lunes, 1 de septiembre de 2014

A su hijo lo secuestraron en 1977 Las fotos de Adelina, la Madre que documentó la búsqueda de su hijo

Con una Kodak escondida entre sus ropas Adelina Dematti registró cada paso que dio para buscar a su hijo. En plena dictadura, cuando usar la cámara era un riesgo, fotografió las primeras rondas como Madres de Plaza de Mayo, los encuentros en Buenos Aires y en La Plata, las marchas de la resistencia y las pancartas donde reclamaron “los queremos con vida”.

Por Milva Benitez

"Vaya 5” escribió Adelina Dematti en una carta que no pudo enviar. Tenía motivos para detenerse en el número: fechada el 5 de octubre de 1977, la carta está dirigida a su hijo Carlos Esteban Alaye, secuestrado por un grupo de tareas cinco meses antes, el 5 de mayo de ese año en Ensenada. Carlos tenía 21 años y militaba en la JUP Montoneros, con su madre –entre otras cosas– compartía el día en el que cumplían años: él cada 5 de diciembre, ella cada 5 de junio.

Con una Kodak escondida entre sus ropas, apuntando “desde acá” - dice y se señala la cintura- Adelina documentó cada paso que dio para que Carlos “vea que no estuvo solo, que lo buscamos”. En plena dictadura, cuando usar la cámara era un riesgo, fotografió las primeras rondas como Madres de Plaza de Mayo, los encuentros en Buenos Aires y en La Plata, las marchas de la Resistencia y las pancartas donde reclamaron “los queremos con vida”.

Con esmero de madre, docente, fotógrafa e investigadora, guardó todas las pistas recogidas para acercarse a Carlos; son cientos, miles de documentos y fotografías, cartas, expedientes judiciales y recortes periodísticos que generosamente donó y hoy se pueden consultar en el Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires Ricardo Levene, en La Plata.

“Resultó porque lo hicimos por amor; eran nuestros hijos los que necesitaban auxilio”, dice a Infojus Noticias con los ojos nublados. "Sigo sin saber qué hicieron con mi hijo”.Toma otra foto y se sumerge en los recuerdos.
“El primer cartel lo levantamos el 28 de diciembre de 1979, lo trajo la muchacha que está acá”, dice y señala el rostro que aparece recortado pero en primer plano. “Ese día hicimos correr la noticia de que nos iban a recibir en la Casa de Gobierno. Pero los tipos se prepararon muy bien –recuerda Adelina. Y sonríe: –nos arrinconaron en la Catedral, cuando cortaba el semáforo venían corriendo y nos frenaban. Las compañeras arrancaron charreteras, una gorra quedó en el piso y yo hasta me encontré empujando a uno en el suelo. Así estuvimos un par de horas y después nos fuimos. Yo estaba con la cámara y la escondía porque si me la sacaban: ¡chau!”.

En 1983, la tercera Marcha de la Resistencia marcó un hito en las formas que adquirió las movilizaciones urbanas: el siluetazo. “Eso que estás arrancando es mi hijo”, gritó una mujer cuando un grupo de policías empezó a las siluetas del tamaño de una persona que estaban en el microcentro porteño. De ese día, Adelina recuerda a la mujer que fotografió: “era española, había empezado a venir los jueves a la plaza y se definía contra Franco. Hasta que un día, una de mis hermanas y su hija me estaban esperando y vinieron a llevarnos. Ella no las conocía y cuando se acercaron a detenerlas gritó: ¡no, esas no son! Ahí nos dimos cuenta que era ella la que ponía el dedo para señalarnos”.


El recuerdo de esa mujer la lleva a las historias sobre las “entradas” en comisarías. “A mí me llevaron dos veces. La primera cuando fuimos a entregar dos mil denuncias en el Congreso, con la APDH, familiares y ex presos políticos. Cuando salimos nos encerraron en una de las calles laterales y nos obligaron a subir a una cantidad de micros 60 que nos cortaban el paso. Nos llevaron a nosotras, a unos jóvenes que nos acompañaban y a otras cinco o seis personas, elegantemente vestidas con sobretodo y portafolios que resultaron ser periodistas extranjeros. A la hora explotaban los teléfonos, Harguindeguy (el entonces ministro del Interior de facto) ordenó que nos liberen. Salí a la madrugada, habían puesto a diez tipos con máquinas de escribir para que nos tomaran lo datos y nos largaron”.

