado insultando gratuitamente a un trabajador de la construcción, la reacción de un hombre que gracias a la corrupta empresa de control de tránsito arruina sus relaciones familiares, la hipocresía patriarcal de un joven que engaña a su pareja ponen en evidencia el resultado de aquellas emociones (por qué no instintivas) que los mecanismos de la sociedad suele mantener en un estado de latencia.
Relatos salvajes deja varios elementos para la reflexión acerca del malestar en la cultura en términos de Sigmund Freud y a la vez muestra como el “todo vale” rige las relaciones sociales, en las que el dinero puede comprarlo todo hasta la vida misma de una madre embarazada y su criatura aniquiladas por un muchacho “descontrolado” por el alcohol al volante de un vehículo de alta gama.
Luego de la visualización de las imágenes de Relatos salvajes salimos a las calles y observamos la delgada línea que separa a la patética realidad social con sus anuncios y su apología del consumo y el éxito cotidiana que vivenciamos y las historias contenidas en esta excelente película más alejada de la ficción de lo que podemos imaginar.
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