Anhelo y tradición familiar

Adelina es la última de los nuevos hijos que Clementina Maggi y José Dematti criaron en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. “Los días de lluvia agarrábamos las cajas de fotografías y era una locura de risas: ‘¡mirá las polleras como se usaban!’, repetíamos cada vez”. “Había una tradición de fotografía en mi familia: tengo fotos de mi bautismo, con el delantal de primer grado, en unas chatas inmensas en el campo donde trabajaba un primo de papá y sentada con mi sobrina (que llegó cuando yo tenía cinco años) en unas sillitas celestes en la galería”, repasa Adelina.

Después de la desaparición de Carlos la movilizó el deseo de mostrarle cuánto y cómo lo buscó. Por eso fotografió los encuentros con Adolfo Pérez Esquivel, con otras madres y abuelas, como Hebe de Bonafini y Alicia “Licha” Zubasnabar de la Cuadra (la primera presidenta de Abuelas). Y con el escritor Julio Cortázar y su compañera la fotógrafa y activista Carol Dunlop.

Cuando mira esa foto, Adelina recuerda que a Cortázar lo conoció en Chivilcoy, cuando fue su profesor de historia en el tercer año de la Escuela Normal. Lo volvió a ver en París, cuando le contó que buscaba a Carlos, que era una Madre de Plaza de Mayo y no tardaron en encontrarse. En 1981, Cortázar leyó “Negación del olvido" en la apertura del Coloquio de Abogados en el senado francés y Adelina le pidió una copia. “Me la mandó hecha en su máquina, con los errores corregidos. Y me agregó un papelito, de su puño y letra, donde dice: ‘con el afecto de siempre’. Está en el archivo”, agrega para guiar al lector interesado.


En los pliegues

Como muestra de la sabiduría política y social con la que leyeron la realidad Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, las fotos de Adelina reflejan los matices –con riesgo de vida– a los que se enfrentaron.

En una procesión por Corpus Christi se las ve con sus pañuelos blancos frente a la catedral de La Plata. Peregrinaron hasta la puerta pero no entraron. “La misa la daba monseñor (Antonio) Plaza, no íbamos a entrar”, se planta Adelina y recuerda la procesión como un acto de denuncia. Bien conocido fue el rol de Plaza en el entramado represivo que en la provincia de Buenos Aires montó la policía del general Ramón Camps.


En 1981, la contracara de una foto que sacó Adelina muestra al padre Antonio Puigjané durmiendo en el piso de la catedral de Quilmes para acompañar a las Madres en el ayuno que iniciaron después de la primera marcha de la Resistencia. “Estuvimos desde el 11 hasta el 23 de diciembre. Los tres primeros días pasaron políticos, pasaron familiares y ex detenidos, pero después nos encerraron y nos impidieron todo contacto. El padre nos ayudaba, nos organizaba cantos y rezos para vencer el miedo y el cansancio”.

Para estar allí, porque se le vencía la licencia en la escuela donde trabajaba, Adelina intentó quebrarse un brazo. “No es posible, dicen que solamente un loco puede y yo no había enloquecido todavía. Pero me golpee en el lavabo y me fui a un sanatorio. No me quebré, pero igual me enyesaron”, repasa mirando la foto que le sacaron con su cámara y se ríe: “debe ser de día, porque a la noche me lo sacaba”.


La cámara sigue acompañado a Adelina a todos lados y la usa sin restricciones. “En 2006 estábamos, por primera vez, en una celebración en la vereda de la Casa Rosada cuando el presidente Kirchner nos invitó a pasar para saludarnos. Cuando salimos nos acompañó y yo opté por tomar el ascensor. Entré y me encontré con un sofá, un asiento entero de terciopelo rojo y me dije ¡esto no me lo pierdo! Me senté y cuando lo veo entrar con otras Madres, entonces hice clic y también tengo esa foto”, dice Adelina consciente de la magia que lleva siempre a mano y del compromiso que asumió con Carlos: “por amor”, como sintetiza ella y porque –como escribió en esa carta, hace 37 años– “con cada amanecer te espero, con cada atardecer te pierdo…”.
Infojus Noticias

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